– Me recuerda -dijo Wexford a Burden- a una fotografía que vi una vez del Templo de Oro de Amristar.
Sin embargo el departamento de secretariado no tenía un edificio nuevo que lo alojara, sino que estaba arrinconado en tres aulas situadas en la parte de atrás del último piso del viejo instituto, como si las autoridades educativas hubieran aceptado con escaso entusiasmo las recientes declaraciones de un ministro del gobierno en el sentido de que la taquigrafía y la mecanografía no formaban parte de la educación y no deberían ser enseñadas en los institutos. Wexford subió detrás de Burden y el conserje por una notable (y notablemente estropeada) escalera de mármol estilo art déco y les siguió por un amplio pasillo abovedado. El conserje abrió la doble puerta del departamento de secretariado, también de estilo art déco: el cristal esmerilado estaba adornado por unas hojas y parábolas de hierro forjado color verde. El antiguo instituto había sido construido en 1930 y daba la impresión de que sus aulas interiores sólo habían recibido una mano de pintura desde entonces. Tenían aspecto de abandono, pintadas en los típicos tonos verde y crema, y desde ellas podían verse los tejados y un pozo de ladrillo lleno de cubos de basura.
Las máquinas de escribir se encontraban en el aula del fondo. Wexford se preguntó qué esperaba. ¿Lo último en procesadores de texto? Evidentemente allí los recursos del país se invertían en ciencia y deportes. Además cabía suponer que ARRIA no animaría a sus miembros a prepararse para un trabajo de oficina. Entre las máquinas de escribir no había ni una eléctrica, y algunas de ellas tenían aspecto de ser más viejas que el propio edificio. Burden anduvo entre las mesas con un papel en la mano en el que probablemente llevaba escritos los defectos de la máquina de escribir que estaban buscando. Como si pudieran olvidársele… Sendas muescas en el vértice de la A mayúscula y en la parte superior de la t y un borrón en la cabeza de la coma.
Cuando vio la primera de las Remington 315 sintió una chispa de ilusión.
– ¿Sabes escribir a máquina?
– Lo bastante como para probarlas -contestó Burden.
Wexford se quedó impresionado al ver que ponía manos a la obra y utilizaba todos los dedos.
La A, la t y la coma de la primera estaban perfectamente. Burden metió la hoja de papel en el carro de la segunda. La A dejaba que desear, aunque lo mismo cabía decir de la B, la D y muchas otras. Las minúsculas y la coma no parecían tener ninguna imperfección. Burden probó la tercera máquina mientras el conserje le miraba con el respeto y la fascinación de alguien que espera que el papel de tornasol no se vuelva rojo sino de todos los colores del espectro. Esta máquina, sin embargo, no parecía defectuosa. De hecho su copia era la mejor hasta el momento. Sólo quedaba una más. Burden metió la hoja y esta vez escribió «Ante ti tres mil Años son como una noche transcurrida» en lugar de «Ayuda es lo que tienen que dar Ahora todos los hombres buenos al grupo». Si hubiera sido freudiano, pensó Wexford, le habría gustado saber por qué. Quizá lo había hecho con el propósito de impresionar al conserje. De todos modos, aquélla no era la máquina con que se había escrito la carta de dimisión de Rodney Williams.
– Ya está.
– Muéstrales mis cuatro muestras a los expertos. Quizá estemos equivocados.
– No estamos equivocados. ¿Son éstas todas las máquinas de escribir que hay en el instituto?
– Faltan las que se han llevado a mantenimiento.
– ¿Qué quiere decir? -preguntó Wexford.
– Siempre se llevan alguna antes del verano. Nunca están todas. Las traen y se las llevan, de forma rotativa, por así decirlo.
– ¿Sabes cuántas se han llevado y adónde?
El conserje no lo sabía, pero pensaba que no serían más de cinco. Nunca había oído hablar de ninguna empresa que se encargara del mantenimiento de máquinas de escribir ni había visto a ninguna que fuera a recogerlas.
