Colleen Mccullough - On, Off

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El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

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Los pensamientos de Mawson Macintosh giraban en torno a la naturaleza de los edificios que llevarían el nombre de William Parson. Uno de ellos debía ser una galería de arte, aunque permaneciera vacía hasta que hubiera muerto el último de los Parson. ¡Ojalá no tardara en llegar ese día!

– Señorita Dupre -continuó diciendo Roger Parson-, será responsabilidad suya hacer circular esta comunicación oficial -la empujó a través de la mesa- entre todos los miembros del personal del Centro Hughlings Jackson, auxiliar y docente. La clausura tendrá lugar el viernes veintinueve de abril. El equipamiento y mobiliario se dispondrá conforme a los deseos del decano de la Facultad de Medicina. Es decir, a excepción de determinados bienes que se donarán a los laboratorios del investigador médico del condado de Holloman como muestra de nuestro aprecio. Uno de dichos bienes será el nuevo microscopio electrónico. Verá, tuve una charla con el gobernador de Connecticut, que me comentó la importancia que está adquiriendo la ciencia de la medicina forense, y la escasez de los recursos con que está dotada.

«¡No, no, no! -pensó el decano Dowling-. ¡Ese microscopio es mío!

– El presidente Macintosh me ha garantizado -prosiguió Roger Parson Junior- que podrá quedarse todo el personal que lo desee. No obstante, los salarios y retribuciones se revisarán con arreglo a la política fiscal ordinaria de la Facultad de Medicina. Los miembros de rango docente que deseen continuar quedarán bajo el mando del profesor Frank Watson. Para los que no deseen quedarse, señorita Dupre, dispondrá usted indemnizaciones por despido equivalentes a un año de salario más las aportaciones correspondientes a fondos de pensiones. -Se aclaró la garganta y se ajustó las gafas en una posición más cómoda-. Hay dos excepciones a estas disposiciones. Una se refiere al profesor Bob Smith, quien, desgraciadamente, no está lo bastante bien para retomar ningún tipo de práctica médica. Dado que su contribución a lo largo de los dieciséis años de su administración ha sido formidable, hemos acordado que se le compense en la forma descrita en este documento. -Propulsó hacia Desdemona otra hoja de papel-. La segunda excepción es usted misma, señorita Dupre. Desafortunadamente, el cargo de director gerente desaparecerá, y el presidente Macintosh me ha dado a entender que será imposible encontrarle un puesto equivalente en la universidad. Así pues, hemos acordado que su propia indemnización por despido consistirá en lo enumerado aquí. -Una tercera hoja de papel.

Desdemona le echó un vistazo furtivo. Dos años de salario más todas las aportaciones a fondos de pensiones. Si se casaba y dejaba de trabajar, con el promedio de ingresos tendrían más que suficiente.

– Tamara, enciende las cafeteras -dijo.

– Le doy dos años al decano Dowling para llevar el Hug a la ruina -le dijo a Carmine aquella noche-. Tiene demasiado de psiquiatra y demasiado poco de neurólogo para sacar lo mejor de una unidad de investigación bien gestionada. Los investigadores del tipo de los más chiflados le engañarán. Dile a Patrick que no sea tímido con lo del equipo, Carmine. Que lo coja mientras tiene el viento a favor.

– Te besará las manos y los pies, Desdemona.

– Pues no debiera, no ha sido cosa mía. -Suspiró satisfecha-. En fin, tu prometida viene con dote. Si puedes permitirte mantenernos a mí y a cuantos niños consideres suficientes, mi dote debería bastar para comprarnos una casa realmente decente. Me encanta este apartamento, pero no es adecuado para criar una familia.

– No -dijo él, cogiéndole las manos-, tú quédate con tus ahorros. Así, si cambias de opinión, tendrás suficiente para volver a casa, a Londres. Tengo dinero de sobras, de verdad.

– Bueno -dijo ella-, entonces piensa en esto, Carmine. Cuando leyó la circular de Roger Parson Junior, Addison Forbes se subía por las paredes. ¿Trabajar a las órdenes de Frank Watson? ¡Preferiría morir de sífilis terciaria! Ha anunciado que se va a Harvard a trabajar con Nur Chandra, pero tengo la impresión de que en Harvard andan sobrados de neurólogos clínicos, así que espero que Addison no esté conteniendo la respiración. La cosa es que la casa de los Forbes me vuelve loca. Si efectivamente ellos se mudan, supongo que la venderán por una fortuna, pero ¿tenemos alguna posibilidad financiera de comprarla? ¿Tienes esto en propiedad o es de alquiler?

