Otra historia, aún más importante, andaba Marcelino de guardia sin escopeta, habían desaparecido todas, y José Gato pensó en entrarle a las habas, estaban las habas cortadas, en una era. La cosa fue cerca del resguardo de la cuadrilla, pero nadie sospechaba, los trabajadores sólo se enteraron cuando hubo que hacer una limpieza entre los árboles de aquel sitio, y ellos ya habían desaparecido de esos lugares. Encontramos su escondite, en unas covachas muy bien hechas, muy hondas. Eran unos cerros altos, y encima muchos sauces, ellos abrían una vereda, casi como las mangostas, hacían aberturas en los laterales, allá tenían las camas, hechas de junco y ramas, una maravilla, bueno el caso es que José Gato fue a las habas, y Marcelino encontraba movidas las habas, había habas machacadas, estaba la paja. Decía Marcelino, Hijos de puta, me andan en las habas, y qué es lo que se le ocurrió, Voy para allá, mete la yegua en un covacho, se lleva un saco, que en verano no se precisan mantas, y la garrota. A las tantas, oye ruido, era José Gato, en un saco cargaba tres o cuatro brazadas de habas, las aplastaba con los pies, aquello estaba todo reseco del calor, las aventaba y venía luego un compañero para ayudarle a acarrear la carga, a la hora acordada se llevaban entre los dos unos cien litros de habas. Quizá se las entregaban a Manuel da Revolta a cambio de pan o de otras cosas necesarias, qué sé yo. El caso es que estaba José Gato muy distraído pisando aquello, y Marcelino se fue acercando, acercando, descalzo, cuando contaba esto tenía mucha gracia Marcelino, decía así, Fui descalzo, paso a paso, y llegué a unos seis o siete metros del tipo, que si me deja llegar tres o cuatro metros más le doy un garrotazo, pero también él me presintió, fino que era, parecía que iba a darle, pues no, ya no lo encontré, aquello no era gato, era liebre, fue eso, estoy en un lo tengo no lo tengo, y va y da dos saltos, yo tampoco estaba quieto, pero me da dos saltos y se me queda de frente con una escopeta. José Gato va y le dice a Marcelino, eso dice Marcelino, Tu suerte es que te hayas portado bien con un amigo, fue una vez en que los de la guardia, la verdad, se pasaron de brutos, Marcelino recogió en su casa a uno de la cuadrilla y hasta le dio de comer, Esa es tu suerte, si no te deslomaba aquí mismo, venga, largo. Pero Marcelino fue también valiente, Un momento, que en todos los trabajos se echa un pito, sacó la petaca, lió un pito, se lo puso en la boca, lo encendió, Ahora sí me voy.
Más tarde detuvieron a toda la banda. La cosa empezó en las Pizarras, entre Munhola y Landeira, en una zona más escondida. Hubo un encuentro con la guardia, tiros, parecía una guerra. Los capturaban, pero luego a todos los iban empleando los labradores, Venta Radiada acabó guardando la viña de Zambujal, y otros igual. Si algo me hubiera gustado oír sería la charla entre los guardias y los terratenientes, Tenemos ahí un hombre preso, Me quedo con él, no sé quiénes eran más sinvergüenzas, si unos u otros. A José Gato lo apresaron tiempo después, en Vendas Novas. Estaba amancebado con una mujer que vendía verduras, y andaba siempre disfrazado, por eso nunca lo encontraban, hay quien dice que fue ella quien lo denunció, yo qué sé. Lo agarraron en casa de la mujer, en un desván, durmiendo, y dijo, Si no me pilláis durmiendo, podéis estar seguros que no era de ésta. Luego se dijo que lo llevaron a Lisboa y, del mismo modo que a los otros los emplearon por cuenta de los hacendados, de José Gato se hablaba que lo mandaron a las colonias como agente de la policía de vigilancia y defensa del estado. No sé si aceptaría, me cuesta creerlo, o si lo mataron y dieron esa disculpa, otros casos se han visto, no sé.
Tenía cosas buenas José Gato, eso hay que reconocerlo. Nunca robó nada a los pobres, sólo robaba donde había, a los ricos, como dicen que hacía José do Telhado. Pero una vez el Parrillas encontró una mujer que iba a comprar para la familia, y el Parrillas sí que se lo quitó, diablo de hombre. Pero tuvo la mala suerte de que José Gato se encontró a la mujer llorando, la pobre. Le preguntó por qué lloraba, y por las señas entendió que había sido el Parrillas el de la afrenta. La mujer recibió allí mismo una cantidad de dinero que daba para la compra de tres días y el Parrillas se llevó la mayor paliza de su vida. Y muy bien hecho.
