Colleen Mccullough - On, Off

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El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

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– ¿Sabía que la señora Catone y Emma también murieron aquella noche? -preguntó-. Su madre empleó el bate de béisbol con los tres.

El rostro de Claire se congeló en una expresión de absoluta y genuina sorpresa; el pie con que jugueteaba con la perra salió disparado al aire como presa de un ataque. Carmine le sirvió un vaso de limonada, preguntándose si no debería buscar algo más fuerte. Pero Claire se bebió el contenido del vaso ávidamente y recobró la compostura.

– Así que eso es lo que fue de ellas -dijo lentamente-; Charles y yo nunca dejamos de preguntárnoslo. Nadie nos dijo jamás quiénes eran las otras dos personas, sólo hablaron de un grupo de vagabundos presas de un frenesí homicida. Nosotros dimos por supuesto que mamá utilizó sus correrías para ocultar su propia obra, y que los otros dos eran miembros de la banda.

Súbitamente, se irguió en su silla, se inclinó al frente y tendió a Carmine una mano implorante.

– ¡Cuéntemelo todo, capitán! ¿Qué? ¿Cómo?

– Estoy seguro de que acierta al pensar que su padre le dijo a su madre que la dejaba para empezar una nueva vida. Ciertamente, había encontrado a la señora Catone y a Emma, pero cuando fue a reunirse con ellas en la estación de trenes era la primera vez, porque las Catone estaban en la indigencia. No llevaban dinero, ni siquiera comida. Los dos mil dólares que llevaba él encima representaban probablemente todo lo que había podido arañar para esa nueva vida -dijo Carmine-. Estaban escondidos en la nieve, lo que me hace pensar que su madre tenía efectivamente la habilidad de aterrorizar a la gente. Pobre hombre. Le dijo a su madre más de la cuenta y murieron tres personas.

– Tantos años, y nunca, nunca lo supe… Ni tan siquiera lo llegué a sospechar… -Sus ojos se volvieron hacia la cara de Carmine como si pudieran ver, brillando de emoción-. ¿No es irónica, la vida?

– ¿Quiere que le prepare un trago como Dios manda, señorita?

– No, gracias. Estoy bien. -Levantó las piernas y las recogió bajo la silla.

– ¿Puede hablarme un poco de su vida después de aquello?

Elevó un hombro, descendieron las comisuras de su boca.

– ¿Qué le gustaría saber? Mamá tampoco volvió ya a ser la misma.

– ¿No intentó ayudarles nadie del exterior?

– ¿Se refiere a gente como los Smith y los Courtenay? Mamá lo llamaba meter sus narices donde nadie les llamaba. Unas pocas dosis de las groserías de mamá funcionaban mejor que el aceite de castor. Dejaron de intentarlo, nos dejaron en paz. Salimos adelante, capitán. Sí, salimos adelante. Contábamos con una pequeña renta que mamá complementaba vendiendo tierra. Su familia también ayudó, creo. Charles fue a la escuela Dormer Day, igual que yo, y ella pagaba las tasas regularmente.

– ¿Qué me dice de Morton?

– Vino un inspector de educación, que le echó un vistazo y nunca más volvió. Charles le dijo a todo el mundo que era autista, pero eso era para contentar a los entrometidos. El autismo no aparece el día que tu madre asesina a tu padre. Desde el punto de vista psiquiátrico, eso es un asunto de muy distinto cariz. Aunque nosotros lo queríamos, ¿sabe? Sus accesos de furia nunca iban dirigidos contra Charles o contra mí, sólo contra mamá o cualquier extraño que pasara por casa.

– ¿Le sorprendió que muriera tan repentinamente?

– Sería más exacto decir que me dejó anonadada. Hasta éste, 1939 fue el peor año de mi vida. Estoy sentada con mis libros, estudiando, y de pronto desciende sobre mí un velo gris… ¡Bum! Ciega de por vida. Una visita al oftalmólogo, y me veo subida en un tren, camino de Cleveland. No he hecho más que llegar a la escuela para ciegos y llama Charles para decirme que Morton está muerto. ¡Cayó redondo, sin más! -Se estremeció.

– Parece dar a entender que su madre no era mentalmente estable antes de enero de 1930, pero es evidente que lo disimulaba bien.

Entonces ¿qué ocurrió a finales de 1941 para provocarle verdadera demencia?

El rostro de Claire se contrajo en una mueca.

