Sin embargo, entre 1924 y comienzos de 1925, Abd el-Krim se encontraba en lo más alto de su poder. Reinaba indiscutido sobre el Rif y el Yebala, había forzado una sangrienta retirada española de Xauen, un segundo desastre de dimensiones comparables al de Annual, y hasta los españoles se le acercaban con ofertas económicas para obtener concesiones mineras. Aparte de los barcos británicos, también fondeaba de vez en cuando en Alhucemas el Cosme y Jacinta , el yate del financiero vasco Horacio Echevarrieta, que según las malas lenguas hacía a la vez de mediador para el Gobierno español y para sus socios alemanes. Los apuros de España eran tan notorios que el barón Wrangel, jefe de un ejército de 100.000 rusos blancos de Crimea, huidos de los bolcheviques y a la sazón en busca de empleo, postuló el uso de sus soldados como fuerza expedicionaria en el Rif. Primo de Rivera no accedió, alegando que la Constitución prohibía el estacionamiento de tropas extranjeras en territorio español. Pero el refuerzo no habría venido nada mal. El cuartel general de Abd el-Krim en Alhucemas, entre estas mismas colinas, estaba poderosamente fortificado. La república rifeña tenía un ejército regular de 7.000 hombres y un número de irregulares de harka que podía alcanzar diez veces esa cifra. Este ejército, dividido en mejalas (divisiones), tabores (regimientos) y mías (compañías), estaba mandado por caídes (oficiales) experimentados, muchos de ellos antiguos regulares al servicio del ejército español, como el caíd Buhut. El jefe supremo del ejército era el hermano de Abd el-Krim, Mhamed, verdadero cerebro gris de las campañas. Aquel antiguo alumno de preparatorio en la Escuela de Ingenieros de Minas de Madrid se reveló en numerosas ocasiones como un estratega y un táctico muy superior a los generales españoles. También servían bajo la bandera rifeña algunos europeos, entre ellos desertores españoles y franceses y algún aventurero más que notable. Había un tal Otto Noja, especialista alemán en explosivos, un tal Walter Heintgent, médico noruego, y hasta un capitán serbio que instruía a los artilleros rifeños. Sus enseñanzas resultaron tan eficaces como llenas de audacia. La precisión de la artillería rifeña (desconcertante para el enemigo) se basaba en una técnica simplísima: acercar lo más posible las piezas al objetivo.
Pero el personaje más espectacular de todos aquellos europeos enrolados al servicio de la República del Rif era el alemán Joseph Klemms. Hijo de un rico marchante de vinos de Düsseldorf, su peripecia merece capítulo aparte. Abandonó la casa de su padre en pos de una cantante a la que siguió hasta París. Tras convertirse sucesivamente en traficante de alfombras en Oriente, espía de Alemania en Marruecos, calavera impenitente en la Riviera y Turquía y legionario en la Legión Francesa, desertó, abrazó el Islam y se casó con varias muchachas bereberes. Aprendió los dialectos rifeños y encabezó harkas contra Francia. Antes de atacar los puestos franceses, se infiltraba en ellos vestido con su viejo uniforme legionario, para descubrir sus puntos débiles. Con un alfiler clavaba papelitos en la frente de sus víctimas. Era su firma. En los papelitos escribía siempre las palabras "el Hadj alemán" ( Hadj o mejor Haches el título del musulmán que ha peregrinado a La Meca). En 1923 se ofreció a Abd el-Krim, como instructor de artillería y cartógrafo. Sus mapas fueron de decisiva importancia en la victoria de Xauen, y durante la ofensiva contra Francia redactaba octavillas en alemán incitando a desertar a sus compatriotas alistados en la Legión Francesa, con éxito en más de una ocasión. El final de Klemms, tras la derrota de los rifeños, estuvo a la altura del resto de su historia. Denunciado ante los franceses por una muchacha despechada en Meknés, eludió la pena de muerte al precio de servir ocho años en un batallón disciplinario de la Legión.
