Colleen Mccullough - On, Off

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El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

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A Kurt Schiller no le sorprendió. Nunca le había gustado Charles Ponsonby, de quien había llegado a pensar que ocultaba su homosexualidad; la actitud de Chuck era de una complicidad excesivamente sutil, y su afición al arte hablaba de un mundo de pesadilla oculto tras su fachada anónima. No tanto por el objeto de sus gustos, más bien por algo que emanaba de su persona. En su agenda particular, Kurt le tenía catalogado entre los chicos de cuero y cadenas, muy metidos en el rollo del dolor, aunque Schiller siempre se lo había imaginado en el lado de los que reciben. El tipo pasivo que se arrastra para servir a algún amo aterrador. Bien, evidentemente, él, Kurt, estaba equivocado. Charles era un auténtico sádico; tenía que serlo, para hacer eso a aquellas pobres criaturas. Por lo que a él mismo se refería, Kurt no esperaba nada. Sus credenciales le garantizaban un puesto de trabajo, pasara con el Hug lo que pasase, y tenía el germen de una idea sobre la transmisión de enfermedades entre especies que sabía que atraería el interés del director de cualquier equipo de investigación. Ahora que la foto de papá con Adolf Hitler había quedado reducida a cenizas en la chimenea y que su homosexualidad era de dominio público, se sentía preparado para afrontar la nueva vida que aspiraba a llevar. No en Holloman. En Nueva York, entre sus pares.

– ¡Otis -gritó Tamara desde la puerta-, te necesitan en casa, así que ponte en marcha! No he entendido una palabra de lo que decía Celeste, pero es una emergencia.

Don Hunter y Billy Ho se colocaron cada uno a un lado de Otis para ayudarle a salir de la fila de asientos.

– Ya le llevamos nosotros, Desdemona -dijo Don-. No podemos permitir que se acelere su frágil corazón.

Cecil Potter vio la grabación del Canal 6 en diferido por la CBS, en Massachusetts, con Jimmy en las rodillas.

– Tío, ¿has visto eso? -preguntó al mono-. ¡Hola, hola! ¡Yupi-yei! ¡Cómo me alegro de haberme largado de allí!

Cuando Carmine abrió la puerta de su casa aquella noche, Desdemona se abalanzó sobre él llorando sonoramente, golpeándole una y otra vez en el pecho, enfadada. Moqueaba por la nariz y tenía los ojos anegados.

Sintiéndose reconfortado, él la tendió con ternura en el sofá nuevo que había comprado, porque las butacas estaban muy bien para charlar, pero no había nada mejor que un sofá para que dos personas se besuquearan a gusto. Dejó que amainara la tormenta de lágrimas e ira, meciéndola y susurrando, y finalmente le limpió la cara con su pañuelo.

– ¿A qué ha venido todo esto? -preguntó, conociendo de antemano la respuesta.

– ¡Es por ti! -dijo ella, hipando-. ¡Maldito he-he… héroe!

– Ni maldito ni héroe.

– ¡Maldito héroe! ¡Saltando en medio para recibir los ba-ba… balazos! ¡Oh, te hubiera matado!

– Yo también me alegro de verte -dijo él, entre risas-. Ahora levanta las piernas y prepararé un par de copitas de coñac.

– Sabía que te quería -dijo ella más tarde, calmada ya-, pero ¡vaya forma de descubrir cuánto te quiero! Carmine, no quiero vivir en un mundo en que no vivas tú.

– ¿Quiere eso decir que prefieres ser la señora de Delmonico a vivir en Londres?

– Sí.

Él la besó con amor, gratitud, humildad.

– Trataré de ser un buen marido para ti, Desdemona, pero ya has visto un avance televisado de lo que conlleva la vida de un poli. El futuro no será muy distinto: largas horas, ausencias, balas perdidas. De todos modos, creo que debe de haber alguien protegiéndome. De momento, sigo de una pieza.

– Siempre que te quede claro que cada vez que hagas tonterías de ese tipo te daré una paliza.

– Tengo hambre -fue su respuesta-. ¿Qué tal un poco de comida china?

Ella dejó ir un sonoro suspiro de satisfacción.

– Acabo de caer en que ya no corro peligro. -Una nota de ansiedad asomó a su voz-. ¿O sí?

