Juan Saer - Glosa

Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Saer - Glosa» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Glosa: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Glosa»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

¿Qué fue lo que realmente sucedió esa noche en la fiesta donde se festejó al poeta Jorge Washington Noriega? En una caminata por el centro de la ciudad, Ángel Leto y el Matemático reconstruyen esa fiesta en la que no estuvieron pero que conocen bien: circulan distintas versiones, todas enigmáticas y un poco delirantes, que son revisadas y vueltas a contar y discutidas o rectificadas.

Glosa — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Glosa», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– El suicida insolente -dice Leto, sacudiendo la cabeza. Isabel y Lopecito han quedado como aturdidos por el acontecimiento -ellos que, en ausencia del director, ya no logran saber con exactitud qué papel interpretan en la comedia- pero Leto piensa de sí mismo que él ha sabido conservar la suficiente sangre fría como para no dejarse alcanzar por la descarga, aunque la sospecha de haber sido el blanco principal durante las últimas semanas podría ser, sin que él mismo se dé cuenta, la prueba de lo contrario.

"El suicida insolente", piensa, mirando con disimulo al Matemático, el vértice de cuyo entrecejo atestigua una reflexión laboriosa que, aunque Leto no pueda saberlo, e incluso ni siquiera le interese, es más o menos la siguiente: ¿dónde nace el instinto? ¿pertenece al individuo o a la especie? ¿hay continuidad de individuo a individuo? ¿el individuo ulterior retoma el instinto en el punto que lo ha dejado el anterior o reconstruye, a partir de cero, todo el proceso a la vez? ¿es sustancia, energía, reflejo? ¿qué es la noción de instinto? ¿cómo fue formulada por primera vez? ¿por quién? ¿dónde? ¿por oposición a qué? ¿qué cosa, en el ser viviente, no sería instinto? -y después, olvidándose de Noca, del caballo de Noca, del instinto, de las imágenes que ha construido gracias al relato de Botón en la balsa, el sábado anterior, en el puente superior, las imágenes del cumpleaños de Washington en la quinta de Basso al cual ni siquiera ha asistido pero del que ya tiene, hasta el fin de sus días, sus propios recuerdos, las otras preguntas, que martillean, continuas, en el fondo y que a veces pasan al primer plano, súbitas, y que nos acompañan, nos modelan, nos determinan, nos dan el ser, las viejas preguntas que empezaron a subir con el alba africana, que resonaban en Babilonia, que se escucharon en Tebas, en el Asia Menor, en las orillas del Río Amarillo, que cintilaban en la nieve escandinava, el soliloquio de Arabia, de Nueva Guinea, de Koenisgberg, del Matto Grosso y de Tenochtitlán, preguntas cuya respuesta es la exaltación, es la muerte, es el sufrimiento, es la locura, y que titilan en cada parpadeo, en cada latido, en cada presentimiento- ¿quién puso el huevo del mundo? ¿qué son lo interno y lo exterior? ¿qué son el nacimiento y la muerte? ¿hay un solo objeto o muchos? ¿qué es el yo? ¿qué son lo general y lo particular? ¿qué es la repetición? ¿qué estoy haciendo aquí?, es decir, ¿no?, el Matemático, o algún otro, en algún otro tiempo o lugar, otra vez, aunque haya un solo, un solo, que es siempre el mismo. Lugar, y sea siempre, como decíamos, de una vez y para siempre, la misma Vez.

Durante los veintisiete segundos, en números redondos, que le ha llevado al Matemático reconcentrarse, mudo, en sus pensamientos, y a Leto recordar, con imágenes rápidas, fragmentarias y sin orden cronológico lo que, como venía diciendo, decíamos nomás hace un momento, sus cuerpos progresan, ellos sí regulares, por la vereda estrecha, hacia el Sur. Ninguno de los dos advierte que, sin discontinuidad, y sin que sea posible, con nitidez, separar las dos dimensiones, van avanzando en el tiempo a medida que lo hacen en el espacio, como si cada paso que diesen los encaminara en direcciones opuestas, a menos que tiempo y espacio sean inseparables y el uno fuese inconcebible sin el otro, y ambos inconcebibles sin ellos dos, Leto y el Matemático, de modo tal que caminantes, calle y mañana, formasen un chorro espeso brotando apacible del surtidor del acaecer. Leto piensa (más o menos, ¿no?): "Que ella venga después de un año con la historia de la enfermedad incurable demuestra su imposibilidad de aceptar la transparencia con que nos hizo llegar su mensaje" -y podría agregarse una comparación: con medios desmesurados pero vitales para él, como esos físicos que construyen un túnel de varios kilómetros para propulsar por él una partícula infinitamente pequeña, porque del comportamiento de esa partícula depende la explicación de la materia y por ende del universo. Y el Matemático, caminando a su lado, piensa otra vez: "Instigado por", pero dice:

