Manuel Fernández y González - Los monfíes de las Alpujarras
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– ¡Ah! ¡un libramiento para… para el convento de luteranos de Madrid!
– ¡Callad! ¡callad! y no digais tales palabras, señor Gabriel, dijo palideciendo densamente el aleman: si alguien os oyera seria cosa de dar en las manos del Santo Oficio… ya sabeis que yo soy católico, apostólico romano, puro y neto.
– ¡Cuántos enemigos tiene España! dijo profundamente Calpuc, contando el dinero sobre el mostrador, mientras Franz guardaba cuidadosamente el cofrecillo de sándalo, al cual habia añadido una nueva perla.
– Todos los pueblos que conquistan y quieren llevar su religion, sus leyes y sus usos á otros pueblos, tienen necesariamente enemigos, dijo Franz. Si no fuera tan fuerte España…
– ¡Ay si un dia todos los enemigos de España se uniesen bajo una misma bandera! dijo Calpuc acabando de contar el dinero.
– Si, si, en efecto: los moriscos, los judíos, los flamencos, los franceses, los italianos…
– Y los hijos de América, dijo profundamente Calpuc.
– Pues vos pareceis bastante rico, y gastais de tal manera las gruesas cantidades que os he dado en menos de un año, que bien podria creerse…
– Callad, callad, no nos oiga la Inquisicion; ni vos sois luterano ni yo intento nada contra España; vos pagais libranzas de mil quinientos doblones, porque sois mercader, y yo, porque tambien lo soy, vendo perlas y diamantes: nada mas natural, añadió el rey del desierto, levantándose y encubriendo el talego con el capotillo. Ahora, como tengo que hacer dentro de poco, tened la bondad de mandar que me den el almuerzo.
Franz y Calpuc salieron de la tienda y se perdieron en el interior de la casa.
CAPITULO X.
Del resultado que tuvieron las investigaciones de Harum
Hacia ya algunos dias, cuando Calpuc llegó á Granada, que rondaban bultos de noche por la calle del Agua del Albaicin, á cuyo extremo estaba situado el palacio de don Diego de Válor.
Ni este ni su hermano don Fernando habian vuelto de la expedicion á que habian salido con Miguel Lopez, ni se sabia nada absolutamente por sus allegados de ninguno de los tres.
La única persona que parecia afectarse con esta ausencia, era doña Isabel de Córdoba y de Válor.
En cuanto á doña Elvira, apenas se la veia á las horas del comer y del rezar, y despues se encerraba en la habitacion de su esposo.
Doña Isabel sabia lo que significaba aquel encierro: sufria y callaba.
En cuanto á los bultos que rondaban el palacio de don Diego, forzoso nos será decir que uno de ellos era el walí Harum el Geniz, el terrible monfí, el confidente de Yaye en cuanto á las mejicanas, el que se habia encargado de seguirlas y averiguar su paradero.
Harum, cumpliendo su cometido, habia averiguado que el capitan estropeado y las dos mujeres del carro habian parado en un casaron del Albaicin, situado en la parroquia de San Gregorio el alto, y cuyo huerto lindaba con el jardin de la casa de don Diego de Válor.
El capitan y las dos damas permanecian sin duda en aquel casaron, puesto que Harum veia salir todas las mañanas al estropoado con una cesta, y volver á poco con un muchacho cargado con la cesta llena de provisiones: el capitan daba algunos maravedises al muchacho, y le despedia hasta el dia siguiente. Despues entraba en la casa, abriendo la puerta por sí mismo; no volvia á salir hasta el anochecer, y permanecia en la calle hasta cerca de la media noche.
Harum no vió jamás abiertas las ventanas de aquella casa ni de dia ni de noche, ni entrar ó salir mas persona que el estropeado.
Por consecuencia, morando allí el capitan, era probable que morase allí tambien la doncella morena y hermosa de los cabellos negros y rizados.
Harum se habia dicho:
– El poderoso emir me manda averiguar el paradero de esa doncella: luego esa doncella le interesa: es verdad que no se sabe por ahora dónde para el emir, y que le andamos buscando; pero cuando menos lo pensemos parecerá, y si para entonces le tengo yo aclarado este asunto, sin duda que no me irá mal: entre ellos median prendas, puesto que el magnífico emir me encargó con todo el empeño de un enamorado que procurase dar con ella: procuremos, pues, burlar la vigilancia de ese capitan, y ponernos frente á frente de la hermosa dama.
