A lo largo de la costa el campamento no tiene fin, es una romería, miles y miles de personas con los ojos clavados en el mar, hay quien sube a los tejados y árboles altos, por no hablar de otros tantos mil que no quisieron venir tan lejos, se quedaron, con anteojos y binoculares, en los altos de la sierra Contraviesa o en las faldas de la sierra Nevada, aquí nos interesan sólo las personas más simples, las que tienen que poner la mano sobre las cosas para reconocerlas, tan cerca no podrán llegar éstos, pero hicieron lo que pudieron. José Anaiço, Joaquim Sassa y Pedro Orce vinieron con ellos, por humor apasionado de Pedro Orce y cordial franqueza de los otros, están ahora sentados en unas piedras que dan al mar, la tarde acaba y Joaquim Sassa es quien dice, pesimista según ya confesó, Como Gibraltar pase de noche, ha sido el viaje en vano, Veremos las luces por lo menos, argumentó Pedro Orce, y hasta será más bonito, ver el peñón alejándose como un barco iluminado, entonces, sí, se justificará el fuego de artificio completo, Con lluvias, cascadas, girándulas, que así las llaman allí, mientras pálidamente se pierde el peñón en la distancia, se hunde en la oscura noche, adiós, adiós que no te vuelvo a ver. Pero José Anaiço abrió el mapa en las rodillas, garabateó cuentas con lápiz y papel, las repitió una tras otra para más seguridad, volvió a comprobar la escala, hizo la prueba del nueve y la real, y dijo al fin, Gibraltar, amigos míoS, va a tardar diez días en pasar por aquí, sorpresa incrédula de los compañeros, entonces él les presentó las aritméticas, no necesitó siquiera invocar su autoridad de maestro diplomado, ciencias como éstas, afortunadamente, están ya al alcance de las entendederas más rudimentarias, Si la península, o isla, o lo que sea, se desplaza a una velocidad de setecientos cincuenta metros por hora, recorrerá dieciocho kilómetros diarios, ahora bien, desde la bahía de Algeciras hasta aquí donde estamos, en línea recta, son casi doscientos kilómetros, hagan cuentas, que son fáciles de hacer. Ante la demostración irrefutable, Pedro Orce inclinó la cabeza vencido, y hemos venido, y vino toda esa gente corriendo porque había llegado el día glorioso, hoy vamos a escarnecer la Piedra Mala, y ahora tendremos que estar diez días a la espera, ningún incendio puede durar tanto, y si fuésemos al encuentro del peñón por las carreteras de la costa, propuso Joaquim Sassa, No, no vale la pena, respondió Pedro Orce, esas cosas exigen su momento justo, mientras no disminuye el entusiasmo, es ahora cuando debería estar pasando ante nuestros ojos, ahora que estamos exaltados, lo estuvimos, no lo estamos ya, Qué vamos a hacer entonces, preguntó José Anaiço, Vámonos, No quiere quedarse, Después del sueño, no se puede vivir el sueño, Pues de acuerdo, saldremos mañana, Tan pronto, Tengo que volver a la escuela, Y yo a la oficina, Y yo a la farmacia, siempre.
Fueron en busca de Dos Caballos, pero mientras buscan y tardan en encontrarlo conviene decir ya que miles de personas que no tendrán ni voz ni voto en esta historia, que ni siquiera llegarán a ser figurantes en el fondo del escenario, miles de personas no se moverán de allí durante esos diez días y diez noches, comerán de sus mochilas, y luego, cuando al segundo día se acabaron, fueron a comprar lo que había por aquellas tierras, y lo cocinaron al aire libre, en grandes hogueras que eran como almenaras de otras eras, y aquellos a quienes se les acabó el dinero ni siquiera así pasaron hambre, donde come uno comen todos, estamos en tiempo de hermandad recomenzada, si es humanamente posible haber sido y volver a ser. Esta fraternidad admirable no la van a experimentar Pedro Orce, José Anaiço y Joaquim Sassa, dieron la espalda al mar, ahora es su turno de ser observados con desconfianza por aquellos, muchos, que siguen bajando.
