Joaquim Sassa y José Anaiço no reconocen al hombre, pero del burro no pueden decir lo mismo, hay algo de reconocible y familiar, con perdón, cosa que en él no tiene nada de asombroso, un burro no cambia en tan pocos meses, mientras que un hombre, si está sucio y despeinado, si se dejó crecer la barba, si adelgazó o engordó, si de melenudo pasó a calvo, la propia mujer tendría que desnudarlo para ver si la señal particular está en el mismo sitio, a veces demasiado tarde, cuando todo se ha consumado y el arrepentimiento no recogerá el fruto del perdón. Dijo José Anaiço cumpliendo la regla de hospitalidad, Bienvenido sea, siéntese aquí con nosotros, y si quiere desalbardar al burro, hágalo sin problemas, ahí hay paja suficiente para él y los caballos. Sin los serones y la albarda el burro parecía más joven, ahora se veía bien que estaba hecho de dos calidades de plata, una oscura, otra clara, ambas de buenos quilates. El hombre fue a instalar al animal, los caballos miraron de soslayo al recién llegado y dudaron de que pudiera servirles de ayuda, por deficiencia de complexión y dificultades de collarada. Volvió el hombre a la hoguera, y antes de acercar la piedra que iba a servirle de asiento, se presentó, Me llamo Roque Lozano, lo demás mandan las técnicas elementales de la narrativa que tenga dispensa de repetición. Iba José Anaiço a preguntarle si el burro tenía nombre, si, por ejemplo, se llamaba Platero, pero las últimas palabras dichas por Roque Lozano, que por fin, siempre se repiten, Vine para ver Europa, lo hicieron callar, un súbito recuerdo alzó un dedo en su memoria y murmuró, Yo conozco a este hombre, menos mal que llegó a tiempo, sería ofensivo necesitar de un burro para reconocer a las personas. Movimientos. Semejantes andarían también por la cabeza de Joaquim Sassa, que dijo, dudando, Tengo la impresión de que nos hemos visto ya, También yo, respondió Roque Lozano, me recuerdan ustedes a dos portugueses a quienes encontré al principio de mi viaje, pero aquéllos iban en automóvil y no llevaban señoras, El mundo da tantas vueltas, señor Roque Lozano, y en ellas es tanto lo que se gana y lo que se pierde, que bien puede acontecer perder un automóvil Dos Caballos y encontrar una galera con dos caballos, dos mujeres y otro hombre además, dijo María Guavaira, y lo que falta aún por ver, esta frase fue de Joana Carda, ni Pedro Orce ni Roque Lozano sabían de qué estaba hablando, lo sabían José Anaiço y Joaquim Sassa, y no les gustó aquella alusión a los secretos del organismo humano, particularmente a los del femenino.
Ya estaba hecha la presentación y reconocimiento, desvanecidas las dudas, Roque Lozano era aquel viajero que encontraron entre las sierras Morena y de Aracena, con su burro Platero camino de una Europa, que en definitiva no vio, pero queda la intención, siempre salvadora. Y ahora, adónde va, preguntó Joana Carda, Ahora vuelvo a casa, que no será por tanto dar vueltas la tierra por lo que ella deje de estar en el mismo sitio, La tierra, No, la casa, la casa está siempre donde está la tierra. María Guavaira empezó a llenar los cuencos de sopa, un poco aumentada de agua para que llegase para todos, cenaron en silencio, excepto el perro, que trituraba metódicamente un hueso, y los animales de tiro y carga que molían y remolían la paja, de vez en cuando se oía estallar un haba seca, no se pueden quejar estos animales de mal pasar, teniendo en cuenta las dificultades de la hora presente.
