– ¿No esperaba que la visitara en este tiempo, señora Chowney?
– Lo que yo espero -replicó con aspereza- y lo que ellos hacen son dos cosas completamente diferentes. En otras ocasiones se ha ido tres semanas y no ha aparecido por aquí. Pam es la única en la que se puede confiar. La única de todos ellos que no piensa sólo en sí misma mañana, tarde y noche.
Pamela Burns parecía un poco pagada de sí misma. Una leve sonrisa modesta apareció en sus labios. La señora Chowney dijo sagazmente:
– Se trata de Naomi, ¿no? Tiene algo que ver con lo que ocurrió allí. Joanne estaba preocupada por ella. Solía hablarme de ello, cuando no hablaba de sí misma.
– ¿Preocupada en qué sentido, señora Chowney?
– Decía que no tenía vida, que debería encontrar un hombre. Decía que su vida estaba vacía. Vacía, pensaba yo para mí, viviendo en aquella casa, sin conocer jamás problemas de dinero, jugando a vender animales de porcelana, sin tener que arreglárselas nunca por sí misma. Eso no es una vida vacía, decía yo, es una vida protegida. Aun así, ella se ha ido y la vida sigue.
– Había un hombre en la vida de su hija, ¿verdad?
– Joanne -dijo la señora Chowney. Recordó demasiado tarde que con tantas hijas era necesario especificar-. Mi hija Joanne. Tuvo dos esposos. -Hablaba como si en esta área de la vida existiera alguna especie de esquema racionador y su hija ya hubiera consumido la mejor parte de su ración-. Podría haber alguien, pero ella no me lo diría, a no ser que estuviera podrido de dinero. Lo que ella haría sería enseñarme las cosas que él le hubiera regalado y no hizo nada de eso, ¿verdad, Pam?
– No lo sé, madre. No me lo decía y yo no preguntaba.
Wexford llegó a la pregunta que era el motivo de su visita. Temblaba. Mucho dependía de una respuesta de culpabilidad, a la defensiva o indignada.
– ¿Conocía ella al ex esposo de Naomi, el señor George Godwin Jones?
Las dos mujeres le miraron como si semejante sublime ignorancia fuera sólo motivo de lástima. Pamela Burns incluso se inclinó un poquito hacia él como para incitarle a repetir lo que había dicho, como si no lo hubiera oído bien.
– ¿Gunner? -dijo por fin la señora Chowney.
– Bueno, sí. El señor Gunner Jones. ¿Ella le conocía?
– Claro que le conocía -respondió Pamela Burns-. Claro que sí. -Hizo el gesto de enlazarse los dedos índice-. Eran así, uña y carne, ella y Brian y Naomi y Gunner, ¿verdad? Solían hacerlo todo juntos.
– Joanne se acababa de casar por segunda vez -intervino la señora Chowney-. Oh, hará de eso veinte años.
Las mujeres seguían sin creerse del todo que esto no fuera ampliamente conocido. Como si tuvieran que recordarse los hechos de manera indignante, no contarlos por primera vez.
– Joanne conoció a Naomi a través de Brian. Él era compinche de Gunner. Recuerdo que ella dijo que era una coincidencia que Gunner se casara con una chica de por aquí y yo pensé, no sólo una chica de por aquí, vamos, ¡una chica de esa categoría! Aun así, Joanne había recibido alguna ayuda. Brian solía decir que él no era más que un pobre millonario, pero él era así, se hacía el gracioso.
– Eran muy íntimos -terció la señora Chowney-. Yo le dije a Pam: me pregunto si Gunner y Naomi no se llevarán a esos dos en su luna de miel.
– ¿Y esa intimidad persistió después de los dos divorcios?
– ¿Cómo dice?
– Quiero decir, ¿esas cuatro personas siguieron viéndose después de que sus respectivos matrimonios acabaran? Por supuesto, ya sé que la señora Garland y la señora Jones siguieron siendo amigas.
– Brian se marchó a Australia, ¿verdad? -La señora Chowney hizo la pregunta en el tono que habría podido utilizar para preguntarle a Wexford si el sol había salido por el este aquella mañana-. No podían alternar con él aunque hubieran querido hacerlo. Bueno, Gunner y Naomi se separaron mucho antes. Ese matrimonio estaba condenado desde el principio.
