– ¿El que asesinó a la vieja?
Burden asintió con la cabeza.
– ¡Qué curioso! -dijo ella-. Me gustaría volver a verla. -Aunque Burden tuvo la extraña sensación de que ella estaba intentando cambiar de tema, su comentario no carecía de interés. Liz miró hacia el jardín, pero él estaba seguro de que no eran las zarzas y la desvencijada verja de alambre lo que ella veía en ese momento-. Yo solía ir a la cochera para jugar con ella. Mamá nunca lo supo. Decía que Tess no pertenecía a mi clase. Yo no lo entendía. Pensaba ¿cómo puede tener una clase, si no va a la escuela? -Levantó la mano y le propinó un empujón malintencionado a la jaula del periquito-. Mamá siempre estaba con la vieja, no hacían más que hablar, hablar y hablar, nunca lo olvidaré, y siempre me mandaba al jardín a jugar. Allí no había nada con que entretenerse hasta que un día me encontré con Tessie, que jugaba con un montón de arena… ¿Por qué me mira así?
– ¿Cómo?
– ¿Sabe ella lo de su padre? -Burden asintió-. La pobre. ¿Cómo se gana la vida?
– Está estudiando.
– ¿Estudia? ¡Dios mío!, yo también estudiaba, pero hace tiempo. -Empezó a temblar. El largo gusano de ceniza de su cigarrillo cayó sobre los volantes rosas de la bata. Miró hacia abajo y sacudió inútilmente las viejas manchas y las quemaduras. Sus movimientos semejaban los espasmos incontrolables de la corea. Se encaró con él y le vomitó todo su odio y su desesperación:
– ¿Qué intenta hacer conmigo? ¡Váyase! -gritó-. ¡Fuera de mi casa!
Cuando Burden se marchó, ella cogió una sábana rasgada de un montón de ropa sin planchar y la arrojó sobre la jaula. Con el movimiento brusco que hizo y la ráfaga de aire que levantó al hacerlo, se ondeó sobre su cuerpo aquella prenda que su madre llamaba negligé y que a ella nunca le había producido aprensión hasta ese momento en que la sintió rozar su propia piel. ¿Por qué tenía que venir aquí ese hombre y sacarlo todo a la luz otra vez? Quizá una copa le ayudase. Ciertamente, no le había servido de mucho el día anterior… De todas formas, nunca había nada de beber en aquella casa.
Un montón de periódicos, cartas viejas, facturas sin pagar, paquetes de tabaco vacíos y unas medias con carreras cayeron al suelo cuando Elizabeth abrió el armario. Buscó tras unos floreros polvorientos, entre el papel de regalo de Navidad y unos naipes sobados. Uno de los floreros tenía una forma prometedora. Lo sacó y descubrió que era una botella de licor de cerezas que su tío había regalado a su madre por su cumpleaños. Licor de frutas, dulce, repugnante… Se puso en cuclillas entre la inmundicia del suelo y se sirvió un poco en un vaso pringoso. Al cabo de unos minutos, se sentía mucho mejor, lo suficiente por lo menos como para vestirse y ponerse a buscar un cochino trabajo. Pero ahora que había empezado, ¿por qué no terminar la botella? Era increíble lo rápido que cogías el punto cuando empezabas a beber con el estómago vacío.
El cuello de la botella tintineó contra el vaso. Ella concentró sus esfuerzos para mantener firme el pulso, y no vio que el nivel del líquido seguía subiendo hasta que rebosó y se derramó sobre los volantes rosas esparcidos por el suelo.
Líquido rojo por todas partes. «¡Menos mal que no presumimos de casa!» pensó, y entonces bajó la vista y se miró: manchas rojas sobre el rosa pálido… Sus dedos rasgaron el nailon hasta que estuvieron rojos y pringados también. ¡Oh Dios, Dios! Pisoteó la tela, estremeciéndose como si fuese algo vivo y baboso, y se tiró encima del sofá.
… Ya no llevabas nada bonito, nada que ir a enseñar a Tessie. Ella se preocupaba si te ensuciabas la ropa, y un día cuando mamá estaba dentro con la abuela Rose y aquel hombre llamado Roger, te llevó arriba para ver a la tía Rene y al tío Bert, y la tía Rene te mandó ponerte un delantal viejo encima del vestido.
