Ruth Rendell - Simisola
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– ¿Prefiere explicármelo todo ahora o quiere que vayamos a comisaría?
– No puedo dejar a los niños.
Wexford pensó en el problema. Tenía un lado divertido que quizá descubriría con el paso del tiempo. Ella no podía dejar a los niños. Los hijos de los Epson figuraban en el registro del servicio social desde que los padres habían sido condenados a prisión suspendida por dejarlos solos en casa durante una semana. Pero no tenía ganas de llamar a una asistenta social, pedir una orden de tutela, de poner toda la maquinaria en marcha sólo por llevarse a Melanie Akande unas horas antes. Sin duda los Epson, asustados por lo ocurrido la última vez, la habían contratado más o menos para que cuidara de sus dos hijos.
– ¿Qué hizo? ¿Contestó a un anuncio en el centro de trabajo?
– La señora Epson, me dijo que la llamara Fiona, estaba allí. Cuando acabé la entrevista con el consejero de nuevas solicitudes di una vuelta por el centro de trabajo y allí estaba esta mujer junto al tablero donde piden niñeras, cuidadoras de ancianos y cosas así. Nunca había pensado en esa clase de trabajo pero, al ver que leía las tarjetas, ella se acercó y me preguntó si quería trabajar para ella durante tres semanas. Bueno, sabía que no hay que marcharse con las personas que te ofrecen trabajos de esta manera pero la mujer no parecía ser de ésas. Me refiero a que todo es una cuestión de acoso sexual, ¿no? Ella me dijo: «¿Porque no me acompañas y lo ves tu misma?», así que la acompañé. Tema el coche en el aparcamiento, el coche que vio en la calle, y salimos por la puerta lateral.
– Por eso no la vieron salir aquellos chicos de la escalera -dijo Vine.
– Quizá. -De pronto Melanie cayó en la cuenta-. ¿Mis padres me han estado buscando?
– Todo el país la está buscando -contestó Vine-. ¿No lee los periódicos? ¿No ve la televisión?
– El televisor se estropeó y no sabíamos a quién llamar para que viniera a repararlo. No he leído ningún periódico.
– Su madre pensó primero que estaba con Euan Sinclair -le explicó Wexford-. La asustaba esa posibilidad. Después pensó que estaba muerta. ¿Así que la señora Epson la trajo aquí? ¿Sin más? ¿No le preguntó si primero quería ir a su casa, si necesitaba recoger alguna cosa?
– Se iban al día siguiente. Tenían más o menos decidido llevarse a los niños. Comprendo que no quisieran llevárselos. Son unos niños terribles.
– No es de extrañar -comentó Vine, el padre responsable.
Melanie encogió los hombros ante el comentario del sargento.
– Le dije a Fiona que aceptaba el trabajo. Llevaba mis cosas conmigo, vera… bueno, tema suficiente con lo que llevaba para ir a la casa de Laurel. Pero no quería ir allí. Tenía una cita con Euan pero tampoco quería verle, no quería escuchar más sus mentiras. Esta casa y estar aquí era precisamente lo que quería. Al menos, era lo que pensaba. Ganaría un dinero que no era de una beca o dinero de bolsillo de papá. Pensé que estaña sola y eso es lo único que deseaba, estar sola. Pero no puedes estar sola con los críos.
– ¿Christopher Riding no estuvo aquí todo el tiempo?
– No sé dónde estaba. No le conocía muy bien, al menos entonces. Fue… fue al cabo de una semana de estar aquí. Ya no aguantaba más, estos chicos son un desastre, tenía que llevar al mayor a la escuela, por eso me dejaron el coche, y Chris me vio, me reconoció, y entonces él… me siguió hasta aquí.
Después de estar una semana aquí, pensó Wexford. Esto correspondía al mismo día, o al siguiente, después de que él hablara con Christopher Riding y le preguntara sobre Melanie. Al menos, entonces le había dicho la verdad.
– Pensó que sería divertido -añadió Melanie-. Me refiero a todo el montaje. Le fascinaba. Se quedó por aquí. -La muchacha desvió la mirada-. Me refiero a que iba y venía. Me ayudaba con los niños. Son unos niños terribles.
