Como ya tenía ochenta pesos recibidos, don Fidencio se decidió a acometer la tarea. "Más vale empezar de una vez y no estarme quebrando la cabeza en que si la hago de este modo o del otro. Mañana mismo voy a hacer una hijuela…"
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Reverendo Padre Superior, Padre mío en Jesucristo:
Confirmo a su paternidad lo dicho en mi anterior, y agrego lo siguiente. Circula cada vez más por aquí el rumor de que el señor Cura, o mejor dicho los jefes de la Comunidad Indígena, que por otra parte son Hermanos Mayores de las Cofradías antiguas, han estado disponiendo del dinero que se recauda en sus sectores para otros fines muy distintos a los festejos religiosos del próximo octubre, como son los de contribuir a los gastos del pleito que los naturales de aquí siguen en contra de los señores hacendados en sus reclamaciones de tierras. Sin atreverme a juzgar la conducta del respetable señor Cura (pues como he dicho a Su Paternidad, se trata de simples rumores, aunque muy autorizados), sí puedo decir, y Dios me perdone si incurro en falso testimonio contra mi voluntad, que el señor Cura parece estar francamente de parte de los indígenas, y les está dando mucha beligerancia en los asuntos de la Función, cosa que afecta los intereses y el prestigio de las otras clases sociales, injustamente postergadas y puestas a un lado, por decirlo así.
Por otra parte, un grupo de señores distinguidos (casi todos ellos Caballeros de Colón o miembros de la Guardia de Honor de Nuestra Señora de Guadalupe) se han acercado a mí para ofrecerme toda su colaboración económica en lo que a las obras materiales del Seminario se refiere. Como usted sabe, todos los años queda en manos del Comité de la Feria que organiza los festejos profanos, un buen remanente en efectivo que se destina siempre a una obra de beneficio social, y este año el dinero sobrante ya nos había sido prometido por los miembros de un primitivo Comité, ahora disuelto. En nuestra última entrevista el señor Cura me expresó que ya no podríamos contar con ese dinero, Dios sabrá por qué… Además (y de esto no arrojo la culpa sobre ninguna persona en particular), se ha observado un manifiesto sabotaje por lo que se refiere a las alcancías a beneficio del Seminario. Nadie, entre las clases media y baja, parece dispuesto a echar en ellas ni un solo centavo…
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Septiembre 23
Fui a Colima de un día para otro, a decirle a María Helena que la sigo queriendo y que me duele mucho su ausencia. Una amiga suya de aquí me dio la dirección, y me la econtré allá en otra Academia de Costura. Con su formalidad de siempre escuchó mis palabras de amor, y me contestó muy seria: "Si es cierto lo que usted está diciendo, vuelva aquí dentro de un año y le resuelvo…"
La quiero mucho, pero un año es muy largo. Además este diario ya no sirve de nada. Mejor escribo otra novela…
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En estos últimos días se ha soltado una verdadera plaga de anónimos dirigidos lo mismo a personas humildes que principales. Un espíritu chocarrero se ha erigido en juez de vidas privadas y se divierte achacando a faltas supuestas o reales las calamidades que cada quien padece. Lo peor de todo es que no contengo con ofender a las personas separadamente, envía copias de sus libelos (a veces breves como telegramas y otras muy extensos en prosa y verso) a gran cantidad de vecinos. Se han ocasionado ya serios disgustos entre personas lastimadas en su honra y en su prestigio. Circula el rumor de que el ferrocarrilero que mató a su mujer, lo hizo prevenido por este canalla solapado que hasta ahora nadie ha podido descubrir.
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Como esto de los anónimos está de moda, a mí se me ocurrió que los principales dueños de tierras, que somos los más perjudicados, nos mandáramos unas cartas muy mal hechas en que se nos pidiera dinero con amenaza de muerte, para achacárselas a los tlayacanques. Así podremos meter en la cárcel a dos o tres indios de los más encalabrinados, para que todos se pongan en paz. Yo le dicté las cartas a uno de mis mozos, que apenas sabe escribir. No quería, pero lo asusté con la pistola y le prometí unos centavos.
