Ella se echó a reír, pero dejó de hacerlo cuando advirtió la consternación en el semblante de Archery.
– Creo que los dos nos hemos estado engañando. Ide era mi apellido de soltera, el que utilizaba cuando era modelo.
Él se dio media vuelta y apretó la palma sudorosa de su mano contra el mármol. Imogen dio un paso hacia él y le envolvió con el olor de su perfume.
– ¿La señora Primero era el pariente a quien pertenecía esta casa y que está enterrado en el cementerio de Forby? -Archery no tuvo que esperar su respuesta, la percibió en su mirada. Prosiguió- No me explico cómo he podido ser tan estúpido. -Era peor que eso, había hecho el ridículo. ¿Qué pensaría ella mañana, cuando saliese el Planet ? Avergonzado, rezó una oración estúpida, pidiendo a Dios que Charles no hubiese descubierto nada comprometedor sobre la cuñada de Imogen-. ¿Me perdonará?
– No tengo nada que perdonarle, ¿no es así? -Parecía estar confusa, y no era de extrañar. Él le había pedido perdón por una ofensa que ella aún no había sufrido-. Tengo tanta culpa como usted. No sé por qué no le dije que me llamaba Imogen Primero. -Hizo una pausa y luego continuó-: No fue intencionado. Ha sido una casualidad. Estábamos bailando… otra persona se nos acercó… son cosas que pasan.
Él levantó la cabeza y la sacudió ligeramente. Luego, se alejó de ella, en dirección al vestíbulo.
– Tiene que ir a Stowerton, si no me equivoco. Fue muy amable por su parte al traerme.
Ella estaba justo detrás de él, sujetándole el brazo con la mano.
– No ponga esa cara -dijo-. ¿Qué es lo que se supone que ha hecho? Nada, absolutamente nada. Fue simplemente un… un error social.
Su mano era pequeña y frágil pero insistente. Sin saber por qué, quizá porque le pareció que ella necesitaba consuelo, la cubrió con la suya. En vez de retirarla, ella dejó su mano bajo la de Archery y, al suspirar, él la sintió temblar perceptiblemente. Se volvió hacia ella, embargado por una vergüenza que le paralizaba como una enfermedad. Su rostro estaba a escasa distancia del de ella, luego, a tan sólo unos centímetros y, de pronto, no hubo distancia alguna, su rostro se desvaneció y sólo quedaron unos suaves labios.
Su vergüenza se transformó en una ola de deseo, aún más abrumador y exquisito, porque no había sentido nada semejante desde hacía veinte años o, quizá, nunca. Desde que terminó sus estudios en Oxford, no había besado a otra mujer que no fuese Mary, y apenas había estado a solas con alguna que no fuese anciana, enferma o moribunda. No sabía cómo terminar aquel beso, y tampoco si eso se debía a su inexperiencia o al anhelo de prolongar algo que significaba mucho más, pero no lo bastante, que tocar una sombra.
Imogen se apartó repentinamente pero sin violencia. Archery no intentó retenerla.
– ¡Dios mío! -dijo ella, pero no sonreía. Su rostro estaba muy pálido.
Había muchas palabras para justificar su comportamiento: «No sé que me ha impulsado a hacerlo» o «Ha sido un arrebato, me he dejado llevar por un impulso…» La sola idea de mentir le ponía enfermo. La verdad parecía ser más apremiante que su deseo y, aunque a ella le sonase a mentira en el futuro, decidió decírselo.
– La amo. Creo que la he querido desde que la vi por primera vez. Sí, estoy seguro de ello. -Levantó las manos, se tocó la frente y las yemas de sus dedos helados parecieron abrasarle, como la nieve quema sobre la piel. Prosiguió-: Estoy casado. Usted ya lo sabe, quiero decir que mi mujer está viva, y soy clérigo. No tengo derecho a amarla y le prometo que procuraré no volver a estar a solas con usted.
