A las puertas de Albufeira se preparaba la batalla campal. Los viajeros habían dejado a Dos Caballos en retaguardia, al remanso de una sombra, en casos como éste no se puede contar con su ayuda, es ente mecánico, sin emociones, a donde lo llevan va y donde está se queda, tanto le importa a él que la península navegue como que no, no van a hacerse las distancias más cortas porque se mueva. Tuvo el combate un preámbulo oratorio, tal como se usaba antes, en la antigüedad de las guerras, con desafíos, exhortaciones a la tropa, preces a la Virgen o a Santiago, son siempre buenas las palabras cuando empiezan, pésimos siempre sus resultados, en Albufeira de nada sirvió la arenga del jefe de las huestes populares invasoras, y qué bien las arengó, Guardias, soldados, amigos, abrid esos oídos, dadme vuestra atención, vosotros sois, no lo olvidéis, hijos del pueblo como nosotros, este pueblo tan sacrificado que hace las casas y no las tiene, construye hoteles y no gana para hospedarse en ellos, hasta aquí vinimos con nuestros hijos y nuestras mujeres, pero no vinimos para pedir el cielo, sólo un techo más digno, un tejado más seguro, cuartos para dormir en ellos con el recato y respeto que a seres humanos se debe, que no somos animales, y tampoco somos máquinas, tenemos sentimientos, ahora bien, estos hoteles están ahora vacíos, centenares de habitaciones, millares, se hicieron hoteles para turistas y ahora los turistas se han ido, no volverán, mientras estuvieron aquí nos resignamos a nuestro mal pasar, ahora, por favor, dejadnos entrar, pagaremos una renta igual a la que pagábamos por la casa de donde venimos, no sería justo pedirnos más, y juramos, tanto por lo sagrado como por lo que no lo es, que estará siempre todo limpio y ordenado, para eso jamás hubo mujeres que les llegaran a las nuestras ni a la suela del zapato, bien lo sé, tenéis razón, hay niños, los niños lo ponen todo perdido, pero éstos van a ir como los chorros de oro, que, como sabemos, cada cuarto tiene su baño, ducha y bañera, a elegir, agua caliente y fría, así poco cuesta ir limpio, y aunque puede que algunos de nuestros hijos, por ir adelantados ya en el vicio de la mugre, no se habitúen a la higiene, sus hijos os prometo que serán las más limpias criaturas del mundo, la cosa está en darles tiempo, es eso lo que los hombres necesitan, tiempo, y tiempo tienen, el resto no pasa de ilusión, esto sí que nadie lo esperaba, que nos saliera filósofo el jefe rebelde.
Se ve por los rasgos de sus rostros, y se podría confirmar por los carnets de identidad, que los soldados son realmente hijos del pueblo, pero su mandamás, o también lo es y repudió en los bancos de la academia militar su humilde ascendencia o pertenece de nacimiento a las clases superiores, para quienes los hoteles del Algarve fueron hechos, por la respuesta dada no se puede saber tanto, Fuera todos o los echo a patadas, este grosero hablar no es atributo exclusivo de las clases bajas. La tropa veía allí, en ayuntamiento, la querida imagen del padre y de la madre, pero el deber, cuando nos llama, es más fuerte, Eres la luz de mis ojos, le dice a la madre el hijo que le va a dar el cintarazo. Pero el comandante paisano clamó airado, cambiando por desespero la expresión del vocativo, Pandilla de lameculos, serviles, que no reconocen el pecho que les dio de mamar, libertad poética, acusación de poco sentido y nulo objeto, pues no hay hijo ni hija que tal recuerde, aunque abunden las autoridades para afirmar que, en el fondo de nuestra conciencia, guardamos secretamente esa y otras memorias asustadoras, y que nuestra vida es, toda ella, algo hecho sobre esos y otros miedos.
