– ¡La Biblia! -gritó-. ¡No me cite la Biblia! -Él no dijo nada, pues no lo había hecho. Ella añadió de repente-: Me voy arriba. ¿Sería tan amable de darle recuerdos a Tess cuando la vea? ¡Me hubiera gustado hacerle un regalo de cumpleaños!
Cuando Archery llegó a la casa del médico, el punzante dolor de su mano, que palpitaba como un segundo corazón, sofocaba cualquier otro tipo de sensación. Reconoció inmediatamente al doctor Crocker, y éste también se acordaba de él.
– Se está divirtiendo mucho estas vacaciones -dijo Crocker. Tuvo que hacer una sutura en el dedo y ponerle la vacuna antitetánica-, Primero el muchacho muerto y ahora esto… Lo siento, pero puede que le duela. Tiene usted una piel muy gruesa.
– ¿De veras? -Mientras se remangaba la camisa, Archery no pudo evitar una sonrisa-. Quisiera preguntarle algo. -Sin perder el tiempo con explicaciones, le expuso la duda que le venía atormentando desde que abandonó Victor’s Piece-. ¿Es posible?
– ¿A principios de octubre? -Crocker le miró con simpatía-. Mire, ¿es una cuestión personal?
Archery leyó sus pensamientos y sonrió.
– No exactamente -dijo-. Es, como se suele decir, en interés de un amigo.
– Bueno, es muy improbable. -Crocker sonrió-. Se conocen muy pocos casos, son contadísimos. Se puede decir que se registran para la historia médica.
Archery asintió y se levantó para irse.
– Tendré que volver a ver ese dedo -le dijo el doctor-. O si no, vaya a hacerle una visita a su médico de cabecera. Tiene que ponerse otras dos inyecciones. Vaya a verle cuando regrese a casa, ¿de acuerdo?
A casa… sí, mañana estaría en casa. Su estancia en Kingsmarkham no había sido precisamente muy tranquila, no obstante, Archery sentía esa curiosa sensación que se experimenta cuando se está a punto de abandonar un lugar de veraneo que acaba por resultar más familiar que el propio hogar.
Había paseado por High Street todos los días, algo que no hacía con mucha frecuencia por la calle principal de Thringford. Para él, eran tan conocidas la farmacia, la tienda de ultramarinos, la pañería como para las amas de casa de Kingsmarkham. Además, el lugar era francamente bonito. De repente le entristeció no haber prestado apenas atención a su belleza, pero pensó que siempre asociaría esa ciudad con un amor perdido y una búsqueda fracasada.
Las farolas, algunas de ellas antiguas, con fanales de hierro forjado, iluminaban los callejones que serpenteaban entre los muros de piedra, los patios de las cocheras y los jardines de los cottages. La débil luz amarillenta amortiguaba el color de las flores, confiriéndoles una luminosa palidez. Media hora antes quedaba suficiente luz para leer; ahora la oscuridad se adueñaba del lugar y desde la calle podían verse las luces de las lámparas a través de las ventanas. El cielo amenazaba lluvia y se veían algunas estrellas a través de los escasos claros que se abrían entre las nubes algodonosas. La luna no había salido aún.
El Olive and Dove estaba brillantemente iluminado y el aparcamiento, lleno de coches. A través de las puertas de cristal que separaban el vestíbulo del bar Archery vio que estaba atestado de gente. Había grupos y parejas de jóvenes sentados en taburetes y alrededor de pequeñas mesas de roble negro. Archery habría dado cualquier cosa para ver a Charles entre ellos, echando la cabeza hacia atrás para reírse y posando la mano encima del hombro de alguna muchacha bonita. No una muchacha bella, intelectual y con un pasado que la marcaba para siempre sino mona, aburrida y complicada. Pero Charles no estaba allí. Archery lo encontró en el salón, a solas, escribiendo una carta. Apenas había transcurrido unas horas desde que el muchacho se despidió de Tess, y ya le estaba escribiendo…
– ¿Dónde has estado…? ¿Qué te ha pasado en la mano?
– Haciendo trizas el pasado.
