– Puede beber algo si quiere -dijo Priscilla-. No me supone ningún problema: le sirvo a usted una bebida gratis y la próxima vez que un miembro me invite a una copa, le cobraré la de usted. Soy abstemia, pero a esta gente no se lo digo.
Wexford sonrió.
– Será mejor que no, pero gracias de todos modos.
– Como quiera. -Salió de la barra y se puso a su lado para ver el partido.
Iban tres iguales. Parecía que el set iba a durar una eternidad y sin embargo acabó rápidamente. Veronica ganó sus dos juegos de servicio y rompió el de su contrincante.
– Esa chiquita es un fenómeno -comentó Priscilla-. Es fuerte como un toro y tiene unos brazos que parecen látigos.
Eran las siete menos veinte y empezaba a anochecer. Veronica había ganado los dos primeros juegos, pero la otra joven estaba peleando con todas sus fuerzas. Quizá fuera la primera vez que jugaba con Veronica, ya que aún no había logrado encontrarle el punto débil. En cualquier caso, acabó encontrándolo. A Veronica se le daba mal responder con la derecha a los naturales en diagonal largos y rápidos, aunque no tenía problemas con el revés. Gracias a media docena de naturales a la derecha, su contrincante consiguió ganar el siguiente juego, el siguiente y también los dos siguientes hasta poner el marcador 4-2 a su favor. La luz se había vuelto azulada, pero las líneas blancas de la pista aún eran visibles y parecían brillar con la luminosidad del atardecer.
Fue entonces cuando Veronica empezó a jugar como si dominara el arte de responder a aquellos duros raquetazos en diagonal. O, curiosamente, como si hubiera experimentado una especie de inspiración. Desde luego su reacción no se debía a que hubiera advertido su presencia o reconocido a Loring, a quien nunca había visto hasta aquella tarde. Era como si hubiera recibido una descarga de energía o adquirido virtuosismo, un don hasta entonces desconocido para ella. Wexford estaba seguro de que nunca había jugado de aquella manera. Durante apenas un cuarto de hora jugó como si estuviera en la pista central de Wimbledon, no por chiripa sino por habérselo ganado a pulso.
Su contrincante no pudo impedirlo. En ese cuarto de hora consiguió sólo cuatro tantos. Veronica se hizo con el set por 6-4 y ganó el partido. Arrojó la raqueta al aire, la recogió limpiamente, corrió a la red y estrechó la mano de su contrincante. Wexford dio las buenas noches a Priscilla y se fue por donde había venido tras ver entrar a las jugadoras en los vestuarios. Loring seguía sentado en el banco.
Advirtió la presencia de Allison cuando llegó al punto en que el sendero se adentraba en el campo. Estaba tumbado e inmóvil en la alta hierba que había al lado del seto, el cual lo cubría casi por completo. Wexford no le dio a entender que lo había visto. Estaba prácticamente seguro de que Veronica no se fijaría en él. El sendero avanzaba en línea paralela al seto y luego rodeaba el bosquecillo.
El falso atardecer se había quedado inmóvil, suspendido entre la luz y la oscuridad. Si hubiera estado más oscuro ninguna joven prudente se habría atrevido a caminar por aquel sendero. Veronica Williams no era una joven prudente, por supuesto, pese a lo que pudiera parecer.
El aire estaba sereno y húmedo y la hierba mojada. Wexford avanzó bajo el alto seto, seguro como lo había estado en todo momento de que el agresor de Veronica estaría esperándola en el bosquecillo. Archbold llevaba allí desde las cinco y media por precaución. Ahora era demasiado tarde para que Wexford se reuniera con él sin arriesgarse a ser visto. De hecho ya había corrido el riesgo de echar por tierra todo el plan al ir a ver el partido de tenis. Delante de él, en el seto, un arce extendía sus ramas en forma de cono y rozaba el suelo con las más bajas. Las levantó, se apoyó contra el tronco y aguardó.
