Ruth Rendell - Un Beso Para Mi Asesino

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El libro arranca con la muerte de un policía en el atraco a un banco en el que inocentemente se ve envuelto y además, con un triple crimen perpetrado en una mansión. Casos aparentemente inconexos en cuya resolución se ve implicado el inspector jefe Wexford y que se verán seguidos de desconcertantes hechos que, como piezas de un complejo puzzle, tendrán que ser encajados adecuadamente para llegar al culpable.

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Había muchísimas cosas que a Wexford le habría gustado saber. Si Bib había visto a alguien cerca del árbol. Si había visto a alguien en el bosque aquella tarde. Thanny Hogarth era su único vínculo con lo que había podido ocurrir; Thanny Hogarth tenía que ser su intérprete.

– Por consiguiente -dijo Wexford, terminándose su pilaf-, esta tarde vendrá aquí a prestar declaración. Sobre lo que ocurrió cuando Bib llegó a su puerta y le dijo que había encontrado el cuerpo de Andy Griffin. Pero no creo que vaya a proporcionar ninguna revelación sensacional.

Thanny Hogarth llegó en su bicicleta. Wexford le vio desde la ventana. Cruzó el patio hacia los establos, sin manos, pedaleando con los brazos cruzados, el rostro arrebatado mientras escuchaba el walkman que llevaba sujeto a la cabeza.

El auricular quedó colgando del cuello cuando entró. Karen Malahyde le interceptó y le llevó a donde estaba Wexford. Ese día Thanny llevaba el pelo recogido atrás, al parecer con un cordón de zapato, en ese estilo que Wexford odiaba en un hombre, aunque reconocía que su desagrado era un prejuicio. Iba sin afeitar en el mismo grado que la última vez que se habían visto, es decir, con barba de dos o tres días. ¿Siempre iba así? Wexford se permitió preguntarse cómo se las arreglaba para ello. ¿La recortaba con las tijeras? Con botas del Oeste, de color marrón, cosidas y con clavos, y con una bufanda roja atada al cuello, parecía un guapo joven pirata.

– Antes de empezar, señor Hogarth -dijo Wexford- me gustaría que satisfaciera mi curiosidad. Si su curso de escritura creativa no empieza hasta otoño, ¿por qué ha venido seis meses antes?

– La escuela de verano. Es un curso preliminar para los estudiantes que van a sacarse la licenciatura.

– Entiendo.

Lo comprobaría con el doctor Perkins pero no le cabía duda de que todo sería correcto. Karen tenía una libreta de taquigrafía y anotó la declaración de Thanny Hogarth. También la grabaron en cinta.

– Por si tiene algún valor -dijo alegremente, y Wexford se sintió inclinado a estar de acuerdo con él. ¿Qué valor tenía aquel breve relato de unas cuantas palabras balbuceadas con terror?-. Ella dijo: «Una persona muerta. Ahorcada. Colgada de un árbol». No la creí. Dije: «Vamos» o algo así. Quizá dije: «Espere un momento», le pedí que me lo repitiera. Preparé café y le hice tomar un poco, aunque me parece que no le gustó. Demasiado fuerte. Se lo derramó todo por encima, de tanto que temblaba.

»Dije: "¿Y si me acompaña y me lo enseña?", pero no debí decirlo. Eso la puso en marcha otra vez. "Está bien -dije-, tiene que llamar a la policía, ¿de acuerdo?" Entonces dijo que no tenía teléfono. ¿No es increíble? Le ofrecí que utilizara el mío pero no quiso. Quiero decir, me di cuenta de que ella no lo haría, así que dije de acuerdo, lo haré yo, y supongo que lo hice.

– ¿No comentó si había visto a alguien en el bosque? Entonces o en alguna ocasión previa cerca de donde se encontraba el cuerpo.

– Nada. Tiene que entender que no habló mucho, no de una manera auténtica. Hacía muchos ruidos, pero hablar de verdad, no.

Además de los otros medios para grabar esta declaración, Wexford había estado anotando algunas cosas cuando su bolígrafo dejó de funcionar. La punta empezó a hacer surcos en lugar de marcas en la página. Levantó la vista, buscó otro bolígrafo en el bote que había al lado del cactus y se fijó en que Daisy había ido a los establos y estaba de pie junto a la puerta, mirando a su alrededor con aire pensativo.

