se las dejo a mi padre, se las escuché tantas veces que ya perdieron su carga para mí, en Nueva York hay un lenguaje público del periodismo, el crimen, la apuesta ruda, y otro lenguaje secreto de la sensibilidad, del aprecio delicado y la soledad venturosa; yo quiero regresar de aquí a escribir en el segundo lenguaje, George oíd boy, pero en realidad mi padre y yo nos complementamos, él me agradece mi lenguaje y yo el suyo, what the fuck!», reía el gigantón desgarbado y valiente). Con él me subía a las ramas de los árboles a ver el campo de Castilla. En medio de las heridas que la guerra deja sobre el cuerpo de la tierra, los dos lográbamos distinguir el rebaño, los molinos, los atardeceres de clavel, los amaneceres de rosa, las piernas bien plantadas de las muchachas, los surcos esperando que las trincheras se cerrasen como cicatrices; ésta es la tierra de Cervantes y de Goya, le decía yo, nadie la puede matar. No, es también la nueva tierra de Hornero, me contestaba él, una tierra que nace parejamente con la aurora de dedos rosados y la cólera fatal y arruinada de los hombres… Un día, Jim ya no regresó. Lo esperamos Harry y yo toda la noche, mirándonos sin hablar primero, luego bromeando, a ese gringo lo puede matar el whisky pero nunca la pólvora. Nunca regresó. Todos sabíamos que había muerto porque en un frente como el del Jarama el que no regresaba en dos días era dado por muerto. Los hospitales no tardaban más de cuarenta y ocho horas en informar sobre los heridos. Dar cuenta de los muertos tomaba más tiempo y en el frente las pérdidas diarias sumaban cientos de hombres. Pero en el caso de Jim todos siguieron pidiendo noticias de él como si sólo estuviese perdido o ausente. Harry y yo nos dimos cuenta entonces de cómo querían a Jim todos los demás briga-distas y la tropa republicana. Se había hecho querer por mil motivos, nos dijimos en ese acto retrospectivo que nos permite ver y decir, en la muerte, lo que nunca supimos ver o decir en la vida. Somos siempre malos contemporáneos y buenos extemporáneos, Laura. Llegué a convencerme de que sólo yo sabía que Jim había muerto y que yo lo mantenía vivo para no desanimar a Harry y a los demás camaradas que tanto querían al americano grandulón y bien-hablado. Pero luego me di cuenta de que todos sabían que estaba muerto y que todos estaban de acuerdo en mentir y decir que nuestro ca-marada seguía vivo.
«-¿No has visto a Jim?
»-Sí, se despidió de mí al amanecer.
»-Llevaba órdenes. Una misión.
»-Ojalá hubiera manera de decirle que lo estamos esperando.
»-Me dijo que lo sabía.
»-¿Qué te dijo?
»-Sé que todos vosotros me esperáis.
»-Él tiene que estar seguro de eso. Aquí lo esperamos. Que nadie diga que está muerto.
» -Mira, en el correo de hoy llegaron los espejuelos que estaba esperando.»
Jorge Maura se abrazó a Laura Díaz, «Nos equivocamos de historia, no quiero admitir nada que destruya nuestra fe, qué ganas de que todos fuéramos héroes, qué ganas de mantener la fe…».
Laura Díaz caminó esa mañana por todo Insurgentes hasta su casa en la Colonia Roma. El temblor emocionado de Maura le seguía recorriendo el cuerpo como una lluvia interna. No importaba que el español no le dijera nada sobre su vida privada. Se lo había dicho todo sobre su vida pública: qué ganas de que todos los nuestros fueran héroes. Qué ganas de ser, ella misma, heroica. Pero después de oír a Jorge Maura, sabía que el heroísmo no es un proyecto voluntario sino una respuesta a circunstancias imaginables pero imprevistas. Nada había heroico en su propia vida; quizás algún día, gracias a su amante español, ella sabría responder al desafío de la heroicidad.
Juan Francisco… sentado en la cama matrimonial, esperándola quizás, o acaso no esperándola más, dueño de la recriminación evidente… Santiago y Dantón, nuestros hijos, los he debido atender solo, no te pregunto dónde has andado -pero atado a sí mismo, al último poste de su honor por la promesa de nunca volverla a espiar ¿qué le diría después de cuatro días de ausencia, inexplicada, inexplicable, sino por lo que nadie salvo Laura Díaz y Jorge Maura podían explicar: el tiempo no cuenta para los amantes, la pasión no se cronometra…?
