Juan Saer - Glosa

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¿Qué fue lo que realmente sucedió esa noche en la fiesta donde se festejó al poeta Jorge Washington Noriega? En una caminata por el centro de la ciudad, Ángel Leto y el Matemático reconstruyen esa fiesta en la que no estuvieron pero que conocen bien: circulan distintas versiones, todas enigmáticas y un poco delirantes, que son revisadas y vueltas a contar y discutidas o rectificadas.

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– Además -dice Tomatis- no hay que olvidar que a esa altura la cerveza y el vino blanco ya estaban empezando a surtir efecto.

No en Washington, desde luego, aclara, pero Beatriz y Silvia no son de las que le esquivan a la botella. De Cuello, ni hablar -desgraciadamente su populismo constitutivo aflora cuando tiene unas copas encima y resulta imposible disuadirlo de su idea fija, consistente en creer que el mejor modo de llenar el silencio en una reunión es ponerse a contar cuentos criollos. Pirulo, en cambio, es de mala bebida, y le da por pelear-, él, Tomatis, entiende ese resentimiento, en quien no tiene otro instrumento para manejarse con la realidad que la sociología americana. A la madrugada, ahora no se acuerda bien por qué, había empezado a darse trompadas con Dib, y él y Pichón tuvieron que ir a separarlos -Dib y Pirulo, que habían sido tan amigos en la facultad y que pretendían haber movilizado ellos solos, en el cincuenta y nueve, a todo el estudiantado rosarino. Uno entiende, sugiere Tomatis que, viviendo con Pirulo, Rosario busque compensaciones en la punta de la jeringa. La cosa es que los encontraron dándose golpes a él y a Dib en el fondo del patio -a Dib le salía sangre por la nariz y tenía unas manchas sanguinolentas así de grandes en el pulóver. Apenas él, Tomatis, ¿no?, y Pichón se descuidaron, habían empezado otra vez: Dib agarró a Pirulo del pelo y lo arrastraba por el patio, entre los mandarinos. Al final había tenido que intervenir Barco, que mide como dos metros, para separarlos. Entre los tres los habían llevado a empujones al baño, y los habían obligado a lavarse la cara, todo eso en voz baja, susurrando, para que los que estaban bajo el quincho o en la casa no se diesen cuenta. Sin resultado, desde luego, porque dos minutos más tarde ya estaban en el baño él, Tomatis. ¿no?, Pichón, Pirulo, Dib, Barco, Basso, Nidia Basso, Rosario y Botón, discutiendo en lo que se imaginaban que era voz baja y todos a la vez. Basso los quería echar pero Nidia intercedía en favor de ellos, Rosario sacudía la cabeza sin decir nada, mirando a Pirulo con una expresión que significaba más o menos Otra vez tenías que dar el espectáculo, y Botón, que una hora antes nomás había tratado de violar a la Chichito, pretendía que la conducta de Dib y Pirulo era una afrenta personal a Washington. Que Washington no se entere, por favor, decía, con tono melodramático, cuando un rato antes nomás la Chichito, toda despeinada, había entrado aullando en el quincho, sosteniéndose la pollera con la mano porque Botón le había hecho saltar el cierre relámpago. Se le había puesto en la cabeza, refiere Tomatis, que Dib y Pirulo tenían que darse un abrazo de reconciliación, idea muy del estilo de Botón, y como si hiciese falta una prueba complementaria de que Botón y la realidad son dos entidades de esencia contradictoria, se empeñaba en proferir su exhortación caballeresca mientras los demás, divididos en dos grupos, hacían esfuerzos sobrehumanos para retener a Dib y a Pirulo, que habían estado mirándose fijo durante el conciliábulo, y al menor descuido recomenzaban a los golpes. Por fin, la cosa había terminado cuando…

