Duró un mes este movimiento. Visto desde la península, el universo se iba transformando poco a poco. Todos los días el sol nacía en un punto diferente del horizonte, y la luna, ya las estrellas había que buscarlas por el cielo, no bastaba ya su movimiento propio, de traslación en tomo del centro del sistema de la Vía Láctea, ahora estaba también este otro movimiento que hacía del espacio un delirio de luceros inestables, como si el universo se estuviera reorganizando de punta apunta, tal vez por encontrar que el primer orden establecido no había dado resultado. Llegó un día en que el sol se puso por el mismo lugar donde en tiempos normales había salido, de nada servía decir que no era verdad, que se trataba de una simple apariencia, que el sol seguía su trayectoria de costumbre sin poder hacer otra, la gente simplemente argumentaba, Perdón, mi estimado señor, antes el sol me entraba de mañana por la ventana de delante y ahora me entra por la de atrás, a ver si puede explicarme esto de manera que lo entienda. Explicar, lo explicaba el sabio, mostraba fotografías, hacía dibujos, desdoblaba el mapa del cielo, pero el instruendo no se convencía, y la clase terminaba rogándole al señor doctor que hiciera el favor de procurar que el sol, al nacer, volviera a iluminarle la fachada de la casa. En desespero de causa y de ciencia decía el profesor, No se preocupe, en cuanto la península dé una vuelta completa, verá el sol como lo veía antes, pero el alumno, desconfiado, respondió, Entonces, señor profesor, cree usted que todo esto está aconteciendo para acabar todo como antes. Y realmente no se quedó.
Debía de ser ya invierno, pero el invierno, que parecía estar encima, había retrocedido, no se encontraba otra explicación. No era invierno, otoño no era, primavera ni pensarlo, verano tampoco podía ser. Era una estación suspensa, sin fecha, como si estuviéramos en los inicios del mundo y no hubieran sido decididas todavía las estaciones ni sus tiempos. Dos Caballos seguía despacio, a lo largo de las estribaciones inferiores de los montes, ahora los viajeros se detenían en los lugares, les maravillaba sobre todo el espectáculo del sol, que había dejado de aparecer por encima de los Pirineos para surgir del mar, lanzando sus primeros rayos contra los contrafuertes altísimos de la montaña hasta las cimas nevadas. Fue aquí, en una de estas aldeas, donde María Guavaira y Joana Carda se dieron cuenta de que estaban encinta. Ambas. Nada tenía el caso de asombroso, incluso puede decirse que estas mujeres hicieron lo posible para que sucediera a lo largo de estos meses y semanas, entregándose a sus hombres con saludable franqueza, sin la menor precaución, tanto por parte de ellos como de ellas. Y la simultaneidad de los hechos tampoco debería sorprender a nadie, fue sólo una de esas coincidencias que constituyen el orden del mundo, bueno es que algunas puedan ser claramente identificadas de vez en cuando, para la ilustración de escépticos. Pero la situación es embarazosa, como salta a la vista, y el embarazo resulta de la dificultad de deslindar dos dudosas paternidades. Si no fuera por el resbalón de Joana Carda y María Guavaira, cuando fueron, más movidas por piedad que por cualquier otro sentimiento, por esos bosques y breñales en busca de aquel hombre solo, a quien ni tuvieron que rogarle para que él, tartamudeando de emoción y ansiedad, entrara en ellas y derramase sus penúltimas savias, si no fuera por este lírico y tan poco erótico episodio, ninguna duda habría de que el hijo de María Guavaira hijo era de Joaquim Sassa y de que el hijo de Joana Carda tenía como eficaz autor a José Anaiço. Pero he aquí que aparece Pedro Orce en el camino, aunque mejor sería decir que al camino de Pedro Orce salieron las tentadoras y la normalidad, avergonzada, ocultó el rostro. No sé quien es el padre, dijo María Guavaira, que fue la del ejemplo, Ni yo, dijo Joana Carda, que la siguió luego por dos razones, la primera por no quedar de menos en heroicidad, la segunda por enmendar el error con el error, haciendo regla de lo que era excepción.