– Todos miraban en dirección a Washington, que no decía nada.

Siempre según Botón. Ahora bien, no decía nada, pero parecía, por la actitud reconcentrada y semisonriente, los ojos blancos, el humo del Gitane Filtre (Caporal) subiendo hacia su cara desde la mano elevada a la altura del diafragma más o menos, que estaba a punto de decir algo. Y en efecto, así era. Leto se lo imagina en la cabecera de la mesa, bajo el quincho iluminado, cerca de la parrilla, el quincho inesperado que debió encastrar con cierta precipitación entre naranjos, pomelos y mandarinos, en el patio oscuro, al final del invierno -Washington, la noche de sus sesenta y cinco años, bien abrigado en su camiseta de frisa y en su camisa de lana a cuadros, más el pulóver en V por el que sobresale el cuello abierto de la camisa, más el saco de lana y encima de los hombros tal vez un poncho o una chalina, el pelo blanco abundante y revuelto, la piel de la cara ya un poco colgante pero dura, gruesa, bien afeitada y saludable todavía, uno de esos viejos que, tal vez porque trabajan la quinta, o van de pesca, o andan mucho a caballo, o se sientan a leer el diario en el jardín durante las siestas de invierno, andan bronceados todo el año, Washington, digo, que mientras va armando, con una sonrisa cada vez más pronunciada en los ojos que se van elevando hacia sus interlocutores y cada vez más vaga en los labios, lo que está por decir, formando palabras, frases, gestos con ello, eleva a su vez, parsimonioso, el cigarrillo hacia los labios y entre chorros de humo que salen de su nariz y de su boca, empieza a hablar.

Para Washington, si él ha entendido bien, lo que es poco probable, ya que la sutileza del amigo Cohen en cuestiones de envergadura es bien conocida, y él ni siquiera posee los rudimentos que la universidad, desbrozándole de entrada no poco camino, suministra a todo pensador, sin contar los emolumentos puntuales que, cada fin de mes, contribuyen a despejar el espíritu de las preocupaciones materiales que a menudo perturban el orden del silogismo, en fin, si ha entendido bien, al caballo, por haber sido decretado ser instintivo, le estaría vedado tropezar, en razón de las características mismas del instinto, que es considerado necesidad pura, todo esto desde luego si se toma, como bien lo aclaró el amigo Barco, el tropiezo en el sentido de error o equivocación: no un mero hecho fortuito y exterior, sino una contradicción interna del caballo, entre los objetivos que se propone y una falla inesperada en su realización. ¿Se equivoca? ¿La ausencia de objeción lo autorizaría a proseguir? ¿Sí? Bueno, entonces prosigue.

