Plant tomó el papel.
– “Hirondelle” . Es golondrina, en francés. ¿Golondrina? ¿Le dice algo?
Jury negó con la cabeza. Siguieron allí otros cinco minutos mirando las palabras hasta que Jury arrojó la lapicera contra la pared.
– Supongo que soy un tonto, pero no puedo sacar nada en claro. – Tomó el paquete de cigarrillos, sacó uno y lo encendió y habló exhalando el humo. – Voy a suponer, aunque puedo estar muy equivocado, que el asesino fue a hacer una visita “amistosa” al señor Smith para ver si podía sonsacarle alguna información. Quería averiguar cuánto sabía el vicario. Mientras hablaban, se le ocurrió al vicario que su visitante podía ser el culpable de los asesinatos. Estaba sentado con toda serenidad a su escritorio redactando estas notas. ¿Por qué no escribió directamente el nombre del asesino? Smith habrá pensado que su vida corría peligro, y que el asesino se desharía de todo lo que pudiera incriminarlo. Creo que hemos estado subestimando al señor Smith. Sólo espero que él no nos haya sobreestimado a nosotros. Confió en que tendríamos la sagacidad de descubrir algo que el asesino no descubrió. – Jury dio una pitada y reflexionó. – Bueno, es una teoría posible. De todos modos, no pierdo nada suponiendo que la nota tiene un significado. Pero ignoro cuál. – Se puso de pie y se desperezó. Le arrojó el papel a Melrose Plant. – Tome. Usted hace las palabras cruzadas del Times en quince minutos. Podría descifrar eso.
La respuesta de Plant fue interrumpida por el sonido del teléfono.
– Habla Jury.
– Inspector Jury – dijo el superintendente en jefe Racer con excesiva amabilidad -, es notable su influencia en la zona. Desde que llegó ha habido más asesinatos que en los últimos cuarenta años. ¿Qué has estado haciendo, querido Jury? Además de prestigiar al Yard, claro.
Jury suspiró para sus adentros y empezó a buscar en los cajones del escritorio de Pluck algo para comer. Encontró un paquete de galletitas digestivas.
– Ah, superintendente Racer. Estaba deseando que llamara. – Mordió una galletita.
– ¡No me digas, Jury! Te llamé todos los días desde que llegaste, muchacho. Ni una vez obtuve respuesta. ¡Me estás masticando en la oreja, Jury! ¿No puedes abstenerte de comer y beber mientras presentas un informe, muchacho? ¡Cantinero o cocinero, eso tendrías que haber sido! Esto es definitivo, Jury. Te reunirás conmigo en Northants mañana al mediodía. No, hoy al mediodía. Las cosas han ido demasiado lejos, Jury. Hoy es 27. Llegaste ahí el 22. Sin contar el día de hoy, has logrado un envidiable promedio de dos tercios de asesinato por día.
Jury dibujó pequeñas réplicas de carteles de posadas en el secante de Pluck mientras Racer repasaba la letanía de castigos que esperaban a su inspector en jefe, que iban desde ser descuartizado y su cabeza colgada en el Puente de la Torre hasta ser conducido en un carro a un lugar de ejecución pública. Los castigos del superintendente siempre se inclinaban por la usanza medieval.
– Lamento que no hayamos podido adelantar mucho, señor, pero ya es bastante difícil con un asesinato. Y recuerde que yo tengo cuatro aquí.
– ¿Qué le hace una mancha más al tigre, Jury?
– No olvide, señor, que estamos en Navidad…
– ¿Navidad? ¿Navidad? – Racer pronunció la palabra como si fuera un nuevo feriado inserto en el almanaque por decisión del Parlamento. Luego, con suavidad, continuó -: Qué raro, ¿no? Que los maníacos sexuales sigan acechando en los parques incluso en Navidad. ¿El Destripador suspendía sus actividades para la Navidad, Jury? ¿Y Crippen?
Jury aprovechó la oportunidad.
– En realidad, no creo que Jack el Destripador acechara en los callejones el día de Navidad, señor. Si mal no recuerdo…
Silencio.
– ¿Te estás haciendo el gracioso, Jury?
– No, señor. No es un asunto para tomar a risa.