Ella le miró desconcertada con los ojos muy abiertos, pero él no pudo saber cuál de sus confesiones la había turbado más. Se le ocurrió que podía estar incluso asombrada de la lucidez con la que él había hablado, pues hasta entonces se había estado expresando de forma casi incoherente.
– Nunca me he atrevido a pensar -dijo, porque su último comentario le pareció teñido de vanidad- que para usted haya existido alguna tentación. -Ella abrió la boca para decir algo, pero él añadió inmediatamente-: No diga nada, por favor, es mejor que coja su coche y se vaya, se lo ruego.
Ella asintió con un gesto. A pesar de sus promesas anteriores, Archery deseaba que se le acercase de nuevo, aunque sólo fuese para tocarle. Su desazón le impedía casi respirar. Ella hizo un pequeño gesto de impotencia como si estuviese dominada por una emoción que la sobrepasaba. Entonces, se dio la vuelta, evitando mirarle, cruzó corriendo el vestíbulo y salió por la puerta principal.
Cuando ella se marchó, Archery se dio cuenta de que ni siquiera le había preguntado por qué le había acompañado hasta la casa. Ella no había hablado apenas y él, en cambio, le había abierto su corazón. Quizá se estaba volviendo loco, porque era incapaz de comprender cómo podían esfumarse veinte años de autodisciplina como si se tratase de una lección impartida a un niño aburrido.
La casa era tal y como estaba descrita en la transcripción del juicio. Sin emoción ni empatía, Archery examinó su disposición, el largo pasillo que unía la puerta principal con la trasera, donde Painter había colgado su impermeable, la cocina y las escaleras, estrechas y encajonadas entre paredes. Un sentimiento sobrecogedor se apoderó de él, se dirigió hacia la puerta trasera y corrió el cerrojo.
Reinaba un silencio sepulcral en el jardín, bañado por un sol despiadado. La luz y el calor le mareaban. A primera vista, ni siquiera pudo localizar la cochera. Luego se dio cuenta de que había estado mirándola desde que salió al jardín; lo que había tomado por un enorme arbusto era de hecho un sólido edificio de ladrillos y argamasa completamente cubierto por una parra. Caminó hacia él, sin sentir interés, ni siquiera curiosidad. Caminaba hacia allí por hacer algo y porque esa casa escondida por un millón de hojas temblorosas suponía, al menos, una especie de objetivo.
Las puertas estaban cerradas con un candado. Archery sintió alivio. De esta manera no se sentía en la necesidad de actuar. Se apoyó contra el muro y las hojas frías y húmedas rozaban su rostro. Al cabo de un rato, descendió por el camino y salió por la portilla rota. Como había previsto, el coche plateado no estaba allí. Casi inmediatamente, llegó un autobús. Se había olvidado de cerrar la puerta trasera de Victor’s Piece.
Archery devolvió las llaves a la agencia inmobiliaria y luego se demoró unos momentos, mirando la fotografía de la casa. Era como contemplar el retrato de una muchacha que habías conocido de vieja, y empezó a sospechar si no habría sido tomada treinta años antes de que la señora Primero la comprase. Después, dio media vuelta y regresó lentamente al hotel.
Generalmente a las cuatro y media no había un alma en el Olive and Dove; pero era sábado y, además, hacía un día precioso. El comedor estaba lleno de excursionistas y el vestíbulo atestado de viejos clientes y otros recién llegados, con sus servicios de té sobre bandejas de plata. Su corazón se puso a latir aceleradamente al ver que su hijo conversaba con un hombre y una mujer. Estaban de espaldas y él sólo pudo observar que la mujer tenía una larga melena rubia y el hombre era de pelo oscuro.
Con creciente nerviosismo, se dirigió hacia ellos, sorteando sillones, damas que sostenían sus tazas de té con dedos ensortijados, perros diminutos y asmáticos, tarros de berros y pirámides de bocadillos. Cuando aquella mujer volvió la cabeza, debería haber sentido alivio, pero, en cambio, le recorrió una punzada de decepción como la hoja de un largo puñal. Archery tendió la mano y sintió el tacto caliente de los dedos de Tess Kershaw.
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