Ruth Rendell - Simisola

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La ciudad del inspector Wexford -personaje legendario de la autora- se ve sacudida por la desaparición de una joven de color. El inspector se lanza a una investigación que le desvela los resortes más difíciles de la convivencia racial, y una sociedad de claroscuros que confirma la maestría de la autora británica para urdir tramas perfectas y ahondar en las miserias humanas.

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– ¿Sugiere que siguió a Annette a su casa?

– ¿Porqué no?

– ¿O sea que escogió a Annette por casualidad?

– No del todo -respondió Wexford-. Casi todos los demás que trabajan allí van en coche y aparcan en la parte de atrás. No salen por la puerta principal.

– Stanton no va a trabajar en coche -señaló Burden-. Tampoco Messaoud. Su esposa lo usa durante el día.

– Son hombres. Sojourner no seguiría a un hombre.

– De acuerdo, ella sigue a Annette por la calle Mayor, doblan por Queen Street que la cruza… -Burden explicaba el recorrido como si Wexford no tuviese el plano sobre la mesa-, bajan por Manor Road y llegan a Ladyhall Gardens. En aquel momento Diana Graddon la ve. O, mejor dicho, ve a Annette y cuando sale por segunda vez ve a Sojourner delante de la puerta de Ladyhall Court.

– Para ser precisos, ve a Annette asomada a la ventana hablando con Sojourner. ¿Annette la dejó entrar en la casa? ¿Sojourner quería entrar?

– Annette debió decirle que si buscaba trabajo, o quería el paro, tendría que volver a la oficina de la Seguridad Social al día siguiente, el martes. Quizá le dijo que preguntara por ella y le dio su nombre, pero no la dejó entrar. No era muy dada a permitir que la gente entrara en su casa.

– ¿Qué le dijo Sojourner que impulsó a Annette a preguntarse si debía comunicárselo a la policía?

– ¿Piensa que fue eso? ¿Fue Sojourner que se lo dijo, aunque no sabemos qué? Esto fue veinticuatro horas, más de veinticuatro horas, antes de que Annette llamara a la prima Jane el jueves por la noche.

– Lo sé, Mike. Estoy especulando. Pero mírelo de esta manera. Sojourner le dijo algo a Annette que no le gustó o le hizo sospechar. No sabemos qué fue, es probable que se lo fuera a decir a Oni pero no lo hizo, algo sobre el hombre que le pegaba o quizá dónde vivía. No obstante, sabemos que Sojourner no siguió el consejo que quizá le dio Annette, que volviera a la oficina de la Seguridad Social al día siguiente.

– Al ver que no aparecía, ¿no cree posible que Annette se inquietara? Quizá quería discutir lo que fuese con Sojourner antes de dar ningún paso. Pero en aquel momento Annette se sentía mal. Se fue a su casa, se metió en la cama, se encontraba tan mal que llamó a Snow para decirle que no le vería al día siguiente, pero le preocupaba tanto que llamó a la prima para comentárselo.

– En cuanto a por qué pienso que eso que debía saber la policía provino de Sojourner, bueno, ella murió aquella noche, ¿no es así? la asesinaron aquella noche. No pudo ir a la oficina de la Seguridad Social porque estaba muerta. Y el hecho de que no se presentara debió aumentar los temores de Annette, sólo que con aquel virus, créame, uno no está para pensar en nadie excepto en uno mismo.

– ¿Así que el lunes por la tarde, Annette se limitó a enviar a Sojourner a dónde fuera que tuviera su casa?

– Se comportó, sin duda, como hubiese hecho cualquier otro en las mismas circunstancias. Probablemente no le dio ningún consejo aparte de recomendarle que fuera a la oficina de la Seguridad Social. Por desgracia, y ahí está lo trágico, Sojourner no tenía otro lugar a dónde ir excepto su casa. No sabemos qué pasó después, pero podemos suponer con bastante certeza que alguien en su casa, el padre, un hermano, incluso el marido o un pariente masculino, la «castigó» por fugarse.

– ¿La persona que pensaba que la perseguía?

– Sí.

– ¿Cómo se enteró él de la existencia de Oni Johnson? ¿Cómo supo lo de Annette?

– Ella se lo dijo.

Burden pareció dispuesto a preguntarle por qué pero no lo hizo.

– Dice que Sojourner «se lo dijo». ¿A quién se lo dijo? ¿Al padre? ¿Al hermano? ¿Al marido? ¿Al novio?

– Tuvo que ser al marido o al novio. Conocemos a todas las personas negras de aquí, Mike, los encontramos a todos, hablamos con todos. Pero quizá tenía un novio blanco.