Más silencio. Luego Racer habló.
– Espérame en el tren del mediodía. Briscowe irá conmigo.
– Muy bien, señor. Si insiste… – Jury empezó a dibujar una diminuta locomotora con una chimenea humeante que se estrellaba contra otro tren. Tenía el auricular a algunos centímetros de la oreja y la estridente voz de Racer resonaba en la habitación.
– Y además, no quiero alojarme en ninguna de esas posadas llenas de cucarachas ni en cuevas de ladrones. Haz una reservación en el mejor lugar que haya. – Bajó la voz. – Si puedes, trata de encontrar uno donde no me estrangulen mientras duermo. Contigo protegiéndome me sentiré muy nervioso, muchacho. Fíjate bien que el lugar tenga un menú decente y una buena bodega. Y que haya una muchacha que valga la pena en el bar. – La lascivia en su voz era casi tangible. – Aunque me imagino que en un pueblucho de mala muerte como ése no podrá conseguir todo . Hasta luego. – Racer colgó de un golpe.
– ¿Su amigo? – preguntó Plant.
– El superintendente en jefe Racer. No le gusta la manera en que estoy llevando adelante el caso. Viene en persona y quiere alojarse en una especie de Savoy de la región. Quiere el mejor lugar en el pueblo. – Jury sonrió con maldad.
– Bueno, viejo, con mucho gusto le avisaré a Ruthven para que…
Jury negó con la cabeza y movió el teléfono hacia Plant.
– No estaba pensando en Ardry End.
Melrose se interrumpió en el proceso de encender un cigarro y le sonrió a Jury a través del humo.
– Me parece que entiendo cuál es su intención. – Discó, esperó un buen rato y se oyó un ruido del otro lado cuando contestaron. – ¿Tía Agatha? Perdóname por despertarte tan temprano, pero el inspector Jury me estaba preguntando si no le harías un grandísimo favor…
Una hora más tarde aún revisaban las notas del vicario, cuando Wiggins y Pluck entraron sacudiéndose de la ropa una fina película de nieve.
– Le traje a Daisy Trump, señor – dijo Wiggins.
Pluck intervino.
– La alojamos en la posada a la salida de Dorking Dean: la Bag o’ Nails. No quiso quedarse en ninguna de las otras, de ninguna manera, y no me extraña. Dejamos a un policía con ella. Nunca se sabe lo que puede pasar, ¿no? – Evidentemente Pluck estaba disfrutando con todo eso.
– ¿Quién es Daisy Trump? – preguntó Plant.
Wiggins iba a responder pero, al ver que podía divulgar información confidencial, se quedó mudo.
– Está bien, agente. El señor Plant me está ayudando. – Y se volvió a Melrose. – Vamos a esa posada.
– ¿Quiere que yo vaya?
– Sí, si no tiene inconveniente. Wiggins puede quedarse aquí y el agente Pluck puede conducir el coche.
Pluck resplandeció y se cuadró.
La señorita Trump, según la camarera que les sirvió el café en la posada, había subido a su habitación a asearse un poco y estaría con los caballeros en seguida.
– Daisy Trump – dijo Jury poniéndole azúcar al café – trabajó en la posada Goat and Compasses. Extraño nombre ése. Con razón su tía no acierta con la pronunciación de ciertos nombres ingleses.
Plant sonrió
– Bicester-Strachan, Ruthven… – De pronto Plant contuvo es aliento y miró fijo a Jury: – ¡Pluck!
Jury sonrió.
– Creo que hasta su tía sabe pronunciar el apellido de Pluck.
Plant no sonreía. Sólo dijo otra vez:
– ¡Pluck!
Jury lo miró, sorprendido.
– ¡Llame a Pluck, hombre!
A Jury le hizo tanta gracia que Plant le diera órdenes que hizo lo que quería. En unos segundos estaba de regreso con el asombrado agente Pluck.
– Dígalo otra vez, Pluck – le ordenó Melrose, sin preámbulos Los ojos verdes lanzaban chispas.
El pobre Pluck lo miró, haciendo girar la gorra entre las manos, como si lo acabaran de acusar de robar en los terrenos de su señor.
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