Mitch Albom - Martes Con Mi Viejo Profesor

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Martes Con Mi Viejo Profesor: краткое содержание, описание и аннотация

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Martes con mi viejo profesor refleja todos los valores humanos a la perfección, encerrando en él una lección de vida para todos, ya que nos narra el testimonio de las repetidas visitas durante cada martes, entre Mitch Albom y su viejo profesor, Morrie Schwartz, al cual le han diagnosticado una terrible enfermedad terminal, la ELA. A través de estos encuentros llenos de conexión y complicidad ambos, alumno y maestro, intercambian ideas y reflexionan sobre la muerte, la familia, el perdón o el amor entre otros temas de la vida cotidiana, encerrando así una enseñanza subliminar fruto de un extraordinario testamento espiritual que nos ayudará a encontrarnos a nosotros mismos a la vez que nos instará a reflexionar sobre nuestra vida de la mano de un hombre que depende por completo de los demás, pero que luchará hasta el final con el mayor optimismo. Esta fabulosa obra está llena de sencillez, pero a la vez, cargada de emoción y vitalidad, es uno de esos relatos que hacen que te plantees la vida, de los que dejan huella, y de los que dificilmente se olvidan.

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Y yo tenía razón. Llegó.

Pero a mí me respetó.

Atacó a mi hermano.

Era el mismo tipo de cáncer de mi tío. De páncreas. Un tipo poco frecuente. Y así, el más joven de nuestra familia, con su pelo rubio y sus ojos castaños, tuvo que someterse a la quimioterapia y a las radiaciones. Se le cayó el pelo; la cara se le quedó tan consumida como la de un esqueleto. Tenía que haberme tocado a mí, pensaba yo. Pero mi hermano no era yo y no era mi tío. Era un luchador, y lo había sido desde sus primeros años, cuando luchábamos en el sótano y llegaba a morderme atravesando mi zapato con los dientes hasta que yo daba un grito de dolor y lo soltaba.

De modo que él plantó cara. Luchó contra la enfermedad en España, donde vivía, con la ayuda de un fármaco experimental que no estaba disponible en los Estados Unidos, ni lo está todavía. Recorrió toda Europa en avión para someterse a tratamientos. Después de cinco años de tratamientos, parecía que aquel fármaco iba expulsando al cáncer y lo hacía remitir.

Ésta era la buena noticia. La mala noticia era que mi hermano no me quería tener a su lado; ni a mí, ni a ninguno de la familia. Por mucho que intentábamos llamarle y visitarle, él nos mantenía a distancia, insistiendo en que su lucha debía realizarla por su cuenta. Pasaban meses enteros sin que oyésemos una sola palabra suya. Los mensajes que dejábamos en su contestador automático quedaban sin respuesta. A mí me desgarraba el sentimiento de culpabilidad, pues pensaba que debería estar haciendo algo por él, y me consumía la ira por su negativa a concedernos el derecho a hacerlo.

Así pues, una vez más, me sumergí en el trabajo. Trabajaba porque el trabajo lo podía controlar. Trabajaba porque trabajar era razonable y responsable. Y cada vez que llamaba al apartamento de mi hermano en España y me respondía el contestador automático, con la voz de mi hermano hablando en español, un indicio más de cuánto nos habíamos distanciado, yo colgaba y trabajaba un poco más.

Quizás fuera éste uno de los motivos por los que me sentía atraído por Morrie. Él me dejaba estar donde mi hermano no quería dejarme estar.

Volviendo la vista atrás, quizás Morrie lo supiera todo desde el principio.

картинка 37

Es un invierno de mi infancia, en una cuesta cubierta de nieve de nuestro barrio de las afueras. Mi hermano y yo vamos en el trineo, él arriba, yo debajo. Siento su barbilla en mi hombro y sus pies en mis corvas.

El trineo se desliza con estrépito sobre las placas de hielo. Cogemos velocidad según vamos bajando la cuesta.

– ¡UN COCHE! -chilla alguien.

Lo vemos venir calle abajo, a nuestra izquierda. Gritamos e intentamos apartarnos gobernando el trineo, pero los patines no se mueven. El conductor hace sonar la bocina y pisa el freno, y nosotros hacemos lo que hacen todos los niños: nos tiramos. Rodamos como troncos, con nuestros anoraks con capucha, por la nieve húmeda y fría, pensando que lo primero que nos tocará será la goma dura de la rueda de un coche. Vamos chillando, «AAAAAAH», y tenemos hormigueos de miedo, dando vueltas y más vueltas, viendo el mundo del revés, del derecho, del revés.

