– Sin embargo – continuó -, ya que estamos haciendo especulaciones, podrías haberte subido al Bentley…
Jury no pudo soportar más.
– Usted recordará, Lady Ardry, que el motor del auto estaba muy frío. Nos llevó cinco minutos calentarlo. – Vivian Rivington le dirigió a Jury una sonrisa beatífica.
A Agatha le cambió la expresión.
– No te rindas, Agatha – dijo Melrose -. ¿Y mi bicicleta? No, demasiado lenta. – Pareció estudiar el problema. Chasqueó los dedos -. ¡El caballo! ¡Eso es! Ensillé el viejo Bouncer, atravesé los campos hacia The Swan, despaché a Creed y volví como un conejito.
– Tendrías que haber sido un conejo – dijo Vivian -, considerando la velocidad de tu caballo.
Melrose negó con la cabeza.
– Ahí está, Agatha. No funciona. Mi coartada sigue en pie.
Mientras Agatha hacía rechinar los dientes, Ruthven sirvió el postre: un budín estupendo. Acercó un fósforo a la superficie rociada de coñac. Después, sirvió Madeira en la tercera copa.
Cuando Melrose observó a Agatha tan sombría, probablemente elucubrando alguna otra manera de arruinarle la coartada, le dijo a Ruthven:
– El paquetito sobre la repisa de la chimenea. Alcánceselo a Su Señoría, por favor.
La cara de Agatha se le iluminó al tomar el regalo y abrirlo.
Vivian ahogó una exclamación cuando Agatha sacó del estuche una pulsera de esmeraldas y rubíes. Destellaron, convirtiéndose casi en llamitas cuando recibieron el resplandor de la vela. Agatha le agradeció a Melrose profusamente, pero sin señales de remordimiento por lo que había estado tratando de hacer. Le pasó la pulsera a Vivian que la admiró y se la pasó a Jury.
Él no había visto joyas verdaderas desde cuando trabajaba en la división hurtos. Ahora sabía por qué se decía que los rubíes eran de color sangre. De pronto un detalle flotó en su mente. Rubíes. ¡Una pulsera! Eso era, la imagen del brazo saliendo de la tierra. La muñeca de Ruby, sin pulsera. Ella la usaba siempre, no se la sacaba nunca de encima, según Daphne.
– ¿Entonces dónde estaba? – Tenía los ojos fijos en las gemas cuando le devolvió la pulsera a Agatha y la mente tan concentrada en la muñeca desnuda de Ruby que apenas oyó el comentario de Agatha:
– Muy bonita, Melrose, para ser imitación.
Las damas se retiraron a la sala, dejando a Jury y a Melrose con el oporto. Decir que se retiraron quizá no sea una descripción muy apta en lo que a Lady Ardry se refiere. Por fin Vivian logró sacarla del comedor, pero Agatha se las arregló para hacer nuevas incursiones pues regresó a buscar objetos varios que parecían habérsele caído: pañuelos, botones y la pulsera, que dejó en un envoltorio desprolijo sobre la mesa como si su magnificencia roja y verde fuera un puñado de aceitunas.
Cuando por fin se fue con ella, Jury dijo:
– Un regalo muy generoso, señor Plant.
– Creo que ella no se dio cuenta del simbolismo del rojo y el verde. Los colores de Navidad. Me pareció agradable. – Estudió la punta del cigarro y la sopló para hacerla arder.
– Discúlpeme la pregunta, pero, ¿qué le regaló ella?
– Nada – Plant sonrió -. Nunca me regala nada. Dice que está ahorrando para un regalo muy especial, algo en lo que está pensando hace años. ¿Qué será? ¿Un nuevo auto preparado por el IRA?
Jury sonrió.
– Tengo algunas ideas que me gustaría comentarle sobre estos asesinatos.
– Adelante.
– Bueno, lo que me intriga es la extravagancia del asesino. ¿Qué tipo de mente idearía algo así?
– Muy fría. Puede haber un psicópata detrás de todo esto, pero que tiene su peculiaridad ben disimulada. Estoy de acuerdo con usted. El asesino hace todo de una manera muy pública . Si uno quiere matar a alguien, ¿por qué no hacerlo privadamente ?