Al margen del auxilio más bien anecdótico de estos estrafalarios colaboradores, la fuerza material del ejército rifeño estaba casi exclusivamente en sus fusiles y en los cañones robados al enemigo. Sólo contaban con un pequeño barco de guerra y tres aviones, que los españoles capturaron intactos. Ni siquiera tenían una fuerza de caballería apreciable, aunque quienes la veían en acción quedaban invariablemente impresionados. Los rifeños, desgarbados en su caminar, resultaban de una gran elegancia como jinetes, y exhibían una puntería sobrenatural sobre sus duros caballos morunos. Cabalgando al galope, fuertemente aferrados a la silla de estribo corto y altos borrenes, eran capaces de hacer blancos pasmosos. Con parecida habilidad, y sin más instrumento que sus fusiles, consiguieron organizar una rudimentaria defensa antiaérea, a base de concentrar el fuego de una veintena de armas sobre un determinado punto. Así interceptaron no pocos aviones españoles y franceses. La lección la aplicarían cuarenta años después los vietnamitas, contra los helicópteros norteamericanos. Todas estas artes eran otros tantos símbolos de la voluntad febril de resistencia que sostuvo durante cinco años aquella república, y que según su líder no tenía que ver con el fanatismo religioso, aunque él mismo hubiera profundizado durante su juventud en Fez en las fuentes coránicas (siguiendo la doctrina de su maestro el-Kitani) y aunque en alguna ocasión, sobre todo al final, invocara la yihad como banderín de enganche. En los primeros años de la república, declaraba Abd el-Krim a un periodista europeo: «Cuando se me reprocha hacer la guerra santa, se comete un error, por no decir algo peor. Los tiempos de las guerras santas han pasado; ya no estamos en la Edad Media ni en los tiempos de las Cruzadas. Nosotros queremos simplemente ser y vivir libres y no estar gobernados por nadie más que por Dios. Tenemos un vivo deseo de vivir en paz con todo el mundo y de tener buenas relaciones con todos, porque no nos gusta hacer matar a nuestros hijos. Pero para llegar a esa meta deseada, a realizar esas aspiraciones, a conquistar en fin esa independencia, estamos dispuestos a luchar contra el mundo entero si es preciso». El indomable espíritu rifeño, ésa era y sería siempre su mejor y más temible arma.
Pero Abd el-Krim no era un suicida y mucho menos un irreflexivo. Y se rodeó de consejeros que tampoco lo eran. No muchos, a decir verdad, y todos muy próximos. En 1925, cuando se vio obligado a tomar las graves decisiones que precipitarían su fin, sus asesores eran su circunspecto hermano Mhamed, su cuñado Mohammed Azerkán, marido de su hermana predilecta, y el segundo de éste, Mohammed Cheddi. Mhamed era jefe del Gobierno, además de comandante supremo del ejército. Azerkán ostentaba el cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Cheddi, además de oficiar como segundo de Azerkán, era general del ejército. Siempre maravilla pensar que aquel puñado de brillantes rifeños que fueron capaces de poner en jaque a dos potencias como España y Francia, y a sus respectivas y experimentadas gerontocracias, fueran tan jóvenes. Abd el-Krim, el mayor de todos, tenía cuarenta y tres años en 1925. Mhamed contaba treinta y tres años, Azerkán, treinta y seis, y Cheddi, que era el consejero favorito de Abd el-Krim, sólo veinticinco. Quizá fuera en parte la arrogancia de su juventud la que decidió a los jefes rifeños a atacar a Francia en 1925, abriendo el tercer frente que sumado a los del Rif oriental y el Yebala terminaría suponiendo su perdición. Pero tampoco dejaba de haber razones para esa maniobra. Lyautey había iniciado movimientos en su frontera norte, que era la frontera meridional del Rif, porque veía en la república rifeña un peligroso "foco de ilusiones". Los franceses ocuparon la zona de Beni-Serual, con lo que privaban a los rifeños de su granero de la cuenca del río Uerga. Abd el-Krim quiso negociar, pero los franceses respondieron militarmente y fusilaron a una docena de caídes de los Beni-Serual. Éstos pidieron ayuda y una yihad contra Francia a la república rifeña. Nadie sino Abd el-Krim podía ser el caudillo de esa yihad . Al final fueron tantas las presiones que comprendió que su prestigio y el de la joven república estaban en juego. Siempre había dicho que una guerra con Francia le parecía inconcebible, salvo que Francia atacara, y que su único enemigo era España. Los sucesos de Beni-Serual dieron al traste con eso. A mediados de abril de 1925, los rifeños lanzaron un durísimo ataque contra los franceses en toda la línea del río Uerga. Aniquilaron los puestos enemigos y en pocos días llegaron a treinta kilómetros de Fez y sitiaron Uazzán.
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