Y al final, nada. Dejamos de rodar y recobramos el aliento y nos limpiamos de la cara la nieve que gotea. El conductor gira al final de la calle, haciéndonos un gesto sacudiendo el dedo. Estamos a salvo. Nuestro trineo ha chocado en silencio con un montón de nieve y nuestros amigos nos dan palmaditas y nos dicen: «guay», y «podíais haberos matado».

Sonrío a mi hermano y nos sentimos unidos por un orgullo infantil. Pensamos que no ha sido tan difícil, y estamos dispuestos a enfrentarnos de nuevo a la muerte.

картинка 38

El sexto martes

Hablamos de las emociones

Pasé ante los laureles silvestres y el falso plátano y subí los escalones de piedra azul de la puerta principal de la casa de Morrie. El canalón blanco colgaba como una tapadera sobre la puerta. Llamé al timbre y no salió a recibirme Connie sino Charlotte, la esposa de Morrie, una hermosa mujer de pelo gris que hablaba con voz melodiosa. No solía estar en casa cuando iba yo (seguía trabajando en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, tal como quería Morrie), y aquella mañana me sorprendió verla.

– Morrie lo está pasando mal hoy -me dijo. Fijó la vista durante un momento por encima de mi hombro, y después se dirigió a la cocina.

– Lo siento -dije yo.

– No, no, se alegrará de verte -dijo ella en seguida-. Estoy segura…

Se interrumpió a mitad de la frase, volviendo ligeramente la cabeza, escuchando algo. Después siguió diciendo:

– Estoy segura… de que se sentirá mejor cuando sepa que estás aquí.

Tomé las bolsas del supermercado, «mis víveres habituales», dije en broma, y ella pareció sonreír e inquietarse a la vez.

– Ya hay mucha comida. No se ha comido nada de lo que trajiste la última vez.

Aquello me cogió de sorpresa.

– ¿No se ha comido nada? -pregunté.

Ella abrió la nevera y vi los recipientes de ensalada de pollo, fideos, verduras, calabacines rellenos, todo lo que había traído yo para Morrie. Abrió el congelador y había más cosas todavía.

– Morrie no se puede comer la mayor parte de esta comida. Es demasiado dura para que pueda ingerirla. Ahora tiene que comer cosas blandas y líquidos.

– Pero no me había dicho nada -dije yo.

Charlotte sonrió.

– No quiere herir tus sentimientos.

– No habría herido mis sentimientos. Lo único que quería yo era ayudarle de alguna manera. Lo que quiero decir es que lo único que quería era traerle algo…

– Ya le estás trayendo algo. Espera tus visitas con ilusión. Habla de que tiene que realizar contigo este proyecto, de que tiene que concentrarse y dedicarle tiempo. Creo que le está dando una buena orientación…

Volvió a dirigirme aquella mirada distante, de conectar con algo desde otra parte. Yo sabía que Morrie estaba pasando malas noches, que no dormía, y eso quería decir que con frecuencia Charlotte tampoco dormía en toda la noche. A veces, Morrie se quedaba despierto en la cama tosiendo durante horas enteras: tardaba todo ese tiempo en despejarse las flemas de la garganta. Ahora había enfermeras que se quedaban en casa toda la noche y muchos visitantes a lo largo del día, antiguos alumnos, compañeros del claustro académico, maestros de meditación, que entraban y salían de la casa. Algunos días, Morrie tenía media docena de visitantes, y a menudo estaban en la casa cuando Charlotte volvía del trabajo. Ella lo llevaba con paciencia, aunque toda aquella gente de fuera consumía minutos preciosos que ella podía pasar con Morrie.

– … una orientación -siguió diciendo-. Sí. Eso es bueno, ya lo sabes.

– Así lo espero -dije yo.

Le ayudé a meter en la nevera toda la comida nueva. En la encimera de la cocina había todo tipo de notas, mensajes, informaciones, instrucciones médicas. En la mesa había más frascos de pastillas que nunca -Selestone para el asma, Ativan para ayudarle a dormir, Naproxen para las infecciones-, además de un preparado de leche en polvo y de laxantes. Oímos que se abría una puerta al fondo del pasillo.

– Quizás esté disponible ahora… voy a verlo.

Charlotte volvió a mirar mi comida y yo me sentí avergonzado de pronto. Tantos recuerdos de cosas de las que Morrie no disfrutaría jamás.

картинка 39

Los pequeños horrores de su enfermedad iban en aumento, y cuando me senté por fin con Morrie, éste estaba tosiendo más de lo habitual, con una tos seca y purulenta que le sacudía el pecho y que le hacía mover bruscamente la cabeza hacia delante. Después de un acceso violento, dejó de toser, cerró los ojos y respiró. Yo me quedé sentado en silencio, pues pensaba que se estaría recuperando del esfuerzo.

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