Y así. Él, Washington, ¿no?, creía entender de qué se trataba. Aquí, afectuoso, casi paternal, el Matemático agarra a Leto por el brazo izquierdo, para protegerlo contra la agresión eventual de alguno de los autos que vienen por la transversal, rodando, amenazadores, desde la cuadra anterior, donde han acelerado después de atravesar la bocacalle, según el sistema habitual de conducción automovilística en las ciudades ajedrezadas: aminoración y frenos antes de llegar a la esquina, acelerador una vez pasada la bocacalle, disminución de velocidad a partir de la media cuadra, y así sucesivamente, lo cual, teniendo en cuenta que la longitud de las cuadras es más o menos constante, le da al sistema, a pesar de su esencia contradictoria, un carácter bastante regular. Por encima de la cabeza de Leto, el Matemático, en un segundo, analiza los datos que recoge de un vistazo escrutando hacia el Oeste la transversal: los autos parecen bien adaptados al sistema freno-acelerador antes y después de la bocacalle, y los tres que están llegando al cruce con San Martín, uno detrás de otro, a juzgar por la distancia invariable que los separa no obstante la velocidad decreciente del primero, pareciera que, manteniendo la tendencia de aminoración, van a detenerse para dejar pasar los autos que llegan perpendiculares por San Martín y los peatones que cruzan la bocacalle, de modo que el Matemático, decidido, arrastra a Leto por el brazo, haciéndolo trastabillar cuando bajan del cordón a la calle y obligándolo a aumentar la extensión y la velocidad de sus pasos mientras cruzan, y puede decirse que el Matemático, que no ha dejado un solo instante de vigilar alternadamente los autos que vienen por la transversal, los que podrían doblar, bruscos, desde San Martín y el cordón de la vereda hacia la que se están dirigiendo, recién se siente liberado de su responsabilidad cuando trasponen el cordón, ya que no suelta el brazo de Leto ni continúa su relato hasta que no verifica que ya pueden encaminarse sin peligro por la vereda. Así que prosigue: para estar con Botón, Washington, en la primera parte de su intervención, no opone ninguna objeción a la proposición de Cohen y de Barco -más aún, le parece pertinente y pretende percibir la perspectiva que presupone. Lo único que encuentra discutible, para la clarificación de ese tipo de problemas, es la elección del caballo como objeto de análisis. Según su modesto juicio, al caballo puede desechárselo, fácil, por varías razones. En primer lugar, el caballo está demasiado cerca del hombre (a quien se le concede, sin mayores obstáculos teóricos, la posibilidad de tropezar), lo cual contamina el razonamiento de peligros antropocéntricos, sin contar además que esa proximidad del caballo con el hombre ha hecho depositario al pobre animal de toda clase de proyecciones simbólicas, a punto tal que, bajo tantas capas de simbolismo, ya es difícil saber dónde se encuentra el verdadero caballo. Por otra parte, creemos conocer demasiadas cosas sobre el caballo -nos parece que es fuerte, que es fiel, que es noble, que es aguantador, es nervioso, que gusta de la pampa y que su mayor ambición es ganar el premio Carlos Pellegrini. Estamos convencidos de que, si militara en política, sería nacionalista, y, si hablase, lo haría como el viejo Vizcacha. Además -dice el Matemático que dijo Botón que dijo Washington- por su posición en la escala zoológica, más bien preeminente, el caballo posee una densidad biológica y ontológica excesiva: tiene demasiada carne, demasiada sangre, demasiados huesos, demasiados nervios, y a pesar de su mirada huidiza, menos indiscreta que la de la vaca, podemos concebir su presencia en este mundo no exenta de necesidad, de modo tal que, aun por negligencia metafísica, a la cual no pocos pensadores han sucumbido, hasta podría admitirse alguna categoría existencial que englobe al hombre y al caballo -en una palabra, si él ha entendido bien, lo que se quería decir en relación con el caballo de Noca, que en definitiva no es más que un pretexto para la discusión, habría que aplicarlo a algún otro ente, más diferenciado del hombre que el caballo, miembro de alguna especie viviente desde luego, pero cuyo ser, exiguo aunque irrefutable, no se preste tanto a la tergiversación. Por ejemplo, el mosquito.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Glosa»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Glosa» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Juan Saer - The Clouds
Juan Saer
Juan José Saer - Scars
Juan José Saer
Juan Saer - The One Before
Juan Saer
Juan José Saer - La Grande
Juan José Saer
Juan Saer - Lo Imborrable
Juan Saer
Juan Saer - Palo y hueso
Juan Saer
Juan Saer - Las nubes
Juan Saer
Juan Saer - La Pesquisa
Juan Saer
Juan Saer - Responso
Juan Saer
Juan Saer - Cicatrices
Juan Saer
Juan Saer - El entenado
Juan Saer
Отзывы о книге «Glosa»

Обсуждение, отзывы о книге «Glosa» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x