filantrópicas. Es un anciano noble y conciliador pero con una mirada de mal carácter. El padre de las señoritas Larousse, que en paz descanse, claro está. Invitado perpetuo, cuerpo astral de cabecera en todas sus sesiones espiritistas. Lo importante es que los otros no se den cuenta de la cantidad de miedo que tiene uno, todos lo tenemos, sin excluir a Belarmino que se está limpiando las uñas con una lima puntiaguda. Freddy y su lustrosa chaqueta de mecánico van por el octavo cigarrillo consecutivo, Freddy los enciende con el cabo. ¿Estará Carmina leyendo verdaderamente o nos monta un teatro de lectura? El gato permanece a sus pies en imploración de otra caricia que no. Este silencio es una asquerosa porquería.
Habíamos levantado una rufa chévere, un Lincoln azul marino Freddy rompe el silencio para contar el asalto al restaurant "La Estancia", aquel que en crónicas tan jocosas reseñaron los periódicos más honorables. El Murciélago nos largó en la esquina y se quedó esperándonos con el motor prendido, los otros siete nos zampamos en pelotón por una misma puerta, qué joder, no era la puerta del restaurant, era la puerta de una boite que comunica con el restaurant, no habíamos chequeado lo suficiente, para esa época éramos unos loquitos y nada más, palante y atravesamos la boite, esa vaina está todavía oscura y vacía a las nueve de la noche, y desembocamos a la cañona en el bar del restaurant, un bar con alfombras que ni se te oyen las pisadas, había mucha gente y mucha conversadera, a los clientes se agregó un banquete de directivos, tipos de una compañía del hierro o de otra mierda metalúrgica, creo yo, que afilaban su aniversario, Careguapo va a la vanguardia de sus tártaros, comanda la acción con una guacharaca thompson en la mano, y pega ese leco, ¡Somos de la Digepol, de la Dirección General de Policía, venimos a hacer un registro, sabemos que aquí se consume cocaína y otras drogas!, a vuelo de pájaro reojé un coronel uniformado que hablaba por teléfono, me le voy encima en velocidad, le corto la comunicación con la zurda, y con la derecha le clavo la pistola en las costillas, y le digo suavecito Afloje el arma y no se mueva, más trabajo me costó el cocinero que estaba tres pasos más allá asando unos pollos, no quería dejarlos, Se me van a quemar, tuve que darle duro con la cacha de la escupidera en el coco para que abandonara sus pollitos y se viniera conmigo, era el abanderado de los pendejos el cocinero, había un policía de guardia, el policía de guardia se tragó que éramos digepoles, y se le acerca muy respetuoso a Careguapo, a excusarse porque esa noche había dejado el revólver olvidado en su casa, otro campeón de la pendejada, bueno, había un gentío, ya lo dije, más de cien personas, y nosotros no éramos sino siete, también lo dije, un diplomático de terno negro resolvió identificarse ante la Digepol, pensaba él, No permitiré que la policía me registre, eso dijo, Careguapo le apuntala la thompson en la barriga y le contesta, Reclame mañana ante nuestra Cancillería señor Embajador, y el señor Embajador comprende que estamos a punto de abollarlo, y entonces prefiere dejarse registrar, las únicas que se atrevieron a echarnos vaina, porque todo el resto tenía cara de diarrea, fueron dos señoras bastante puretas, nos llamaron irónicamente "jovencitos belicosos", y nos miran con ojos flamencos, hasta que Loro Culón se calienta y les grita ¿Por qué nos miran así, putas de mierda?, y entonces se enserian como un par de, además de la thompson de Careguapo llevábamos dos nueve milímetros, y una cuarenta y cinco niquelada, y dos fucas calibre treinta y ocho, sin contar la belleza que yo le saqué al coronel de la