– Es un condominio, lo tengo en propiedad. Creo que podrimos hacernos con la casa de los Forbes, si tanto te gusta. Su ubicación es ideal: Holloman este, el barrio de mi familia. Intenta que te guste mi familia, Desdemona -suplicó-. Mi primera mujer pensaba que la espiaban, porque mi madre, o la madre de Patsy, o alguna de nuestras hermanas estaban siempre pasándose por casa. Pero no se trataba de eso. Las familias italianas están muy unidas.

Aunque su aspecto no había cambiado tanto, Carmine, por alguna razón, no la encontraba tan poco agraciada como antes. No era que el amor le cegara; que el amor le había abierto los ojos sería mejor manera de expresarlo.

– Soy más bien tímida -le confesó, apretándole los dedos-, y por eso a veces parezco un poco esnob. No creo que me cueste nada cogerle cariño a tu familia, Carmine. Y una de las razones porque tengo tanto empeño en hacernos con la casa de los Forbes es la torre. Si Sophia quisiera venir a vivir con nosotros algún día, tal vez matricularse en la escuela Dormer Day y más adelante en la universidad, que dicen que van a hacer mixta, sería ideal para ella. Por lo que me has dicho, creo que Sophia necesita un verdadero hogar, no el palacio de Hampton Court. Si no la enganchas ahora, de aquí a un año se irá a Haight-Ashbury y se te habrá escapado.

A Carmine se le llenaron los ojos de lágrimas.

– No te merezco -dijo.

– ¡Tonterías, seguro que sí! Las personas siempre se llevan lo que se merecen.

Quinta parte

PRIMAVERA-VERANO 1966

31

En la semana que siguió al auto de procesamiento de Wesley le Clerc por el asesinato de Charles Ponsonby, el ánimo de la opinión pública varió en todo el Estado, ardorosamente exaltado por la televisión. La indignación colectiva ante la existencia del Monstruo de Connecticut aumentó en vez de diluirse; se le consideró una prueba de la impiedad, de la decadencia moral, la ausencia de ética de un mundo enloquecido bajo la presión de la modernidad y la avalancha de la tecnología. La comunidad estaba tolerando aquellos juegos genéticos, permitiendo que engendraran un nuevo tipo de asesinos; sin embargo, todo el mundo pasaba por alto el hecho de que éstos aparentaban ser ciudadanos comunes y respetuosos con la ley. O que, ciertamente, se estaban multiplicando.

Wesley logró su deseo: se había convertido en un héroe. Aunque un alto porcentaje de sus admiradores eran de raza negra, muchos otros no lo eran, y todos ellos estaban convencidos de que Wesley le Clerc había hecho justicia más allá de las posibilidades de la ley.

Aunque el carácter tendencioso de las leyes, a favor de los blancos, había desaparecido ya en algunos estados y llevaba el mismo camino en otros, no siempre era fácil apreciarlo. Era más fácil ver a los familiares de algunas de las víctimas del Monstruo aparecer en algún programa de televisión en que se les hacían preguntas que ofendían a la moral, o sencillamente a la buena educación. ¿Qué sintió al ver la cabeza de su hija metida en un bloque de plástico transparente? ¿Lloró usted? ¿Se desmayó? ¿Qué opina de Wesley le Clerc?

Wesley había sido acusado de asesinato en primer grado con premeditación, y la discusión legal parecía centrarse únicamente en dicha premeditación. Tras ponerse a sí mismo en el primer plano de la información, Wesley sabía perfectamente que si quería permanecer allí, debía ir a juicio. Declararse culpable significaría que su única aparición ante el juez sería para oírle dictar sentencia. En consecuencia, se declaró inocente, y se dictó contra él prisión preventiva sin posibilidad de fianza. Tras esa audiencia, en el exterior del juzgado, Wesley fue abordado por un abogado blanco de altura, que se presentó como el coordinador de su flamante equipo de defensa. Un puñado de otros abogados blancos y de postín que se arremolinaban tras él constituían el resto del equipo. Para su espanto, Wesley les rechazó.

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