Ruth Rendell - La Crueldad De Los Cuervos

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Cuando el marido de Joy Williams, una vecina del inspector Wexford, desaparece misteriosamente nadie imagina que el mundo de Joy se desmoronará por completo. En efecto, sin que ella lo supiese, su marido ocupaba un alto cargo en una empresa de pinturas, ganaba un abultado salario y, aún más desconcertante, estaba casado también con otra mujer. Joy lo creía un modesto vendedor de la empresa con unos ingresos mediocres y, desde luego, un marido modélico. Pero las cosas ya no tienen marcha atrás, pues el cadáver del bígamo ha sido hallado en las afueras del pueblo. ¿Suicidio? ¿Asesinato? ¿Quién era en realidad Rod Williams?… Una nueva incursión de la autora en los extraños entresijos de la mentalidad criminal.

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Antes de que nadie dijera nada, Eve Freeborn salió de la habitación, abriéndose paso con los hombros entre las dos mujeres que le cerraban el camino. Llevaba los mismos vaqueros prietos a la pelvis que le había visto la primera vez, aunque esta vez con una blusa de satén púrpura que le iba con el color del pelo. Caroline Peters, por su parte, iba vestida igual que un chico, o como iban lo chicos antes de que se implantara definitivamente el atuendo punk: vaqueros azules, chaqueta de cuero marrón y botas bajas; además no llevaba nada de maquillaje y tenía el pelo rapado.

– Perdone -dijo Eve-. ¿Lleva mucho tiempo esperando?

– A nosotros nos han tenido esperando cuatro mil años -dijo Caroline Peters con sorna.

Lo había reconocido y no se alegraba. ¿O acaso le había reconocido por lo que era aparte de policía: un hombre? Wexford aún no había conocido personalmente a una feminista militante de las que abogan por la separación total. Entonces lo comprendió todo.

– No habré interrumpido una reunión de ARRIA, ¿verdad?

– Ya ha terminado -respondió Eve-. Acaba de terminar.

– No habríamos tolerado una interrupción.

Wexford miró a Caroline Peters.

– No se vaya todavía, por favor. Me gustaría hablar con usted también.

Ella se encogió de hombros. Eve hizo un gesto a la otra joven, una bonita pelirroja de facciones angulosas.

– Ésta es Nicky.

En la habitación, la cual, aunque era más grande que las demás, era también un estudio, con sus cubrecamas de tela india colgados del techo y las paredes como si fuera una tienda beduina, había media docena de jóvenes, levantadas o preparándose para marcharse. Sara Williams estaba allí con su prima Paulette, ambas hablando con Jane Gardner. Todas llevaban camisetas de ARRIA. En un cojín del suelo había una chica negra, delgada y elegante como una modelo, sentada con las piernas cruzadas.

– No recuerdo cómo se llama -les dijo Eve a todas como si no tuviera importancia-, pero es policía. -Entonces las señaló una a una-: Jane, Sara, Paulette, Donella, Helen, Elaine y mi hermana Amy, a quien ya conoce.

Caroline Peters metió las manos en los bolsillos de su chaqueta de cuero.

– ¿Qué quiere?

– En primer lugar me gustaría saber algo más sobre ARRIA.

– En primer lugar la fundamos yo y una mujer que comparte mis ideas, una especialista en lenguas clásicas que ahora está en Oxford. -Se interrumpió-. Arria Peto -dijo luego- fue una matrona romana, la esposa de Cecina Peto. Por supuesto estuvo obligada a tomar su apellido -Wexford se dio cuenta de que Caroline Peters era una de esas fanáticas que no pierden detalle-. La Roma clásica se caracterizaba por una brutal opresión y explotación de las mujeres.

Como si fuera una profesora, aguardó a que Wexford hiciera algún comentario. Y el inspector lo hizo.

– El emperador Claudio -dijo Wexford, que se sabía bien la lección- ordenó a Cecina que se suicidara, pero éste fue demasiado cobarde para hacerlo, por lo que su esposa cogió la espada y atravesándose su propio corazón, le dijo: «Mira, Peto, no duele…»

– Usted ha leído a Graves.

– No; he leído el Diccionario del mundo clásico de Smith. -La joven que se llamaba Nicky rió-. Pero no sé qué significan las letras.

– Acción para la Reforma Radical de las Actitudes Intersexuales. [6]

– Un ejemplo de adaptación del «nimo» al «acrónimo». Aunque en este caso se trataría de unas siglas. ¿No será una ocultación intencionada?

