– ¿Pues sabe usted que no andaban tan errados? Si no, fíjese en Tamazula y en otros lugares donde pusieron ingenios, ya casi no quedan indígenas. A todos se los acabaron poniéndolos a trabajar como negros…
– Pues más hubiera valido. Entre menos burros más olotes.
– Perdóneme, pero yo no soy de su parecer, los. naturales son como nosotros ni más ni menos. Si no han progresado, la culpa es nuestra, para qué es más que la verdad.
– ¡Óigame, óigame, qué se me hace que usted ya se nos está volteando! A ver qué me dice a la hora que le quiten sus tierras…
– Pues que se haga la voluntad de Dios. Yo, por mi parte, le paro al pleito y ya no doy un centavo. Si se hace justicia, que se haga sola.
– Mañana mismo quiero que usted repita en la junta esto que me acaba de decir.
– Yo ya no voy a ninguna Junta, después de lo de los anónimos. Lo que yo pienso, si quiere que lo sepan los demás, usted va y se los dice por mí.
***
…me apena distraer la atención de Su Paternidad con estas pequeñeces, pero como no lo paso a creer, quiero contárselo tal como me lo contaron a mí, porque como es natural, yo no estuve presente. Sucede que el otro día el señor Cura empezó un sermón con unas palabras muy extrañas, a propósito de los indígenas y de sus luchas reivindicadoras. Éstas son palabras suyas. Dijo que había recibido un anónimo, que él también era indio "guadalupano legítimo", y algo así como compadre de Nuestro Señor Jesucristo… Yo no puedo creerlo y me parece que la persona que me lo ha contado no entendió bien lo que dijo el señor Cura, o no supo explicármelo. En fin, quede esto como un ejemplo de la confusión que por aquí prevalece. Lo que sí puedo referirle de primera mano, es lo siguiente. Hace unos días me permití asistir a una de las reuniones de la Comunidad Indígena, y me pareció conveniente tomar la palabra y hacerles algunas recomendaciones en tono comedido y paternal. ¿Se imagina usted que al día siguiente el señor Cura me mandó llamar y me reprendió con mucha severidad? Como si yo estuviera bajo sus órdenes… Hágame usted favor.
***
Todos los años, es costumbre que los zapotlenses que viven fuera del pueblo se unan de alguna manera con nosotros en las celebraciones de octubre. Muchos vienen a la Función, y las colonias más numerosas mandan comisiones en toda forma. Este año abundan ya las aportaciones en efectivo que de los ausentes está recibiendo la Parroquia. Pero hay un coterráneo nuestro que se ha destacado sobremanera, el señor Farías, que de modesto empleado, pasó a ser con el tiempo un gran hombre de empresa.
Pues bien, este Zapotlense y buen josefino tuvo una idea, que aunque en un principio parecía descabellada mereció el apoyo arzobispal: nada menos que pedir a Roma el permiso para la Coronación Pontificia de Señor San José como patrono de este pueblo. A nosotros no nos dijeron nada hasta que todo estuvo arreglado, y podemos dar ya la noticia increíble. Ya está en México el Breve de su Santidad que autoriza ese acto solemnísimo, sólo concedido antes en tres ocasiones a lo largo de toda la historia de la Iglesia.
Este octubre Zapotlán ha obtenido, pues, la más alta recompensa por su acendrado catolicismo. Además de un representante del Papa, vendrán a esta ciudad los señores arzobispos de Guadalajara y de México, acompañados de otros dignatarios, hasta completar el número de doce que se requieren para tal ceremonia. Es para no creerse.
Entusiasmado por el éxito de sus gestiones iniciales, con fe en el resultado final, y aun antes de obtener la venia pontificia, el señor Farías, que ya había hecho un fuerte donativo para los gastos que todo esto va a ocasionar, se apresuró a adquirir a crédito, y por cuenta del pueblo, cuatro kilos de oro de veinticuatro quilates. Los puso en manos de uno de los mejores orfebres que hay en la República y ya están hechas las tres coronas preciosas. Porque no sólo Señor San José, sino la Virgen María y el Niño Jesús, van a ser coronados también.