– Le dije a los muchachos que tu mamá se puso mala y tuviste que viajar a Xalapa.
– Gracias.
– ¿Nada más?
– ¿Qué prefieres?
– El engaño es más difícil de tolerar, Laura.
– ¿Crees que me siento con derecho a todo?
– ¿Por qué? ¿Porque un día delaté a una mujer y otro día te pegué y otro día te mandé seguir por un detective?
– Nada de eso me da derecho a engañarte.
– ¿Entonces qué?
– Tú pareces tener todas las respuestas hoy. Contéstate a ti mismo.
Juan Francisco le daría la espalda a su mu¡er para decirle con voz lastimada que sólo una cosa le daba a ella todos los derechos del mundo, el derecho de hacer su propia vida y engañarlo y humillarlo, no una especie de partida deportiva en que cada uno le metía goles al otro hasta emparejarse, no, nada tan simple, diría insoportablemente el hombrón moreno, corpulento, envejecido, sino una promesa rota, una decepción, no soy el que tú creíste que era cuando me conociste en el baile del Casino, cuando llegué con esa fama de revolucionario valiente.
No soy un héroe.
Pero lo fuiste un día, quería afirmar y preguntar a la vez Laura, ¿verdad que lo fuiste un día? Él entendería y le contestaría como si ella hubiese hecho la pregunta, ¿cómo mantener el heroísmo perdido cuando la edad y las circunstancias ya no lo autorizan?
– No soy muy distinto de todos los demás. Todos luchamos por la Revolución y contra la injusticia, pero también contra la fatalidad, Laura, no queríamos seguir siendo pobres, humillados, sin derechos. No soy excepción. Velos a todos. Calles era un pobre maestro rural, Morones un telefonista, ahora este Fidel Velázquez un lechero y los demás líderes eran campesinos, carpinteros, electricistas, ferrocarrileros, ¿cómo no quieres que se aprovechen y cojan la oportunidad por el rabo? ¿Tú sabes lo que es crecer con hambre, durmiendo seis juntos en una choza, la mitad de la carnada de hermani-tos muertos en la infancia, las madres ancianas a los treinta años? ¿Dime si no te explicas que un hombre nacido con el techo a un metro de su petate en Pénjamo no quiera un techo a diez metros de su cabeza en Polanco? ¿Dime si no tenía razón Morones en regalarle a su mamacita un caserón californiano aunque estuviera lado a lado con la casa donde el líder mantenía a su harén de putas? Caramba, para ser un revolucionario honrado, ya ves, como ese Roosevelt en los Estados Unidos, primero hay que ser rico… pero si vienes del petate y el comal, no te conformas, chata, no quieres regresar nunca más al mundo de las pulgas, hasta te olvidas de los que dejaste atrás, te instalas en el purgatorio con tal de no regresar nunca al infierno y dejas que los demás piensen lo que quieran en el cielo que traicionaste, ¿qué piensas tú de mí?, la mera verdad, Laura, la mera verdad…
Que no tenía respuestas, sino puras preguntas. ¿Qué hiciste, Juan Francisco? ¿Fuiste un héroe y te cansaste de serlo?;Fue una mentira tu heroísmo? ¿Por qué nunca me has hablado de tu pasado? ¿Querías empezar desde cero conmigo? ¿Creías que me iba a ofender de que hicieras tu propio elogio? ¿Esperabas, como sucedió, que otros lo hicieran por ti? ¿Que otros me llenaran los oídos con tu leyenda, sin que tú tuvieras que subrayarla o rectificarla o negarla? ¿Te bastaba que yo oyera lo que los demás decían de ti, ésa era mi prueba, dar crédito a los demás y creer en ti con algo más que conocimiento, con puro amor ciego? Porque así me trataste al principia, como tu mujercita fiel y callada, tejiendo en la sala de al lado mientras tu planeabas el futuro de México con los demás líderes en el comedor, ¿te acuerdas? Dímelo, ¿cuál de tus mitos le voy a transmitir a nuestros hijos, la verdad completa, la verdad a medias, la parte que me imagino buena de tu vida, la parte que imagino mala, cuál parte de su padre le va a tocar a Dantón y cuál a Santiago?
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