Cesáreo Fernández Duro - Estudios históricos del reinado de Felipe II

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Piali Bajá celebró el triunfo entrando en Constantinopla el 27 de septiembre de 1560, en cabeza de su armada. Seguían á la Capitana las galeras de fanal, en fila; iban en pos las presas, con las banderas y estandartes por el agua, lo de abajo arriba, cerrando la marcha las galeras sencillas turcas, empavesadas y embanderadas, haciendo disparos de artillería.

El día 1.º de octubre llevaron en procesión á los cautivos al palacio del Sultán: D. Álvaro de Sande, D. Berenguer de Requesens y Don Sancho de Leyva iban á caballo; detrás marchaban los Capitanes de tres en tres, y seguían los soldados mirando tristes cómo les precedían, arrastrando por el suelo, sus estandartes y banderas, cuyas santas imágenes servían de escarnio á los mahometanos. Acabada la fiesta y ceremonia, separaron á los cristianos por categorías, llevando á D. Álvaro de Sande á un castillo con juramento del Sultán de que no haría más la guerra, porque en la prisión había de morir sin que hubiera para él rescate por ningún dinero. Los demás fueron destinados al remo en las galeras; y como al oirlo se dejara vencer de la pena un Capitán, díjole D. Alvaro: «Llore quien se ha perdido mal, que yo como hombre me perdí 35 35 Diego del Castillo emplea la misma frase, pero en distinto lugar. Dice que en la retirada de la armada turca tocó en un punto de Sicilia llamado la Brúxula, entre Cabo Passaro y Augusta, por hacer aguada, y el Capitán español Sayavedra, que allí se hallaba, fué con salvoconducto á la galera Real del Bajá, con propósito de hacer algún rescate. Vió allí á D. Sancho de Leyva, D. Berenguer de Requesens y D. Juan de Cardona, que le recibieron con lágrimas en los ojos, y mirando á D. Álvaro de Sande, vió que con alegre semblante reía. Preguntándole el Capitán Sayavedra cómo, estando en aquella prisión, estaba con tan buen ánimo, le respondió: «Señor Capitán, llore quien se ha perdido mal, que yo, si he perdido la libertad, he conservado la honra, habiendo hecho en esta jornada lo que era obligado á Dios y á mi Rey, y como hombre he de pasar las adversidades y trances de fortuna.» Otra especie consigna Diego del Castillo: que los Bajás que asisten en el Diván prometieron á D. Álvaro honores y riquezas si se quería volver turco, y de no ser así, que sirviese al gran Señor contra el Sofí, sin dejar la ley que tenía; y viendo la poca estima que de ellos y sus promesas hacía, condenáronle á cortar la cabeza, y le sacaron luego á caballo muy acompañado de ejecutores; pero el Sultán dió contraorden, mandando llevarle á la torre del Mar Negro, donde estuvo con un criado y un capellán hasta que Dios fué servido darle libertad. Corrales asegura que en una historia de la jornada que D. Álvaro escribía en la torre, auxiliado de este capellán, llamado Carnero, tenía puesto que le ofrecieron el gobierno de Egipto con 50.000 ducados de salario, si renegaba de la fe cristiana. Créaselo quien quisiere , añadía. Lo cierto es que en el memorial dirigido al Rey nada escribe D. Álvaro de esto.

Muchos de los prisioneros de los Gelves murieron en el cautiverio ó lo soportaron largos años: algunos de los significados debieron la libertad á la favorable ocasión de las treguas ajustadas por el Emperador Fernando con Solimán el año 1562, pues gracias á la gestión del Rey Felipe II se asentó entre las cláusulas del tratado el canje ó entrega de los principales, sin que alcanzara, sin embargo, el beneficio á Sande por el juramento que decían el gran Señor tenía hecho al Profeta, y cosa es digna de referir cómo unos pocos consiguieron librarse por sí mismos.

El año 1564 andaba en Constantinopla una galera llevando materiales para la fábrica del palacio del harem: movían los remos 200 esclavos cristianos, entre ellos 16 Capitanes del Rey Católico, prisioneros de los Gelves, á saber: ocho españoles, cinco italianos y tres alemanes; y buscando oportunidad, armados de piedras, mataron á los turcos de guardia y se alzaron con el bajel, llegando con felicidad á Sicilia. Hicieron cabeza Juan Bautista Doria, genovés, y Antonio de Olivera, castellano, Gobernador que fué del castillo de la isla después de la muerte del Maestre de campo Barahona.