Cayó la noche entretanto, se encienden las primeras lumbres, Vámonos, dice José Anaiço. Pedro Orce viajará callado en el asiento de atrás, triste, con los ojos cerrados, será ahora o nunca, mejor oportunidad no tendremos de recordar el dicho portugués, Adónde vas, Voy a la fiesta, De dónde vienes, Vengo de la fiesta, hasta sin ayuda de signos de exclamación se ve en seguida la diferencia que hay entre la alegre expectativa de la primera respuesta y la desencantada fatiga de la segunda, sólo en la página en que quedan escritas parecen iguales. Durante todo el camino sólo cruzaron dos palabras, Cenen conmigo, salieron de la boca de Pedro Orce, es su deber hospitalario. José Anaiço y Joaquim Sassa no creyeron necesario responder, alguien dirá que eso fue mala educación, pero poco sabe ése de naturalezas humanas, otro más informado juraría que estos tres hombres se han hecho amigos. Es noche cerrada cuando entran en Orce. Las calles, a esta hora, son un desierto de sombras y silencio, Dos Caballos queda a la puerta de la farmacia, bueno es que lo dejen descansar, mañana volverá a la carretera llevando carga de tres hombres, como decidirán dentro de la casa, alrededor de la mesa, con sencilla comida en los platos, que también Pedro Orce vive solo y no ha habido tiempo para mejores gastronomías. Pusieron la televisión, ahora dan noticias de hora en hora, y vieron Gibraltar, no sólo separado de España, sino apartado ya de ella varios kilómetros, como una isla en desamparo en medio de las aguas, transformado, ay de él, en pico, pan de azúcar, o arrecife, con sus mil cañones sin blanco ni servicio. Pueden empeñarse en abrir nuevas saeteras en el lado norte, quizá con eso quede lisonjeado el orgullo imperial, pero será dinero tirado al mar, tanto en sentido propio como figurado. Imágenes impresionantes fueron, sin duda, pero en nada comparables al impacto causado por una serie de fotografías de satélite que mostraban el progresivo ensanchamiento del canal entre la península y Francia, ponía la piel de gallina y erizaba el pelo ver tan extrema fatalidad, mayor que la fuerza humana, que aquello ya no era canal sino agua abierta, por donde navegaban los barcos a sus anchas, en mares, éstos sí, nunca antes navegados. Claro que el desplazamiento no se podía observar, a esta altura una velocidad de setecientos cincuenta metros por hora es imperceptible a vista desarmada, pero, para el observador, era como si la gran masa de piedra se desplazase dentro de su cabeza, hubo gente sensible a punto de desmayarse, otros se quejaban de mareos. Y había imágenes registradas a bordo de los infatigables helicópteros, la gigantesca escarpadura pirenaica, cortada a plomo, y el hormiguero menudo de las gentes que caminaban hacia el sur, como una súbita migración, sólo para ver Gibraltar aguas abajo, ilusión óptica, que nosotros sí que vamos llevados por la corriente, y también, detalle pintoresco, apunte del reportaje, una bandada de estorninos, a millares, como una nube que se hubiese entremetido en el campo del objetivo, oscureciendo el cielo, Hasta las aves secundan la inquietud de los hombres, fue lo que el locutor dijo, secundan, cuando en la historia natural lo que se aprende es que las aves tienen sus razones propias para ir adonde les place o necesitan, no secundan Me ni Te, cuando mucho José, que dice, ingrato, Ya las había olvidado.
