Manuel Fernández y González - La alhambra; leyendas árabes
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Por el año de la Hegira 650, durante la luna de Xawan, unos labradores trajeron al rey Nazar, que ya contaba sesenta años, una caja de lata cerrada, sobre la cual se leia.
«Solo el poderoso sultan Nazar ó su hijo, si ha muerto, cuando se encuentre esta caja deben ver, so pena de traicion de quien la encuentre, lo que en ella se contiene.»
Aquella caja se habia encontrado en lo profundo de una gruta del rio Darro, cuya entrada correspondia á un ensanchamiento en que habia un remanso, entre las ropas podridas de un esqueleto humano.
El rey Nazar mandó abrir aquella caja, y dentro se encontró un pergamino muy bien conservado, en que se leia lo siguiente:
«Yo amaba con toda mi alma á la sultana Leila-Radhyah.
Pero jamás conoció esta mi amor.
Leila-Radhyah amaba á un poderoso rey.
Yo la vengué de su enemiga, cuya sombra lívida acompaña á mi espíritu condenado, y la entregué al rey á quien amaba y la hice dichosa.
He cumplido la última voluntad de Daniel-el-Bokarí: su hija será sultana y el Palacio-de-Rubíes se levantará sobre cuatro montes.
Pero no he podido sobrevivir á mis celos.
No he podido ver á Leila-Radhyah entre los brazos de otro hombre.
He preferido la muerte, y un tósigo me ha abierto las puertas de la region de las sombras.
Para que se sepa cuánto he amado á Leila-Radhyah, y cuánto he sufrido por ella; para que se sepa hasta qué punto me he sacrificado por cumplir el último y ardiente deseo de mi único amigo, dejo escrito este pergamino que algun dia se encontrará sobre mi cadáver.==Yshac-el-Rumi.»
El rey se enjugó una lágrima y mandó poner en un sepulcro de mármol los restos de Yshac-el-Rumi con esta inscripcion.
«En el nombre de Dios piadoso y misericordioso: el sultan Nazar á los restos del mártir del amor y de la amistad. Que Dios, el Altísimo y Unico tenga compasion de su alma.»
El Mirador de la sultana permaneció cerrado y deshabitado mientras vivieron los que tenian memoria de la desastrosa muerte que habia sobrevenido en él á la terrible sultana Wadah.
Hay quien cree que durante las oscuras noches de tormenta se ven vagar dos sombras blancas y diáfanas que exhalan de sí una claridad ténue, mate y pálida, por las galerías del Mirador de la sultana, precedidas de un buho que vuela lentamente en derredor de las columnas.
¿Serán las sombras de la sultana Wadah y de Yshac-el-Rumi? ¿de la víctima y del verdugo?
¿Será aquel buho Abu-al-Abu?
¿Será, en fin, todo esto una ilusion causada por una tradicion romancesca?
Nosotros, sin embargo, conociendo la tradicion hemos entrado algunas noches en las galerías del Mirador de la sultana, cuando la tempestad rugia en el espacio: ninguna sombra, ningun buho hemos visto, mas que las blancas columnas que aparecian un momento á la fugitiva luz del relámpago.
¿Será acaso que la tradicion haya mentido, ó que al coronar la cruz, las cúpulas de la Alhambra, hayan desaparecido de ella fantasmas y encantamentos, quedando solo y abandonado el Mirador de la sultana?
LEYENDA III
EL ALMA DE LA CISTERNA
Nos hemos propuesto relatar á nuestros lectores todas las maravillosas leyendas de las tradiciones árabes de la Alhambra.
Revolviendo un dia unos antiguos papeles encontrados en un desvan en una casa del Albaicin, hallamos uno que se decia traslado del arábigo al romance, de una historia árabe en que se esplicaba la causa por qué de tiempo en tiempo durante la noche, solia oirse un tristísimo suspiro saliendo por los brocales de los algibes de la Alhambra y muy semejante al gemido de un espíritu condenado.
La traduccion, aunque pesada y hecha bajo el mal gusto literario de la mayor parte de los prosistas españoles del siglo XVII, es tan bella en el fondo, tiene tal sabor oriental, que no hemos podido resistir al deseo de intercalarla entre las leyendas tradicionales é históricas referentes á la Alhambra.
