– George Godwin Jones es mi nombre completo. -Gunner Jones exhibía una expresión satisfecha-. Me casé otra vez después de lo de Naomi -dijo de modo inesperado-, pero tampoco fue un gran éxito. Ella hizo sus maletas hace cinco años; no creo que vuelva a intentarlo. No cuando es como dice la canción y lo puedes tener todo y no liarte.
– ¿Cómo se gana la vida, señor Jones? -preguntó Barry.
– Vendo equipo deportivo. Tengo una tienda en Holloway Road, y no me hable de recesiones. En lo que a mí respecta, el negocio es un éxito, nunca ha ido mejor. -Eliminó la ancha sonrisa de autosatisfacción de su rostro como si le hubieran desconectado algún interruptor interior-. Fue espantoso lo de Tancred -dijo, su voz una octava más baja-. Por eso están aquí, ¿no? O digamos que no estarían aquí si no hubiera ocurrido, ¿verdad?
– Creo que no ha tenido mucho contacto con su hija.
– No he tenido ninguno, amigo. Hace diecisiete años que no la he visto ni he sabido nada de ella. ¿Cuántos tiene ahora? ¿Dieciocho? No la he visto desde que ella tenía seis meses. Y la respuesta a su siguiente pregunta es no, no mucho. No me importa mucho. No me preocupa en lo más mínimo. A los hombres pueden gustarles los hijos cuando son mayores, pero ¿los bebés? No significan nada. Me lavé las manos respecto a todos ellos y nunca he sentido el menor remordimiento.
Era asombroso con qué rapidez su afabilidad podía convertirse en beligerancia. Su voz subía y bajaba según cambiaba el tema, un crescendo cuando hablaba de cosas personales para sí mismo, un bajo ronroneo cuando hablaba por cumplir con los requerimientos de la sociedad.
Barry Vine preguntó:
– ¿No se le ocurrió ponerse en contacto con ella cuando se enteró de que su hija había resultado herida?
– No, amigo, no se me ocurrió. -Sólo una vacilación momentánea precedió al acto de abrir una segunda lata de cerveza-. No, no pensé en ello y no lo hice. Ponerme en contacto, quiero decir. Ya que me lo pregunta, me encontraba fuera cuando ocurrió. Me fui a pescar, un pasatiempo nada insólito en mí; de hecho es lo que llamaría mi afición si alguien estuviera interesado en saber cuál es mi afición. Esta vez fue en West Country; me alojaba en un cottage en el río Dart, un lugar muy agradable al que voy a menudo a pasar unos días en esta época del año. -Hablaba con una agresividad llena de seguridad en sí mismo. ¿O quizás esta cantidad de belicosidad nunca era realmente confianza?-. Me voy allí para alejarme de todo, así que lo último que hago es mirar las noticias de la tele. Me enteré de ello el día quince, cuando regresé. -Su tono se alteró un poco-. Les advierto una cosa: no digo que no hubiera sentido una punzada de dolor si a la chiquilla le hubiera pasado lo mismo que a los demás, pero lo sentiría por cualquier chiquillo, no tiene que ser el tuyo.
»No me importa decirles otra cosa. Quizá piensen que me estoy incriminando, pero lo diré igual. Naomi no era nada, nada. Se lo digo, allí no había nada. Era una cara bonita y lo que se podría llamar una naturaleza afectuosa. Ideal para tomarte de la mano y abrazarte. Sólo que los abrazos terminaban estrictamente a la hora de acostarse. En cuanto a lo de tener la cabeza vacía, bueno, yo no he recibido educación y no creo que haya leído más de seis libros en toda mi vida, pero era un genio comparado con ella. Yo era la personalidad del año…
– Señor Jones…
– Sí, amigo, podrá hablar dentro de un minuto. No me interrumpa en mi propia casa. Todavía no he dicho lo que he empezado a decir. Naomi no era nada y yo nunca tuve el placer de conocer al miembro del parlamento señor Copeland, pero le diré algo: cualquier tipo que cargara con Davina Flory, cualquier tipo, tenía que ser un soldado, un soldado luchador, caballeros. Tenía que ser bravo como un león y fuerte como un caballo y con una piel gruesa como un hipopótamo. Porque esa señora era una zorra del tamaño de una reina y nunca se cansaba. No se la podía cansar, sólo necesitaba unas cuatro horas de sueño y luego ya volvía a tener ganas de empezar… o más bien de atacar debería decir.