Pero este discurrir, o incluso otro más sutil, no oculta que la cuestión principal es ahora informar a José Anaiço y a Joaquim Sassa, cómo van a reaccionar cuando sus respectivas mujeres les digan, y con qué cara, Estoy embarazada. En las circunstancias de armonía, se pondrían, según la costumbre, o lo que se dice que es costumbre, locos de alegría, y quizá bajo la sorpresa el rostro y la mirada revelen el súbito júbilo que les salta en el alma, pero inmediatamente se les cargará el rostro, los ojos se les volverán tinieblas, se anuncia una terrible escena. Propuso Joana Carda no decir nada, pasando el tiempo y creciendo las barrigas, la fuerza del hecho consumado se encargaría de ablandar las susceptibilidades, el honor ofendido, el despecho que volvía a despertar, pero María Guavaira no fue de esa opinión, le parecía mal que los procedimientos primeros, de valor y generosidad por parte de todos, tuvieran por conclusión la desmayada cobardía del fingimiento, la cobardía aún peor que la complacencia tácita, Tienes razón, reconoció Joana Carda, más vale coger al toro por los cuernos, dijo sin darse cuenta de lo que decía, éste es el peligro de las frases hechas cuando no prestamos atención suficiente al contexto.
Aquel mismo día las dos mujeres llamaron a sus hombres aparte, fueron a dar con ellos un paseo campestre, allá donde los espacios reducen a murmullos los gritos más coléricos o dilacerados, por esa triste razón las voces de los hombres no llegan al cielo, y allí sin rodeos, como habían acordado, les dijeron, Estoy embarazada, y no sé si de ti o de Pedro Orce. Reaccionaron Joaquim Sassa y José Anaiço como esperábamos, una explosión de furia, un bracear violentísimo, una punzante tristeza, no estaban a la vista uno de otro, pero los gestos se repetían, las palabras eran igualmente amargas, No te basta con lo que pasó, todavía vienes diciéndome que estás embarazada y no sabes quién es el autor, Cómo voy a saberlo, pero el día en que nazca el niño, ya no habrá dudas, Por qué, Por el parecido, Bueno, pero imagina que se parece sólo a ti, Si se parece sólo a mí será que es hijo mío y de nadie más, Y, encima, te burlas de mí, No me burlo, no sé burlarme de nadie, y ahora, cómo vamos a resolver esta situación, Si pudiste aceptar que me acostara una vez con Pedro Orce, acepta esperar ahora nueve meses antes de tomar una decisión, si el niño se parece a ti es tu hijo, si se parece a Pedro Orce, es hijo de él y lo rechazas, y a mí también, si es ésa tu voluntad, y en lo de parecerse sólo a mí, no lo creas, siempre hay un rasgo del otro, y con Pedro Orce, qué vamos a hacer, se lo piensas decir, No, durante los dos primeros meses no se notará, y tal vez más, de la manera como andamos vestidas, estas blusas anchas, estos chaquetones holgados, Lo mejor es no decir palabra, confieso que me molestaría mucho ver a Pedro orce mirándote, mirándoos con aire de garañón emérito, esa frase fue de José Anaiço, que domina mejor el lenguaje, Joaquim Sassa se expresó muy a ras de tierra, Me fastidiaría ver al señor Pedro orce con aire de gallo de corral. De este modo, al fin pacífico, aceptaron los hombres la afrenta, ayudados por la esperanza de que tal vez venga a dejar de serlo el día en que el enigma, hoy aún sin figura, se resuelva por vía natural.
A Pedro Orce, que nunca supo qué era tener hijos, no se le pasa por la cabeza que en el vientre de las dos mujeres germinen quizá fecundaciones suyas, bien verdad es que el hombre jamás llega a conocer todas las consecuencias de sus actos, he aquí un buen ejemplo, se va apagando el recuerdo de los felices momentos gozados, y el posible efecto fecundante de ellos, ínfimo todavía, pero más importante para sí que todo lo demás, si a término llega y hay confirmación, es invisible a sus ojos, está oculto a su conocimiento, el mismo Dios hizo a los hombres y no los ve. Pedro orce, en todo caso, no es enteramente ciego, siente que ha sufrido una conmoción la armonía de las dos parejas, hay en ellos cierta distancia, no diríamos frialdad, sino más bien una reserva sin hostilidad, pero generadora de grandes silencios, empezó este viaje tan bien y ahora es como si se les hubieran acabado las palabras o no se atrevieran a decir las únicas que tendrían sentido, Se acabó, lo que estaba vivo está muerto, si es de eso de lo que se trata. También puede ser que haya reavivado el rescoldo de los primeros celos, tal vez dejando pasar un tiempo, y tal vez pasando yo inadvertido, por eso volvió Pedro Orce a dar grandes paseos por los alrededores siempre que acampaban, hasta increíble parece que este hombre pueda andar tanto.
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