El mapa desdoblado mostraba las dos patrias, Portugal y España, Portugal incrustado, suspenso, España desmandibulada al sur, y las regiones, las provincias, los distritos, y el gran cascajo de las ciudades mayores, la polvareda de villas y aldeas, pero no todas, que muchas veces es invisible el polvo al ojo desnudo, Venta Micena fue sólo un ejemplo. Las manos alisan y recorren el papel, pasan sobre el Alentejo y siguen hacia el norte, como si acariciaran un rostro, de izquierda a derecha, es el sentido de las agujas del reloj, el sentido del tiempo, las Beiras, Ribatejo antes que ellas, Galicia, Asturias, el País Vasco y Navarra, Castilla y León, Aragón, Cataluña, Valencia, Extremadura, la nuestra y la de ellos, Andalucía, donde aún estamos, el Algarve, entonces José Anaiço puso un dedo en la desembocadura del Guadiana y dijo, Entraremos por aquí.
Escarmentados por el tiroteo de Rosal de la Frontera, de sangrienta memoria, los estorninos, por esta vez prudentes, dieron un largo rodeo por el norte y atravesaron donde los aires eran libres y la circulación abierta, a unos tres kilómetros del puente, que en estos días de que venimos hablando ya se había construido, y era hora. A la policía del lado portugués no le llamó la atención el que uno de los viajeros se llamara Joaquim Sassa, era patente que más graves preocupaciones absorbían el espíritu de las autoridades, cuáles eran éstas, se sabrá por el diálogo, Hacia dónde van ustedes, preguntó el agente, A Lisboa, respondió José Anaiço, que iba al volante, y preguntó, Por qué, Van a encontrar barreras en el camino, cumplan rigurosamente las instrucciones que reciban, nada de forzar el paso o dar un rodeo, porque podría costarles caro, Ha ocurrido alguna desgracia, Depende de lo que entiendan por desgracia, No nos diga que también el Algarve se ha marchado, tarde o temprano tenía que ocurrir, siempre pensaron que eran un reino aparte, El caso es otro, y más grave, la gente está queriendo ocupar los hoteles, dicen que si no hay turistas, ellos tienen que vivir en algún lado, No lo sabíamos, y cuándo empezó la ocupación, Ayer por la noche. E esta, hem, exclamó José Anaiço, de ser francés habría dicho, Ça alors, que cada quien tiene su manera de expresar la sorpresa que el otro también sintió, oigamos lo que dijo Pedro Orce sonoramente, Caramba, mientras Joaquim Sassa parecía un eco del primero, E esta, hem.
El policía les mandó que siguieran, dijo de nuevo, Ojo con las barreras, y Dos Caballos pudo atravesar Vila Real de Santo António mientras los pasajeros comentaban el extraordinario suceso, ya ven, quién lo iba a decir, los portugueses son de dos especies diferentes, hay unos que van a las playas y márgenes a otear melancólicos el horizonte, hay otros que avanzan intrépidos sobre las fortalezas hoteleras defendidas por la policía, por la guardia republicana y también, según consta, por el mismo ejército, heridos hay ya, esto les fue secretamente comunicado en un café donde decidieron detenerse para obtener información. Supieron así que en tres hoteles, uno en Albufeira, otro en Praia da Rocha, el tercero en Lagos, la situación era crítica, hasta el punto de que las fuerzas del orden cercaron los edificios donde los insurrectos se amotinaron, atrincherados en puertas y ventanas, cortando los accesos, son como moros sitiados, infieles sin remisión que maldicen del credo, tan poco caso les hacen a las llamadas como a las amenazas, saben que tras la bandera blanca vendrá el gas lacrimógeno, por eso no parlamentan, y no conocen la palabra rendición. Pedro Orce está impresionado, repite en voz baja, Caramba, y se lee en su cara cierto despecho patriótico, el pesar de que no fuesen los españoles los primeros en tomar la iniciativa.
