Colleen Mccullough - On, Off

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El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

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Cuando los técnicos del condado comenzaron a excavar en su jardín, sin mejor motivo que seguir azuzando un caballo ya muerto, Claire Ponsonby interpuso una denuncia por destrucción malintencionada de su propiedad, solicitando respetuosamente al juzgado que concediera su permiso a una mujer ciega para vivir en la mencionada propiedad sin sufrir un hostigamiento permanente y penoso por parte de la policía de Holloman y sus colaboradores. Dado que Charles Ponsonby había sido identificado sin lugar a dudas como el Monstruo de Connecticut y que nada de lo que pudiera hallarse en el número 6 de Ponsonby Lane era necesario para obtener ulteriores pruebas de ello, la señorita Ponsonby ya había aguantado suficiente.

– El pozo no tiene fondo, y darle a la bomba agotaría a tres caballos -dijo el jefe de los técnicos del condado, frustrado y enfadado-. Dado que la reserva de ciervos tiene veinte acres, que se suman a los cinco de los terrenos de la casa, el nivel freático es muy amplio y el consumo local muy bajo. No han encontrado restos orgánicos porque el hijoputa debía de verter miles y miles de litros después de cada asesinato. Los residuos estarán en el fondo del estrecho de Long Island. Y, mierda, ¿qué más da? Está muerto. Cierre el caso, teniente, antes de que esa zorra asquerosa empiece a ponerle denuncias a usted personalmente.

– Es un misterio absoluto, Patsy -le dijo Carmine a su primo.

– Dime algo que no sepa ya.

– Está claro que Chuck era fibroso y fuerte, pero nunca me dio la impresión de ser un atleta, y sus colegas del Hug estaban convencidos de que era incapaz de cambiar la arandela de un grifo. Y, sin embargo, lo que hemos encontrado está maravillosamente construido, con materiales caros. ¿Quién diablos puso un suelo de terrazo, y por qué no se ha presentado a declararlo ahora que el secreto ha salido a la luz? La fontanería, tres cuartos de lo mismo. ¡Nadie ha denunciado la desaparición de un fontanero o un instalador de suelos de terrazo desde la guerra! -Carmine apretó los dientes-. La familia no tiene dinero, eso nos consta. Claire y Chuck vivían tan bien que debían de gastarse hasta el último centavo de lo que él ganaba. Y, sin embargo, allí hay enterrados doscientos mil dólares en materiales y horas de trabajo. ¡Maldita sea, nadie admite haberles vendido la ropa blanca o el plástico líquido para las cabezas!

– Por citar al técnico del condado, ¿qué más da, Carmine? Ponsonby está muerto, y va siendo hora de cerrar el caso -dijo Patrick, dándole unas palmadas en el hombro-. ¿Vas a dejar que te dé un infarto por culpa de un muerto? Mejor piensa en Desdemona. ¿Cuándo es la boda?

– Ella no te gusta, ¿verdad, Patsy?

Sus ojos azules se apagaron un poco, pero no los apartó.

– En pasado sería más exacto. No me gustaba en un principio: demasiado diferente, demasiado extranjera, demasiado distante. Pero últimamente ha cambiado. Creo que no sólo me gustará, sino que llegaré a quererla.

– No eres el único. Tu madre y la mía están que no les llega la camisa al cuerpo. Vaya, se deshacen en efusiones de entusiasmo, pero por algo soy detective. Es una fachada para disimular su aprensión.

– Y no contribuye a disminuirla el hecho de que sea notablemente más alta que tú -dijo Patrick, riéndose-. Madres y tías y hermanas odian eso. Verás, ellas confiaban en que la segunda señora Delmonico fuera una agradable chica italiana de Holloman este. Pero a ti no te atraen las chicas agradables, italianas o no. Y yo prefiero con mucho a Desdemona antes que a Sandra. Desdemona tiene cerebro.

– Eso dura más que la cara o el tipo.

El caso se dio oficialmente por cerrado aquella tarde. Una vez archivado el informe del investigador médico, el Departamento de Policía de Holloman se vio obligado a admitir que no había encontrado pruebas que implicaran a Claire Ponsonby en los asesinatos. Si Carmine hubiera tenido tiempo, es posible que hubiera ido a Silvestri a pedirle que reabrieran el asesinato de Leonard Ponsonby, la mujer y la niña en 1930, pero el crimen no espera a nadie, y menos a un detective. Dos semanas después de que Charles Ponsonby muriera a balazos, un caso de drogas estaba reclamando toda la atención de Carmine. ¡Devuelta a terrenos conocidos! Criminales que él sabía que eran culpables, su ingenio dedicado a reunir pruebas para llevarles ante la justicia.

