Rosa Montero - La Hija Del Canibal
Здесь есть возможность читать онлайн «Rosa Montero - La Hija Del Canibal» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La Hija Del Canibal
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La Hija Del Canibal: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Hija Del Canibal»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La Hija Del Canibal — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Hija Del Canibal», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Al tercer día, cuando los médicos se disponían a probar con Félix el cuarto antibiótico distinto, Adrián y yo nos pasamos un rato por casa para cambiarnos de ropa, cosa que, curiosamente, terminamos haciendo dentro de la cama y con gran entusiasmo. Cuando sonó el teléfono estábamos medio dormidos. Pegué un respingo y miré el despertador. Eran las siete de la tarde.
– ¿Sí?
– Li-Chao. Te espera en el El Cielo Feliz. Dentro de media hora. Lleva la carta del amigo holandés.
Eso dijo Manuel Blanco, porque era él, sin duda, antes de colgar abruptamente.
– ¡Pero qué estúpido! ¿Es que no se imagina que tenemos el teléfono intervenido? -bufé-. Y además dentro de media hora. ¿Qué es eso de El Cielo Feliz?
– Un restaurante chino, claro -dijo Adrián.
Por supuesto: tuvimos que mirar en la guía de teléfonos para encontrar la dirección. Paseo de la Cuesta del Río, 11. Nos vestimos a una velocidad inverosímil y tuvimos la suerte de encontrar un taxi nada más salir del portal, pero tanto el taxista como nosotros ignorábamos dónde se encontraba la calle y nos perdimos. Llegamos al restaurante casi una hora más tarde. Había caído la noche y el solitario paseo de la Cuesta del Río tenía un aspecto bastante siniestro, delimitado en toda su extensión por muros de fábricas abandonadas, talleres mecánicos cerrados y solares atestados de basuras. En medio de la negrura, un pequeño restaurante chino hacía parpadear tantas bombillas rojas como un carricoche de verbena. Nos detuvimos ante la puerta, amedrentados, mientras el taxi se perdía a nuestras espaldas. Cómo echaba de menos a Félix; aunque no era más que un anciano, su aplomo me hacía sentirme más segura. Tomamos aliento y empujamos el pomo, que era un dragón de plástico enroscado. Entramos en el local: rectangular, pequeño, con siete mesas preparadas para la cena pero aún vacías. Farolillos chinos de papel, paredes bastante sucias. Olor a pescado hervido.
– ¿Hola? -aventuré-. ¿Hay alguien?
Salió una chica por una puerta. China, naturalmente. Muy joven, despeinada, simpática.
– Hola. Lestaulante celado todavía. Media hola después.
– No venimos a cenar. Tenemos una cita con… Con el señor Li-Chao.
La chinita dejó de ser simpática.
– Un momento.
Desapareció por la puerta interior y yo pensé una vez más en salir corriendo. Pero no me dio tiempo. La joven asomó la cabeza:
– Pasen.
Y pasamos. A la cocina, pringosa y llena de perolos humeantes que un par de tipos removían; a un pasillo oscuro; y a un cuarto de estar. La chinita cerró la puerta detrás de nosotros.
– Siéntense, por favor.
Obedecimos. Li-Chao era un hombre más bien grueso, con un rostro carnoso, liso y blando que recordaba a una ciruela madura. Podía tener unos cuarenta años y vestía de occidental, con una chaqueta gris y una camisa negra, sin corbata y abrochada con primor hasta el gaznate. Estaba sentado ante una mesa camilla, y frente a él tenía una bandeja de laca con una tetera y varias minúsculas tacitas de porcelana.
– ¿Un poco de té?
Aceptamos los dos, Adrián y yo, supongo que para poder tener algo entre las manos. Estábamos en un cuartito pequeño, casi ocupado por completo por la mesa camilla y media docena de sillas baratas de respaldo alto y recto. Detrás de Li-Chao había un aparador estrecho, y sobre el aparador una talla de jade representando a un viejo pescador y una caja abierta de corn-flakes de Kellog's. Lo único extraordinario era la luz: un farolillo de papel la teñía de color rosa, de un rosa denso, pegajoso, tan dulce como un caramelo desleído, un rosa atosigante que te hacía sentir dentro de una burbuja, en la boca de un pez, entre membranas. Asfixiaba ese aire.
Nos sirvió el té con parsimonia y colocó las tazas frente a nosotros. Por supuesto que no nos ofreció azúcar, y el té, además de estar hirviendo, era tan amargo que resultaba corrosivo. Volví a dejar la taza sobre la mesa y sonreí educadamente a Li-Chao con mis labios abrasados. He estado en China, y sé que los prolegómenos corteses se llevan cierto tiempo.