Una de esas dificultades, pero particular, intentó resolverla el consejo de familia convocado para esta noche, no será impedimento la presencia del extraño, al contrario, ya hemos dicho que Roque Lozano va de regreso a casa, y nosotros, qué vamos a hacer nosotros, seguir como gitanos, comprando y vendiendo ropas hechas, o volvemos para casa, al trabajo, a la regularidad de la vida, pues aunque la península no deje ya de dar vueltas, la gente acabará habituándose, como la humanidad se habituó a vivir en una tierra que está siempre en movimiento, ni siquiera somos capaces de imaginar lo que habrá costado al equilibrio de cada uno vivir en una peonza zumbadora que gira alrededor de un acuario con un pez-sol allá dentro, Perdone que le interrumpa, dijo la voz desconocida, pero eso del pez-sol no existe, hay un pez-luna, pero pez-sol, no, Pues mire, yo no voy a discutir, pero si no lo hay, hace falta, Desgraciadamente no se puede tener todo, resumió José Anaiço, comodidad y libertad son incompatibles, esta vida vagabunda tiene sus encantos, pero cuatro paredes sólidas, con un techo encima, protegen mejor que un toldo vacilante y con agujeros. Dijo Joaquim Sassa, Empezamos por llevar a Pedro Orce a su casa, y luego cortó la frase, no sabía cómo completarla, fue entonces cuando intervino María Guavaira, y dijo claramente lo que era necesario decir, Muy bien, dejamos a Pedro Orce en su farmacia, luego seguimos hasta Portugal, José Anaiço se quedará en la escuela, en un lugar del que no sé ni el nombre, continuamos hacia lo que antes se llamaba norte, Joana Carda tendrá que elegir entre quedarse en Ereira, con sus primos, o volver a los brazos de su marido en Coimbra, resuelto el asunto, tomamos rumbo a Porto, y dejamos a Joaquim Sassa a la puerta de la oficina, ya habrán vuelto los jefes desde Peñafiel, y luego, yo vuelvo sola a casa, donde un hombre me está esperando para casarse conmigo, dirá que se quedó guardando mis bienes mientras yo estaba ausente, Ahora, señora, cásese conmigo, y yo con un tizón plantaré fuego a esta galera como quien quema un sueño, quizá luego consiga empujar hasta el mar la barca de piedra y embarcar en ella.
Un discurso así, continuo, corta la respiración a quien habla y no deja respirar a quien oye. Durante unos minutos permanecieron todos callados, finalmente José Anaiço recordó, En una balsa de piedra ya vamos todos, Es demasiado grande para sentimos marineros, respondió María Guavaira, y Joaquim Sassa observó, sonriendo, Bien dicho, tampoco nos convirtió en astronautas el andar dando vueltas por el espacio encima del mundo. Otro silencio, ahora le tocaba hablar a Pedro Orce, Hagamos una cosa detrás de otra, Roque Lozano puede unirse a nosotros, lo llevamos a su familia que debe estar en Zufre esperándolo, y luego decidimos sobre nuestra vida, Pero dentro de la galera no cabe otro a dormir, dijo José Anaiço, No se preocupen, si otra razón no tienen para que los acompañe, por mí estoy habituado a andar al aire libre, basta con que no llueva, y ahora, con la galera, durmiendo debajo, es como si tuviera todas las noches un techo, ya me estaba cansando de tanta soledad, qué quieren que les diga, confesó Roque Lozano.
Al día siguiente reanudaron el viaje. Pig y Al murmuran contra la suerte de los burros, éste viene trotando tras la galera, suavemente atado a ella y aliviado de carga, en pelo como vino al mundo, con su brillo de plata bonita, el dueño, en el pescante, habla de la vida con Pedro Orce, las parejas conversan bajo el toldo, el perro va delante, de batidor. De un momento a otro, casi por milagro, ha vuelto la armonía a la expedición. Ayer, tras la última deliberación, trazaron un itinerario, no muy riguroso, sólo para no ir a ciegas, primero bajar a Tarragona, ir por la costa hasta Valencia, meterse hacia el interior por Albacete, hasta Córdoba, bajar a Sevilla, y finalmente, a menos de ochenta kilómetros, Zufre, allá diremos, Aquí viene Roque Lozano, sano y salvo regresa de su gran aventura, pobre fue y pobre vuelve, no ha descubierto Europa ni Eldorado, no todos los que buscaron encontraron, pero la culpa no es siempre de quien busca, cuántas veces no hay riqueza alguna donde, por maldad o por ignorancia, nos habían dicho que la había, después nos quedaremos a un lado para ver cómo lo reciben, querido abuelo, querido padre, querido marido, lástima que hayas vuelto, creí que habrías muerto en un descampado, comido por los lobos, no todo es para ser dicho en voz alta.
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