En la primera barrera quisieron desviarlos hacia Castro Marim, pero José Anaiço protestó diciendo que tenía un negocio importante e inaplazable en Silves, dijo Silves para no despertar sospechas, Además, me conviene ir por las carreteras del interior, Y lo más adentro posible si quiere evitar complicaciones, recomendó el oficial responsable, tranquilizado por el semblante pacífico de los tres pasajeros y por la respetabilidad fatigada de Dos Caballos, Pero, teniente, es inaudito que en una situación como ésta, con el país a la deriva, y no podía venir más a propósito la palabra, estemos aquí obsesionados por la ocupación de algunos hoteles, esto no es ninguna revolución para decretar la movilización general, las masas a veces son impacientes, nada mas, el del comentarlo fue Joaquim Sassa, poco diplomático, suerte que el teniente era de aquellos que no cambian la palabra dada, de acuerdo con las antiguas tradiciones, si no nada le libraría de ir por Castro Marim. Sin embargo, el impertinente no se libró de la reprimenda del militar, El ejército está aquí para cumplir con su deber, le parecería bien que a causa de la incomodidad de los cuarteles ocupáramos nosotros el Ritz o el Sheraton, grande debe ser la desorientación de este oficial para condescender a dar explicaciones a un paisano. Tiene usted razón, teniente, mi amigo es así, habla sin pensar, por más que se lo digo, Pues debería pensar, que ya tiene edad, finalizó el militar perentorio. Con un gesto seco les permitió seguir, no oyó lo que Joaquim Sassa dijo, y menos mal, pues el caso habría acabado en prisión.
Fueron detenidos en otras barreras, las de la guardia republicana resultaron menos benévolas, tuvieron que desviarse a veces por trochas y veredas hasta volver a la carretera principal. Joaquim Sassa iba enfadado, y con razón, había sido reprendido dos veces, Acepto que el teniente nos monte el número de rigor, es lo suyo, pero tú no tenías por qué haber dicho que no pienso lo que digo, Perdona, fue para evitar que se agriase el debate, estabas haciendo ironías con el teniente y eso es un error, con la autoridad nunca se debe ser irónico, si no entienden la ironía, no vale la pena, y si la entienden, peor. Pedro Orce pidió que le explicaran, despacio, qué pasaba, y la necesaria mudanza en el tono y las repeticiones mostraron que el caso no tenía importancia, cuando Pedro Orce lo entendió todo, todo quedó entendido.
Después de la bifurcación de Boliqueime, en un tramo de carretera desierta, José Anaiço, aprovechando un borde raso, y sin avisar, metió a Dos Caballos por la sembradura, atajando, Adónde vas, gritó Joaquim Sassa, Si seguimos por la carretera como chiquillos obedientes jamás lograremos acercarnos a uno de esos hoteles, y nosotros queremos ver lo que pasa allí, sí o no, respondió entre sacudidas José Anaiço, luchando con el volante inestable, el coche saltaba en los surcos como un loco. Pedro Orce, en el asiento de atrás, era lanzado de un lado a otro sin compasión, y Joaquim Sassa, que reía a carcajadas, repetía con voz entrecortada, Tiene gracia, tiene gracia. Afortunadamente, al cabo de trescientos metros encontraron un camino escondido entre las higueras, tras un muro derribado, de piedra suelta o de piedra que el tiempo soltó de la argamasa. Estaban, por así decirlo, en el teatro de operaciones. Con toda cautela se fueron acercando a Albufeira, siempre que les era posible aprovechaban los caminos bajos, lo peor son las nubes de polvo que levanta Dos Caballos, tiene escasas habilidades para batidor y guardia avanzado, pero la policía ya está lejos, cubre las encrucijadas, los principales nudos viarios, que así se dice en el moderno lenguaje de las comunicaciones, además, las fuerzas del orden no son tan numerosas como para cubrir estratégicamente una provincia tan rica en hoteles como en algarrobas, si puede admitirse la comparación. La verdad es que, teniendo como destino próximo la ciudad de Lisboa, no precisaban aventurarse en estos parajes donde reina la subversión, pero vale la pena comprobar la veracidad de las informaciones, mil veces se ha visto que cuento contado es cuento aumentado, podía tratarse sólo de un caso aislado, o de dos, y las barreras, a fin de cuentas, serían la aplicación práctica de aquella prescriptiva prudencia que manda prevenir antes que curar. Pero había ya infiltraciones. En medio de la arboleda rala, pisando ansiosamente la tierra roja, avanzaban hombres y mujeres cargados con sacos, maletas y bultos, en brazos los niños, con la idea de marcar así su territorio en el hotel, con estas modestas pertenencias y lo más allegado de la familia en garantía, la mujer, los hijos, después, si todo iba bien, llamarán al resto de los parientes, y harán traer la cama, el arca, la mesa, a falta de más rico ajuar, nadie pensó que en los hoteles lo que abunda son camas y mesas, y aunque la arcas no son tantas, están los armarios que hacen ventajosamente sus veces.
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