Carlos Fuentes - Cambio De Piel

Здесь есть возможность читать онлайн «Carlos Fuentes - Cambio De Piel» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Cambio De Piel: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Cambio De Piel»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El Domingo de Ramos de 1965 cuatro personajes inician un viaje hacia Veracruz y se detienen en Cholula, ciudad de las pirámides aztecas. En el laberinto de sus galerías se internarán las dos parejas, como en un descenso a los infiernos, que concluirá con una tragedia ritual inesperada. `Ficción total` en palabras del propio autor, `Cambio de piel` indaga en el mito del México prehispánico y en el holocausto europeo a través de la memoria de sus protagonistas para decirnos que, en definitiva, todas las violencias son la misma violencia. Un retrato del hombre de nuestro siglo, atormentado por las dudas sobre el presente, la carga del pasado y el miedo del porvenir.

Cambio De Piel — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Cambio De Piel», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Conste. Tú empezaste. Yo no dije nada.

– Ligeia, tráeme la medicina y un vaso de agua.

– ¿Qué te pasa?

– Acidez, nada más.

– No tomes la sábana para ti. Qué manía.

– ¿Qué dice Franz? ¿Va estar listo el coche mañana?

No sé. Cómo voy a saber. No he visto más a Franz. ¿No sería mejor que cenaras algo? Si tienes acidez con el estómago vacío, es peor.

– Quién sabe. La medicina distrae.

– ¿Qué? ¿Distrae qué?

– Los jugos gástricos.

– Levántate, Javier. Hagamos algo.

– ¿Qué cosa?

– ¿No traes tu dominó?

– Sí, ahí viene, ahí, en la maleta.

Te levantaste y abriste la maleta.

– Me da risa recordar cómo comías de joven. Nada te caía mal.

Javier no te dijo nada con la mirada y por eso tú quisiste imponerle otra interrogación y dijiste mientras buscabas el dominó:

– En Nueva York. Cuando nos conocimos en el City College y nos enamoramos.

Encontraste la caja de dominó y la hiciste sonar. Miraste alrededor del cuarto. Dejaste caer las fichas sobre la mesa de noche.

– ¿Recuerdas las aceitunas negras? ¿Unas aceitunas negras y grandes? ¿Recuerdas de dónde eran?

– Recuerdo que bebíamos un vino blanco muy seco, sentados frente a la rada.

– ¿Y cómo se llamaba? ¿A que no recuerdas?

– Y un pescado rojo.

– ¿No piensas levantarte a jugar?

– No. Pon las fichas sobre la cama.

Miraste a Javier, suspiraste y empujaste las fichas de la mesa de noche a la cama.

– Trae la pluma, Ligeia. Está en la bolsa del saco. Encuentra un papel.

– No.

– Hay que llevar la cuenta.

No. No quiero. Que cada uno gane su juego y ya.

– Está bien.

Javier revolvió las fichas sobre la cama.

– Aceitunas negras de Kalamatis. De Kalamatis, Javier.

– Escoge las fichas.

– ¿Cuántas se toman cuando el juego es entre dos?

– Siete. Sabes perfectamente que siempre se toman siete fichas y luego se come. Ándale. Abre la mula de seises.

– No la tengo.

– Yo tampoco. Abro con la de cincos.

– Tengo hambre. Quisiera unas aceitunas negras de Kalamatis. Tengo ese antojo. Lo sabes muy bien. ¿Por qué finges?

– No recuerdo. Además, los nombres no importan.

– ¿Qué importa entonces?

– Ya te lo he dicho. Juega. Casi un catálogo de cosas. Eso es lo que regresa, a veces, no muchas veces.

Jugabas mecánicamente y quisiste reconstruir esos objetos diminutos, empastillados, de terracota, de mármol, alabastro y marfil. Recordabas palomas, toros, peces, monos, ovejas y tórtolas, lechuzas, ciervos y leones, un hombre con una cabra muerta alrededor del cuello. Maneras de nombrar o propiciar algo.

– Come.

Y muchas urnas para las serpientes. Sí, la serpiente sobre todo, el león y el toro. Los tres juntos.

– Hoy estuve recordando, Javier, cuando llegamos a Xochicalco y luego junto al río, cuando…

– Carajo. Me ahorcaste la mula.

– Dos-seis. Juego sola. Doble seis. Seis-cinco. Se cerró. Me fui.

– Déjame hacer la sopa.

– Cuidado. Una ficha se metió entre las sábanas.

– Aquí está. Ligeia.

– ¿Sí?

Se te olvidó algo.

– ¿Qué?

– Mi medicina y un vaso de agua.

– Perdón. Ahora voy.

– No estuve ahí.