Este José Gato era un hombre desengañado, pequeño de estatura pero valiente. Ésta ocurrió en el Monte da Revolta, que era un sitio muy internacional, pasaba gente de todas partes, basta decir que uno del Algarve, que trabajaba en las rozas, se hizo allá una barraquita e iba tirando, y como él muchos, que ni casa tenían. Fue allí donde un tipo quiso armarle una trampa a José Gato, liando la cosa con Manuel da Revolta, diciéndole a Manuel da Revolta que Gato había dicho que se iba a acostar con su mujer. Pero Manuel da Revolta que tenía mucha confianza en José Gato, se lo dijo por las claras, Mira, Fulano me ha dicho esto. Dijo José Gato, Hijo de puta, vamos a su casa a ver si es capaz de decirlo delante de mí, y entonces fueron, llegaron allí, Eh, tú, Fulano, conque le has dicho aquí a Manuel esto y lo otro y lo de más allá, pues haber si lo dices ahora, que quiero oírlo yo. Dijo el otro, Hombre, es que llevaba unas copas de más, pero la verdad es que tú no me dijiste nada de eso. Y José Gato, muy sereno, Vete andando cien pasos, así que vio que ya no lo podía matar, tras, tras, le suelta dos perdigonadas en el espinazo, sólo para que se le quedaran en la piel algunos perdigones y los otros ni lo rozaran, no era para matarlo, y le dio dos zurriagazos que lo tumbó, Eso para que aprendas a portarte como un hombre, que aquí no queremos chiquilladas. A José Gato lo vi siempre como a alguien que se metió en esa vida porque no ganaba para comer.
Anduvo un tiempo por aquí, yo era un chaval. Fue capataz de estos desmontes, de Monte Lavre hasta Coruche. La carretera la hicieron muchos ambulantes, entonces había mucha gente así, trabajaban tres, cuatro semanas y cuando tenían algo de dinero, se largaban y venían otros. José Gato apareció, se vio que era un tipo que sabía, de forma que le hicieron capataz, pero nunca andaba por las partes bajas. Yo estaba entonces guardando puercos, fue antes de lo de Manuel Espada, y lo vi todo. La gente decía que ya había tenido problemas con la guardia, y entonces la guardia lo descubrió, o alguien fue a decirle que él estaba por esta zona, se pusieron a buscarlo y lo cazaron. Pero entonces todavía no sabían bien quién era José Gato. Venía él delante de la patrulla, muy manso, y los guardias muy contentos de la caza que habían hecho, cuando va y da un salto, tira un puñado de tierra a los ojos de uno, salto aquí, salto allá, y pies para qué os quiero. Hasta que lo capturaron definitivamente nunca volvieron a ponerle los ojos encima. José Gato era un errabundo, un tipo duro y serio. Para mí que fue un hombre siempre muy solo. Eso digo yo, quién sabe.
El mundo, con todo su peso, esta bola sin principio ni fin, cubierta de mares y de tierras, toda acuchillada por ríos, arroyos y torrenteras por las que corre el agua clara que va y vuelve y siempre es la misma, suspendida en las nubes o escondida en los hontanares bajo las grandes losas subterráneas, el mundo que parece una mole dando tumbos por los cielos, o peonza silenciosa como un día lo verán los astronautas y ya podemos ir anticipando, el mundo es, visto desde Monte Lavre, una cosa delicada, un relojito que sólo puede aguantar un tanto de cuerda y ni una vuelta más, y se pone a temblar, a palpitar, si un dedo grueso se aproxima a la corona, si va a rozar, aunque sea levemente, el muelle finísimo, ansioso como un corazón. Un reloj es algo sólido dentro de su caja pulida, inoxidable, a prueba de choques hasta el límite que le es soportable, a prueba de agua para quien tuviera el refinado gusto de bañarse con él, garantizado por tantos años, que podrían ser muchos si no vinieran las modas a reírse de lo que ayer compramos, son maneras de mantener la fábrica en su flujo de mercado v su aflujo de dividendos. Pero, si le quitan el caparazón, si el viento, el sol y la humedad empiezan a girar y a batirle por dentro, entre los rubíes y los engranajes, cualquiera puede apostar, con certeza de ganar, que se acabaron los días venturosos. Visto desde Monte Lavre, el mundo es un reloj abierto, con las tripas al sol, a la espera de que le llegue la hora.
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