– No te hagas el misterioso, papá. Eso no te va. -Hablaba con amargura y resentimiento. Archery se preguntó por qué la gente dice que el sufrimiento templa el carácter y por qué él mismo se lo había dicho a sus propios feligreses en varias ocasiones. Escuchó la voz reprobadora, quejumbrosa y egoísta de su hijo-. Hace dos horas que quiero escribir la dirección en este sobre, pero no he podido porque no sé dónde vive la tía de Tess. -Charles le lanzó una mirada amarga y acusadora-. Tú la apuntaste. No me digas que la has perdido.
– Aquí la tienes. -Archery sacó la tarjeta de su bolsillo y la dejó caer encima de la mesa-. Voy a telefonear a tu madre para decirle que mañana estaremos en casa.
– Subiré contigo. Este sitio está muerto por la noche.
¿Muerto? El bar estaba lleno de gente, muchos de ellos seguramente eran tan exigentes como Charles. Si Tess hubiese estado entre ellos no habría estado «muerto». De pronto, Archery decidió que Charles tenía derecho a ser feliz, y si su felicidad dependía de Tess, él tenía que conseguirla. Por lo tanto, era imprescindible que la hipótesis que estaba formulando no resultase errónea.
Al llegar al umbral de su habitación, el clérigo se detuvo y puso la mano hacia el interruptor de la luz pero no lo apretó. Allí en la oscuridad con Charles a sus espaldas, le vinieron a la mente las imágenes de Wexford, aquel primer día en la comisaría. Se había mostrado inflexible: «Me opongo totalmente a la boda», le había dicho al inspector jefe. ¡Qué diferentes veía ahora las cosas! Pero entonces él desconocía lo que era suspirar por una voz y una sonrisa. Comprender de verdad no significaba simplemente perdonar algo, era sentirlo en tu propio espíritu y tu propia carne.
Por encima de su hombro. Charles dijo:
– ¿No encuentras el interruptor? -Levantó la mano y tocó la de su padre que descansaba sobre la fría y seca pared. La habitación se llenó de luz-. ¿Te encuentras bien? Pareces agotado.
Acaso fue la inhabitual suavidad de su voz lo que le conmovió. Archery sabía lo fácil que era ser amable cuando uno se siente feliz y lo imposible que resulta preocuparse por algo que no sea la propia pena cuando uno se halla inmerso en ella. De repente su corazón rebosó de amor, un amor difuso que, por primera vez en mucho tiempo, no tenía un objeto específico aunque en él estaban incluidos su hijo y su mujer. Con la dudosa esperanza de que su voz sonase dulce y amable, se dirigió al teléfono.
– Bueno, casi no te reconozco. -Fueron las primeras palabras que escuchó, llenas de resentimiento-. Pensaba que te había pasado algo. Empezaba a creer que te habías fugado con una amante.
– Nunca haría eso, cariño -dijo, con el corazón oprimido. Se sintió obligado a poner su fidelidad fuera de dudas y adoptando el grotesco lenguaje de la calle, añadió-: Kingsmarkham no destaca por sus tías buenas. Te he echado de menos. -No era sincero y lo que dijo a continuación también era mentira-. Estoy deseando volver a casa contigo. -Tendría que conseguir que se convirtiese en una verdad. Apretó la mano hasta el que dedo herido le empezó a doler, y mientras lo hacía pensó que con voluntad y tiempo llegaría a ser cierto…
– Utilizas unas expresiones muy raras -dijo Charles cuando Archery colgó-. ¡Tías buenas! ¡Me sorprendes, papá! -todavía sostenía la tarjeta postal, contemplándola absorto. Una semana antes, a Archery le habría maravillado que la dirección de una mujer y su caligrafía pudiesen fascinarle tanto.
– El sábado me preguntaste si había visto esto antes, si me sonaba. Bueno, sí que lo he visto. Es un extracto de una larga obra de teatro religiosa en verso. Una parte está escrita en prosa pero contiene canciones (himnos, en realidad) y ésta es la última estrofa de una de ellas.
– ¿Dónde lo has visto? ¿En Oxford? ¿En una biblioteca?
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