– Tal vez.

– ¿En cuántos centros se ha introducido?

Fue Eve quien contestó esta vez:

– Kingsmarkham High, Haldon Finch, St. Catherine…

Pero Caroline Peters la interrumpió:

– Yo doy clases en Haldon Finch. ARRIA fue fundada hace poco más de un año en St. Catherine. Admitíamos como socias a mujeres que tuvieran más de dieciséis años, es decir, a las que estuvieran en sexto y séptimo de secundaria. Me alegro de poder decir que despertó interés de forma inmediata. Pero ¿cabía esperar algo diferente de una organización concebida expresamente para mujeres y cuyo fin es no dar cuartel a los hombres? -Le lanzó una mirada glacial de repugnancia y Wexford tuvo una sensación desagradable. Él no pertenecía a una minoría; no había manera de que pudieran clasificarlo en una minoría. Sin embargo, la impresión que tenía era ésa: Caroline Peters le estaba clasificando en una minoría, y además en una minoría oprimida-. Nuestro aparato de propaganda está muy bien organizado -prosiguió- y difunde la buena nueva por los demás centros de la zona. Pronto tendremos células importantes en la Escuela de Educación Superior de Pomfret y en Kingsmarkham High. -La buena nueva, pensó Wexford, el «evangelio» nada menos. Lo que Caroline Peters dijo a continuación lo dejó asombrado-: En este momento somos más de quinientas socias.

Wexford tuvo ganas de soltar un silbido pero se contuvo. ¿Cuántas jóvenes de diecisiete y dieciocho años habría en la zona? Todas juntas, contando las que habían dejado el instituto, no podían sumar más de dos mil, lo cual suponía que un veinticinco por ciento estaban afiliadas a ARRIA. Pero bueno, si casi podían comenzar una revolución.

– Muy bien. Tenéis insignias y camisetas estampadas y organizáis reuniones, pero ¿qué hacéis?

Caroline Peters respondió de buena gana.

– En resumidas cuentas, relacionarnos con los hombres lo menos posible. Desafiar a los hombres tanto por medios intelectuales como físicos.

Aquello interesó a Wexford. Caroline Peters no llevaba bolso, pero tenía bolsillos. La mayoría de las chicas llevaban bolso. No tenía una orden de registro y tampoco le acompañaba una mujer que pudiera llevarlo a cabo.

– Tenemos un estatuto y manifiesto -dijo-. Supongo que debe de haber un ejemplar por aquí y no veo ningún inconveniente en que usted tenga uno. ¿Estáis de acuerdo, mujeres? -Hubo murmullos de asentimiento, algunos de ellos divertidos-. Pero debo advertirle que nuestro objetivo no es tratarnos con los hombres en igualdad de condiciones, ni alcanzar una tregua o un compromiso con ellos, ni una precaria distensión como la que a veces se ha dado entre el proletariado y la burguesía en revoluciones pasadas. Como Marx dijo en otro contexto: los filósofos han intentado explicar el mundo, pero se trata de cambiarlo. Buenas noches a todos. -Salió de la habitación y cerró la puerta dejando tras de sí una calma un tanto siniestra.

Silencio. Donella, la joven negra, alzó la mirada y sus pupilas castaño oscuro resaltaron sobre el blanco de sus ojos. Eve dijo:

– Al decir medios físicos sólo se refería a la defensa propia. Cuando te afilias es obligatorio seguir un curso de defensa propia, kárate, judo, tai-chi o lo que sea.

– En mi opinión -dijo Donella-, ésa es una de las cosas que atrae a las chicas: el deporte, ¿sabe?

– No sé si se habrá dado cuenta, pero los cursos de artes marciales de la tarde se han triplicado por tres desde que se fundó ARRIA. Es una respuesta al aumento de la demanda, y eso es gracias a ARRIA.

Nicky lo dijo con orgullo, no con agresividad. Hizo un cortante movimiento hacia abajo con un brazo. Wexford, pese a ser un hombre grande que medía más de metro ochenta, se alegró de no ser el destinatario de aquel golpe. Era cierto lo de los cursos de judo y kárate. Se lo había comentado a Burden, contento de saber que las mujeres estaban finalmente tomando medidas para defenderse contra los robos y las violaciones, que en los últimos años habían aumentado desproporcionadamente.

– De acuerdo -dijo-. Eso es para la defensa personal. Pero ¿qué me decís de la agresión? Supongo que ninguna de vosotras admitirá que lleva un arma ofensiva.

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