Ya eran las siete y media y empezaba a preguntarse si Veronica vendría. Aunque habían acudido pocos miembros a la pista, quizá hubiera algún plan para celebrar su victoria en el edificio del club. Sin bebidas alcohólicas, por supuesto. Aun así, se habría escapado de la celebración, ya que necesitaba verlo a él tanto como él a ella. Wexford recordó entonces cómo era su madre y pensó que tardaría más que la mayoría de las jóvenes en cambiarse de ropa y arreglarse el pelo. Quizá se duchara incluso. Wendy era una de esas mujeres capaces de levantar a un moribundo de la cama para cambiarle las sábanas antes de que venga el médico.
Permaneció debajo del árbol en medio del silencio del atardecer. La niebla empezaba a bajar. De vez en cuando se oía a lo lejos el tráfico de la carretera de Kingsmarkham a Pomfret. Nada más. Los pájaros no cantaban en aquella época y a aquella hora. Podía ver sólo diez metros de sendero por detrás y unos cincuenta por delante; le pareció el camino más desierto que hubiera visto jamás. Allison iba a contraer reumatismo: tumbado en el húmedo suelo, el frío iría calándole los huesos poco a poco. Archbold, abrigado con su chaqueta acolchada, probablemente se habría quedado dormido…
La chica apareció de repente. ¿De qué otra manera habría podido aparecer sino silenciosamente y a buen paso? Sin embargo no parecía asustada. Por un momento Wexford vio su cara claramente. Su expresión era… sí, de inocencia. De inocencia y confianza. No se imaginaba que hubiera algo que temer. Si Sara, su hermana, era una virgen florentina, ella era una doncella de los Mediéis, con su carita grave y melancólica rodeada por su flequillo y su pelo dorado oscuro cortado a lo garçon. Llevaba un vaquero de color rosa, pulcramente planchado por mamá, zapatillas de deporte blancas y rosas, y un anorak azul claro y blanco a rayas que, abierto como estaba, dejaba ver un grueso jersey blanco. También llevaba su raqueta de tenis en una funda azul. Wexford se fijó en todo esto cuando la vio pasar, andando rápidamente, por delante de él.
No se atrevió a salir. Podía mirar hacia atrás. Wexford decidió bajar al campo y avanzar por el otro lado del seto. Habían cultivado algún tipo de cereal, trigo o cebada, pero el grano ya había sido cortado y todo lo que quedaba era rastrojo, que a aquella hora tenía un color gris. Corrió a lo largo del seto, que se elevaba un metro por encima del sendero. Ya a considerable distancia aún podía ver la parte superior de la cabeza de Veronica, que subía y bajaba. Había llegado al extremo del bosquecillo.
Una cerca de alambre de espino amenazaba con cerrarle el camino en aquel punto; el espacio entre los alambres era demasiado estrecho para pasar por él y el alambre de arriba estaba excesivamente alto para pasar la pierna por encima sin perjuicio para el pantalón. No le quedaba otro remedio que volver atrás, atravesar el seto y trepar por el ribazo hasta el sendero. Ella estaba demasiado lejos para verlo incluso si miraba hacia atrás. Se plantó en el sendero y siguió la curva que éste describía. Ahora, aunque tenía el bosquecillo a plena vista, no pudo ver a la chica por ninguna parte.
Tenía el corazón en un puño. Si se había encontrado con el agresor y había entrado en el bosque, y si Archbold se había quedado realmente dormido… Salió del sendero y se introdujo en el bosquecillo. Estaba oscuro y seco; en el suelo había un millón de agujas de alerce y abeto. Corrió por entre los árboles y se encontró con Archbold de frente.
– Aquí no hay nadie, señor. No he visto un alma en tres horas.
– Excepto a ella -dijo Wexford sin resuello.
– Acaba de pasar. Va sola, en dirección a High Street.
Salió del bosque por el lado de Kingsmarkham seguido por Archbold. No se la veía por ninguna parte: los setos eran demasiado altos y el follaje de los árboles era tan espeso que resultaba impenetrable. Wexford se olvidó de la discreción y de la idea de capturar al asesino y corrió por el sendero en pos de Veronica, temiendo por ella y por sí mismo. Hacía apenas un momento había estado haciendo votos por que Bennett no apareciera por la parte de Kingsmarkham y lo estropeara todo. Ahora esperaba que sí lo hiciera.
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