Manuel Fernández y González - La alhambra; leyendas árabes
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– Mira, sultan Nazar, dijo Yshac-el-Rumi, apartando las manos de Wadah de su semblante que estaba pálido é inmóvil.
– ¡Muerta! esclamó el rey Nazar.
– Sí, muerta: era necesario que fuesen vengados Leila-Radhyah y Daniel el Bokarí.
– ¿Y has sido tú?
– Sí, yo he sido el brazo de la justicia de Dios.
– ¡Y tú, tú acaso tambien!.. esclamó el rey mirando con ansiedad á Leila-Radhyah.
– ¡Oh! ¡no! esclamó horrorizada Leila-Radhyah: ¡yo no se asesinar!
– He sido yo, dijo Yshac-el-Rumi, y salió lentamente de la cámara.
El rey Nazar huyó de ella.
Leila-Radhyah levantó á Bekralbayda y se la llevó consigo.
El cadáver de Wadah quedó allí solo y abandonado.
IV
EN QUE YSHAC-EL-RUMI HACE PENSAR AL REY NAZAR
Pasaron algunos dias.
Wadah habia sido enterrada con toda la pompa que corresponde á una sultana.
La córte del rey Nazar llevó luto.
El mismo dia en que se sepultó á Wadah, apareció en un palo en la plaza de Raab-Abayda en el Albaicin la cabeza del alcaide de los eunucos.
El rey habia llamado á Yshac, y Yshac se le habia presentado.
– Toma mi cabeza, señor, si te place, le dijo: yo he hecho lo que he debido hacer: he cumplido la última voluntad de Daniel-el-Bokarí: le he vengado de esa infame Wadah, he casado su hija con tu hijo; porque tú los casarás sultan, y te he obligado á construir, por tu amor á Bekralbayda, el Palacio-de-Rubíes: además de eso te he devuelto tu amada Leila-Radhyah.
– ¿Y si yo hubiese sido amante de la amante de mi hijo? esclamó severamente el rey.
– Yo sabia que Bekralbayda no podia amarte; que no seria tuya sino por la violencia, y que tú eras demasiado noble y grande, para valerte de la violencia contra una débil muger.
– ¿Pero si me hubiere enloquecido el amor?
– Yo te he seguido como tu sombra: en el momento preciso yo me hubiera puesto entre tí y Bekralbayda y te hubiera dicho: es la esposa de tu hijo: es la hija de tu esposa.
– ¿Y por qué antes no me lo has revelado todo?
– ¿Ha podido Wadah concluir de una manera mas justiciera y en que menos parte hubieras tú podido tener en su muerte?
El rey se puso á pasear lentamente por su cámara.
– Has jugado imprudentemente con el leon, dijo.
– Toma mi cabeza, señor, en buen hora: pero tómala despues que yo haya visto á Bekralbayda esposa de tu hijo: á Leila-Radhyah esposa tuya.
– Tu cabeza me hace suma falta, dijo el rey alzando á Yshac que se habia prosternado á sus pies.
– No en vano te llaman los tuyos el justo y el magnífico; esclamó Yshac.
– No se, no se, si soy bastante justo dejando de castigarte: pero á tí debe mi hijo una esposa noble, pura, digna de él: á tí debe mi Granada, el alcázar que construyo, y yo en fin te debo el amor de mi alma: la muger á quien nunca debí haber abandonado, la hermosa sultana Leila-Radhyah. No me atrevo, pues, á tocar á tu cabeza.
– Tú eres grande y justo, repitió Yshac.
– Mañana dijo el rey, se harán en el alcázar dos bodas; consulta las estrellas, Yshac.
– Las estrellas son mudas, dijo el anciano.
– ¡Mudas! sin embargo, tú me has hablado en nombre de ellas.
– Me preguntaba tu supersticion.
– ¿Es decir que la astrología es mentira?
– Pregunta á un astrólogo cuando vá á morir.
– Tú me has contado cosas maravillosas.
– Era necesario usar contigo de todos los medios para llegar al punto donde hemos llegado.
– Me has contado la historia maravillosa del rey Abuz-Aben-Huz el sábio.
– Ha sido un cuento inventado por mí.
– ¿Y el buho, ese terrible buho que me persigue?
