Pero Charles no le escuchaba. Como si estuviese esperando el momento desde hacía tiempo, le preguntó:
– ¿Dónde has estado esta noche? ¿Tiene algo que ver conmigo y con Tess?
¿Debía decírselo? ¿Estaba obligado a destruir los últimos vestigios de esperanza antes de tener algo real y probado para sustituirlos?
– Sólo fui a echar un último vistazo a Victor’s Piece. -Charles asintió con la cabeza. Parecía aceptarlo con toda naturalidad-. Me encontré a Elizabeth Crilling allí, escondida. -Le habló de las drogas y de los lamentables intentos de la muchacha para conseguir más pastillas, pero no se lo contó todo.
La reacción de Charles fue inesperada:
– ¿De qué se esconde?
– De la policía, supongo, o de su madre.
– ¿Quieres decir que la has dejado allí sola? -preguntó Charles indignado-. ¿A una desequilibrada como ella? Es capaz de hacer cualquier cosa. No sabes cuántas pastillas tendría que tomar para intoxicarse. Puede que se tome una sobredosis deliberadamente. ¿Se te ha ocurrido pensar en eso?
Ella le había acusado de desconsiderado, pero ni siquiera ese reproche le movió a hacer alguna cosa por ella. No pensó en que dejar a una joven sola en una casa vacía era una irresponsabilidad.
– Creo que debemos ir a Victor’s Piece e intentar convencerla de que regrese a su casa -dijo Charles. Al observar la repentina animación reflejada en el rostro de su hijo, Archery se cuestionó si era sincero o aquel arrebato de resolución era debido al deseo de hacer algo, lo que fuera, porque sabía que si se metía en la cama, no podría conciliar el sueño. Charles guardó la tarjeta postal en su bolsillo y dijo-: No te va a gustar la idea, pero creo que su madre debe acompañarnos.
– Se ha peleado con ella. Se comporta como si la odiase.
– No te preocupes. ¿Las has visto juntas alguna vez?
Sólo una mirada a través de una sala de audiencias, una mirada llena de un indescifrable e intenso sentimiento. No, nunca las había visto juntas. Pero sabía que si Charles estuviese solo y triste en algún lugar, y quizá al borde de quitarse la vida, a él, Archery, no le gustaría que fueran unos extraños los que le auxiliaran.
– Conduce tú -dijo dándole las llaves.
El reloj de la iglesia dio las once. Archery se preguntó si la señora Crilling se habría acostado ya. Por primera vez, pensó que tal vez estuviese preocupada por su hija. No se le había ocurrido pensar que estas dos mujeres sintieran emociones normales. Eran diferentes al resto de la gente, la madre era una enferma mental y la hija, una delincuente. Se preguntó si ésta era la razón por la que, en vez de mostrarse compasivo con ellas, se había limitado a utilizarlas. Al entrar en Glebe Road un reconfortante sentimiento brotó en su interior. Ahora que Elizabeth Crilling había podido deshacerse de sus fantasmas, no era demasiado tarde para salvarla, curar su vieja herida y rescatarla del caos en el que se hallaba.
Archery tenía frío y no llevaba nada para abrigarse. «En una noche de invierno es normal que haga frío -pensó-, pero hay algo deprimente e impropio en una noche de verano fría.» Noviembre con flores, un viento de noviembre que agitaba las hojas lozanas del verano. Era mejor no buscar presagios en la naturaleza.
– Charles, ¿cuál es la creencia religiosa que atribuye alma a todos los seres de la naturaleza? -preguntó.
– Animismo -dijo Charles. Archery tiritó.
– Ésta es la casa -dijo. Se apearon del coche. El número 23 estaba a oscuras.
– Estará en la cama.
– Pues tendrá que levantarse -dijo Charles, y pulsó el timbre. Volvió a llamar varias veces-. Es inútil. ¿Se puede entrar por detrás?
