Colleen Mccullough - On, Off

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El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

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«Muérete de envidia, Mohammed el Nesr, estás acabado. Ahora mando yo.»

32

Carmine y Desdemona se casaron a principios de mayo, y decidieron pasar la luna de miel en Los Angeles como huéspedes de Myron Mendel Mandelbaum; la réplica del palacio de Hampton Court era tan enorme que su presencia no incomodaba en lo más mínimo a Myron ni a Sandra. Myron estaba a su disposición tan pronto como le llamaban, en tanto que Sandra vagaba flotando en una semiinconsciencia. Un poco para sorpresa de Carmine y Myron, Sophia decidió que le gustaba Desdemona, cuya hipótesis al respecto fue que su nueva hijastra aprobaba la forma, natural y sin zalamerías, en que su nueva madrastra la trataba. Como a un adulto responsable y sensato. Los augurios eran propicios.

De vuelta en Holloman no era todo tan propicio. Como si el Hug no hubiera padecido bastantes sobresaltos y escándalos en los meses previos, los estertores de su agonía produjeron aún uno más, cuando la señora Robin Forbes denunció ante la policía que su marido la estaba envenenando. Al ser interrogado por los recientemente condecorados sargentos Abe Goldberg y Corey Marshall, el doctor Addison Forbes rechazó la acusación con desdén y aversión, les invitó a tomar muestras de todos los alimentos y líquidos que hallaran en la casa, y se retiró a su guarida. Cuando los análisis (incluidos los de vómitos, heces y orina) dieron negativo, Forbes empaquetó sus libros y papeles, hizo dos maletas y se fue a Fort Lauderdale. Allí se unió a una lucrativa consulta de neurología geriátrica; cosas tales como la apoplejía y la demencia senil nunca le habían interesado, pero eran infinitamente preferibles al profesor Frank Watson y a la señora Robin Forbes, a quien presentó una demanda de divorcio. Cuando los abogados de Carmine se pusieron en contacto con él para comprarle la casa de East Circle, él se la vendió por menos de lo que valía para vengarse de Robin, que pedía la mitad. Tras una lucha angustiosa por decidir cuál de sus hijas la necesitaba más, Robin se mudó a Boston con la ginecóloga en ciernes, Roberta. Robina envió a su hermana una carta de condolencia, pero lo cierto es que Roberta estaba encantada de tener un ama de llaves.

Todo lo cual significó que Desdemona estuvo en condiciones de ofrecer a Sophia la posesión de la torre.

– Es bastante ideal -le dijo en tono indiferente, tratando de no sonar demasiado entusiasta-. El cuarto de arriba tiene una azotea… Podrías usarlo como cuarto de estar; y en el cuarto de debajo se puede hacer un pequeño dormitorio, si lo recortamos un poco para poner un baño y una cocinita. Carmine y yo hemos pensado que a lo mejor podrías acabar el bachillerato en la Dormer, y luego elegir una buena universidad. ¿Quién sabe? Puede que la Chubb sea mixta antes de que cumplas la edad de matricularte. ¿Te interesaría?

La sofisticada adolescente chilló de alegría; Sophia se lanzó sobre Desdemona y la abrazó.

– ¡Oh, sí, por favor!

Julio estaba a punto de finalizar cuando Claire Ponsonby hizo llegar a Carmine un mensaje diciendo que le gustaría verle. Su petición fue una sorpresa, pero ni siquiera ella tenía el poder de aguar su humor optimista en aquel precioso día de capullos en flor y trinos de pájaros. Sophia había llegado de Los Angeles dos semanas antes, y todavía estaba tratando de decidir si quería pintura o papel pintado en las paredes interiores de su torre. A Carmine le asombraba la cantidad de temas de conversación que encontraban Desdemona y ella, como le asombraba su en tiempos envarada esposa. Qué sola había debido de sentirse, haciendo economías y ahorrando para pagarse una vida que, a juzgar por la forma en que se adaptó al matrimonio, nunca la hubiera satisfecho. Aunque tal vez se debiera en parte a su embarazo, una pizca anterior al día de su boda; el bebé nacería en noviembre, y Sophia se moría de impaciencia. No era de extrañar, en definitiva, que ni siquiera Claire Ponsonby tuviera en su mano arruinar su sensación de bienestar, de más bien tardía plenitud.