Brusco, Tomatis interrumpe su relato y se para, de un modo tan inesperado que Leto y el Matemático avanzan todavía dos o tres pasos antes de detenerse a su vez, para comprobar, cuando se dan vuelta, que Tomatis, parado en medio de la calle, observa, con aire preocupado, el trayecto que acaban de recorrer juntos, como si estuviese calculando la distancia. A decir verdad, desde que arrancaron en la puerta del diario, ya han hecho tres cuadras, y después de haber atravesado, no sin dificultad, a causa del embotellamiento, el primer cruce, siguiendo con facilidad por el medio de la calle gracias a la ausencia de coches, han franqueado otras dos bocacalles, sin prestarles la menor atención, Tomatis concentrado en su relato, y el Matemático y Leto en la reprobación un poco cohibida que el relato genera en ellos. Al estimar el trayecto recorrido, una expresión de hosquedad va haciéndose cada vez más intensa en la cara de Tomatis, cuya mirada, que se ha vuelto sombría y errabunda evita toparse, deliberada, con las de Leto y el Matemático. Un pensamiento amargo, humillante, lo subleva, inesperado y difuso, cuando comprende que, absorbido en los pormenores de su relato, se ha dejado arrastrar tres cuadras, algo semejante a "como si ellos no supieran que todo va a, que yo mismo voy a, que el universo entero tarde o temprano va a", ¿no?, "como si no lo supieran, y peor aún si no lo saben, qué tienen que venir a pedirme que los acompañe embarcándome en esta aventura insensata de recorrer tres cuadras y contarles el cumpleaños de Washington", pensamiento tan patente en su cara que el Matemático, que, por respeto a una hipotética, como se dice, fuerza de carácter de Tomatis, ha estado tratando de interceptar su mirada, renuncia a hacerlo y, muy por el contrario, dándose por vencido, intenta darle una ocasión de justificarse.

– Te estamos alejando demasiado del diario, tal vez -propone.

Desentendiéndose, un poco indiferente, de una situación tan delicada, Leto se ha puesto a pensar: "Puede ser que haya tenido, como ella pretende, una enfermedad incurable, pero el síntoma más importante no es la degeneración celular sino el hecho de levantar la mano con el revólver y apoyarse el caño en la sien".

– Al diario -dice Tomatis- desde el director hasta el último de los cronistas deportivos, y sobre todo al director, y sobre todo al último de los cronistas deportivos, me los paso por el forro de las pelotas -lo que significa, cree entender el Matemático, si se lo pasa en limpio, más o menos lo siguiente: el diario no tiene nada que ver con todo esto, y es por delicadeza y por no enredarme en discusiones estériles, que me abstengo de señalar a los verdaderos responsables. ¡Y todo por la presión difusa y sin nombre de la amenaza, de las turbulencias de lo neutro que, con su solo despliegue, por coincidencias inesperadas de carne y aliento, desquicia y desgarra! Durante unos segundos, se quedan los tres inmóviles -inmóviles, si se quiere, ¿no?, y si se dejan de lado, y cabe preguntarse por qué, la cohesión, si puede usarse la palabra de, como parece que les dicen, los átomos, la, si no se presenta objeciones, actividad celular o la así llamada circulación de la sangre, el pretendido trabajo muscular, las perturbaciones magnéticas del aire que los rodea, el flujo continuo de la luz, la deriva imperceptible de los continentes, la rotación y traslación, como les dicen, terrestres, la, a estar con los diarios, fuerza gravitatoria general, sin olvidar, si se toman en cuenta las últimas ocurrencias de las revistas especializadas, la expansión o, según se mire, la retracción del así llamado universo, en fin, inmóviles, si aceptamos, ya que estamos aquí para eso, la palabra, inaceptable desde luego por más vueltas que se den, ya que, pensándolo bien, lo inmóvil vendría a ser, más bien, un torbellino, una estampida fija, en su lugar; inmóviles, decíamos, entonces, ¿no?, o decía mejor, un servidor -en una palabra, o en dos más vale, para que quede claro: todo eso.

Así que se separan. Sacudiendo un poco la cabeza y dos dedos flojos a la altura de la sien como si realizara una venia informal, con la expresión de estar pensando "si ésta no me la pagan, es porque no soy rencoroso", Tomatis, sin conceder ningún otro signo de despedida, se da vuelta y empieza a caminar en dirección al diario. Corpulento y oscuro, un poco extraño en el sol de la mañana, parece ir reconstruyendo, mientras se aleja con un balanceo irregular, una especie de dignidad imaginaria que el encuentro con Leto y el Matemático le hubiese enajenado. Leto lo observa, más distraído que aliviado, preguntándose, sin darse cuenta, ahora que Tomatis se ha desembarazado de ellos, cómo, a su vez, le será posible a él, a Leto, ¿no?, desembarazarse del Matemático. Su indiferencia ante la partida abrupta y vejatoria de Tomatis no es otra cosa que una venganza módica por la complicidad fugaz de Tomatis y el Matemático que, unos momentos antes, lo han mantenido en la periferia del aura que irradiaban. El Matemático, después de sacudir con levedad la cabeza durante unos segundos, volviéndose resuelto hacia él, parece dar por terminado el incidente.

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