– ¿Reconoce esa pulsera, señor Darrington?
– Me parece conocida.
Muy torpe para mentir, pensó Jury. Darrington no podía apartar los ojos de la pulsera.
– La vio antes.
Oliver encendió un cigarrillo, se encogió de hombros y dijo:
– Puede ser.
– ¿En la muñeca de Ruby Judd?
– Es posible.
– Según su declaración, usted dejó a la señora Bicester-Strachan en su casa y luego fue a la suya. ¿Para qué?
– ¿Para qué? Necesitaba dinero, eso es todo.
– Todo el mundo parece corto de finanzas esta noche. ¿Está muy seguro de que no fue a su casa con la señora Bicester-Strachan?
– Escuche, inspector. Estoy cansado de sus insinuaciones…
– ¿No la llevó a su casa después de buscar la chequera?
– ¡No!
– Ya veo. Bueno, es una lástima, en cierto sentido. Quiero decir, si ella hubiera ido con usted, los dos habrían tenido una coartada, ¿no?
Lorraine Bicester-Strachan puso la silla lo más cerca posible de Jury y cruzó las piernas enfundadas en medias de seda. Como la pollera larga de tweed estaba abotonada sólo desde la cintura hasta encima de la rodilla, dejó al descubierto buena parte de sus piernas.
– No, nunca la había visto – dijo, refiriéndose a la pulsera -. ¿Se supone que es mía y la hallaron en la escena del crimen?
A Jury siempre lo asombraba la insensibilidad de alguna gente.
– Su esposo está terriblemente perturbado por la muerte del vicario. Eran amigos íntimos. – Ella tiró la ceniza del cigarrillo en el hogar como única respuesta ante ese comentario. – Claro que puede ser que la amistad y la lealtad no signifiquen mucho para usted.
– ¿Qué quiere decir?
– Me refiero a esa información que supuestamente su esposo dejó deslizar hace tiempo ante quien no debía… Esa persona era usted. O al menos usted pasó esa información a alguien que no usaba precisamente las insignias de la nación.
Ella parecía una escultura en hielo.
– Su… amante, ¿no? Amigo también de su esposo. Y, para salvar su reputación, el señor Bicester-Strachan permitió que se arruinara la de él. Y continúa haciéndolo. Eso es lealtad. Algunos lo llaman amor.
Lorraine se inclinó hacia él de pronto y quiso golpearlo. Pero Jury atrapó su mano en el aire, y luego la echó hacia atrás con escasa suavidad.
– Volvamos al asunto que nos ocupa. ¿Estaba aburrida esta noche, señora Bicester-Strachan? ¿Es por eso que invitó a su casa al señor Darrington?
Además de estar furiosa Lorraine estaba confundida. No había manera de leer en la expresión de Jury si Oliver le había dicho algo o no.
– ¿Bueno? – dijo Jury, divertido por las alternativas del dilema en el que Darrington y Lorraine se veían atrapados.
– Oliver mintió si le dijo que fui con él. – Ella hizo girar su reloj de diamantes en su muñeca.
Jury sonrió.
– Yo no dije que él había dicho nada, señora Bicester-Strachan. Sólo lo supuse.
Quería burlarse de la vanidad de ella, de la sonrisa pedante que jamás se le borraba de la cara. Cuando ella salió del cuarto moviendo apenas las caderas, se le ocurrió que la visión de Darrington y Lorraine haciendo el amor en algún rincón oscuro sería algo insoportablemente aburrido.
Pluck hizo entrar a Simon Matchett.
– De Ruby Judd – dijo Matchett, sin vacilar. Hizo girar el cigarrito en la boca.
– ¿Cómo puede estar tan seguro, señor Matchett?
– Porque la chica venía seguido aquí, a ver a Daphne. Siempre la llevaba puesta.
Jury asintió.
– ¿Salió a algún lado esta noche? Digamos, entre las seis y las ocho.
– ¿Quiere saber si tengo una coartada? Inspector, no tengo manera de probar nada.
Jury volvió a preguntar.
– ¿Salió del establecimiento?
– Sólo salí para revisar la caja de fusibles. Algo saltó en la cocina.
– ¿A qué hora?
– A eso de las siete.
– Según esto – Jury señaló las notas de Pluck -, usted había ido a Sidbury y regresó a las seis y media.
– Sí, por lo que recuerdo. Los negocios cierran a las seis, y media hora para volver.
– Ajá. – El nombre del negocio que había visitado estaba en las notas. Sería fácil comprobar si había estado allí. Jury tomó otro camino. – Señor Matchett, ¿cuál es su relación con Isabel Rivington?
– ¿Con Isabel ?
– Sí, con Isabel.
– No le entiendo.
– Sí me entiende. Tengo la impresión de que los sentimientos de ella hacia usted son más que amistosos. Estoy seguro de que usted tiene esa misma impresión. – Jury sonrió con frialdad.