empanada, con la promesa de devolvérsela en cuanto terminara la requisa, yo te aviso mi coronel, no era ninguna golilla encarrilar aquel ganado, ponerlo en orden para registrarlos con comodidad, una operación que habíamos planeado para quince minutos nos llevó casi una hora, de repente entra una pareja de lo más jamoneada, al tipo se le espicha la risita cuando huele que algo raro sucede, Mejor es irnos para otra parte mi amor, dice, pero se les atraviesa la cuarenta y cinco del Lapo Víctor, ¡Padentro es que van!, otro detalle fue que Loro Culón visteó un churrasco bien jugoso servido en una mesa, con su ensalada y sus papas fritas, Loro Culón ni siquiera había almorzado, se sentó a atragantárselo en medio minuto, eso le valió al día siguiente una crítica de pinga, a punta de pistola y saliva conseguimos arrinconar a la gente en una pared del comedor, los clientes y los mesoneros y los empleados, lo que fueran, el Gordo Rodolfo dijo por joder un poco, ¿No sería mejor que los arrodilláramos?, y un cliente vestido de marrón que era el más asustado, mejor dicho, el más cagado, lo oye y arenga a las masas por su cuenta, ¡Señores, los agentes quieren que nos arrodillemos!, y se arrodillan de golpe y en manada como en misa, pero esa parte no entraba en nuestro plan, lo juro por mi madre que está en Cabimas, eso sí, Careguapo aprovechó la obediencia ciega para gritar, ¡No somos ninguna Digepol, esto es un atraco, vengan las carteras y las joyas, o habrá plomo!, nadie chistó, bueno, el coronel sí pretendió alebrestarse, tuve que entromparle otra vez la pistola en las costillas, bueno, también una gorda refunfuñó antipatrióticamente ¡Esto no sucede sino en Venezuela!, el Gordo Rodolfo y Loro Culón pasan la raqueta, la colecta nos produce una buena mascada, cuarenta mil bolos en billetones, joyas como peo, relojes en bruto, metemos la macolla en tres maletines que llevamos, y al día siguiente, domingo y todo, están en poder de la organización, sin faltar un zarcillo, éramos ocho muertos de hambre contando al Murciélago, seis alumnos de la Escuela Técnica y dos desempleados, por debajo de la clase media como quien dice, éramos incapaces de tocar un centavo que perteneciera a la revolución, no como pasó en ciertos casos que yo conozco y ustedes también, bueno, la operación se acababa cuando Careguapo dijera Voy a avisarle al destacamento de afuera para que descarguen las ametralladoras si alguno intenta salir detrás de nosotros, lo dijo recio y lo repitió, y se fue por el portón que da a la calle, por donde debimos entrar, y nosotros lo seguimos sin apurarnos y sin dejar de apuntar a la concurrencia, al llegar a la máquina el Murciélago nos contó y faltaba uno, Falta Monseñor, dijo el Gordo Rodolfo, la verdad fue que cuando nos contamos y mordimos la falta de Monseñor ya el Lincoln había recorrido media cuadra, no sabíamos si Monseñor se había quedado en el restaurant, o si se había corrido en plena acción, eso también pasa a veces, o qué carajo le había sucedido a Monseñor, No es posible devolverse a buscarlo, dice Careguapo, ¡Que se joda!, dice el Lapo Víctor, y aterrizamos en la Universidad, qué parrilla, a la media hora se nos reúne Monseñor tranquilazo en el corredor del Aula Magna, Monseñor explica su eclipse, estaba registrando el piso de arriba cuando Careguapo dio la orden de retirada, no la podía oír, Por cierto, dice Monseñor, bajé las escaleras y la gente seguía arrodillada, nadie se paraba ni de vaina, aquello parecía San Pedro de Roma, Entonces, dice Monseñor, salgo a la calle y un libre me trae hasta el reloj por los tres bolívares que Careguapo me prestó esta mañana. Y se acabó el cuento, denme un cigarro, dice Freddy.
