– ¿De veras, querido?
– Si lo hubiera averiguado antes quizá esa pobre joven no habría muerto.
– Vamos -dijo Dora-. No eres Dios.
El teléfono sonó cuando él salía de la casa. Era Burden, pero Wexford ya se había ido, por lo que fue Dora quien habló con él.
Un informe de la autopsia, elaborado urgentemente por sir Hilary Tremlett, le aguardaba a Wexford en su despacho. El inspector lo leyó con Crocker a su lado. El estrangulamiento se había producido con una cuerda fina y fuerte. Fuera del tipo que fuera, el hecho era que había dejado una mancha roja en la profunda hendidura producida en el cuello de la víctima.
– La cuerda de nailon que llevan los carretes de las recortadoras de césped.
Crocker lo miró.
– Eso es un tanto esotérico.
– Creo que no. Joy Williams tiene tres carretes de ésos en su garaje y uno, si no me equivoco, está vacío.
– ¿Vas a ir a su casa a comprobarlo?
– Por el momento no. Quizá más tarde. ¿Crees que está mal animar a un niño a delatar a sus familiares más cercanos?
– ¿Como sucede en las sociedades totalitarias, quieres decir? O como creo que sucede. Los extremistas siempre creen que el fin justifica los medios. Aunque también depende de a qué te refieras con «familiares más cercanos». Quiero decir: delatar a uno de tus padres es un tanto desgarrador. Se me hace un nudo en la garganta sólo de pensarlo.
– También se me hace a mí un nudo en la garganta si pienso en alguien que narcotiza a un hombre, lo apuñala y esconde el cuchillo en la pared. -Wexford cogió el auricular del teléfono pero volvió a colgarlo-. Tengo dos mujeres que arrestar -dijo-, pero tal como están las cosas no conseguiré que las acusaciones se sostengan. ¿Cuándo comienzan las clases?
Crocker se quedó desconcertado ante la aparente incongruencia de esta pregunta.
– Las de las escuelas públicas un día de esta semana… Estoy hablando de las de los chavales de más edad.
– Será mejor que lo haga hoy si quiero pillarla sin que esté su madre por medio. -Volvió a coger el auricular, y pidió que le pusieran con un número. Tardó tanto que Wexford empezó a pensar que habría salido. Por fin la voz, suave y un tanto aguda, de Veronica Williams respondió, dando las diez cifras del número. Wexford dijo su nombre-: ¿Veronica? -Y luego añadió-: Soy el inspector jefe Wexford, de la comisaría de Kingsmarkham.
– ¡Ah, hola!, ¿qué desea?
¿Estaba asustada o siempre respondía al teléfono con aquella cautela y premura?
– Sólo preguntarte un par de cosas. Veronica. En primer lugar, ¿a qué hora y dónde juegas tu partido esta noche?
– En el club de tenis de Kingsmarkham. A las seis. -Se armó de valor y preguntó-: ¿Por qué?
Wexford tenía demasiada experiencia para contestar a aquello.
– Cuando termines me gustaría hablar contigo. No contigo y con tu madre, sino contigo a solas. ¿De acuerdo? Creo que hay algunas cosas que te gustaría contarme, ¿no es así?
El silencio fue tan profundo que el inspector creyó que había ido demasiado lejos. Pero no. La respuesta fue más satisfactoria de lo esperado.
– Sí, tengo cosas que contarle. Cosas que debo contarle. -Wexford creyó oír un sollozo, pero también era posible que sólo se hubiera aclarado la garganta.
– De acuerdo, pues. Cuando hayas terminado el partido ven directamente aquí. ¿Sabes dónde estamos? -Le indicó cómo llegar-. Se tarda unos diez minutos desde el club. Luego te llevarán en coche a casa.
Ella dijo:
– Voy a tener que decírselo a mi madre.
– Naturalmente. Díselo. Díselo a quien quieras. -¿Parecía demasiado ansioso?-. Pero cerciórate de que tu madre sabe que quiero verte a solas.