Tío Bert y el señor Roger. Ellos eran los únicos hombres que conocías, aparte de papá que siempre estaba enfermo mamá, decía «afligido». El tío Bert era tosco y grande. Una vez que subiste las escaleras sin hacer ruido, oíste gritar a la tía Rene y luego viste cómo la pegaba. Pero contigo él era amable y te llamaba Lizzie. Roger no te llamaba de ninguna manera, ¿cómo iba a hacerlo si nunca te hablaba, sin embargo te miraba como sí te odiara?
Fue en otoño cuando mamá te dijo que necesitabas un vestido de fiesta. Una idea bastante extravagante, porque no había fiestas a las que ir, pero mamá dijo que podrías llevarlo el día de Navidad. Era rosa, con tres volantes de tul rosa claro encima de una enagua del mismo color; el vestido más bonito que habías visto jamás…
Elizabeth Crilling sabía que una vez que hubiese empezado no había forma de parar. Sólo una cosa podía detenerlo. Apartó la vista de la tela manchada de rojo y se dirigió dando traspiés hacia la cocina en busca de su salvación.
Por teléfono, la voz de Irene Kershaw parecía fría y distante:
– Parece que su Charlie ha discutido con Tess, señor Archery. No sé de qué se trata, pero estoy segura de que no ha sido por culpa de ella, que va besando el suelo que él pisa.
– Ya son bastante mayores para saber lo que hacen -contestó Archery, sin creerse mucho lo que decía.
– Mi hija vuelve a casa mañana y realmente tiene que estar muy disgustada para perder los últimos días del curso. Los vecinos no dejan de preguntarme cuándo es la boda y no sé qué decirles. Toda esta situación está siendo muy embarazosa para mí.
La respetabilidad, siempre la dichosa respetabilidad.
– ¿Me ha llamado por alguna razón especial, señor Archery, o sólo ha sido para charlar?
– ¿Sería tan amable de darme el número de teléfono del trabajo de su marido?
– Si ustedes pudieran verse -dijo con un tono más agradable- e intentar arreglar todo esto, sería magnífico. Me es muy difícil aceptar la idea de que alguien pueda, bueno, rechazar a mi Tess. -Archery no contestó-. El número es Uplands 62234.
Kershaw tenía una extensión propia y una jovial secretaria con acento cockney.
– Quiero escribir una carta al comandante de Painter -dijo Archery después de intercambiar las obligadas cortesías.
Le pareció que Kershaw vacilaba, pero luego con su voz enérgica tan característica dijo:
– No sé su nombre, pero sé que Painter estuvo en la infantería ligera del duque de Babraham, en el III Batallón. Seguramente podrán darle más información en el Ministerio de Defensa.
– La defensa no le citó en el juicio, pero tal vez sirva de ayuda si me proporciona un informe favorable de Painter.
– Si es posible. ¿Por qué cree usted que no le citó la defensa, señor Archery?
En el Ministerio de Defensa se mostraron muy atentos. El III Batallón había estado bajo el mando del coronel Cosmo Plashet, que ahora era un hombre muy mayor, ya retirado, que vivía en Westmorland. Archery redactó varios borradores de la carta antes de escribir la definitiva al coronel Plashet, y aunque ésta no acababa de convencerle, decidió que debía darla por buena. Después del almuerzo el clérigo salió para echarla al correo.
Fue paseando sin prisas hacia la oficina de correos; le sobraba tiempo y no tenía la menor idea de qué debía hacer a continuación. Charles iba a llegar el día siguiente, lleno de ideas y planes extravagantes, pero sería alentador tener un ayudante, o, conociendo a Charles, un director. No le vendría nada mal tampoco que alguien le dirigiese. «Las pesquisas eran para la policía -pensó-, para expertos entrenados, que disponen de todos los medios materiales necesarios para la investigación.»
Entonces Archery la vio. Ella salía de la floristería situada junto a la oficina de correos y llevaba un gran ramo de rosas blancas, que combinaban y se mezclaban con el estampado blanco y negro de su vestido de tal manera que no era fácil distinguir entre las flores reales y las de seda.
Читать дальше