Ese asalto rocambolesco a un restaurant iluminado, ese arrodillamiento peliculero del auditorio, no éramos sino unos loquitos, dijo bien Freddy, todos esos folletines pertenecen a un pasado risible. Ahora vomitan los diccionarios sus palabras más puercas: odio, patadas, balazo, represalia, herida, digepoles, llaga, ¡muera!, bayoneta, calabozo, Cachipo, La Isla, San Carlos, El Vigía, cicatriz, automática, beretta, zetaká, laguer, cok, ¡abajo!, agonía, sepultura, sapo, allanamiento, interrogatorio, callarse, hambre, cementerio, sifa, comando, sed, hemorragia, ¡disparen!, acuartelamiento, miedo, delación, fusilamiento, matar. ¿Quién comenzó a matar? Ellos comenzaron a perseguir, ellos comenzaron a matar, nosotros recurrimos a nuestra violencia para defendernos, después la violencia de todos se convirtió en sistema pan atmósfera. La vida ajena vale dos centavos, nada. La vida propia vale cuatro centavos, casi nada. Los libros y los himnos desembocaron en tiros nuestros, en descargas de ellos. Ellos publican en la gran prensa la fotografía de sus muertos. Agentes de policía o guardias nacionales con los sesos volados y la sangre manando del uniforme, la viuda y los huérfanos lloran asomados a una urna de tercera clase. Nosotros publicamos en nuestras hojas mimeografiadas las listas de los compañeros caídos, muerto en combate, fusilado en la montaña, lo colgaron de un árbol, se quedó en la tortura, no tuvo otra salida sino el suicidio, lo notificaron como suicidado pero El comandante Belarmino participó en un asalto (él nunca se lo ha contado a nadie, yo no necesito que me lo cuente, leí en un periódico la descripción del hombre que comandaba la acción, me fijé en el procedimiento, puedo jurar que era Belarmino) donde hubo que matar a dos tipos, dos cajeros, dos pagadores, se negaban a levantar las manos, uno de ellos hizo el ademán de sacar algo del bolsillo, el comandante los barrió con la ametralladora, sin duda que era Belarmino, los cadáveres aparecían en la última página, con la camisa abierta para que se le vieran las troneras de la garganta, acostados sobre sábanas manchadas, las caras perfiladas y desvaídas, como de cera. De los otros compañeros aquí presentes nada concreto sé, salvo de Valentín que es mi amigo, mi condiscípulo, Valentín se concreta a conducir la máquina, espera a veinte metros del lugar, nunca ha disparado contra nadie, me lo hubiera contado. En cuanto a mí mismo, yo tal vez maté a un policía en una toma de barrio, en La Charneca, los compañeros arengaban a los vecinos y repartían panfletos, ¡Nuevo gobierno ya!, Barretico y yo custodiábamos la operación atrincherados en la bodega de la esquina, de repente apareció en carrera y con una peinilla en la mano, de repente apareció aquel policía novato imbécil infeliz que se metía solo y sin precauciones en un barrio tomado por la FALN, Barretico y yo disparamos al mismo tiempo, a cinco metros de distancia, el hombre cayó de cabeza en un zaguán, nosotros corrimos a organizar la dispersión, al día siguiente el periódico trajo el retrato del muerto, un solo tiro en la sien derecha, así decía el reportaje, a uno de los dos nos falló la puntería, por eso digo tal vez cuando digo que maté aun policía, Barretico asegura que fue él, era un mulato llamado Julio Martínez con tres hijas y un diente de oro, así decía el reportaje, y un solo tiro. ¿Habrá matado a alguien Carmina con su beretta? ¿Tendrá algún difunto en su haber Espartaco que ha escogido románticamente ese seudónimo de esclavo alzado, Espartaco que se queda meditabundo a cada instante?, cuantas veces la oportunidad se lo permite, se queda meditabundo. Es una guerra a muerte, no estoy exagerando. Las tropas queman un caserío y ejecutan a tres campesinos sospechosos de complicidad con los guerrilleros. Los guerrilleros pasan por las armas a dos campesinos que sirvieron de guía a las tropas. Cinco campesinos menos. Un preso fue amarrado a un mástil, un mástil de barco sembrado en tierra, lo golpearon más de cien veces con tubos de manguera, al día siguiente amaneció colgado de una viga en su calabozo. Una bomba lanzada por guerrilleros urbanos mató a un oficial del ejército y mató también a una anciana que vendía caramelos en una esquina. Fue ametrallada una manifestación de liceístas, muere un estudiante de trece años, nadie se atreve a darle la noticia a la madre. Una UTC prende fuego a una tubería de petróleo, el petróleo pertenece a la Standard Oil, en el incendio perecen dos familias obreras, hay un niño de pecho entre las víctimas. Encuentran degollado a un joven activista, pertenecía a la Facultad de Derecho, al cadáver le mutilaron los brazos, su hermana logra reconocerlo por la dentadura, la cara estaba deformada. Es una guerra a muerte,palabra de honor.
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