Wexford cobró plena conciencia de la enormidad de lo que estaba haciendo cuando colgó. ¿Había manera de justificarlo? Era una muchacha de dieciséis años que tenía una información trascendental. La otra adolescente que tenía información trascendental había muerto estrangulada antes de poder comunicarla. ¿Estaba condenándola a la misma muerte que había sufrido Paulette Harmer? Si Burden hubiera estado allí, se lo habría contado todo, pero con el médico tenía reservas.
– ¿Entonces no va a ir allí? -preguntó Crocker, un tanto desconcertado tanto por la expresión de Wexford como por la críptica conversación telefónica que acababa de mantener.
– Eso es lo último que debo hacer.
Más tarde, cuando el médico se hubo ido, Wexford pensó: Espero tener el valor de aguantar hasta el final. Es una lástima que falten tantas horas. Pero la ventaja de que el partido sea a última hora de la tarde es que luego no tardará en anochecer… ¡La ventaja! Ahora estará llamando a Jickie para contárselo a su madre y persuadirla de que no la acompañe. Wendy va a vigilar todos y cada uno de los pasos de su hija.
Sonó el teléfono. Cogió el auricular y la telefonista le informó que la señorita Veronica Williams deseaba hablar con él. ¡Vaya con la niña repipi! ¡Se llamaba a sí misma «señorita»!
– Puedo ir a verle ahora -dijo con su voz infantil-. Sería lo mejor. De ese modo no disgustaría a mamá. Quiero decir: no tendría que decirle que no quiero que venga conmigo.
Él se armó de valor y trató de mostrarse inflexible.
– Voy a estar ocupado hasta esta noche, Veronica. Y me gustaría que se lo dijeras a tu madre, por favor. Díselo ahora.
Si volvía a llamar, pensó, cedería y le permitiría venir. No sería capaz de resistirse. ¿Reconocería a Martin? ¿A Archbold? ¿A Palmer? A Allison sin duda. ¿Pero importaba si los reconocía? Él iba a estar allí de todos modos. De ninguna manera iba a permitir que fuera del club a la comisaría en la semioscuridad por aquel camino que había cerca de Pomfret Road, sobre todo si seguía sus instrucciones y tomaba el sendero que atravesaba los descampados.
El teléfono volvió a sonar. Se acabó, pensó. No puedo continuar con esto. Será mejor que vaya yo mismo y que me lo diga. Eso será prueba suficiente… Cogió el auricular.
– El inspector Burden desea hablar con usted, señor Wexford.
Burden habló con una voz que no parecía en absoluto la suya.
– Se acabó. La madre y la criatura se encuentran bien. A Jenny le han hecho una cesárea a las nueve de la mañana.
– Enhorabuena, Mike. No sabes cómo me alegro. Felicita a Jenny de mi parte. Será mejor que me digas cuánto ha pesado Mary para que pueda contárselo a Dora.
– Tres kilos y ochocientos cincuenta gramos, pero no se va a llamar Mary. Vamos a cambiar una letra del nombre.
Wexford no estaba de humor para adivinanzas. Seguro que Burden se había dejado convencer por Jenny para poner a la niña un nombre estrafalario, pensó.
– Le vamos a llamar Mark -dijo Burden-. Bueno, ya hablaremos. Hasta luego.
En una ocasión una mujer había aparecido muerta en aquel mismo sendero. [9]Todos lo tendrían presente, incluso Palmer y Archbold, que en aquel entonces no estaban en el cuerpo sino probablemente en el instituto todavía. Como aún lo estaba Veronica Williams. ¿Habría oído hablar de aquel asesinato? ¿Seguiría hablando la gente de él?
Aquella mujer vivía en Forest Road, en la última calle de la zona cuya dirección postal era Kingsmarkham. El límite de Pomfret comienza en aquel punto, pese a que todo el camino hasta la población es campo abierto, como lo es casi todo el camino en la dirección contraria, la que lleva hasta la comisaría de Kingsmarkham. El club de tenis, sin embargo, no se encuentra en Forest Road sino en Cheriton Lane, la cual se extiende en una línea más o menos paralela por la parte de Kingsmarkham. Unos prados relativamente pequeños delimitados por setos ocupan los pocos acres que hay entre el club y la población. El sendero avanza a lo largo de uno de estos setos, rodea un bosquecillo y finalmente desemboca en High Street, cincuenta metros al norte de la comisaría por el lado contrario.
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