Harum, pues, se dedicó con toda su actividad y con toda su inteligencia al asunto que se le habia encomendado.
Dióse á espiar de la manera mas cauta del mundo al estropeado, y no solo él, sino algunos de sus muchos conocidos del Albaicin. Es de advertir que los monfíes hacian todos un doble papel: no habia ninguno de ellos que no tuviese parientes y amigos; ya fuese en las villas de la Alpujarra, ya en la ciudad de Granada. Con mucha frecuencia iban y venian á las poblaciones, y aun vivian en ellas: entonces se asemejaban á los moriscos, y como ellos tenian un nombre cristiano, y como ellos se mostraban sumisos y obedientes al rey, á su capitan general y á sus justicias: pero cuando los monfíes estaban en las poblaciones, era para espiar.
Entonces se transformaban: no parecian los terribles bandidos de la montaña, siempre bravos, siempre amenazadores, sino los vencidos sumisos que sufrian, sin quejarse y como sin pena, el dominio del vencedor; muchos de ellos, aunque todavía se permitia á los moriscos hablar en su dialecto natural y vestir su trage acostumbrado, hablaban perfectamente el castellano, y vestian como los castellanos. Harum y los veinte monfíes que habian acompañado á Yaye y Ab-el-Gewar, eran de este número. En cuanto á Harum, se llamaba entre los moriscos y por ante los castellanos Pedro el Geniz, y pasaba por hijo de un rico mercader de sedas en la Alcaicería.
Sus frecuentes y largas ausencias de Granada se justificaban por el comercio de su supuesto padre. Cuando Pedro el Geniz estaba fuera de Granada, el viejo Silvestre el Xeniz, que Dios sabe por qué habia tomado aquel apellido moro, decia á sus conocidos cuando le preguntaban por su supuesto hijo:
– Está en Florencia por raja , ó en Flandes por encajes: ha ido á Génova á contratar una partida de telas de damasco con unos mercaderes, ú otra contestacion por este estilo.
Del mismo modo todos los monfíes cuando andaban entre los cristianos, tenian medios para encubrirse y burlar la vigilancia de los castellanos. Los moriscos, como todo pueblo esclavizado, estrechaban sus filas; encubrian sus conspiraciones bajo el mas profundo disimulo; se favorecian los unos á los otros; se entrometian mansamente en todas partes, y de este modo sabian á tiempo cuándo se aprestaban soldados para marchar á las Alpujarras, ó con cuánto resguardo iban las conductas de dinero que se enviaban para pagar los presidios de soldados de las villas y castillos de la montaña; asi es que casi todas aquellas tropas eran batidas por los monfíes, y casi todas aquellas conductas apresadas.
Interesados en no hacerse sospechosos los monfíes, parecian los moriscos mas reducidos y mas conformes con la dominacion castellana, llegando hasta el punto de no vestir el trage moro, de beber vino, de comer tocino y de pertenecer á cofradías religiosas. Sucedia con mucha frecuencia, que engañados por estas prácticas exteriores, el presidente de la Chancillería, el capitan general, el alcalde mayor y el corregidor, usasen como confidentes contra los monfíes, de los mismos monfíes. Estos casos se repiten en nuestros dias. Con mucha frecuencia los conspiradores sirven como polizontes á los gobiernos; esto es, cobran sueldo del gobierno, y se sirven á sí mismos.
Harum era uno de estos hombres; conocíanle en Granada altos y bajos, cristianos y moriscos, el capitan general, el buen don Luis Hurtado de Mendoza casi le tenia cariño, y le tuteaba; el presidente de la Chancillería solia citarle como ejemplo de buenos moriscos, y decia con frecuencia, que si todos fuesen como él, se podria dormir á pierna suelta sin temor á levantamientos y alborotos: y en cuanto al corregidor y al alcalde mayor, nunca dejaban de darle crédito cuando le pedian informes acerca de este ó del otro morisco que se habia hecho sospechoso.
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