30

Lunes, 28 de marzo de 1966

El hacha cayó sobre el Centro Hughlings Jackson para la investigación neurológica a finales de marzo.

Cuando el consejo de administración se reunió en la sala de juntas del Hug a las diez de la mañana, estaban presentes todos sus miembros salvo el profesor Robert Mordent Smith, a quien habían dado de alta en Marsh Manor dos semanas antes, pero que se negaba a salir de su sótano o dejar sus trenes. Algo embarazoso para Roger Parson Junior, que detestaba pensar que hubiera podido equivocarse tanto al juzgar a Bob Smith.

– Como directora gerente, señorita Dupre, haga el favor de tomar asiento -dijo Parson secamente; luego miró inquisitivamente a Tamara-. Señorita Vilich, ¿está usted lista para tomar notas?

Una pregunta legítima, ya que aquella señorita Vilich no se parecía a la mujer que los Parson habían conocido previamente. Había perdido el seso, o esa impresión tenía Richard Spaight.

– Sí, señor Parson -dijo Tamara en tono apagado.

El presidente Mawson Macintosh ya sabía lo que el decano Wilbur Dowling sólo sospechaba; no obstante, la certeza de uno y las fundadas sospechas del otro se traducían en caras satisfechas y actitudes relajadas. La Universidad Chubb iba a heredar el Hug, eso era seguro, junto con una enorme suma de dinero, que no se dedicaría a la investigación neurológica.

Con sus gafas de media luna colgadas sobre el filo de su delgada nariz, Roger Parson Junior procedió a leer el informe jurídico según el cual la última voluntad y testamento de su llorado tío había incurrido en causa de nulidad en lo referente al fideicomiso que financiaba el Hug. Le llevó tres cuartos de hora leer un texto más árido que la arena del Sahara, pero los obligados a escucharlo lo hicieron con expresiones de atención y avidez, excepción hecha de Richard Spaight, sobre quien recaería la carga de los aspectos más tediosos del asunto. Giró su silla para quedar de cara a la ventana y observó dos remolcadores escoltando un gran barco petrolero hasta su atracadero junto al nuevo complejo de almacenaje de hidrocarburos, al pie de la calle Oak.

– Por supuesto, podríamos limitarnos a absorber el capital de ciento cincuenta millones más sus intereses acumulados en nuestro grupo empresarial -dijo Parson al concluir su perorata-, pero no habría sido ése el deseo de William Parson; de eso, nosotros, sus sobrinos y sobrino-nietos, estamos convencidos.

«Ja, ja, ja -pensó M.M.-, ¡y un jamón, que no queríais absorberlo todo! Pero abandonasteis la idea después de que yo os dijera que la Chubb lo impugnaría. Como mucho, podéis escamotear los intereses acumulados, que en sí mismos ya constituyen un incremento bastante interesante y sustancioso del capital de Productos Parson.»

– Proponemos en consecuencia que la mitad del capital sea cedido a la Facultad de Medicina de la Chubb para financiar los nuevos objetivos del Centro Hughlings Jackson en la configuración que adopte en lo sucesivo. Y la otra mitad del capital será transferida a la Universidad Chubb al objeto de financiar las grandes infraestructuras de cualquier tipo que decida su consejo de administración. Siempre y cuando cada unidad infraestructural lleve el nombre de William Parson.

«¡Qué rico!», podía leerse en el rostro del decano Dowling, en tanto que la cara de M.M. permanecía complacientemente impasible. El decano Dowling estaba considerando la transformación del Hug en un centro para la investigación de las neurosis orgánicas. Había tratado de convencer a la señorita Claire Ponsonby de que donara el cerebro de su difunto hermano a la investigación, pero obtuvo una cortés negativa. ¡Ése sí que era el cerebro de un psicótico! No es que esperara hallar alteraciones anatómicas sustanciales, pero confiaba en que sí atrofias localizadas en el córtex prefrontal o alguna aberración en el corpus striatum. Incluso un pequeño astrocitoma.

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