Ella le vio una fracción después de que él la viera a ella e inmediatamente se acercó, sonriendo, y le tendió las manos. Parecía una visita social prometida hacía tiempo. Que aquello fuera en realidad una comisaría de policía, que aquellas personas fueran agentes de policía que llevaban a cabo la investigación de unos asesinatos no la habían frenado en absoluto. No era consciente de las implicaciones que habrían inhibido a otros.

– El otro día me dijo que viniera y yo le respondí que no, que estaba cansada o que quería estar sola o algo así, y después pensé que fui muy grosera. Así que he pensado, hoy iré y veré aquello, ¡y aquí estoy!

Karen parecía escandalizada y Barry Vine no mucho menos. La idea de tener la oficina en plan abierto en los establos tenía sus desventajas.

Wexford dijo:

– Estaré encantado de enseñártelo todo dentro de diez minutos. Entretanto, el sargento Vine te enseñará nuestro sistema informático y cómo funciona.

Daisy miró a Thanny Hogarth, sólo le echó un vistazo antes de apartar los ojos, pero fue una mirada llena de curiosidad y especulación. Barry Vine le dijo que tuviera la amabilidad de acompañarle y le explicaría el enlace telefónico del ordenador con la comisaría de policía. Wexford tuvo la impresión de que ella no quería ir, pero que comprendía que no podía elegir.

– ¿Quién es? -preguntó Thanny.

– Davina, llamada Daisy, Jones, que vive en la casa.

– ¿Quiere decir la chica a la que dispararon?

– Sí. Me gustaría que tuviera la bondad de leer esta declaración, y si la encuentra satisfactoria, que la firmara.

A mitad de su lectura, Thanny levantó los ojos de la hoja de papel para mirar otra vez a Daisy, que estaba siendo instruida por Vine respecto al formateado de los disquetes. Un verso acudió a la cabeza de Wexford: «¿Qué dama es la que enriquece la mano de aquel caballero?». Romeo y Julieta… bueno, ¿por qué no?

– Muchas gracias. No le molestaré más tiempo.

Thanny no parecía ansioso por irse. Preguntó si a él también podían enseñarle el sistema informático. Le interesaba porque estaba pensando en sustituir su máquina de escribir. Wexford, que no habría llegado a donde estaba si fuera incapaz de hacer frente a este tipo de situación, dijo que no, lo sentía pero estaban demasiado ocupados.

Encogiéndose de hombros, Thanny se dirigió despacio hacia la puerta. Allí se entretuvo un momento como si estuviera absorto en sus pensamientos. Podría haberse quedado allí hasta que Daisy se hubiera marchado, de no haber sido porque el agente Pemberton le abrió la puerta y le hizo salir.

– ¿Quién era? -preguntó Daisy.

– Un estudiante norteamericano llamado Jonathan Hogarth.

– Qué nombre tan bonito. Me gustan los nombres con el sonido th [10] . -Por un momento, por un desconcertante momento, habló exactamente igual que su abuela. O como Wexford supuso que su abuela debía de hablar-. ¿Dónde vive?

– En un cottage de Pomfret Monachorum. Está aquí para seguir un curso de escritura creativa en la Universidad del Sur.

Wexford pensó que Daisy parecía triste. Si te gusta su aspecto y su voz, tuvo ganas de decirle, ve a la universidad y conocerás a muchos como él. Tuvo ganas de decírselo pero no lo hizo. Él no era su padre, por muy paternal que pudiera sentirse, y lo era Gunner Jones. A Gunner Jones no podía importarle menos si ella iba a Oxford o si hacía la calle.

– No creo que vuelva a utilizar jamás este lugar -dijo Daisy-. Bueno, no como mi sitio especial privado. No lo necesitaré. Sería extraño hacerlo ahora que dispongo de toda la casa. Pero siempre tendré recuerdos felices de él. -Hablaba como alguien de setenta años, otra vez la abuela, contemplando una distante juventud-. Era realmente agradable, llegar a casa del colegio y poder venir aquí. Y poder traer a mis amigas, y nadie nos molestaba. Sin embargo, estoy segura de que no lo apreciaba como debería haberlo hecho cuando lo tenía. -Miró por la ventana-. ¿Ese chico ha venido en bicicleta? He visto una apoyada en la pared.

– Sí. No está lejos.

– Si se conoce el camino a través del bosque, no; aunque supongo que él no lo conoce. Y de todos modos, no en bicicleta.

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