Un día que Pedro Orce, era éste un tiempo en el que ya habían dejado atrás las primeras ondulaciones orográficas que desde muy lejos anunciaban los Pirineos, un día que Pedro Orce se había adelantado por caminos desviados, y por poco cae en la tentación de no volver más al campamento, son ideas que se le ocurren a uno en horas de agotamiento, encontró sentado en el arcén, descansando, a un hombre que debía de andar por su edad si no más viejo, gastado y cansado parecía. Junto a él estaba un burro, de albarda y serones, rapando con los dientes amarillos la hierba reseca, que el tiempo, como queda dicho, no va propicio a nuevas reverdescencias, o las hace surgir fuera de lugar y de ocasión, la naturaleza se ha extraviado, diría un amante de las metáforas. El hombre estaba royendo un mendrugo sin compaña, debía de andar en apuros de necesidad, vagabundo sin techo ni mesa, pero tenía un aire tranquilizador, no de maleante, por otra parte no es Pedro Orce persona timorata, como bastante ha demostrado en estas grandes caminatas por los yermos, cierto es que el perro no le abandona ni por un instante, es decir, lo dejó dos veces, pero en mejor compañía y por pura discreción.
Saludó Pedro Orce al hombre, Buenas tardes, y el otro respondió, Buenas tardes, los oídos de ambos registraron el acento familiar, el tono del sur, andaluz, para decirlo en una palabra. Pero al hombre del mendrugo le pareció motivo de desconfianza ver en estos sitios, apartados de lugar habitado, a un hombre y a un perro con aire de haber sido abandonados allí por un platillo volante y, cautelosamente, pero sin ocultarlo, se acercó el bastón herrado que estaba en el suelo. Pedro Orce entendió el gesto y la inquietud del otro, debía de preocuparle la actitud del perro, con la cabeza baja, inmóvil, mirando, No le asuste el perro, es manso, es decir, manso no es, pero no ataca a nadie que no piense en hacer mal. Y cómo sabe ese animal lo que piensan las personas, Una buena pregunta, sí señor, ojalá pudiera responderle, pero ni mis compañeros ni yo sabemos qué perro es éste ni de dónde de vino, Creí que andaba usted solo y que viviría por aquí, Ando con unos amigos, tenemos una galera, por estos casos que se están dando nos echamos a la carretera y todavía no hemos salido, Usted es andaluz, se lo conozco en el habla, Vengo de Orce, que está en la provincia de Granada, Yo soy de Zufre, en Huelva, Saludos, paisano, Saludos para usted, amigo, Me permite que me siente aquí un rato, Póngase a gusto, no puedo ofrecerle más de lo que tengo, pan seco, Se lo agradezco como si lo aceptara, he comido ya con mis compañeros, Quiénes son, Son dos amigos y sus mujeres, ellos dos y una de las mujeres son portugueses, la otra mujer es gallega, y cómo se juntaron, Ah, eso es una larga historia para contarla ahora.
El otro no insistió, se dio cuenta de que no debía hacerlo, y dijo, Pensará usted por qué, siendo yo de la provincia de Huelva, estoy ahora aquí, En estos tiempos es difícil encontrar a alguien que esté donde estuvo siempre, Soy de Zufre y allí tengo mi familia, si es que está todavía allí, pero cuando empezaron a decir que España estaba separándose de Francia, decidí venir a verlo con mis ojos, España, no, la Península Ibérica, Pues eso, y no fue de Francia de donde la península se separó, si no de Europa, parece que es lo mismo, pero hay su diferencia, Yo de esos detalles no entiendo, pero quise ir a verlo, y qué vio, Nada, llegué a los Pirineos y vi sólo el mar, Nosotros tampoco vimos más que mar, No había Francia, no había Europa, ahora bien, en mi opinión una cosa que no hay es como si no la hubiera habido nunca, trabajo perdido el mío andar tantas y tantas leguas para ver lo que no existía, Bueno, ahí hay un error, Qué error, Antes de que la península se separara de Europa, Europa estaba ahí, había una frontera, claro, se iba de un lado al otro, pasaban los españoles, pasaban los portugueses, venían los extranjeros, nunca vio turistas en su tierra, A veces, pero allí no hay nada que ver, Eran turistas que venían de Europa, Pero cuando yo vivía en Zufre, nunca vi Europa, y ahora que salí de Zufre tampoco la veo, dónde está la diferencia, Tampoco ha ido a la luna y la luna existe, Pero la veo, anda ahora desviada, pero la veo, Cómo se llama usted, Me llaman Roque Lozano, para servirlo, Yo me llamo Pedro Orce, Tiene el nombre de la tierra donde nació, No nací en Orce, nací en Venta Micena, que está al lado, Recuerdo ahora que al principio de mi viaje encontré a dos portugueses que iban a Orce, A lo mejor son los mismos que me acompañan, Me gustaría saberlo, Venga conmigo y saldrá de dudas, Si me invita, voy, hace ya demasiado tiempo que ando solo, Levántese lentamente, para que no crea el perro que me va a hacer daño, yo le daré el palo. Roque Lozano se echó el morral a cuestas, tiró del burro y allá fueron todos, el perro al lado de Pedro Orce, quizá debiera ser siempre así, que donde estuviera un hombre hubiese un animal con él, un papagayo posado en su hombro, una culebra enrollada en la muñeca, un escarabajo en la solapa, un escorpión hecho una bola, diríamos incluso que un piojo en la cabeza si ese animal no perteneciera a la aborrecida especie de los parásitos, que hasta de los insectos se aprovecha, pobre bicho, no tiene él la culpa, fue voluntad divina.