– De manera que son ustedes amigos de mi amigo Van Hoog…
Hablaba un español perfecto. Cabeceé para mostrar mi asentimiento: el gesto me pareció menos comprometedor que decir que sí de viva voz. Saqué la carta y se la tendí sobre la mesa.
– Tenemos una nota suya.
Li-Chao cogió el papel y se enfrascó en su lectura durante un tiempo inconcebiblemente largo, teniendo en cuenta que el escrito sólo constaba de una línea. Luego levantó la mirada y también él cabeceó. Yo le imité con mi mejor sonrisa de cortesía, y advertí que Adrián también hacía lo mismo a nuestro lado. Ahí estábamos los tres, en ese aire confitado de casa de muñecas, sonriendo estúpidamente y basculando arriba y abajo las cabezas como si fuéramos tentempiés. En ese meneo nos pasamos otros dos minutos.
– Dice mi amigo Van Hoog en su carta que ustedes sólo quieren hablar -dijo al fin Li-Chao-. Pero en realidad ustedes lo que quieren es escuchar. Ustedes quieren que hable yo.
Cerró los ojos y se quedó quieto como un buda. O como un hombre dormido. Sus ojos estaban rodeados de una infinidad de arrugas muy menudas. No debía de tener cuarenta años, sino bastantes más. Cincuenta, quizá incluso sesenta.
– Ustedes quieren saber, y eso, la búsqueda del conocimiento, es una ambición muy noble. Pero yo no quiero hablar, porque la discreción es una virtud también muy loable. «El silencio es un amigo que jamás traiciona», como dice el…
– Confucio -interrumpió Adrián. Le miramos los dos con cierta sorpresa.
– Es una frase de Confucio -repitió Adrián, un poco turbado.
– Como dice el gran Kung-Fu-Tsé, a quien, en efecto, ustedes llaman Confucio -prosiguió el hombre, imperturbable-. Celebro que nuestro joven amigo tenga tan buen conocimiento de nuestros clásicos, cosa que, por desgracia, no se puede decir de la juventud china de hoy. Enhorabuena. Sin embargo, ninguno de nuestros jóvenes, pobres incultos como son, se hubiera atrevido jamás a interrumpir las palabras de una persona mayor y de respeto, y menos aún si dicha interrupción sólo tuviera como objeto la vanagloria del muchacho, puesto que su comentario no añadía a la conversación nada que no supiera de antemano su interlocutor y no era sino un alarde necio de conocimientos. No obstante, y teniendo en cuenta su condición de joven y de occidental, y por consiguiente de doble ignorante, no tendremos en cuenta por esta vez la evidente falta de educación de nuestro invitado. A decir verdad, este humilde servidor vuestro ya ha olvidado por completo el incidente.
Sentí, más que vi, cómo Adrián enrojecía con violencia a mi lado: despedía verdadero calor y emitía un ruidito sordo y entrecortado, como un pequeño motor a punto de pararse.
– Perdón -farfulló.
– ¿Más té? -ofreció Li-Chao con amabilidad exquisita. Adrián y yo cabeceamos frenéticamente nuestro asentimiento. El hombre nos sirvió. Observé que sólo utilizaba la mano izquierda. La derecha había permanecido sumida en las profundidades de la mesa desde el comienzo de nuestro encuentro. Tal vez fuera manco, pensé. O tal estuviera escondiendo una pistola. Por otra parte, esa mano izquierda con la que desempeñaba todos los movimientos estaba cubierta de manchas, seca y arrugada, con los nudillos deformados por la artrosis. Setenta. Li-Chao debía de tener lo menos setenta años. O quizá incluso ochenta. Era la mano de un anciano.
– Yo soy un buen amigo de mis amigos y ustedes son amigos de mi amigo -prosiguió Li-Chao tras la pausada ceremonia de las tazas-. Me gustaría ayudarles. Pero tenemos un conflicto, puesto que deseamos cosas contrapuestas. Escuchar y callar. Saber y silenciar. Ahora bien, la vida es siempre así, ¿no es cierto? Llamamos vida al complejo equilibrio que nace del choque entre contrarios. La realidad es siempre paradójica. Las cosas se definen por lo que son, pero también por lo que no son; sin el otro, sin lo otro, no existiría nada. La luz no se entiende sin la oscuridad, lo masculino sin lo femenino, el yin sin el yang. El Bien sin el Mal.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La Hija Del Canibal»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Hija Del Canibal» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La Hija Del Canibal» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.