– Joanne se puso de parte de Naomi -explicó Pamela Burns con impaciencia-. Bueno, es lo que se haría, ¿no? Una amiga íntima como ella. Se alineó con Naomi. Ella y Brian estaban juntos entonces e incluso Brian se puso contra Gunner. -Añadió en tono sentencioso-: No abandonas un matrimonio sólo porque no puedes llevarte bien con la madre de tu esposo, en especial cuando tienes un bebé. Esa niña sólo tenía seis meses.
La furgoneta de suministros, como era su costumbre diaria, estaba aparcada en el patio entre Tancred House y los establos. Olía a curry y a especias mexicanas.
– Freebee también tendría algo que decir de eso si lo supiera -comentó Wexford a Burden.
– Tenemos que comer.
– Sí, y está por encima de la cantina de la estación o cualquiera de nuestras rondas por los sitios baratos de la ciudad.
Wexford comía pollo pilaf y Burden una hamburguesa individual y pastel de setas.
– Es curioso pensar que a esa chica, a pocos metros de nosotros realmente, la está sirviendo por un criado, le cocinan la comida, sólo por rutina.
– Es un estilo de vida, Mike, y nosotros no estamos acostumbrados a él. Dudo que contribuya mucho a la felicidad personal o la disminuya. ¿Cuándo esperan en la tienda de Gunner Jones que éste regrese?
– Hasta el lunes. Pero eso no significa que no vaya a estar en casa antes. A menos que se haya escapado, que haya abandonado el país. No me parecería imposible.
– ¿Irse a reunir con ella, imaginas?
– No lo sé. Estaba seguro de que ella estaba muerta, pero ahora no lo sé. Me gustaría poder hacer otro de lo que tú llamas mis guiones para estos dos, pero cuando lo intento no funciona. Gunner Jones tiene el mejor motivo que nadie para estas matanzas, siempre que Daisy hubiera muerto, y no cabe duda de que quien le disparó a ella creía que moriría. En ese caso, él lo habría heredado todo. Pero ¿dónde entra Garland? ¿Era su amiguita, iban a repartirse el botín? ¿O era una inocente visita que le interrumpió a él… y a quién más? No hemos establecido ninguna conexión entre Jones y Andy Griffin, aparte de que Gunner le vio un par de veces cuando el otro era niño. Después está el vehículo en el que llegaron. No era el de Joanne Garland. Los chicos de la oficina del forense lo han revisado a fondo. No fue el BMW. No existe ninguna señal que indique que nadie más que la propia Joanne lo haya utilizado en meses.
– ¿Y dónde entra Andy?
Bib Mew había vuelto al trabajo a Tancred House y allí Wexford y Vine habían hablado con ella por separado. Mencionar el cuerpo colgado del árbol, por mucho que se expresara con un lenguaje suave y tranquilizador, le producía como consecuencia temblores y en una ocasión una especie de ataque que se manifestó en una serie de cortos gritos agudos.
– No pasará por donde estaba -dijo voluntariamente Brenda Harrison con placer-. Da toda la vuelta. Va hasta Pomfret y por el camino principal y hasta Cheriton. Tarda horas y no es ninguna broma cuando llueve. Daisy -aquí una audible inhalación- dice a Ken que la lleve en el coche, es lo menos que podemos hacer, dice ella. Que la lleve ella misma si tanto lo desea, digo yo. Nosotros estamos despedidos, dije, no veo por qué debemos molestarnos. Espero que sigas cociendo nuestro pan, Brenda, dice ella, y esta noche tengo invitados a cenar, Brenda, y esta noche salimos. Davina se revolvería en la tumba si lo supiera.
La siguiente vez que Wexford trató de ver a Bib, se hallaba escondida en la habitación de al lado de la cocina, donde estaba el congelador, y se encerró dentro.
– No sé qué le han hecho ustedes para asustarla -dijo Brenda-. Es un poco simple. ¿Lo sabían? -Se dio unos golpecitos en la cabeza con dos dedos. Pronunciando sin voz informó-: Daño en el cerebro durante el parto.
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