¿Para qué insistes en decir que él estuvo ahí y debe recordar el nombre de un vino y unas aceitunas? Entraste al baño y prendiste la luz. Todo lo que él pudo saber lo pudo aprender viendo láminas de un libro, o leyendo una guía de viajes. ¿A poco no? Abriste el botiquín y buscaste el frasco de Melox. Para averiguar que el palacio de Minos se levanta entre huertos de olivos y sobre una montaña pálida y rocosa. Lo encontraste y abriste el grifo para llenar el vaso. Entre cipreses y hondonadas, entre laureles y plúmbagos. El agua salió ferrosa y vaciaste el vaso en el lavamanos. Y que allí se escucha el día entero a las cigarras y que la tierra de Knossos es rojiza y que los toros pintados en los muros son del mismo color. Apagaste la luz y te detuviste en la puerta. Y que alrededor hay viñedos y en las bodegas del palacio urnas gigantes con múltiples asas y cavidades secas para guardar los cereales y que todo el palacio es un panal de claustros, archivos, talleres, salas, recámaras reales y baños hundidos. Regresaste al cuarto y Javier terminaba de mezclar las fichas. Un lugar donde representar.

– Toma. El agua no se puede beber.

– No importa. Me bebo la medicina empinada.

– ¿Qué murmurabas, Javier?

– Nada. Que quizás lo único vivo allí era un corral cercano donde un cerdo solitario escarbaba la tierra, ahuyentaba a las gallinas y luego se rascaba contra las piedras del muro.

– Entonces tú estuviste allí.

– No.

– Y en Heraklión. Y en Rodas. Y en la playa de Falaraki. Javier, Falaraki, Falaraki, ¿no recuerdas?, tienes que recordar…

Yo tengo el doble seis.

– ¿Cuánto tiempo pasamos en Falaraki?

– El que quieras. Nunca estuvimos allí. Juega, por favor.

– Nos quedamos en esa casa blanca, hundida en la arena, con ventanillas estrechas, embarrada de una cal que nos cegaba de día y de noche… Sí, la casa tenía un… no sé… Perdón.

Javier recogió las fichas. Tumbó las que tú, con dificultades, mantenías de pie sobre el colchón.

– Te dije…

– Lo que yo recuerdo es una casa teñida de carbón, una casa donde la madre servía matzoh-balls y contaba chistes crueles en voz baja al hermano y el padre no daba pie con bola y si quieres recuerda eso y no tu ridícula casa junto al mar…

Saltaste de la cama.

– Qué te importa. Tú no estuviste allí.

– Tampoco estuve en Grecia.

– Pero yo sí.

Te paseaste por la recámara, dragona. Tú llegaste una noche por mar a Falaraki en un caique que te llevó desde el embarcadero de Rodas y al llegar sólo se veía el lomo negro de las montañas y el capitán les ofreció un vaso de anís con agua y el caique pateaba fuerte sobre el mar. Y desde entonces supiste que Grecia ha vivido siempre en el mar porque el mar es la promesa, el espejismo que no se desvanece, la otra tierra expuesta el día entero a los ojos de quienes quisieran abandonar ésta, plana y seca, donde sólo crece el olivo y todo lo demás -jacinto, adelfa, lirio, hibisco- es un perfume, una intoxicación, una alquimia inventada para responder a la belleza del mar y retener, inútilmente, a los hombres en las islas. Le pediste a Javier que lo escribiera.

– Shit. Tengo hambre. Voy a pedir algo de beber.

Te pusiste la bata y saliste al pasillo.

– Él no estuvo ahí -murmuró Javier mientras tú gritabas desde el corredor, “¡mozo!”, “¡señorita!”, “¡niña!”, “¡hey!”, “¿quién atiende aquí?”, “what sort of dump is this?” y Javier bostezó:

– Cholula Hilton.

– A ver qué tienen de beber. Tequila o lo que sea. ¿No tienen el licor de la Damiana?

El joven indígena asintió y negó varias veces con la cabeza, sonrió continuamente y se fue. Tú te dejaste caer sobre la cama.

– ¿Quién fue Alexander Hamilton? -preguntó Javier mientras intentaba construir un castillo con las fichas del dominó.

– George Arliss.

– ¿Juárez?

– Paul Muni. Entre los dos se repartieron las biografías:

Richelieu, Pasteur, Zola, Wellington, Voltaire, Rotschild, Disraeli.

– ¿Quién inventó el teléfono?

– Don Ameche.

– ¿La luz eléctrica?

– Spencer Tracy.

– ¿Los servicios de prensa?

– Edward G. Robinson.

– Primera y segunda versión de Beau geste.

Ronald Colman, Ralph Forbes y Neil Hamilton; Gary Cooper, Ray Milland y Robert Preston; Mary Bryan o Susan Hayward; Noah Beery o Bryan Donlevy; William Powell o J. Carrol Naish.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Cambio De Piel»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Cambio De Piel» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Carlos Fuentes - Chac Mool
Carlos Fuentes
Carlos Fuentes - En Esto Creo
Carlos Fuentes
Carlos Fuentes - Vlad
Carlos Fuentes
Carlos Fuentes - Hydra Head
Carlos Fuentes
Carlos Fuentes - Christopher Unborn
Carlos Fuentes
Carlos Fuentes - Instynkt pięknej Inez
Carlos Fuentes
Carlos Fuentes - La cabeza de la hidra
Carlos Fuentes
Carlos Fuentes - Inquieta Compañia
Carlos Fuentes
Carlos Fuentes - La Frontera De Cristal
Carlos Fuentes
Отзывы о книге «Cambio De Piel»

Обсуждение, отзывы о книге «Cambio De Piel» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x