Colleen Mccullough - On, Off

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El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

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– Habla usted como un poli recalcitrante, capitán. Sí, era católica. Supongo que debería contribuir al monumento, dado que Emma era mi medio hermana, pero estoy segura de que entenderá usted que no lo haga. Arrivederci.

33

Claire Ponsonby continuó sentada en el porche largo rato después de que el capitán Carmine Delmonico se marchara.

Sus ojos vagaron por los árboles que rodeaban la casa, recordando cómo pasaba Morton las largas horas de sus días sin colegio. Cavó un túnel porque sabía que un día un túnel les vendría que ni pintado. Mientras trabajaba, pensaba, y su cuerpo desarrollaba la enjuta reciedumbre de quien trabaja más que come. ¡Ah, Charles le amaba! Le quería más incluso de lo que había querido a mamá. Le enseñó a leer y escribir, le dio auténtica erudición. Charles, un hermano que comprendía la ineluctable perfección de la fraternidad. Compartir los libros, tratando valientemente de compartir el trabajo. Pero a Charles le daba tanto miedo el túnel que nunca pudo soportar estar mucho tiempo en él. Mientras que Morton nunca se sentía más vivo que cuando estaba dentro del túnel, cavando, avanzando, horadando, sacando la tierra y las piedras que Charles esparcía alrededor de los árboles.

Así habían empezado a compartir. Charles veía la habitación Catone como el paraíso de un cirujano, suspendido en el aire a trescientos metros. Mientras que Morton sabía que la habitación Catone era la floración orgásmica del túnel bajo el pesado silencio de la tierra. Morton, Morton, encendido, apagado. Gusano ciego, topo ciego en la oscuridad, cavando y cavando con un botón mágico en su cabeza que podía encender o apagar sus ojos a voluntad. Encender, apagar. On, off. Cava y cava; on, off.

«A ver, que me acuerde… Bajo ese roble es donde enterramos al italiano de Chicago después de que nos pusiera el suelo de terrazo. Y ese arce se alimenta de la sustancia de los orondos restos del fontanero; le contratamos en San Francisco. El carpintero de Duluth se descompone cerca del que debe de ser el último olmo sano de Connecticut. No recuerdo dónde enterramos a los demás, pero no importan. ¡Qué excelente servidor es la codicia! Un trabajo secreto a cambio de dinero en mano, y todos tan felices. Nadie más feliz que Charles al entregar el dinero. Nadie más feliz que yo al recuperarlo después de haber descargado el mazazo. Nadie más feliz que ambos al hurgar y curiosear en sus orificios, canales, conductos y cavidades aún calientes.

»Y no era porque necesitáramos recuperar el dinero. Lo que gastamos en la habitación Catone a lo largo de los interminables años que pasamos esperando a que mamá muriera fue una miseria comparado con la cantidad de dinero en efectivo que mamá se trajo de la estación en dos pequeños y elegantes baúles aquel enero de 1930. ¿Papá tan tonto como para perder toda su fortuna en un crack del mercado bursátil? Difícilmente. Sus inversiones se habían convertido en efectivo mucho antes de aquello. Instaló una pequeña caja fuerte de banco (cuya puerta nos fue muy útil más adelante) en la bodega, y metió allí el dinero hasta que su detective dio con el paradero de la señora Catone. ¡Gracias, querido capitán Delmonico, por rellenar los huecos! Ahora sé por qué vació la caja fuerte, metió su contenido en esos baúles y los cargó en su coche antes de conducirlo a la estación del ferrocarril.