Al paso sin destino en que han caminado entraron en el interior de Cataluña. Prosperó el negocio, fue realmente una buena idea lanzarse al ramo del comercio. Se ve menos gente ahora por los caminos, lo que significa que, pese a que la península continúa su movimiento de rotación, las personas vuelven a sus hábitos y comportamientos normales, si es éste el nombre que debemos dar a los antiguos hábitos y comportamientos. Ya no se encuentran pueblos abandonados, pero, no se puede apostar que todas las casas hayan recibido a todos sus habitantes primitivos, hay hombres con otras mujeres y mujeres con otros hombres, los hijos andan mezclados, siempre de las grandes guerras y de las grandes migraciones resultan tales efectos. Fue esta mañana cuando José Anaiço, de modo súbito, dijo que era necesario decidir sobre el futuro del grupo, una vez que parecía no haber más peligro de abordajes y conmociones. Lo más seguro, o al menos la más plausible hipótesis, sería que la península se quedara para siempre girando sin salirse del mismo sitio, lo que no traería ningún inconveniente a la vida cotidiana de las personas, salvo que nunca más será posible saber dónde están los diversos puntos cardinales, lo que por otra parte poca importancia tiene, no hay ninguna ley que diga que no se puede vivir sin norte. Pero ahora que estaban vistos los Pirineos, y fue una gran felicidad, el mar desde tanta altura, Es como estar en un avión, dijo María Guavaira, y José Anaiço corrigió, como persona de experiencia, No se puede comparar, basta decir que en la ventana de un avión nadie siente vértigos, y aquí, si no nos agarramos con fuerza, seguro que nos lanzábamos al mar por propia voluntad. Más tarde o más temprano, concluyó José Anaiço el matinal aviso, tendremos que decidir nuestros destinos, seguro que a nadie le interesa seguir en la carretera el resto de la vida. Joaquim Sassa se mostró de acuerdo, las mujeres no quisieron opinar, sospechan que hay motivo oculto en esta súbita prisa, sólo Pedro Orce, tímidamente, recordó que la tierra seguía temblando, y que si esto no era suficiente señal de que el viaje no había acabado, entonces le gustaría que le explicaran por qué razón lo habían empezado. En otro momento la sensatez del argumento, aunque argumento por duda, habría impresionado a los espíritus, pero hay que tener en cuenta que las heridas del alma son profundas, o no serían del alma, ahora cuanto Pedro Orce diga resulta sospechoso de interés oculto, éste es el pensamiento que se puede leer en los ojos de José Anaiço mientras va diciendo, Luego, después de cenar, cada uno dirá lo que ha pensado del asunto, si seguimos como hasta ahora o volvemos a casa, y Joana Carda preguntó sólo, A qué casa. Por ahí viene ahora Pedro Orce y trae otro hombre con él, a esta distancia parece viejo, menos mal, porque problemas de cohabitación ya tenemos de sobra. El hombre tira de un burro cargado con albarda y serones, como solían todos los burros del mundo antiguo, pero éste tiene un raro color de plata, si se llamara Platero honraría el nombre, como Rocinante, siendo antes rocín, no desmerecía el suyo. Pedro Orce se para en la línea invisible que delimita el territorio del campamento, tiene que cumplir con las formalidades de presentación e introducción del visitante, lo que siempre se ha de hacer del lado de aquí de la barbacana, son reglas que ni siquiera hay que aprender, las cumple desde dentro de nosotros el hombre histórico, un día quisimos entrar en el castillo sin autorización y recordamos el escarmiento. Dice Pedro Orce enfático, Me he encontrado con este coterráneo y lo traigo para que coma un plato de sopa con nosotros, hay evidente exageración en la palabra coterráneo, y se disculpa, a esta hora en Europa, un portugués del Minho y otro del Alentejo tienen añoranzas de la misma patria, y con todo quinientos kilómetros separaban a uno del otro, ahora son seis mil los que de ella los separan.
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