– El peligro ha pasado, me juego mi carrera. Pero no tiene sentido que te busques otro apartamento. No voy a permitir que te vayas de éste. Vivir en pecado está de moda.

– Lo malo es -le dijo más tarde, tendidos en la cama- que hay demasiadas cosas que continúan siendo un misterio. Dudo que Ponsonby hubiera hablado jamás, pero al morir él se perdió toda esperanza de que lo hiciera. ¡Wesley le Clerc! De él ya nos ocuparemos mañana.

– ¿Te refieres al asesinato de Leonard Ponsonby? ¿A la identidad de la mujer y la niña? -Carmine se lo había contado todo.

– Sí. Y ¿quién excavó el túnel? ¿Cómo se las arregló Ponsonby para meter todo aquel equipamiento en su matadero, desde un generador a una puerta de caja fuerte de banco? ¿Quién se encargó de la fontanería? ¡Un trabajo monumental! El techo del lugar está a casi diez metros bajo tierra. La mayoría de los sótanos, a tres metros, o a cuatro y medio, ya son húmedos, pero ése está más seco que un hueso viejo. Los técnicos del condado están fascinados, deseando examinar sus drenajes.

– ¿Y tú crees que Claire es el segundo Fantasma?

– «Creer» no es el término adecuado. Mi instinto me dice que lo es; mi cabeza que no puede serlo. -Suspiró-. Si el segundo Fantasma es ella, se las ha arreglado para irse de rositas.

– No te preocupes -le consoló ella, acariciándole el pelo-. Al menos, se han acabado los asesinatos. No van a raptar a más chicas. Claire no podría hacerlo sola, es una mujer y padece una discapacidad severa. Así que date por contento, Carmine.

– Que me dé por estúpido, querrás decir. He estado metiendo la pata con este caso de principio a fin.

– Sólo porque era un nuevo tipo de crimen cometido por un nuevo tipo de criminal, mi amor. Eres un policía sumamente competente y extraordinariamente inteligente. Considera el caso Ponsonby como una nueva experiencia de la que aprender. La próxima vez, te irán mejor las cosas.

Él se estremeció.

– Por mí, Desdemona, mejor que no haya próxima vez. Los Fantasmas son un caso excepcional.

Ella no dijo más, pero se preguntó si sería así.

29

Viernes, 11 de marzo de 1966

A Patrick, Paul y Luke les llevó un poco más de una semana repasar todo lo que el escenario de los asesinatos de Ponsonby tenía que ofrecerles, de la mesa de operaciones al baño. El informe final de Patrick y su equipo forense señalaba a las claras que había sido una suerte pillar a Charles Ponsonby desnudo, inclinado sobre una chica secuestrada desnuda y atada a una cama preparada para la tortura.

«El lugar estaba más limpio que Lady Macbeth. Con sus huellas dactilares por todas partes, sí, pero es suyo y está debajo de su casa, así que ¿por qué no? Pero de sangre, fluidos corporales, restos de carne o pelo humanos… ni vestigios, ni trazas, ni partículas microscópicas. En cuanto a Claire, ni una huella, ni siquiera en la palanca detrás del horno.»

Habían reconstruido las técnicas de limpieza de Ponsonby y se quedaron pasmados ante la cantidad de trabajo que suponían, su carácter obsesivo. Por su formación médica, sabía que el calor fijaba la sangre y los tejidos, de modo que la manguera que usaba en primer lugar y la pistola de agua que pasaba a continuación se alimentaban de agua fría; la hornacina de los talismanes se sellaba mediante una puerta corrediza de acero. Cuando todas las superficies estaban secas de nuevo, las limpiaba con vapor a presión. Finalmente, lo fregaba todo con éter. Sus instrumentos quirúrgicos, el gancho de carnicero y su cabrestante, así como las fundas de pene los bañaba con una solución disolvente antes de someterlos al resto de tratamientos. Además, los pasaba por un autoclave.

Tras comprobar que en la habitación no había nada, empezaron con los desagües, con una aspiradora alimentada por compresor que aspiró agua sin materia orgánica. Forzar el reflujo no funcionó, lo que llevó a los técnicos del condado a pensar que los vertidos no se depositaban en una fosa séptica. El desagüe de Ponsonby iba a verter en alguna corriente subterránea, abundantes en las cercanías. La única esperanza que les quedaba era desenterrar sus tuberías y seguirlas.

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