Manuel Fernández y González - Los monfíes de las Alpujarras

Здесь есть возможность читать онлайн «Manuel Fernández y González - Los monfíes de las Alpujarras» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: foreign_antique, foreign_prose, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los monfíes de las Alpujarras: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los monfíes de las Alpujarras»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Los monfíes de las Alpujarras — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los monfíes de las Alpujarras», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Durante aquel mes ninguna noticia habia venido á desmentir la noticia de la muerte de Miguel Lopez; nada se sabia de la suerte de don Diego y don Fernando de Válor.

Un dia que doña Isabel estaba, segun su costumbre, triste y abstraida, sentada en el banco bajo la enramada de jazmines, vino á sacarla de su abstraccion el ruido de una disputa que pasaba cerca de ella. Levantó los ojos del cesped donde hasta entonces los habia tenido inclinados, y vió que uno de los lacayos de su hermano pugnaba por arrojar fuera un mendigo, que á su vez pugnaba por llegar hasta ella.

– ¿Qué quiere ese hombre, Andrés? dijo doña Isabel.

– Este hombre, señora, ha aprovechado un momento en que he dejado abierto el postigo, y quiere á todo trance hablar con vos.

– ¿Y qué quereis buen hombre…?

– ¡Ah! ¿qué quiero…? tened caridad de mi, señora, y Dios la tendrá de vos, dijo el mendigo con un pronunciado acento extranjero.

– Dadle una limosna, Andrés, y que se vaya, dijo doña Isabel.

– Ved señora que es un gitano, dijo el lacayo, y que hacer bien á este canalla es pedir á Dios una desgracia, porque esta gente está maldita de Dios.

– ¡Malditos de Dios! ¡si es verdad! ¡malditos de Dios! exclamó roncamente el mendigo: los crímenes de nuestra raza han caido sobre nosotros, y nosotros nos vemos castigados por las culpas de nuestros abuelos en nuestras cabezas y en las de nuestros hijos.

Doña Isabel se conmovió; habia en el acento de aquel hombre algo de solemne, algo de terrible, algo de ese no sé qué misterioso que revela los grandes infortunios y no el infortunio de un hombre solo, sino el de una raza entera: por mas que doña Isabel fuese cristiana de corazon, pertenecia á un pueblo oprimido y desgraciado, y de una manera precisa se le hacia simpático aquel otro hombre, que parecia pertenecer á otro pueblo tan desdichado como el pueblo moro de Granada.

Porque aquel hombre, en fin, era Calpuc, el rey del desierto, que se presentaba á doña Isabel con el extraño disfraz de mendigo.

Cuando se ha logrado interesar la curiosidad de una mujer se puede tener casi la seguridad de conseguir lo que de aquella mujer se espera.

– Dejadle que se acerque, dijo doña Isabel al lacayo.

– Pero ved que estos gitanos… insistió el criado.

– Dejadle, dejadle que se acerque, repitió doña Isabel: ¿por qué hemos de arrojar lejos de nosotros á los pobres?

Andrés se apartó de mala gana, y murmurando del paso de Calpuc.

Este se acercó á doña Isabel y la contempló en silencio algunos momentos, con una profunda expresion de lástima.

– ¡Cuán hermosa sois señora, y cuán digna de ser feliz! la dijo.

– ¿Y quién os ha dicho que yo soy desgraciada? contestó con cierta dureza dona Isabel quien, á pesar de todo, la sentaba muy mal que un hombre, que parecia tan miserable, la tuviese lástima.

– ¡Oh! para que supieseis los motivos que tengo para compadeceros seria necesario que nadie nos escuchase.

– ¿Y era esa la caridad que veníais á pedirme?

– Yo no soy mendigo, señora.

– Sin embargo vuestro aspecto…

– Haced que vuestro criado se retire un tanto: me basta con que no pueda oirnos.

Dominada hasta cierto punto doña Isabel por aquella extraña aventura, mandó á Andrés que se retirase.

Este se retiró á alguna distancia, siempre murmurando y sin quitar ojo del mejicano.

Cuando este vió que no podia ser oido la dijo:

– Os tengo lástima porque mereceis mejor esposo, y mejores parientes.

– ¿Quién os ha autorizado á insultar á mi familia?

– ¡Oh! ¡la desgracia!

– ¿Ha causado mi familia vuestra desgracia?

– No, no ciertamente: pero los desgraciados somos hermanos y tomamos con mucha facilidad por nuestras las desgracias de los demás.

– Concluid, porque me parece que hasta ahora nada me habeis dicho que tenga que ver con la obra de caridad que esperabais de mí.

– Concluiré muy pronto: tomad.

Y sacó de entre sus andrajos una carta que entregó á doña Isabel.

Al ver el sobre de aquella carta doña Isabel dió un grito.