Hoy en la tarde el cartero me trajo mi anónimo y se lo enseñé a mi mujer. Se mortificó mucho y le empezó una Novena a San Judas Tadeo, para que me cuide.
Mañana voy a presentar la acusación al juzgado, a ver si no me sale el tiro por la culata.
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– "No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre", palabras tomadas, hermanos míos en Jesucristo, de un anónimo que recibí ayer por la mañana…
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Preguntado Salomón,
respondió como el recluta:
no es defecto ser carbón
cuando la mujer es fruta.
Decidido a poner punto final a su situación, el ferrocarrilero dijo los versos con voz fuerte y provocativa, alentado por unas copas de tequila y clavando los ojos en su mujer, que salía de la cocina con un plato de sopa humeante y apetitosa. Sus manos no temblaron y sostuvo la mirada del hombre con una sonrisa dulce, infantil, y el golpe de la palabrota, en vez de turbarla, puso alrededor de su cabeza un halo de inocencia.
– Te hice sopa de elote, de esa que te gusta mucho…
– Y los tamales de chivo.
El hombre se sentó a la mesa y devoró a cucharadas rápidas y enérgicas su manjar predilecto.
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Esto de los anónimos no ha resultado tan fácil como yo pensaba. No fue uno, sino tres, los individuos que tuvimos que convencer a como dio lugar, para que declararan ante el Ministerio Público que el tlayacanque Mucio Calvez y el tequilastro Félix Mejía Caray fueron los autores de las cartas. A su vez, ellos se declararon cómplices engañados y reconocieron su letra en los escritos.
Están ahora en la cárcel, pero les hemos prometido que saldrán libres en cuanto caigan Calvez y Mejía Caray, que son los principales instigadores de todo este pleito y los responsables de que los indígenas anden alborotados reclamando las tierras.
Por lo que a mí toca, tengo la conciencia tranquila, porque creo haber evitado males mayores. El otro día para no ir más lejos, mi hijo salió al campo resuelto a matar a balazos a los dos cabecillas de este embrollo. Gracias a Dios que no los encontró…
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Yo, Félix Mejía Garay, de treinta y seis años de edad, casado y con seis hijos de familia, miembro de la Comunidad Indígena de Zapotlán el Grande, que tiene juicio promovido por la restitución de tierras, declaro que en los últimos días del presente mes fuimos a Guadalajara al Departamento Agrario con el asunto del expediente, y qué allá nos encontramos con los señores de la Junta de Agricultores, que por lo visto habían ido a echar al periódico una noticia en la primera plana diciendo que íbamos a hacer una invasión de tierras y que todos los de la Comunidad éramos bolcheviques y quién sabe cuántas cosas más.
Yo venía de comprar el periódico, cuando me encontré con Odilón en la puerta del juzgado. Me llamó y me dijo sin más ni más: "Tú qué necesidad tienes de andar metido en los asuntos de la Comunidad". Yo le dije que sí tenía, porque me hace falta un pedazo de tierra para mantener a mi familia. Nos hicimos de palabras, y él me dijo que en su casa había camiones suficientes para llenarlos de indios y tapar con ellos las barrancas de Zapotlán. En eso salió el juez y le dijo: "Pásate para que te arregle el asunto ese que quieres". Entonces Odilón cambió el tema y me dijo muy risueño antes de irse con el juez: "Te doy los bueyes por las vacas pintas…"
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– A mí que no me vengan con cosas, los indios han sido siempre enemigos del progreso en este pueblo. ¿Sabe usted lo que le escribieron al rey de España en 1633, cuando se dispuso aquí la construcción de un ingenio azucarero? "Somos pobres indios menores. Por amor cíe Dios hacemos suplicación del decreto; no queremos que haya cañaverales en nuestra tierra…" Y nos quedamos reducidos al puro cultivo del maíz, por culpa de estos llorones.
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