Jury sacó un ejemplar de la primera página del Weatherington Chronicle del bolsillo del saco.
– Creo que puedo darle una buena razón. – Señaló con el dedo el titular “ Continúan los crímenes en las posadas ”. Había un largo relato del asesinato de Ruby Judd, seguido por una breve reseña del asesinato de Creed. – O este asunto de las posadas significa algo o…
Melrose Plant hizo un aro de humo.
– Hay una afirmación, inspector, que ha descifrado probablemente un millón de años de especulación filosófica. “O significa algo o no”.
– Señor Plant, por momentos me alegro de no ser su tía.
– Siga diciendo cosas como la que acaba de decir y no me daré cuenta de la diferencia.
– Señor Plant, tenga cuidado, puedo arruinarle la coartada.
– No lo haría.
– ¿Y si hay más de un asesino? ¿Qué le parece? Usted sólo está a cubierto con el crimen de Creed.
– Volvamos a nuestras teorías. ¿El asesino está tratando de llegar a algo con esto de las posadas? ¿Qué si hubiera oro escondido en una mesa plegable? O quizá Matchett tiene el cartel de su posada pintado por Hogarth y no lo sabe, aunque eso suena bastante improbable. Quizá este asunto de las posadas sea una cortina de humo.
– Así que a usted también se le ocurrió. Además, a veces el modo más público de cometer un crimen es el más privado, como aquel asunto de la “carta robada”. Ocultar las cosas a la vista de todos. Y como el asesino no ha escondido los cuerpos, bueno, quizá lo que trata de ocultar es el motivo.
– A excepción del cuerpo de Ruby Judd. Hay allí dos pequeñas diferencias: fue enterrada y no era una forastera.
– Las variantes son lo más interesante del caso. Aunque no habría ninguna diferencia cuando se encontraron los otros cuerpos, sí la hizo en el caso de Ruby Judd.
– ¿Pero por qué mataron a Ruby Judd? – Melrose hizo girar la copa de oporto.
– Quizá porque sabía algo sobre alguien del pueblo.
– ¿Chantaje? Dios santo, ¿en qué hemos estado metidos?
Jury respondió indirectamente.
– Hay indicios de que Ruby tuvo algo que ver con Oliver Darrington. – Plant quedó azorado. – Sí, creo que esa chica era muy activa.
– ¿Esa campesina gordita? – Plant sacudió la cabeza. – Algunos hombres tienen gustos extraños.
– Incluyendo a Marshall Trueblood.
Melrose casi dejó caer la botella de oporto.
– Está bromeando.
Jury sonrió.
– Admito que Trueblood parece el blanco de los chistes en Long Piddleton.
– Sí. Pero, para mí, toda broma sobre la raza, la religión o las inclinaciones sexuales de un hombre siempre han sido de pésimo gusto. Por lo general uno no puede remediar esas cosas. No es que me caiga bien. – Melrose sacudió la cabeza descreído. – ¿Así que Trueblood se acostaba con Ruby?
– Una sola ve, según me dijo. Pero hay cosas en el pasado de Trueblood, como en el de Darrington, que a ninguno de los dos le gustaría remover y Ruby quizá se enteró de algo. También tenemos a los Bicester-Strachan.
– Yo voto por Lorraine. Es capaz de matar a cualquiera por proteger su santa reputación.
Agatha entró en el comedor justo en ese momento, con la excusa de que necesitaba un poco de coñac para aliviar un horrible dolor de cabeza.
– Tráigame una copa, por favor, Ruthven.
Ruthven, que acababa de entrar en ese momento para retirar el servicio, se volvió altivo y dijo:
– Mi nombre se pronuncia como se lo ha dicho Su Señoría tantas veces.
– ¿Entonces por qué se escribe Ruthven?
– Así se lo escribe, señora. – Ruthven se encaminó a la cocina, con la bandeja en la mano.
– ¡Caramba! – Agatha se volvió a Melrose. – ¿Así permites que te hablen los sirvientes? ¿Qué calumnias has estado derramando sobre Lorraine Bicester-Strachan?
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