En el diseño de las coronas, que son verdaderas obras de arte, está prevista la incrustación de diversas gemas, pero por ahora la mayoría de los engastes están vacíos. Como la adquisición de piedras preciosas en el mercado resultaría sumamente costosa, hacemos desde aquí un llamado a todas las personas que posean joyas de valor para que hagan donaciones. Y así, en vez de lucirlas en esta vida temporal, quedarán allí resplandecientes, en las sagradas imágenes, para ejemplo y admiración de futuras generaciones.
– Así pues, yo me vine del rancho el martes y llegué aquí como a las dos de la tarde. Ese mismo día, a las ocho de la noche, cuando me encontraba en la tienda que está en la esquina de las calles de Bustamante y de Morelos, se me acercaron dos desconocidos y me enseñaron una placa y me dijeron: "Usted es fulano de tal". Les contesté que sí. "Llévenos a la casa de don Mucio el Tlayacanque". Les dije que no sabía dónde era. "Bueno, venga con nosotros". Antes de subirme al coche me quitaron una navaja que traía.
Me llevaron a una celda que hay en la Presidencia y me pusieron incomunicado. Yo no sabía lo que pasaba, pero malicié que era por lo de la Comunidad. Al que querían era a don Mucio, y aunque conocen el domicilio, nomás le rondan la casa, quien sabe por qué, tal vez porque es tlayacanque.
Bueno, el día cuatro me sacaron para llevarme al despacho del presidente municipal a las doce del día, y le hablaron por teléfono a don Abigail para que viniera a testificar que yo era el mismo que había visto frente a su casa en compañía del individuo que escribió los anónimos. Don Abigail llegó y dijo: "Sí, señores, éste es. Por más señas, cada vez que pasaba por mi casa, él y el otro se reían de mí y arrastraban los pies".
Un señor que estaba allí me preguntó que si conocía a Francisco Zúñiga, a Florentino Vázquez y a Refugio Lara. Le respondí que tal vez los conociera. "Si no dice usted la verdad, voy a consignarlo en este mismo momento". Yo le dije que estaba a sus órdenes, que no tenía miedo ni porqué echar mentiras. "Estos señores que le dije le mandaron una carta a don Abigail pidiéndole dinero con amenazas, y dicen que ustedes los obligaron a hacerlo". Dije que no era cierto. Me volvieron a encerrar en la celda y un policía se estuvo en la puerta, que no dejó arrimarse ni a mi señora.
El día cinco me llevaron al juzgado, esposado como un criminal, para carearme con los mentados Francisco Zúñiga, Florentino Vázquez y Refugio Lara, y ellos dijeron que ni don Mucio ni yo teníamos nada que ver en el asunto. Y esto se los preguntaron muchas veces. Allí en el juzgado fue donde al fin me di cuenta de lo que se trataba, y de que esos fulanos se habían prestado a la calumnia.
No me pudieron probar nada, pero salí formalmente preso. Me encerraron en la cárcel grande. Quise que me sacaran con fianza, pero no se pudo. Mandé por un amparo a Guadalajara y me lo negaron. Pero mi defensor obtuvo que los tres individuos rectificaran sus declaraciones, y entonces dijeron la pura verdad: a punta de pistola los hicieron firmar la acusación contra don Mucio y yo, a deshoras de la noche. Que no se echaran para atrás porque los mataban, y que luego que estuviéramos presos nosotros, ellos saldrían libres y con dinero ganado.
Pero aquí estamos ellos y yo juntos en la cárcel.
Hoy, primer domingo de octubre, fue el Reparto de Décimas. Se hizo a la manera tradicional, aunque ya el año pasado se había suprimido la costumbre: una veintena de jóvenes, montados en briosos caballos, recorren las calles del pueblo y distribuyen las litografías de color que traen el programa de las festividades religiosas con la imagen de Señor San José.
Читать дальше