«Después de matarle, mamá transfirió los baúles a su coche; nosotros miramos qué había dentro y se los robamos mientras su ropa y el bate de béisbol ardían alegremente. Mientras yo los escondía en mi pequeño apéndice de túnel, Charles empezó a cavar un túnel más de su agrado, horadando la mente de mamá. Una y otra vez, le repetía que el asunto Catone era producto de su imaginación, que ella no había matado a papá, que Catone rimaba con «supone» y Emma era un libro de Jane Austen. Cuando ella necesitaba dinero, se lo dábamos, aunque nunca le dijimos dónde estaban los baúles. Más adelante, cuando ese traidor de Roosevelt abolió el patrón oro en 1933, llevamos los baúles y a mamá al banco Sunnington de Cleveland, donde, dado que el banco era propiedad de su familia, pudimos cambiar los billetes viejos por otros nuevos sin ningún problema. En aquellos días de la Depresión, mucha gente prefería guardar su dinero escondido, en efectivo. Y para entonces, ella era ya la marioneta inerme de dos recatados muchachos que apenas habían entrado en la adolescencia.

»Traerse el dinero de vuelta a casa no fue fácil, on, off. Alguien del banco se fue de la lengua. Pero Charles planeaba y organizaba nuestra estrategia con su extraordinaria brillantez. En cuestiones de logística y concepción de planes, Charles era un genio. ¿Cómo voy a reemplazarle? ¿Quién me entenderá como un hermano?

»De regreso a casa, el túnel que Charles perforaba en la cabeza de mamá se centró en el dinero, en cómo Roosevelt lo había robado para financiar su complot contra todo aquello que nuestra Norteamérica representaba, desde la libertad a dejar que Europa se cociera en su propio y bien merecido jugo. Sí, nuestros dos túneles crecían, y ¿quién podría decir cuál de los dos era más hermoso? Un túnel a la locura, un túnel a la habitación Catone; on, off.»

«Espero que el capitán Delmonico haya quedado satisfecho con mi cuento de amor despechado y locura sobrevenida. Una lástima que esa mujer suya resultara tener tantos recursos. Estaba tan ilusionado con dedicarle una sesión especial, desollándola en toda su olímpica altura mientras ella lo contemplaba todo en un espejo. No puedes mantener los ojos cerrados todo el rato, Desdemona; on, off. De todas formas, ¿quién sabe? Tal vez algún día, un día, sucederá. Nunca me habría fijado en ella de no haberse despertado en mí tal fascinación por Carmine el curioso. Pero como, por más curioso que sea, no es clarividente, nunca hizo las preguntas que hubieran podido hacer la luz en su obstinado cerebro.

»Preguntas como ¿por qué tenían todas dieciséis años? La respuesta a eso es pura aritmética; on, off. La señora Catone tenía veintiséis años, y Emma seis, y eso suma treinta y dos, pero sólo queríamos una Catone, con que divide por dos y la cifra es… ¡dieciséis! Preguntas como ¿qué podría atraer a una joven deseosa de hacer el bien hacia su delicioso destino? La respuesta a eso estriba en la cualidad de la compasión. Una mujer ciega llorando porque su perro guía se ha roto una pata. Biddy hace el numerito de la pala rola de maravilla. Preguntas como ¿qué significa una docena? Ciclos solares, ciclos lunares, ciclomotores… La respuesta es una estupidez. La señora Catone solía decir: «¡Por docenas sale más barato!», como si fuera una revelación tan cegadora como Dios mismo. Preguntas como ¿por qué tardamos tantos años en empezar? La respuesta está enredada en la telaraña de Edipo, de Orestes. Matar Catones puede salir más barato por docenas, pero nadie puede matar a su madre. Preguntas como ¿cómo pudo Claire tomar parte en ello, y sin embargo, quién podía sino Claire? La respuesta a eso está en las apariencias. Las apariencias lo son todo; todo está en el ojo del espectador; on, off.

»Mamá nunca tuvo una niña. Sólo tres chicos. On, off, on, off. Pero ella anhelaba una niña, y mamá siempre conseguía lo que quería. Así que vistió de niña al último de nosotros desde el día en que nació. La gente cree lo que le dicen sus ojos; on, off. Todo el mundo, usted incluido, capitán Delmonico. Nosotros, los chicos Ponsonby, nos parecemos todos a mamá: resultamos pasables como mujeres, pero blandos como hombres. Sin un ápice de la impetuosa virilidad de papá. ¡Oh, cómo solía dársela a la señora Catone! Charles y yo les espiábamos por un agujero de la pared, on, off, on, off.

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