Ruth Rendell - La Crueldad De Los Cuervos

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Cuando el marido de Joy Williams, una vecina del inspector Wexford, desaparece misteriosamente nadie imagina que el mundo de Joy se desmoronará por completo. En efecto, sin que ella lo supiese, su marido ocupaba un alto cargo en una empresa de pinturas, ganaba un abultado salario y, aún más desconcertante, estaba casado también con otra mujer. Joy lo creía un modesto vendedor de la empresa con unos ingresos mediocres y, desde luego, un marido modélico. Pero las cosas ya no tienen marcha atrás, pues el cadáver del bígamo ha sido hallado en las afueras del pueblo. ¿Suicidio? ¿Asesinato? ¿Quién era en realidad Rod Williams?… Una nueva incursión de la autora en los extraños entresijos de la mentalidad criminal.

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Burden le miró con perplejidad.

– ¿Una cerveza? -preguntó.

– Buena idea. «Ni siquiera Milton con toda su erudición le resulta al hombre tan útil como la malta para explicarse los designios del señor.»

– Tiene usted razón -dijo Burden con tono emocionado.

Volvió con dos latas de cerveza y dos jarras. Pobre, pensó Wexford, ya no puede más. Resultaba curioso que todas estas desgracias le estuvieran sucediendo precisamente a Burden, que era una persona tan normal, tan poco imaginativa, tan noble. Era el prototipo del personaje kafkiano al que, por mucho que se encerrara en casa, se ocultase o disimulara, la vida acababa echándosele encima con todas sus consecuencias. A él, en cambio, apenas le ocurría nada que alterara su tranquilidad personal. ¡Gracias a Dios!

– Sea como sea -dijo-, vamos a tener que trabajar duro para investigar a todas las afiliadas de ARRIA. Recuerda que, según dicen, son quinientas.

– Puede que la joven que acuchilló a Budd no sea la que acuchilló a Wheatley, ni ésta la que mató a Williams, aunque también puede que se trate de la misma.

– Exacto -dijo Wexford-. Pero será mejor que no hablemos de «la que mató a Williams». Una joven no habría sido capaz de meter su cadáver en el coche y luego sacarlo y enterrarlo.

– A mi modo de ver, hay que plantearlo de la siguiente manera. Por una parte tenemos a las feministas radicales de las cuales sabemos, en primer lugar, que han llegado por lo menos a considerar la idea de matar a un hombre y, en segundo lugar, que las normas por las que se rigen les exigen llevar armas. Por otra parte sabemos que Wheatley, con toda certeza, y probablemente Budd, fueron heridos por miembros de ARRIA. Además nos han dicho que Williams, satisfaciendo sus conocidos gustos, se veía con una mujer muy joven. ¿Pertenece esta mujer a ARRIA?

– Digan lo que digan las normas de ARRIA -dijo Wexford-, sabemos que hay afiliadas que se relacionan con el otro sexo. Un ejemplo de ello es que Eve se dedica a entrar en el dormitorio de su novio por la ventana. No ha hecho el supremo sacrificio de renunciar a los hombres. Y si se quiere matar a un hombre, ¿qué mejor manera de hacerlo que en lo que ARRIA probablemente llamaría un constructo libido-emocional, es decir, en una relación amorosa?

Burden apuró su cerveza. En la habitación de al lado Jenny había puesto un disco: Pavana para una infanta difunta de Ravel.

– ¿Quién dijo eso de la malta y Milton?

– Housman. Su vida fue un fracaso por culpa de un amor despechado.

– Caray… ¿Qué significan los cuervos?

– ¿Te refieres a los que aparecen en el logotipo de ARRIA? Son aves rapaces, ¿no? No, no creo que se trate de eso. ¿Porque resultan desagradables al oído…? No tengo ni idea, Mike. En cualquier caso no son animales dóciles y sumisos. El nombre colectivo que se les da es crueldad. [7]La crueldad de los cuervos. Apropiado, ¿no te parece? Al menos en su actitud hacia el otro sexo. En vez de atacarnos con sus picos lo hacen con cuchillos.

– Pero sólo si se les provoca.

– Es cierto. Budd reconoció que intentó propasarse con la chica que le atacó. Quizá se propasara más de lo que dice. Wheatley dice que no se propasó en absoluto, pero no sé si creerle. Les hicieron insinuaciones a las chicas y éstas les acuchillaron. Uno no puede evitar preguntarse qué haría Williams.