– En Granada hay muchas torres, y en sus mechinales anidan muchos buhos: es muy fácil encontrar de noche esas alimañas.
– ¿Con que es decir, que la ciencia es mentira?
– Sí; la ciencia, que quiere soberbia y vana sobreponerse á la voluntad de Dios, que ha querido que el hombre no conozca mas que lo que pueda conocer, es una mentira y un pecado.
– ¡Seria necesario, pues, castigar á los astrólogos!
– No seria prudente, porque el vulgo los cree inspirados por Dios, y te demandarian de impiedad.
– Déjame solo, dijo el rey que se habia quedado profundamente pensativo.
Yshac salió.
El rey continuó paseándose por su cámara.
– ¡Con que la ciencia de lo infinito es una mentira! ¡con que solo Dios conoce lo oculto! esclamó el rey: y sin embargo, nos dejamos arrastrar por las imágenes de la astrología; ¡con que es decir que el hombre camina á tientas por un sendero de tinieblas al borde de un abismo, y solo la virtud puede servirle de guia segura é impedirle que caiga! No sé qué pensar de ese Yshac: su mirada erraba sombría cuando hablaba conmigo; parecia poseido de una tristeza profunda y de una aguda desesperacion. Y sin embargo, no se por qué desconfio de él: hasta ahora no me ha hecho mas que bien.
El rey siguió paseando.
De repente se detuvo y llamó á su wacir.
Presentóse el anciano.
– Irás á las habitaciones de la sultana Bekralbayda.
– Iré señor.
– La dirás que tú, sabiendo que ama al príncipe Mohammet, quieres conducirla á su prision.
– ¿Y la conduciré?
– Sí; esta noche.
– ¿Y cuánto tiempo permanecerá allí la sultana?
– Déjalos solos y avísame.
El wacir se inclinó y salió.
El rey Nazar atravesó algunas cámaras, llegó á una puerta y la abrió.
Una muger se arrojó en sus brazos.
Aquella muger era Leila-Radhyah.
V
CELOS Y MISTERIO
Era la media noche.
El príncipe Mohammet velaba en su alto calabozo de la torre del Gallo de viento.
La veleta rechinaba.
Sin embargo, la lanza del caballero no se fijaba en ningun punto.
El príncipe, para entretener su tristeza, leia los amores del poeta cordobés, Abu-Amar, que tenian mucha semejanza con los suyos.
De tiempo en tiempo se asomaba á una ventana y miraba á un ángulo del patio á un ajimez donde se veia el reflejo de una luz y delante de aquel reflejo una sombra de muger.
Pero una de las veces que el príncipe miró á aquel ajimez, le encontró oscuro.
Pasó algun tiempo, y el ajimez permaneció abandonado.
Al fin, vió luz en la galería inferior y aparecieron una muger que iba enteramente cubierta con un velo, acompañada de un anciano que la alumbraba con una lámpara.
A pesar de ir tan cuidadosamente encubierta la dama, el príncipe la reconoció.
– ¿A dónde irá á estas horas y acompañada de un viejo Bekralbayda? esclamó con celos y con rabia.
La muger y el viejo atravesaron el patio y desaparecieron por otra parte de la galería.
El príncipe continuó abstraido en la ventana.
Poco despues se oyó un ligero ruido en la escalera de la torre.
Luego la llave de los cerrojos de la compuerta.
Al cabo la compuerta se alzó, y apareció una muger.
Volvió á caer la compuerta y la muger quedó sola é inmóvil aunque estremecida delante del príncipe.
El príncipe creyó reconocerla de nuevo y la arrancó el velo.
No se habia engañado.
Era Bekralbayda, pero de luto.
A causa de la sencillez de su trage, estaba mas hermosa.
El príncipe fué á arrojarse en sus brazos.
– Detente, dijo ella, la desgracia nos separa.
– ¡La desgracia! esclamó el príncipe.
– Sí; tu padre no consiente en nuestra union.
– ¡Ah! esclamó el príncipe; me habia olvidado, es verdad.
– Y… ¿qué es verdad?
– Tú no puedes ser mi esposa, porque…
– ¿Por qué?
– Yo te he visto perderte con mi padre en los bosques de los jardines.
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