– Menos mal que la que buscamos es una máquina portátil de las antiguas, no una de esas modernas que vienen con una esfera o margarita.
– ¿Con una qué?
– Con unos tipos desmontables que nuestro hombre habría podido simplemente sacar y tirar a la basura.
Tal vez las clases hubieran acabado, pero los estudiantes no habían dejado de hacer deporte. Media docena de jóvenes ataviados con pantalones cortos y camisetas estaban dando vueltas al campo más grande y en las pistas de tenis se estaba disputando un partido de dobles y uno de individuales. Aunque las sillas de los árbitros estaban vacías, Caroline Peters se encontraba allí haciendo de entrenadora. Cuando echaron a andar hacia la valla de alambre, Wexford se dio cuenta de que lo que había considerado un partido de individuales en realidad era un encuentro entre profesora y alumna. Ésta era Veronica Williams.
Las cuatro jugadoras de dobles eran Eve y Amy Freeborn, Helen Blake y otra joven a la que no conocía. Así que en aquella parte de Sussex había jóvenes de diecisiete y dieciocho años que no conocía… Empezaba a pensar que las conocía a todas de vista y por lo general también por su nombre. Él y Burden se aproximaron a la valla y se quedaron mirando tal como en la anterior ocasión. Caroline Peters les lanzó una mirada de irritación pero no se acercó a ellos. Ahora sabía quiénes eran.
Desde el primer momento se hizo evidente que Veronica era muy superior a las demás jugadoras pese a ser dos años menor que ellas. Era la mejor jugadora de tenis que Wexford había visto en una pista de la zona. Esta vez la discrepancia entre lo que veía en la televisión y lo que veía en su barrio no parecía tan grande. Veronica era una jugadora enérgica, ágil y rápida, que poseía un revés fuerte y certero y un mate poderoso. Cuando Caroline Peters le hacía sacar, su servicio era tan potente como el de Eve, pero las pelotas caían dentro del campo contrario.
Las jugadoras de dobles cambiaron de lado. Eve miró a Wexford y luego apartó la vista aparatosamente. Por lealtad al padre que él había acusado de posesión de cannabis, supuso. Había tenido que soportar muchas reacciones de aquel tipo últimamente. Eran los gajes del oficio, sin duda. Veronica devolvió un globo de Caroline Peters con un drive cruzado. La profesora corrió por la pelota pero no pudo alcanzarla. Era un misterio, pensó Wexford, de dónde podía sacar una persona aquella clase de talento. Resultaba difícil imaginarse a la melindrosa Wendy haciendo deporte o incluso andando una distancia superior a un kilómetro. Rodney Williams, por su parte, había dejado de estar en forma hacía años. ¿Harían algún deporte los demás miembros de la familia Williams? Sara tenía una raqueta de tenis en la pared de su dormitorio, recordó. Claro, la respuesta más probable era que cualquier joven sana aficionada al tenis podía llegar al nivel de Veronica Williams si recibía el entrenamiento adecuado. Ya tenía dieciséis años: demasiado tarde para que comenzara a competir en torneos más importantes que los interescolares.
La joven cuya cara no le sonaba hizo doble falta. Si cometía una más, perderían el set. La cometió y arrojó la raqueta al suelo con una reacción de mal humor que no habría tenido de no haber visto Wimbledon en la televisión. Wexford y Burden regresaron al coche.
– ¿Sabemos algo de las huellas dactilares encontradas en el coche de Williams? -preguntó Burden.
– Tomaron unas sesenta huellas pertenecientes a nueve personas -respondió Wexford-. La mayor parte las dejó un hombre, y en el laboratorio han llegado prácticamente a la conclusión de que ese hombre es Williams.
– No creo que sus dedos estuvieran en buenas condiciones después de estar nueve días bajo tierra.
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