Bernard Werber - Las Hormigas
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Nicolás, Philippe y Jean fueron sorprendidos por un celador y castigados a la vez. Así se convirtieron en los mejores amigos del orfanato.
Se les encontraba lo más a menudo en el refectorio, ante el televisor. Ese día estaban viendo un episodio de la interminable serie Extraterrestre y orgulloso de serlo.
Lanzaron una exclamación y se dieron con el codo al ver que lo que contaba el episodio era la llegada de unos cosmonautas a un planeta habitado por hormigas gigantes.
– Buenos días, somos terrícolas.
– Buenos días, nosotras somos las hormigas gigantes del planeta Zgu.
Por otra parte, el guión era relativamente baladí: las hormigas gigantes eran telépatas. Enviaban mensajes a los terrícolas dándoles orden de que se matasen entre ellos. Pero el último superviviente lo comprendía todo e incendiaba la ciudad enemiga…
Satisfechos con este final, los chicos decidieron ir a comer unas cuantas hormigas azucaradas. Pero, curiosamente, las que atraparon no tenían el sabor a bombón de las primeras. Eran más pequeñas y su sabor era ácido. Como de limón concentrado. ¡Puah!
Todo ha de ocurrir hacia el mediodía en el punto más alto de la Ciudad.
Con las primeras tibiezas de la aurora, las artilleras se instalan en los nichos de protección que forman una especie de corona alrededor de la cima. Con el ano apuntando al cielo, lanzan una salva antiaérea contra los pájaros, que no tardan en repicar al fuego. Algunas apoyan el abdomen entre las ramitas para atenuar el efecto del retroceso. De este modo, creen que podrán lanzar dos o tres salvas en la misma dirección sin desviarse demasiado.
La hembra 56 está en su estancia. Unas asistentas asexuadas untan sus alas con saliva protectora. ¿Habéis salido ya al gran Exterior? Las obreras no contestan. Es evidente que ya han salido, pero ¿para qué decirle que fuera está lleno de árboles y hierba? Dentro de unos minutos, la potencial reina se dará cuenta de ello por si misma. Querer saber por contacto antenar lo que es el mundo no es más que un capricho de sexuado.
Las obreras no dejan por eso de acicalarla. Le tiran de las patas para darles elasticidad. La fuerzan a contorsionarse para hacer que crujan sus articulaciones torácicas y abdominales. Comprueban que su buche social está rebosante de melado y lo presionan para que deje escapar una gota. Ese jarabe ha de permitirle mantenerse en vuelo continuo durante unas horas.
Listo. La 56 ya está dispuesta. Ahora, la siguiente.
La princesa, con todos sus ornamentos y todos sus perfumes, abandona el gineceo. El macho 327 no se había equivocado, es verdaderamente una gran belleza.
Se esfuerza por levantar las alas. Es tremendo lo que han crecido en los últimos días. Ahora son tan largas y pesadas que se arrastran por el suelo… como un velo nupcial.
Otras hembras aparecen por los corredores. Junto con un centenar de esas vírgenes, la 56 anda ya sobre las ramitas de la cúpula. Algunas exaltadas se pegan a las ramitas: sus cuatro alas aparecen rayadas, agujereadas y decididamente arrancadas. Las desdichadas no llegan más allá, y en todo caso no podrían remontar el vuelo. Despechadas, bajan al quinto nivel. Como las princesas enanas, no conocerán el arrebato amoroso. Se reproducirán tontamente en una sala cerrada, e incluso en el suelo.
La hembra 56 está aún intacta, Salta de una ramita a otra, teniendo mucho cuidado de no caerse y de no estropear sus delicadas alas.
Una hermana que anda a su lado le pide un contacto antenar. Se pregunta qué deben ser esos famosos machos reproductores. ¿Falsos abejorros o moscas?
La hembra 56 no contesta. Piensa otra vez en el macho 327, en el enigma del «arma secreta» Pero todo eso se ha acabado. Ya no hay célula de trabajo. Por lo menos para los dos sexuados. Todo el asunto está ahora en manos de la 103.683.
Rememora con nostalgia los acontecimientos.
El macho fugitivo que aparece en sus aposentos… ¡y sin pasaportes!
La primera comunicación absoluta.