Habia reconocido la letra gorda, bárbara é irregular de Miguel Lopez.

El sobre de aquella carta decia:

«A mi muy querida esposa doña Isabel de Córdoba y de Válor.»

Era la misma carta que Miguel Lopez habia escrito en el subterráneo por mandato de Calpuc.

Esta carta aterró de mil maneras á doña Isabel: ella no habia deseado la muerte de Miguel Lopez, la habia temido y habia procurado evitarla: si al creerla realizada se habia afligido por ella, habia sido mas bien por la infamia que suponia en sus hermanos, que por el interés que podia causarla aquel esposo que de una manera tal se la habia impuesto: ya sabemos que el interés que podia tener doña Isabel por Miguel Lopez era negativo, y en esta parte se encontraba bien con su luto y su viudez, luto y viudez de que habia venido á sacarla con una prueba indudable Calpuc.

Doña Isabel se puso de pié de una manera nerviosa y miró con los ojos lúcidos y asombrados al mejicano.

– ¡No ha muerto mi esposo! dijo.

– No, no ha muerto aun, contestó Calpuc.

– ¡Es decir que está en peligro! repuso palideciendo la joven.

– No por cierto; pero sino ha muerto hoy, morirá mañana.

– No os comprendo bien ¿quereis tal vez aterrarme?

– Yo no pretenderia jamás imponer terror á un ángel, señora. Solo os he dicho lo que acabais de oir acerca de la vida de ese hombre, porque me parece que es una cabeza sentenciada: sí; estoy seguro de que Miguel Lopez morirá de mala muerte.

– ¡De mala muerte! ¿y por qué?

– Porque es un malvado y al fin y al cabo los malvados caen heridos por la mano de Dios.

– ¡Ah! exclamó doña Isabel; escudado con esta carta, que de una manera tan extraña me habeis entregado, me estais haciendo oir muy duras palabras.

– Ese es un aumento de desgracia que os procura vuestra familia.

– Pero, en fin, dijo doña Isabel: ¿quién ha sido causa del desgraciado suceso acontecido á mi esposo? Los lacayos que vinieron á traernos la triste nueva, nos dijeron que mi esposo y mis hermanos habian sido acometidos por los monfíes de la montaña; que mi esposo habia sido muerto y que mis hermanos habian desaparecido.

– Es cierto que los monfíes acometieron á vuestro esposo, pero fueron pagados para ello por vuestro hermano don Diego.

Doña Isabel palideció aun mas y bajó la vista ante la profunda mirada de Calpuc.

– Vuestro esposo hubiera perecido, sin duda, continuó este á no haber sido porque yo acudí en su socorro.

– Os doy las gracias, quien quiera que seais, dijo toda turbada doña Isabel.

– ¡Ah! ¡si yo hubiera conocido á Miguel Lopez, le hubiera dejado morir! contestó con un acento lleno de misericordia Calpuc. Pero Dios lo ha hecho de otro modo.

– Sí, si, habeis hecho muy bien en salvarle y os repito que os estoy profundamente agradecida.

– Nada me agradezcais. He obrado como debe obrar un hombre temeroso de Dios.

– Vos no sois mendigo, segun me habeis dicho, dijo doña Isabel, fijando profundamente sus grandes ojos de gacela en Calpuc.

– En verdad que no, señora, pero me era preciso adoptar un disfraz cualquiera, para acercarme á vos sin inspirar sospechas. Por lo mismo y para no inspirarlas debemos concluir nuestra conversacion, que se va haciendo larga. Segun recordareis, vuestro esposo os ruega me entregueis la sortija que os dió en arras de su casamiento con vos.

– ¿Y os urge recibir esa sortija? dijo doña Isabel.

– No, no ciertamente. Podré esperar hasta esta noche.

– ¡Esta noche! ¿y dónde creeis que podreis verme esta noche?

– Aquí, en este mismo sitio, cuando todos esten recogidos en la casa, y podamos hablar sin ser sentidos de nadie.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los monfíes de las Alpujarras»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los monfíes de las Alpujarras» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Fernando González - Los negroides
Fernando González
Manuel Fernández y González - La vieja verde
Manuel Fernández y González
Manuel Fernández y González - La alhambra; leyendas árabes
Manuel Fernández y González
Manuel Fernández y González - Los hermanos Plantagenet
Manuel Fernández y González
Manuel Fernández y González - El infierno del amor - leyenda fantastica
Manuel Fernández y González
Manuel Fernández y González - Amparo (Memorias de un loco)
Manuel Fernández y González
Manuel Fernández y González - El manco de Lepanto
Manuel Fernández y González
Отзывы о книге «Los monfíes de las Alpujarras»

Обсуждение, отзывы о книге «Los monfíes de las Alpujarras» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x