Concepción Arenal - La Igualdad Social y Política y sus Relaciones con la Libertad

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Parece, pues, bastante claro que al contestar á la pregunta: ¿Qué grados de semejanza se necesitan para establecer la igualdad? , no podemos referirnos á escala y números fijos, ni aplicar la misma regla comparando balanzas y escaleras, que hombres, ni éstos lo mismo si se trata de hacer calzado ó la felicidad de las personas que amamos.

De todo lo cual se infiere que igualdad es aquel grado de semejanza NECESARIA para el fin á que se destinan las cosas ó personas que se comparan . Ya sacaremos las consecuencias de este principio, á nuestro parecer muy importante.

¿Qué es equivalencia ? La etimología de la palabra lo indica: equivalente es lo que vale igual . La igualdad aquí se refiere, no á la naturaleza de la cosa comparada, sino al aprecio que de ella se hace, al valor que tiene. Una moneda de oro, una medida de trigo, una pieza de paño, un pedazo de hierro, cosas son que se parecen muy poco entre sí, y, no obstante, pueden ser equivalentes, cambiarse unas por otras, y tomarse indistintamente como pago de una deuda. La equivalencia de las personas se establece según condiciones que varían mucho más que respecto á las cosas: las circunstancias, los errores, las pasiones, la abnegación, el egoísmo, el vicio, la virtud, el crimen, la inocencia, todo contribuye á que una persona sea tenida en poco ó en mucho, y á que se considere que vale más, menos ó lo mismo que otra con quien se la compara.

Menos fuerza muscular puede suplirse con mayor destreza; una cualidad moral, una aptitud intelectual con otra ó con mayor perseverancia en el trabajo y constancia para el bien. Aunque no se suplan las disposiciones ó las obras, pueden éstas tener un valor igual y ser equivalentes. Un albañil y un cantero no se suplen, ni un cantante y un director de orquesta; pero siendo igualmente necesarios éstos para ejecutar una ópera y aquéllos para hacer una casa, dadas ciertas circunstancias su trabajo podrá tener un valor igual, y sus servicios considerarse como equivalentes. Un médico y un abogado no se suplen en lo relativo á su profesión, pero los servicios que prestan, aunque muy diversos, pueden valer lo mismo. La muerte del que la arrostra voluntariamente por la patria en el campo de batalla, ó por la humanidad en una epidemia, con ser muy distintas son igualmente heroicas. Hay equivalencias en el arte y en la industria, en lo intelectual y en lo moral, en todo.

Pero estas equivalencias, ¿qué grados de analogías necesitan? Aquí empieza la gran dificultad; porque un valor, cualquiera que sea, es cosa relativa á los medios, necesidades é ideas de quien le calcula y determina, y dos cosas análogas y equivalentes para uno, para otro no tienen analogía, ni pueden ser comparadas, ó si lo son es para apreciarlas de muy diferente modo. El entusiasta por la música y el que la considera como un ruido menos desagradable que otros; el aficionado á toros y el que detesta esta diversión, ¿podrán ponerse de acuerdo sobre la equivalencia de los servicios que presta un torero y un cantante? El que llama sueños á las especulaciones filosóficas, y el que cree no hay elevación ni dignidad sino en ellas; el que no considera como verdadero trabajo sino al manual, y el que le califica de degradante, ¿podrán convenir en la equivalencia de la obra de un filósofo y de un picapedrero?

Es un gran auxiliar de la igualdad la equivalencia; por medio de ella pueden ponerse al mismo nivel social los que tienen aptitudes, méritos, posiciones diferentes, estableciendo compensaciones armónicas y durables en vez de esas especies de rodillos que quieren pasarse por la sociedad como por las carreteras para igualar por presión, aplastando todo lo que sobresale. El que observa la variedad de aptitudes que especifica y aumenta la división de trabajo, y duda tal vez de poder hallar bastantes semejanzas para establecer la igualdad, ve un modo de suplir á la semejanza con la equivalencia, y se apresura á señalarla como poderoso elemento de equilibrio estable. Y como el ánimo al discurrir sobre los grandes problemas sociales es raro que no esté inquieto; como el asunto es carne viva que palpita, que siente, que sufre; como estas palpitaciones y estos sufrimientos se comunican al que los estudia con deseo de calmarlos, cuando se halla ó se cree hallar un calmante, es difícil que al desear su eficacia no se exagere.

Fácil es, por tanto, caer en exageración al graduar lo que al equilibrio social puede contribuir la equivalencia; mas sin considerarla como una panacea, parécenos que puede calificarse de remedio en algunos casos, y siempre de elemento armónico de razonable igualdad. Al congratularse de que exista, y al contar con él, hay que precaverse de exagerar su poder, y, sobre todo, de no imaginar que es independiente. La equivalencia puede penetrar muy adentro en el organismo social, pero no influir sin ser influída, y sin un previo, largo y difícil trabajo para calmar pasiones, desvanecer errores, satisfacer intereses y hacer concurrir al bien elementos cuyas armonías no se sospechan al ver sus aparentes antagonismos.

Pero si parece indudable que la equivalencia puede contribuir de un modo eficaz á establecer la igualdad, tampoco tiene duda que su cooperación ofrece dificultades cuya magnitud conviene apreciar bien, para que no se conviertan en insuperables obstáculos. Por una parte, si pueden ponerse al mismo nivel, no sólo los que son iguales, sino también aquellos que valen igualmente, claro es que aumenta el número de personas que se igualaron, socialmente consideradas; pero este aumento requiere condiciones difíciles, es más dificultoso determinar equivalencias que igualdades. Comparar dos médicos entre sí, un médico con un naturalista ó un abogado, un poeta con un piloto, un ingeniero con un albañil, un artista con un artesano, ofrece dificultades crecientes á medida de las diferencias: ya no se buscan semejanzas que se llaman igualdades, hay que observar analogías para determinar equivalencias. Este trabajo se ve claramente es mucho más delicado y difícil, aunque se hiciera con toda calma, despreocupación y justicia; pero suele faltar esta justicia, esta despreocupación, esta calma, y suele medirse el valor de las diferentes clases como miden la temperatura los que no tienen termómetro, y según sienten calor ó frío, dicen que una casa está fría ó caliente. ¿Qué escala, qué regla hay para graduar las equivalencias sociales? Si no nos pagamos de palabras y de apariencias, veremos que no existen reglas fijas; y reflexionando sobre el caso, notaremos que las escalas es inevitable que sean variables con las ideas, las pasiones, las necesidades y la manera de ser de los que las forman. El pueblo guerrero y descreído no puede conceder equivalencia entre el combatiente impávido y el piadoso sacerdote; el ignorante y vicioso, entre el sabio que le quiere instruir y el cómico, el cantante ó el torero que le divierten: donde se cree en la diferencia real de las castas y de las clases, no hay equivalencia posible entre los que figuran en las primeras y los que pertenecen á las últimas. Cada cambio en las ideas, en los intereses, en las necesidades, en las pasiones, produce otro en la escala que gradúa el valor social de los hombres; se establecen equivalencias donde antes no podían existir, se niegan las reconocidas, y se declara superior al que antes estaba más abajo, y viceversa. Mirados con desprecio los que toman parte en las representaciones teatrales, su oficio es vil, y ellos equiparados á los más indignos; pasan años, no muchos, para tan notable cambio, y el que era un histrión infame se convierte en un actor, en un artista apreciable, eminente, sublime, inmortal, según los casos, y la equivalencia que antes se buscaba en las últimas capas sociales, se establece en las primeras.

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