Por último, muerto Solimán, instó el Rey D. Felipe á Carlos IX de Francia para que empleara su influencia en favor de la soltura de Sande. Hízolo, comisionando especialmente á Francisco Salviati, Caballero de Malta, por embajador; y aunque en un principio se negó Selim á tratar del asunto, por ser la primera cosa que pedía su aliado al ascender al trono, la otorgó, y D. Álvaro fué á Francia en compañía de Salviati, y se restituyó á su casa.

Bien mereciera este soldado estudio especial de sus compatriotas más extenso, aunque no fuera tan entusiasta como el que le dedicó el extranjero Brantome, contemporáneo y admirador de sus condiciones, ó el del P. Haedo en la mención que hizo en su Historia de Argel , reseñando las campañas de Italia y Francia en que tomó señalada parte, reinando el Emperador; la batalla de Muhlberg, en que fué principal instrumento de victoria; el socorro de Malta, donde pagó á los turcos la deuda que con ellos tenía, y el gobierno de la plaza de Orán, fin de su carrera.

D. Luis Zapata le dedicó un capítulo de la Miscelánea , en que algo difiere respecto al rescate, diciendo 36 36 Memorial histórico español , publicado por la Real Academia de la Historia, tomo XI: Madrid, 1859, fol. 43. :

«D. Álvaro de Sande, claro por mil hechos y mil jornadas, que siendo tesorero de Plasencia, como Aquiles dejó las faldas largas y empuñó la espada y lanza, y saltó en ser soldado, siendo cercado en los Gelves de una poderosísima turquesca armada, defendió el hechizo fuerte tres ó cuatro meses, sin se le poder entrar con muchos y muy terribles asaltos, en los que mató infinitos turcos que quedaron por ahí tendidos en el campo. Mas no siendo socorrido y siendo espantable y rabiosa la sed y la hambre, que comieron las cosas viles que comen otros cercados hasta acabarlas, y bebían el agua salada de la mar, sacada aún en poca cantidad por alquitaras, de lo que ya toda la gente enfermara; de las cuales tres cosas, teniendo la muerte cierta, hambre, sed y enfermedad, rendir la plaza era vileza, defenderla era imposible, tomó un valentísimo medio, que fué salir y morir peleando como un caballero tan señalado. Habla y anima á su gente; confiesan y comulgan todos; dan fuego á sus alhajuelas, que no les quedó otra cosa sino las armas, y salen á los enemigos con ellas en la mano; hieren y matan cuantos pueden, y al fin quedó preso D. Álvaro con mucha sangre de ambas partes, y el fuerte de los enemigos, no fuerte, antes flaco hecho, en los secanos y sirtes de Berbería. No se perdió reputación ninguna; otra cosa se perdió, si no la hechura, por no ser de ningún peso ni importancia, como parece por este soneto hecho por un valiente soldado, del que pongo los cuatro versos primeros por no hacer más á nuestro caso:

¿Quién eres tú que espantas sólo en verte?
Soy muchedumbre de árboles cortados,
Que sobre flaca arena fabricados
Contra toda razón me llaman fuerte.

»De allí D. Álvaro de Sande y D. Sancho de Leyva fueron llevados tras Constantinopla, á la torre del Mar Negro, en donde el que entra jamás sale; mas ellos salieron por gran milagro: D. Sancho, trocado por otro turco principal que había cautivo acá, y D. Álvaro, averiguando ser criado del Emperador D. Fernando, casado con dama suya, con el cual Emperador el gran Turco tenía treguas por ciertos años.»

Si se compara el desastre de los Gelves con el de la Armada invencible , ocurrido en 1588, parecerá algo menor la pérdida de material en el primero, sin otra consideración que el valor comparativo de construcción de galeras y naos, y el mayor número de piezas de artillería que las últimas llevaban; la diferencia no es, sin embargo, de mucha importancia, y se nivelaría á tomar en cuenta el valor intrínseco de los esclavos y cautivos perdidos que andaban al remo. En la moral fué por de pronto más grave la derrota de los Gelves, por dejar en absoluto dueños y señores de la mar á los turcos, y entregadas á su estrago no sólo las costas de Italia, sino también las de España, mientras que el fracaso de Inglaterra poco afectaba á estas costas ni á su navegación ultramarina, como se vió en las desastrosas expediciones de los ingleses á la Coruña, Lisboa y Azores. La más sensible pérdida de personas excedió con mucho en la jornada de Trípoli á la de Inglaterra. Varían bastante las cifras recogidas por los historiadores; mas tiene fundamentos la de Cirni Corso, que fija en 18.000 los hombres consumidos en la fatal empresa de Berbería, mientras no pasaron de 10.000 en la otra.

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