Matchett demoró en responder. Por fin dijo:
– Escuche, todo eso terminó hace mucho tiempo. Mucho tiempo. A riesgo de ser poco galante, agregaré que al menos para mí está terminado.
Eso confundió a Jury. No se le había ocurrido que podía haber habido algo entre ellos en el pasado. Eso explicaría sin duda sus sospechas sobre los sentimientos de Isabel hacia Matchett.
– ¿Vivian sabe algo de esa relación?
– Ruego a Dios que no.
Jury lo miró severamente.
– Un pensamiento muy generoso, señor Matchett.
Isabel Rivington estaba sentada frente a él, con aire de forzada serenidad. Su vestido, falsamente sencillo, de una rústica tela marrón, tenía el aspecto de haber costado una verdadera fortuna.
– ¿Dónde estaba, señorita Rivington, antes de venir a la posada esta noche? – Jury se estiró para encender el cigarrillo que ella había extraído de un paquete que luego colocó en el brazo de la silla.
– Ya se lo dije al agente Pluck.
Él sonrió.
– Lo sé. Pero ahora dígamelo a mí.
– Salí a caminar. Miré un poco las vidrieras. Después seguí hasta la ruta de Sidbury y tomé el sendero que cruza el campo.
– ¿Alguien la vio? – Isabel no parecía una gran caminadora.
– En el pueblo, sí, supongo. Pero después no lo creo. – Cuando se inclinó sobre la mesa para arrojar la ceniza del cigarrillo en el cenicero de porcelana, sus ojos se dirigieron a la pulsera. No dijo nada y volvió a reclinarse.
– ¿Ha visto antes esa pulsera, señorita Rivington?
– No. ¿Por qué?
– ¿Cuál es su relación con el señor Matchett?
El súbito cambio de tema la sobresaltó.
– ¿Con Simon? ¿Qué quiere decir? Somos amigos, es todo.
Jury emitió una tosecilla con la que esperaba dar a entender que no le creía y volvió a cambiar de tema. Hizo la pregunta que le ardía dentro desde dos días antes.
– Señorita Rivington, ¿por qué ha permitido que Vivian viviera todos estos años con la idea de que era responsable de la muerte del padre?
Isabel quedó con la boca abierta y el cigarrillo suspendido en el aire, tan pálida como un maniquí. Cuando habló, la voz sonó artificial, aguda y temblorosa.
– No sé qué quiere decir.
– Señorita Rivington, aún suponiendo que fuera un accidente, era usted la que montaba aquel caballo y no Vivian, ¿no es así?
– ¿Vivian se lo dijo?
Bueno, pensó él, con un suspiro de alivio, algo es algo. Si Isabel hubiera mantenido el control de sí misma, no habría logrado sonsacarle nada. Después de todo, no había pruebas.
– No. No fue ella. Sucede que la historia que usted le contó parecía un versito. Es obvio que ella quería mucho a su padre y, si de niña era en algo similar a la mujer que es hoy, no parece el tipo de persona amante de las discusiones cotidianas. Pero la clave me la dio la descripción que dieron las dos de la noche en cuestión “Estaba muy oscuro, no había luna”, me contó ella, cuando se supone que salió al establo. Tenía sólo ocho años, y aunque es posible por supuesto que una niña de esa edad pudiera estar levantada después de oscurecer, estamos hablando de Sutherland . Tengo un amigo pintor que está enamorado de las Tierras Altas, le encanta pintar ahí. No sólo porque es hermoso, sino por la luz. Siempre dice en broma que uno se puede parar en una esquina y leer un libro a medianoche porque todavía hay luz. Es poco probable que una niña pequeña estuviera despierta y vestida a medianoche. – Jury sacó el informe sobre James Rivington del legajo que tenía en la mano. – Hora de accidente: doce menos diez de la noche. Me sorprende que la policía no hubiera sacado provecho de ese dato en su oportunidad. – Isabel estaba más y más pálida a medida que él hablaba. – Así fue que llegué a dos conclusiones diferentes: no sé si el incidente con el caballo fue accidental o deliberado. Pero me imagino algo así: usted está montando el caballo, el caballo embiste a su padrastro, usted corre al cuarto de su hermanita, la viste y la lleva al establo. Ni siquiera tiene necesidad de subirla al caballo. Lo único que tiene que hacer es grabarle en la cabeza la idea de que lo montaba. Con el correr de los años fue insinuándole una cantidad de mentiras sobre las “peleas” que tenía con Rivington, para que siguiera sintiéndose culpable y mantenerla bajo su influencia todo el tiempo posible. – Jury rara vez se permitía un comentario subjetivo, pero no pudo evitarlo. – Fue ruin, señorita Rivington, horriblemente ruin de su parte. ¿Por qué lo mató? El testamento debió de ser una gran desilusión para usted.
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