– ¿Qué pasó justo después de Pearl Harbor? Charles dijo que se casaba. Los dos tenían veinte años, pero a falta de poco para cumplir la mayoría de edad. Estaba estudiando el primer ciclo de Medicina en la Chubb. Smith le presentó a una chica en un baile y fue amor a primera vista. La única forma que tuvo mamá de acabar con ello fue disparar todas las alarmas. Quiero decir que se puso como loca, loca de atar. La chica salió huyendo. Yo me ofrecí para volver a casa y cuidar de mamá… durante casi veintidós años, según resultó. Y no es que no hubiera hecho por Charles incluso más que algo tan tedioso como eso. No piense que me convertí en la esclava de mamá: aprendí a controlarla. Pero mientras ella vivió, Charles y yo no pudimos permitirnos disfrutar plenamente de nuestro gusto por la comida, el vino y la música. Entre usted, capitán, usted y mamá, han arruinado mi vida. Tres preciosos años en que tuve a Charles enteramente para mí, ésa es la suma total de mis recuerdos. Tres preciosos años…

Fascinado, Carmine se encontró preguntándose si lo que suponía Marciano era cierto. ¿Habían sido amantes hermano y hermana?

– Sentía usted una gran antipatía por su madre -dijo.

– ¡La aborrecía! ¡La aborrecía! ¿Se figura usted -prosiguió con repentina ferocidad- que desde el día que cumplió trece años hasta que cumplió dieciocho Charles vivió en el armario debajo de la escalera? -La rabia se evaporó; una chispa de temor brilló en sus ojos y se desvaneció mientras alzaba las manos para palparse la boca-. Oh. No pretendía decir eso. No, eso es algo que no quería decir. Se me ha escapado. ¡Se me ha escapado!

– Mejor fuera que dentro -dijo Carmine, quitándole importancia-. Continúe. Será mejor, ahora que ya lo ha dicho.

– Años más tarde, Charles me dijo que ella le había sorprendido masturbándose. Se puso hecha una furia. Le chilló, le gritó, le escupió, le mordió, le dio puñetazos… Él siempre fue incapaz de revolverse contra ella. Yo me defendía siempre, pero Charles era como un conejo bajo el hechizo de una cobra. Ella no volvió a dirigirle la palabra, cosa que a él le partió su pobre corazón. Cuando volvía a casa del colegio, o de casa de Bob Smith, iba derecho al armario. Era un armario grande, con una bombilla dentro. ¡Ah, sí, mamá era muy considerada! Tenía un colchón en el suelo y una silla dura; había una estantería que podía usar de mesa. Ella le pasaba una bandeja con la comida y la retiraba cuando él se la terminaba. Orinaba y hacía de vientre en un cubo que debía vaciar y limpiar cada mañana. Hasta que me fui a Cleveland, fue responsabilidad mía darle sus comidas, pero no me estaba permitido hablarle.

Carmine, boquiabierto, no salía de su asombro.

– ¡Pero eso es ridículo! -exclamó-. Iba a un colegio muy bueno, con tutores, y un director, ¡sólo tenía que contárselo a alguien! Ellos habrían tomado medidas de inmediato.

– Chivarse era algo ajeno a la naturaleza de Charles -dijo Claire, levantando la barbilla-. Él adoraba a mamá, le echaba a papá la culpa de todo. Sólo tenía que haberla desafiado, pero no quiso. El armario era su castigo por un pecado terrible, y eligió cumplir su castigo. El día que cumplió dieciocho, ella le dejó salir. Pero nunca más le habló. -Se encogió de hombros-. Así era Charles. Tal vez esto le permita comprender por qué sigo negándome a creer que él hiciera ninguna de esas cosas espantosas. Charles era incapaz de violar o torturar, era demasiado pasivo.

Carmine se enderezó, flexionó los dedos, que se le habían dormido de apretarlos en torno a la barandilla.

– Sabe Dios que no deseo en absoluto agravar su dolor, señorita Ponsonby, pero puedo asegurarle que Charles era el Monstruo de Connecticut. De no serlo, el mayor F. Sharp Menor no le financiaría a usted su nuevo comienzo en Arizona o Nuevo México. -Se dirigió hacia las escaleras-. Debo irme. No, no se levante. Le agradezco todo esto, ha resuelto un rompecabezas que me atormentaba desde hace meses. ¿Se llamaban Louisa y Emma Catone? Bien. Sé dónde están enterradas. Ahora les pondré un monumento. ¿Sabe si la señora Catone profesaba alguna creencia religiosa?

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