Mientras caminaba en dirección a su casa, Wexford pensó en lo que había tenido que hacer como consecuencia de su visita al domicilio de los Freeborn. El sargento Martin y el agente Bennett habían hecho una visita a la casa y aquella mañana Charles Freeborn, el padre de las chicas, había comparecido ante el tribunal de primera instancia de Kingsmarkham acusado de posesión de cannabis y de permitir que se fumara en su domicilio. Bennett, que buscaba la sustancia tal como el gato busca al ratón (o tal como el gato busca la hierba gatera, cabría decir), había comenzado un metódico registro en el enorme y descuidado jardín, empezando por el invernadero y continuando por un camino de losas irregulares que atravesaba un bosquecillo de setos sin podar. Este camino describía una curva que marcaba el contorno del jardín y se extendía entre arriates fantasmales en los que unas alargadas plantas cultivadas erguían sus cabezas por encima de alfombras de correhuelas, saúcos y cardos. La valla situada al pie del jardín tenía una verja que permitía tomar un atajo para llegar a High Street. Bennett se preguntaba si no estaría obsesionándose al imaginarse que el Cannabis sativa, que requiere sol y espacio, podría llegar a crecer también allí, cuando de pronto fue a dar con el único arriate cuidado en los doscientos metros cuadrados de terreno. Estaba a punto de llegar a la casa y tenía los sofocantes y umbrosos árboles tras de sí. En aquel lugar, en medio de la larga hierba, habían abierto un claro de forma rectangular, regado la tierra, quitado los hierbajos y rodeado con ladrillos. Martin había afirmado que las plantas eran tomateras jóvenes, pero Bennett sabía de lo que hablaba. Los rayos infrarrojos son esenciales para el cáñamo indio si se desea que al ser ingerido tenga un efecto alucinógeno, y aquellas plantas los estaban recibiendo a raudales, ya que su arriate era la única parte del jardín que disfrutaba de sol durante todo el día de forma ininterrumpida.

Wexford reflexionó, y no por primera vez, sobre si era ético entrar en la casa de alguien con el fin de hacer una comprobación y mantener una charla, descubrir durante la visita una droga prohibida e inmediatamente tomar medidas para procesar al infractor. Y más aún en ausencia del dueño de casa, por así decirlo. Por supuesto que había hecho lo correcto. ¿Cómo no iba a ser lo correcto? Lo primordial era que él era policía. Aquello debía ser siempre lo primordial, porque de lo contrario sería el caos…

Cuando acabaron las clases a finales de julio, los hombres de Wexford habían investigado y dejado libre de sospecha a la mitad de las afiliadas a ARRIA. Identificarlas era una dificultad, ya que Caroline Peters negaba la existencia de una lista. ¿Por qué iba a ser necesaria una lista si no había suscripción y eran las afiliadas de base quienes informaban de las fechas y los lugares de reunión?

Paulette Harmer, la sobrina de Williams, estudiante de sexto año de secundaria, quedó libre de sospecha. En las noches en que Budd y Wheatley habían sido atacados había salido con su novio, con el que iba a prometerse en Navidad (¿rescindiendo así su afiliación a ARRIA?), y el 15 de abril había estado en casa con sus padres y su tía Joy. Antes de ir a Arnold Road, a casa de su novio, Eve Freeborn había pasado la tarde en casa con sus padres y su hermana. Esta coartada también valía para Amy. Sin embargo, ninguna de las dos había podido demostrar que no tuviera nada que ver con los ataques sufridos por Wheatley y Budd. Tampoco había podido demostrarlo Caroline Peters, quien, sin embargo, había ido a Londres la noche del 15 de abril para asistir a una reunión. Nicky la pelirroja resultó ser Nicola Anerley, no la amiga de Veronica Williams Nicola Tennyson. El 15 de abril había estado en la fiesta de cumpleaños de Helen Blake, que cumplía dieciocho años, a la cual también habían ido doce afiliadas de ARRIA. Wexford pudo descartarlas a todas en lo tocante al asesinato de Williams.

A Jane Gardner la interrogó formalmente. Su edad se ajustaba a la de la descripción, era bonita y animada y además era un miembro activo de ARRIA. Debido a la relación de cordialidad que mantenía con su padre, Wexford pensó que debía ser él, no Bennett o Archbold, quien hablara con ella.

Miles se encontraba en casa, evidentemente a propósito. Estaba indignado y predispuesto a sentirse profundamente ofendido. Él y su esposa se encontraban en la sala (paredes pintadas de amarillo chino Sevenstar, una alfombra negra y porcelana famille jaune ), que fue donde la mujer de la limpieza, que se había disfrazado de criada, condujo a Wexford. Le hablaron, pensó el inspector, en el mismo tono de horror que emplean los padres cuando le preguntan al director del instituto por qué se propone expulsar a su hija. Pamela Gardner le llamó «señor Wexford» cuando en el pasado le había llamado «Reg». Como la única manera que tenía de avisar a la señora de la limpieza era gritar, fue ella misma a buscar a Jane.

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