No le gustó al mayor que le llamaran lameculos e, ipso facto, gritó, A la carga, al tiempo que clamaba, arrebatado, el general de los invasores, A ellos, patriotas, y fueron todos juntos, cuerpo contra cuerpo, y hubo un terrible choque. Fue en ese momento cuando llegaron Joaquim Sassa, Pedro Orce y José Anaiço, curiosos pero inocentes, en buena se metieron, que la tropa, perdida la sindéresis, no reconocía entre actores y espectadores, puede decirse que los tres amigos, aún sin precisar de casa, tuvieron que luchar por ella. Pedro Orce, pese a la edad, bregaba como si ésta fuese su tierra, los otros hacían lo mejor que podían, tal vez un tanto menos, por pertenecer a una raza pacífica. Había heridos que se arrastraban o eran llevados a la cuneta, mujeres llorosas, maldiciendo, niños a salvo en los carromatos, que batallas así son sólo medievales y hay que hablar de ellas con palabras del tiempo. Una piedra lanzada de lejos por un adolescente llamado David dio en tierra con el mayor Goliat, que empezó a sangrar por un boquete en el mentón, no lo pudo proteger el yelmo de hierro, éste es el resultado de haberse dejado de usar aquel lujo de viseras y cubrenarices, lo peor fue que, en la confusión de la caída, los insurrectos desbordaron a las tropas, pasaron por un lado y otro para correr luego, en un golpe táctico instintivo pero genial, en dispersión por callejas y travesías, evitando así que los militares que cercaban el hotel ocupado pudieran acudir, con suficiente eficacia, en refuerzo de la hueste vencida, de humillación semejante no había memoria desde los antiguos tiempos de la jacquerie. Un hotelero, sin duda con la mente perturbada, o súbitamente convertido a los intereses populares, abrió sus puertas de par en par diciendo, Entrad, entrad, antes vosotros que el desierto.
Con tales facilidades de rendición, se encontraron Pedro Orce, José Anaiço y Joaquim Sassa ocupantes de una habitación por la que realmente no habían luchado y que dos días después cedieron a una de las familias más necesitadas, con una abuela paralítica y heridos que cuidar. En aquella jamás vista confusión hubo maridos que perdieron a sus mujeres, hijos que perdieron a sus padres, pero el resultado de tan dramáticas separaciones, hecho que nadie sería capaz de inventar, lo que por si solo prueba la irresistible veracidad de este relato, el resultado, decíamos, fue que una misma familia, fragmentada, pero animada por una idéntica dinámica en cada una de sus desarboladas partes, ocupó aposentos en hoteles diferentes, gran trabajo costó reunir bajo un mismo techo a quien un techo decía ansiar, generalmente acababan instalándose todos en el hotel de más estrellas en el cartel. Los comisarios de policía, los coroneles del ejército y de la guardia pedían refuerzos, carros blindados e instrucciones a Lisboa, el gobierno, sin saber adónde acudir, daba órdenes y contraórdenes, amenazaba y rogaba, constaba incluso que ya habían dimitido tres ministros. Entretanto, desde las playas y las calles de Albufeira podían verse a las triunfantes familias en las ventanas de los hoteles, aquellos miradores abiertos y luminosos con mesa para el desayuno y tumbonas mullidas, el padre de familia martilleaba los primeros clavos y tensaba las cuerdas donde sería tendida la ropa de la semana que la madre, cantando, había empezado ya a lavar en la bañera. Y las piscinas eran un hervidero de chapuzones y brazadas, nadie se había cuidado de explicarles a los chiquillos que hay que ir primero a la ducha y luego tirarse al agua azul, no va a ser nada fácil que esta gente se olvide de sus hábitos arrabaleros.
Mucho más y mejor que las buenas lecciones, fructifican y prosperan los malos ejemplos, y no se sabe por qué aceleradas vías se transmiten, que en pocas horas el movimiento popular de ocupación saltó la frontera, se extendió por España, imagínense lo que habrá sido en Marbella y Torremolinos, donde los hoteles son como ciudades y con tres sale una megalópolis. En Europa, al saber estas alarmantes noticias, comenzaron a oírse los gritos, Anarquía, Caos Social, Atentado a la Propiedad Privada, y un diario francés de los que forman la opinión pública tituló sibilinamente a todo lo ancho de la primera página, No se Puede Huir de la Naturaleza. Esta sentencia, nada original por cierto, dio en el blanco, y las gentes de Europa, cuando hablaban de lo que fue Península Ibérica, se encogían de hombros y se decían unas a las otras, Qué le vamos a hacer, esa gente es así, no se puede huir de la naturaleza, la única excepción en la condena general fue la de aquel pequeño periódico napolitano y maquiavélico que anunció, Resuelto el problema de la vivienda en Portugal y España.
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