»Yo tenía que vivir allí. Bueno, ellos lo llamaban «estar allí mientras encontrábamos algo en otro sitio», pero era evidente que Davina nunca nos dejaría marchar, en especial después de que naciera el bebé. -Ladró a Burden-. ¿Sabe lo que es un godo?
«Algo como Gunnar y esos Nibelungos», pensó rápidamente Burden.
– Dígamelo usted.
– Lo busqué en un diccionario. -Gunner Jones era evidente que se había aprendido la definición de memoria hacía mucho tiempo-: «Uno que se comporta como un bárbaro, persona ruda, incivilizada o ignorante». Así es como ella solía llamarme, «el godo», o simplemente «godo». Solía utilizarlo como nombre de pila. Quiero decir, yo tenía esas iniciales: G. G. Ella no era corriente, no, si no me habría llamado Caballo. «¿Qué saqueará hoy el godo?», preguntaba, y «¿Has estado intentando derribar las puertas de la ciudad otra vez, godo?».
»Se propuso romper el matrimonio; en una ocasión me dijo realmente cómo me veía: como alguien que daría un hijo a Naomi y una vez hecho eso mi utilidad había terminado. Sólo un semental, eso era yo. Un godo estupendo. Una vez tuve la caradura de quejarme, dije que estaba harto de vivir allí, queríamos un sitio propio, y lo único que dijo ella fue: "¿Por qué no te vas y buscas algo en otra parte, godo? Puedes volver dentro de veinte años y contarnos cómo te va".
»Así que me fui pero no regresé. Solía leer los anuncios de sus libros en los periódicos, los que decían: "Sabia e ingeniosa, la compasión combinada con la comprensión de un estadista, humanidad y una profunda empatía por los humildes y los oprimidos…". Dios mío, pero me hacían reír. Quería escribir al periódico y decir no la conocen, lo han entendido todo mal. Bueno, me he desahogado y quizá les he dado alguna idea de por qué ni una manada entera de caballos salvajes me habrían arrastrado a ponerme en contacto con la hija de Davina Flory y la nieta de Davina Flory.
Burden se sentía un poco mareado por toda aquella exposición. Era como si un monstruo destructor hecho de odio y amargo resentimiento se hubiera revolcado por la pequeña habitación, aplastándoles a él y a Barry Vine; tenían que recuperarse gradualmente. Gunner Jones mostraba la expresión de un hombre que ha experimentado una catarsis, se ha liberado y está satisfecho consigo mismo.
– ¿Otra coca-cola dietética?
Vine negó con la cabeza.
– Es hora de tomar una copita. -Jones se sirvió unos generosos dos dedos de whisky en el tercer vaso. Estaba escribiendo algo en el dorso de un sobre que había sacado de detrás del reloj de la repisa de la chimenea-. Tengan. La dirección del lugar donde me alojé en el Dart y el nombre de las personas del pub de al lado, el Rainbow Trout. -De pronto se había puesto de muy buen humor-. Ellos me proporcionarán una coartada. Comprueben todo lo que quieran, por favor.
»No me importa admitir algo abiertamente, caballeros. Habría matado con gusto a Davina Flory si hubiera pensado que podía hacerlo y quedar impune. Pero eso es lo difícil, ¿no? Quedar impune. Y estoy hablando de hace dieciocho años. El tiempo lo cura todo, o eso dicen, y ya no soy el joven y alocado tarambana de entonces, no soy el godo que era en la época en que pensé una o dos veces en retorcerle el cuello a Davina y al diablo los quince años a la sombra.
Podrías haberme engañado, pensó Burden, pero no dijo nada. Se preguntaba si Gunner Jones era el hombre estúpido que Davina Flory creía que era, o si era muy, muy listo. Se preguntaba si estaba actuando o si todo aquello era real, y no sabía responderse. ¿Qué habría hecho Daisy con aquel hombre si le hubiera conocido?
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