Es un asunto fantástico; en él figuran hadas, conjuros y encantamentos, y aunque es un tanto embrollado y oscuro nosotros hemos procurado darle claridad.
Este cuento ha sido inspirado sin duda á algun poeta moro por la Alhambra, porque los árabes siempre buscan á las cosas que les impresionan por bellas ó por terribles un orígen maravilloso.
Antes de empezar á trascribir el cuento que llamaremos El alma de la cisterna , debemos describir esta cisterna que aun existe hoy con el nombre de los Algibes de la Alhambra.
Son estensísimos, como que ocupan todo el terreno comprendido entre la Alcazaba, y el lugar donde empezaban los muros de la fachada del alcázar, en un espacio como de cien pasos de anchura y trescientos poco mas ó menos de longitud.
Se componen de dos arcadas sostenidas en el centro por dos hileras de pilares, y se baja á ellos por dos escaleras situadas á sus dos estremos.
Junto á la escalera del estremo que mira al Albaicin están los dos anchos brocales por donde se saca el agua.
El techo es muy elevado y el muro interior por la continuacion del contacto del agua durante centenares de años, está cubierto de un fuerte revestimento de risco.
Conocidos los algibes, veamos la tradicion árabe fantástica que los supone habitados por un espíritu maldito.
En los primeros tiempos de la Hegira, cuando Mahoma estendió el conocimiento del Dios Altísimo y Unico entre su pueblo, el cielo de Granada no era tan resplandeciente, ni su tierra tan fértil como ahora; su cielo era de color de plomo, cargado continuamente de oscuros nublados; en sus vastos eriales solo crecia el espino y el cardo silvestre, y en las altas y peladas crestas de sus sierras, jamás se vió blanco manto de nieve, ni corrió por sus vertientes raudal fecundador: era una tierra muerta, azotada por furiosos huracanes y el fuego de Dios brotaba por entre las anchas grietas de sus montañas volcánicas.
Pasaban sobre ella, forzando su vuelo, las viajeras golondrinas que huyendo del invierno se lanzaban de Gecira-Alandalus 42 42 Península de España.
á las costas de Africa, y nadie la habitaba, sino los moradores de Gebel-Elveira 43 43 Sierra de Iliberis.
, que sufrian la esterilidad de la tierra y la tiranía de los godos, y habitábanla solo acaso porque el poderoso Allah ha dispuesto que no haya tierra sobre la que no fije el hombre la huella de su planta.
Tierra de muerte era para las razas dominadoras de Gecira-Alandalus, y la sangre de las batallas habia enrogecido muchas veces sus secos campos y sus peladas crestas.
Y nunca el caliente aire del estío habia oreado en ella las espigas de las mieses, ni las auras de la primavera habian volado entre la blanca y aromática flor de sus almendros.
Por aquellos tiempos existia ya la vieja torre, que se levanta hoy en el estremo occidental de la Colina Roja 44 44 La torre de la Vela.
y delante de ella una profunda cisterna construida por los romanos.
Es tradicion que salian de la cisterna profundos gemidos, que bramaba en su seno haciendo retemblar la tierra un viento impetuoso, y que todas las noches salian de las oscuras bocas de aquel infierno, sombras medrosas que vagaban sobre la colina, y danzaban y flotaban en los aires bajo el rayo sombrío de una luna sangrienta, dejando oir tristes cantos de amor desesperado, y largos y profundos gemidos.
Nunca tornó á su tienda ó á su hogar cazador imprudente ni errante peregrino, que durante las sombras se atreviese á poner su planta sobre la Colina Roja, ni nadie, durante las horas mas claras del dia, asomó la frente á cualquiera de los profundos brocales de la cisterna sin que fuese tragado por él.
Y desaparecieron ginetes y guerreros, y damas y doncellas, y poderosos señores y ruines esclavos, y llegó á inspirar tal horror la cisterna maldita, que ningun mortal, ave ó fiera, se aventuró á pasar junto á ella sino á la distancia de una legua á la redonda.
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