– Por aquí -dijo Archery y condujo a Charles bajo el arco arenoso. «Es como una cueva», pensó al tocar las paredes. Esperaba que estuviesen frías y húmedas pero, al tacto, resultaban secas y rugosas. Salieron a un callejón oscuro, apenas iluminado por la exigua luz procedente de los ventanales de la parte trasera de las casas. Un rectángulo amarillento, dividido por barras negras, se proyectaba en cada uno de los sombríos jardines, pero ninguno emergía de la ventana de la señorita Crilling.
– Debe haber salido -dijo Archery, mientras abrían la portilla de la reja de alambre-. No sabemos apenas nada sobre ellas. Ignoramos dónde puede haber ido o quiénes son sus amigos.
A través de la ventana vieron que la cocina y el vestíbulo estaban oscuros y vacíos. Para llegar a los ventanales tuvieron que abrirse paso entre una maraña de ortigas mojadas que les produjeron urticaria en las manos.
– Es una lástima que no hayamos traído una linterna.
– No tenemos ninguna linterna -objetó Archery. Miró dentro-. Tengo unas cerillas.
A la luz de la primera cerilla pudo apreciar que la habitación no había cambiado desde su primera visita, seguía llena de ropa tirada por el suelo y periódicos apilados contra la pared. La cerilla se apagó y la tiró al suelo. Al encender la segunda vio que había restos de comida sobre la mesa, un pan en rebanadas todavía envuelto en papel, una taza y un platillo, un bote de mermelada y un solo plato con una sustancia amarilla solidificada.
– Vale más que nos marchemos. No está aquí.
– La puerta no está cerrada -dijo Charles. Levantó la aldaba y la abrió sigilosamente. De golpe les envolvió un extraño olor a fruta y alcohol que no pudieron identificar.
– No podemos entrar. No tenemos ninguna justificación para forzar la entrada.
– No he forzado nada. -Charles tenía un pie al otro lado del umbral, pero se detuvo y, por encima del hombro, añadió-: ¿No te parece que hay algo raro aquí? ¿No lo sientes?
Archery se encogió de hombros. Ambos se hallaban ya dentro de la habitación. El olor era muy penetrante, pero no se distinguía nada más que los borrosos contornos de los muebles.
– El interruptor de la luz está a la izquierda, al lado de la puerta -dijo. Yo lo buscaré. -Se había olvidado de que su hijo era un hombre, de que era su sentido adulto de la responsabilidad lo que les había traído allí. En ese oscuro y maloliente lugar, eran sólo padre e hijo. El no debía hacer lo mismo que la señora Crilling y dejar que su hijo entrase primero-. Quédate aquí. -Pasó a tientas al lado de la mesa, apartó un pequeño sillón de su camino, se deslizó por detrás del sofá y buscó el interruptor-. ¡Quédate ahí! -Su voz cobró un tono más apremiante, agudizado por el miedo. En su recorrido, sus pies había tropezado con los desperdicios esparcidos por el suelo, un zapato y algo que le pareció un libro abierto, pero ahora el obstáculo era más grande y más sólido. Se le erizaron los cabellos. Era ropa, sí, pero entre ella había algo pesado e inerte. Cayó de rodillas y extendió sus manos para poder palpar aquel bulto-. ¡Dios mío…!
– ¿Qué ocurre? ¿Qué diablos está pasando? ¿No encuentras la luz?
Archery no pudo articular palabra. Había retirado sus manos, que estaban mojadas y pringosas. Charles había cruzado la habitación. Al encender la luz, la oscuridad se desvaneció hiriéndole la vista. Archery cerró los ojos. Por encima de él, oyó a su hijo gritar una exclamación ininteligible.
Abrió los ojos y la primera cosa que vio fueron sus manos teñidas de rojo.
– ¡No mires! -exclamó Charles, adelantándose a las propias palabras de su padre. Ellos no eran policías y, por lo tanto, no estaban acostumbrados a ese tipo de escenas; cada uno de ellos intentaba evitarle al otro el horror.
Pero ya era tarde. La señora Crilling yacía muerta en el suelo entre el sofá y la pared. La frialdad de su cuerpo llegó hasta las manos de Archery a través de los volantes rosas que cubrían a la mujer desde el cuello hasta los tobillos. Al ver su cuello apartó inmediatamente la vista, en él había una media atada.
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