Mientras hablaba, Wexford no dejaba de pensar en el doctor Akande. A veces le parecía que todos los caminos conducían de regreso a los Akande y que, a la inversa, en cada camino que tomaba encontraba al final a uno u otro de los Akande. Cogió el teléfono y le pidió a Pemberton que subiera.

– Bill, quiero que se ocupe de la familia de Kimberley Pearson y averigüe todo lo que pueda sobre ellos.

Pemberton intento disimular su desconcierto, sin éxito.

– La amiga de Zack Nelson -le ayudó Burden.

– Ah, sí, desde luego. ¿Se refiere a los padres? ¿Dónde viven?

– No lo sé. No tengo ni la menor idea, en algún lugar dentro de un radio de treinta kilómetros. Hay, o había, una abuela. Quiero saber dónde vivía y cuando murió. Y Kimberley no debe enterarse. No quiero que ni el más mínimo rumor de nuestra investigación llegue a oídos de Kimberley.

Con un destello intuitivo que sorprendió y complació a Wexford, Pemberton preguntó:

– ¿Cree que la vida de Kimberley corre peligro, señor? ¿Qué es la próxima víctima del asesino?

– No, si podemos evitarlo -contestó Wexford, con voz pausada-. No si él -o ella- piensa que no nos interesa. Voy al hospital. Quiero hablar otra vez con Oni. -Después, al recordar la acusación de Freeborn, añadió-: Pero no iré por Stowerton High Street, daré toda la vuelta.

Mhonum Ling estaba con su hermana. Si celebraran un concurso para elegir a la mujer con el vestuario más exagerado, pensó Wexford, el jurado habría tenido problemas para escoger entre la hermana de Oni y Anouk Khoori.

La falda rosa de Mhonum le llegaba justo a los tobillos para dejar a la vista las sandalias doradas. La camiseta estaba a años luz de la de Danny, tenía lentejuelas.

El inspector jefe estrechó la mano de Oni y ella le dedicó una de sus tremendas sonrisas.

– Quiero que me lo vuelva a contar todo -dijo Wexford.

Ella mostró una falsa expresión de horror y él supuso que en el fondo Oni disfrutaba con todo esto. Apareció Raffy, con un radiocasete enorme al hombro, pero por fortuna no lo traía encendido. Se había habituado a la presencia de Wexford pero miró a la tía con la cara de alguien que se encuentra con una leona suelta. Cuando Oni repitió lo que le había dicho Sojourner en yoruba, Mhonum encogió los hombros y volvió la cabeza para mirar a Raffy de arriba a abajo.

– ¿Recuerda si los niños salían de la escuela cuando la perdió de vista? -le preguntó Wexford-. ¿O si antes ya habían llegado muchos padres?

– Las madres y los padres, sobre todo las madres, llegan alrededor de las cinco, diez minutos antes de la salida. La que aparcó justo a mi lado, la que le dije que aparcara más allá, fue la primera. Entonces comenzaron a llegar todos los demás.

– Quiero que piense con cuidado en una cosa, señora Johnson. ¿Cree que ella escapó porque tenía miedo de ser vista por alguno de los padres?

Oni Johnson intentó recordar. Apretó los párpados con fuerza en un esfuerzo por concentrarse.

– ¿Ya saben cómo se llamaba? -intervino Mhonum Ling.

– Todavía no, señora Ling.

– ¿Para qué has traído la radio, Raffy? -le preguntó a su sobrino y, sin esperar la respuesta, añadió-: Ve a la máquina y trae una Fanta light para tu tía y otra para tu mamá. -Sacó un puñado de monedas del bolso rosa de cuero auténtico-. Y cómprate una coca. Sé buen chico y ve corriendo.

– Es inútil -afirmó Oni, abriendo los ojos-. No lo sé. Nunca lo supe. Ella estaba asustada, tenía mucha prisa, pero no sé de qué tenía miedo.

Wexford bajó las escaleras detrás del muchacho silencioso que arrastraba los pies al caminar. Raffy se detuvo delante de la máquina y miró desconsolado las teclas y las figuras encima de cada una. Podía arreglárselas con la coca pero la Fanta era más difícil. Wexford tendió la mano mientras pasaba, tocó la tecla correspondiente y siguió su camino hacia el aparcamiento. Había llegado casi un centenar de coches desde que había aparcado el suyo. Recordó que le había dicho al jefe de policía y a muchas personas más, que tendría resuelto el caso para el fin de semana. Todavía le quedaba tiempo, sólo estaban a martes.

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