Su encuentro con la 103.683.
Las asesinas con aroma de rocas.
La carrera por los niveles más bajos de la Ciudad.
El escondrijo lleno con los cadáveres de la que hubiese podido ser su «legión»
La lomechuse.
El pasadizo secreto en el granito.
Sin dejar de andar, baraja sus recuerdos y se considera una privilegiada. Ninguna de sus hermanas ha vivido tales aventuras, antes incluso de abandonar la Ciudad.
Las asesinas con olor a rocas… La lomechuse… el pasadizo secreto en el granito…
La locura no supone explicación ninguna, tratándose de individuos tan numerosos. ¿Mercenarias que espían en beneficio de las termitas? No, la cosa no resulta bien así; no serían tantas ni estarían tan bien organizadas.
Y queda en todo caso un punto que no cuadra con nada: ¿por qué hay reservas de alimentos bajo la Ciudad? ¿Para alimentar a los espías? No, hay tanto alimento como para engordar a millones de individuos… Y no son millones.
Y esa sorprendente lomechuse. Es un animal de superficie. Y es imposible que haya bajado por sí misma hasta el nivel -50. Así que la han transportado hasta allí. Pero en cuanto uno se acerca a ese insecto, es fuera de sus efluvios. Hace falta, pues, un grupo bastante numeroso para envolver al monstruo con hojas livianas y trasladarlo discretamente hasta allá abajo.
Cuanto más piensa en ello, más cuenta se da de que todo ello requiere unos medios considerables. Y de hecho, mirando las cosas de frente, todo ocurre como si parte del Nido tuviese un secreto y estuviese protegiéndolo encarnizadamente contra sus mismas hermanas.
Unos contactos desconocidos rozan su cabeza. Se detiene. Sus congéneres creen que desfallece de emoción antes del vuelo nupcial. Es algo que a veces ocurre, ¡las sexuadas son tan sensibles! Se lleva las antenas a la boca. Repite rápidamente para sí: la expedición número uno aniquilada, el arma secreta, las treinta legionarias muertas, la lomechuse, el pasaje secreto en la roca granítica, las reservas de alimentos…
¡Eso es! ¡Oh, sí! ¡Ya lo ha comprendido! Y se lanza contra corriente. ¡Ojalá no sea demasiado tarde!
EDUCACIÓN. La educación de las hormigas sigue las siguientes etapas:
– Del primer día al décimo, la mayoría de los jóvenes atienden a la reina ponedora. La cuidan, la lamen, la acarician. En correspondencia, ella les unía su saliva nutritiva y desinfectante.
– Del undécimo al vigésimo día, las obreras adquieren el derecho de cuidar de los capullos.
Del vigésimo primer día al trigésimo, vigilan y alimentan a las larvas más jóvenes.
Del trigésimo primero al cuadragésimo día, se entregan a tareas domésticas y de policía, mientras siguen cuidando a la reina madre y a las ninfas.
– El cuadragésimo día es una fecha importante. Las obreras, a las que se considera ya suficientemente experimentadas, tienen derecho a salir de la Ciudad.
– Del cuadragésimo día al quincuagésimo, sirven como guardianas o bien como ordeñadoras de pulgones.
Desde el quincuagésimo hasta los últimos días de sus vidas, pueden acceder a la ocupación más apasionante para una hormiga ciudadana: la caza y la exploración en parajes desconocidos.
Nota: A partir del undécimo día, los sexuados ya no están obligados a trabajar. Permanecen ociosos la mayor parte del tiempo, encerrados en sus estancias hasta el día del vuelo nupcial.
EDMOND WELLS
Enciclopedia del saber relativo y absoluto.
También el macho 327 se prepara. En intercambio antenar, los demás machos no hablan más que de hembras. Muy pocos las han visto. O en su caso no fueron más que visiones furtivas de los corredores de la Ciudad prohibida. Muchos de ellos elucubran. Se las imaginan con perfumes embriagadores, de un erotismo enloquecedor. Uno de los príncipes pretende haber intercambiado una trofalaxia con una hembra. Su melado tenia el sabor de la savia del abedul, sus hormonas sexuales emitían efluvios comparables a los de los junquillos recién cortados. Los demás le envidian en silencio.
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