– ¿Y usted no es una niña terrible? -señaló Vine-. ¿No es una niña terrible la que se va, desaparece, sin decirle ni una palabra a los padres? ¿Les deja que piensen que está muerta? ¿Que la han asesinado?
– ¡No pueden haber pensado eso!
– Claro que lo pensaron. ¿Qué le impidió llamarlos por teléfono?
La muchacha no respondió, la mirada puesta en el pañuelo de papel manchado de sangre que le envolvía el dedo. Wexford pensó en todas las personas que la habían visto y no habían dicho nada, que no habían dicho nada porque siempre iba con dos niños negros que tomaron por sus hijos. O que la habían visto con Riding, al que habían tomado por el padre de los niños, que iba con ellos. Wexford había pensado que encontrar a una muchacha negra no sería difícil porque no había muchos negros por aquí, pero también era válida la situación inversa. Por este último motivo no la habían reconocido.
– No me hubiesen dejado quedarme -respondió Melanie con una voz casi inaudible. Desconsolada, miró de soslayo a Christopher que acababa de entrar en la habitación-. Mi madre hubiese dicho que era trabajar de criada. Mi padre hubiese venido a buscarme. -Su voz subió de volumen con un punto de histeria-. Usted no sabe lo que es mi casa. Nadie lo sabe. -Dirigió a Christopher una mirada amarga-. No puedo marcharme si no tengo un trabajo y un… un techo. -Sin ningún motivo aparente, le preguntó a Wexford-: ¿Puedo hablar con usted a solas? Sólo será un momento.
Se escuchó un alarido tremendo. Provenía de la planta alta pero podría haber sonado en la misma habitación. Al alarido le siguió un choque violento.
– ¡Oh, no! -gritó Melanie-. Chris, por favor, ve a ver qué hace ahora.
– Ve tú -replicó Christopher, con una carcajada.
– No puedo. Tengo que hablar con ellos.
– Caray, ya estoy hasta las narices. Ni siquiera sé por qué me lié con todo esto.
– ¡Yo sí!
– Pues ahora tampoco me atrae.
– Iré yo -intervino Vine, en un tono severo.
– ¿Quiere que hablemos en otra habitación? -le preguntó Wexford a Melanie.
Entraron en una habitación oscura que al parecer se utilizaba muy poco, donde en un rincón había una mesa de comedor, unas cuantas sillas y una bicicleta. Las persianas verdes estaban cerradas. Wexford le señaló a la muchacha una de las sillas y él se sentó en otra.
– ¿Qué quiere decirme?
– Pensaba tener un hijo -contestó ella-, para que el ayuntamiento me concediera un piso.
– Lo más probable es que le pagaran sólo la cama y el desayuno en algún hostal.
– Eso sería mejor que Ollerton Avenue.
– ¿Lo dice en serio? ¿Tan malo es?
Melanie se relajó de pronto. Apoyó los codos sobre la mesa y le dirigió una mirada casi íntima. La sonrisa forzada la volvió muy atractiva. La transformó en una muchacha bonita y encantadora.
– Usted no lo sabe -respondió-. No sabe cómo son de verdad. Usted sólo ve al médico trabajador y bondadoso y a la esposa hermosa y eficaz. Esos dos son unos fanáticos, están obsesionados.
– ¿En qué sentido?
– Para empezar tienen una educación superior a la mayoría de los que viven por aquí. Mi madre se licenció en ciencias antes de comenzar a ejercer de enfermera y es casi todo lo que se puede ser como enfermera, está especializada en todo. Medicina, psiquiatría, lo que usted quiera, ella lo tiene. Cuando Patrick y yo éramos niños nunca la veíamos, ella siempre estaba fuera en un curso u otro. Nos dejaban con los abuelos y los tíos. Mi padre es médico de medicina general pero también es cirujano, pertenece al Real Colegio de Cirujanos, puede realizar cualquier tipo de intervención quirúrgica, no sólo extirpar un apéndice. Es tan bueno como pueda serlo el padre de Chris.
– ¿Así que tenían grandes ambiciones para usted?
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