La perra y ella le aguardaban en el porche. Había dos sillas colocadas en torno a una mesita blanca de mimbre que sostenía una jarra de limonada, dos vasos y un plato de pastas.

– Teniente -dijo ella conforme el subía las escaleras.

– Ahora, capitán -dijo él.

– ¡Caramba, caramba! Capitán Delmonico. Suena bien. Siéntese, por favor, y tome un poco de limonada. Es una vieja receta familiar.

– Gracias, me sentaré, pero no quiero limonada.

– No comería ni bebería usted nada que hayan preparado mis manos, ¿no, capitán? -preguntó ella con dulzura.

– Francamente, no.

– Se lo perdono. Sentémonos sin más, entonces.

– ¿Por qué quería verme, señorita Ponsonby?

– Por dos razones. La primera, que voy a mudarme, y aunque, según me han dicho mis abogados, nadie puede impedirme que lo haga, consideraba importante informarle del hecho. Hice cargar las cosas que quiero llevarme en la furgoneta de Charles, y he contratado a un estudiante de la Chubb para conducirla y que nos lleve a Biddy y a mí a Nueva York esta noche. He vendido el Mustang.

– Creía que Ponsonby Lane 6 era su domicilio hasta la muerte.

– He descubierto que ningún sitio es mi hogar sin mi querido Charles. Luego recibí una oferta por esta propiedad que simplemente no podía rechazar. Está usted excusado si pensaba que nadie querría comprarla, pero no es así. El mayor F. Sharp Menor me ha pagado una suma muy jugosa por lo que, según creo, piensa convertir en un museo de los horrores. Varias agencias de viajes de Nueva York han convenido en programar visitas de dos días. Primer día: viaje a su aire en autobús por el encantador paisaje rural de Connecticut, cene y pase la noche en el motel Mayor Menor; lo está reformando para hacerlo más elegante. Segundo día: una visita guiada por la guarida del Monstruo de Connecticut, incluida una travesía a gatas por su legendario túnel. Alimente a los ciervos, cuya presencia a la salida del túnel está garantizada. Vuelva paseando al cubil del Monstruo para ver catorce réplicas de las cabezas en su emplazamiento original. Naturalmente, habrá una banda sonora con gritos y aullidos. El mayor está remodelando el viejo salón para hacer un comedor para treinta personas y convertirá nuestro viejo comedor en una cocina. Después de todo, no puede tener a un chef preparando la comida en un horno Aga mientras la gente lo ve abrirse y cerrarse. Luego, autobús de vuelta a Nueva York -dijo Claire desapasionadamente.

¡Dios, qué sarcasmo! Carmine la escuchaba sentado, cautivado, contento de que ella no pudiera observar su boca abierta.

– Pensaba que no se creía usted nada de eso -dijo al cabo.

– Y así es. No obstante, me aseguran que tales cosas se dan. Si ése es el caso, merezco sacar de ello un beneficio. Me dan la oportunidad de empezar de nuevo lejos de Connecticut. Estoy pensando en Arizona o Nuevo México.

– Le deseo suerte. ¿Cuál es la segunda razón?

– Una explicación -dijo ella, en tono más suave, más parecido al de la Claire con quien él había simpatizado, y por la que había sentido aprecio-. Le eximo de ser el estereotipo del policía brutal, capitán. Siempre me pareció usted un hombre consagrado a su trabajo: sincero, altruista incluso. Puedo entender que me considerara sospechosa de esos horribles crímenes, puesto que sigue usted insistiendo en que el asesino era mi hermano. Mi propia teoría es que a Charles y a mí nos engañaron, que alguna otra persona llevó a cabo las… eh… reformas en nuestros sótanos. -Suspiró-. Sea como fuere, he decidido que es usted lo bastante caballeroso para poder hacerme algunas preguntas, como lo haría un caballero: con cortesía y discreción.

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