Mostraron también imágenes de Portugal, de la costa atlántica, con las olas batiendo contra los cantiles o removiendo los arenales, y había mucha gente oteando el horizonte, con aquel trágico ademán de quien se preparó desde siglos para lo ignoto y teme que al fin no venga, o sea igual a lo común y banal que todas las horas traen. Ahí están, como Unamuno dijo que estaban, la cara morena entre ambas palmas, clavas tus ojos donde el sol se acuesta solo en la mar inmensa, todos los pueblos que tienen la mar a poniente hacen lo mismo, éste es moreno, no hay otra diferencia, y navegó. Lírico, arrebatado, el locutor español declama, Vean a los portugueses, a lo largo de sus doradas playas, proa de Europa que fueron y dejaron de ser, porque del muelle europeo nos desprendimos, pero de nuevo hendiendo las olas del Atlántico, qué almirante nos guía, qué puerto nos espera, la última imagen mostró un chiquillo de pocos años tirando un guijarro al mar, con aquel arte del rebote que no precisa aprendizaje, y Joaquim Sassa dijo, Tiene la fuerza de su edad, la piedra no podrá ir más lejos, pero la península, o lo que sea, dio la impresión de avanzar aún con más vigor sobre el mar grueso, tan fuera de lo que suele en este tiempo estival. La última noticia la dio el locutor como de paso, sin darle demasiada importancia, Parece percibirse cierta inquietud entre la gente, muchos salen de sus casas, no sólo en Andalucía, ahí se sabe el motivo, y, teniendo en cuenta que la mayoría se dirige hacia el mar, se cree que se trata de un movimiento comprensible de curiosidad, en todo caso aseguramos a los telespectadores que en la costa no hay nada que ver, como acabamos de comprobar con aquellos portugueses todos miraban y nada veían, no hagamos como ellos. Dijo entonces Pedro Orce, Si tenéis sitio para mí, voy con vosotros. Se quedaron callados Joaquim Sassa y José Anaiço, no entendían la razón de que un español tan bien aconsejado quisiera ir a las tierras y playas de Portugal. La pregunta era buena y pertinente, y por ser dueño de Dos Caballos le correspondía a Joaquim Sassa hacerla, y Pedro Orce respondió, No quiero quedarme aquí, con este suelo temblando siempre bajo mis pies y la gente diciendo que son fantasías de mi cabeza, Probablemente sentirás lo mismo en Portugal, y lo mismo dirá allí la gente, dijo José Anaiço, y nosotros tenemos nuestras ocupaciones, No voy a ser una carga, me basta que me llevéis, me dejáis en Lisboa, adonde nunca fui, y un día de éstos regreso, Y tu familia, y la farmacia, Familia ya habréis visto que no tengo, soy el último, y en lo de la farmacia, tengo un mancebo de botica que se encargará de todo. No había más que discutir, ninguna razón para negarse, Por nosotros, encantados de que nos hagas compañía, esto lo dijo Joaquim Sassa, Lo malo será que te descubran en la frontera, recordó José Anaiço, Les digo que fui a dar una vuelta por España, no podía saber que me buscaban, y que voy a presentarme al gobernador civil, pero lo más seguro es que ni tenga que dar explicaciones, deben de estar más atentos a quien sale que a quien entra, Pasamos por otro puesto fronterizo, por lo de los estorninos, recordó José Anaiço, y, dicho esto, abrió el mapa sobre la mesa, toda la península Ibérica, dibujada y coloreada en el tiempo en que todo era tierra firme y cuando el callo óseo de los Pirineos reprimía cualquier tentación vagabunda, en silencio se quedaron los tres mirando la representación plana de esa parte del mundo como si no la reconociesen, Decía Estrabón que la península tiene forma de piel de toro, estas palabras las murmuró intensamente Pedro Orce y, pese a que estaba cálida la noche, Joaquim Sassa y José Anaiço sintieron un escalofrío, como si ante sus ojos se hubiese alzado el animal ciclópeo que iba a ser sacrificado y desollado para añadir al continente Europa un despojo que habría de sangrar por todos los tiempos de los tiempos.
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