Augusto Bastos - Yo el Supremo

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Yo el Supremo Dictador de la República: Ordeno que al acaecer mi muerte mi cadáver sea decapitado, la cabeza puesta en una pica por tres días en la Plaza de la República donde se convocará al pueblo al son de las campanas echadas al vuelo. Todos mis servidores civiles y militares sufrirán pena de horca. Sus cadáveres serán enterrados en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres. Esa inscripción garabateada sorprende una mañana a los secuaces del dictador, que corren prestos a eliminarla de la vida de los aterrados súbditos del patriarca. Así arranca una de las grandes novela de la literatura en castellano de este siglo: Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos, Premio Cervantes 1989. La obra no es sólo un extraordinario ejercicio de gran profundidad narrativa sino también un testimonio escalofriante sobre uno de los peores males contemporáneos: la dictadura. El déspota solitario que reina sobre Paraguay es, en la obra de Roa, el argumento para describir una figura despiadada que es asimismo metáfora de la biografía de América Latina.

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Escuela Especial «Casa de Huérfanas y Recogidas». Alumna Telésfora Almada, 17 años: «El Supremo Gobierno debe convocar inmediatamente a elecciones populares y soberanas. Entretanto, debe disolver el ejército parasitario mandado por jefes corrompidos y venales, transformándolo en milicias que hagan avanzar la Revolu ción junto con todo el pueblo de la Patria…» Ahá. ¡No es mala idea, no es mala idea en absoluto, la de esta muchacha! A propósito de la Casa de Huérfanas y Recogidas, Excelentísimo Señor, me permito informar que en ese establecimiento están ocurriendo cosas muy extrañas. ¿Vas a decirme, Patiño, que también allí están apareciendo esos monstruos nunca vistos que han comenzado a invadir la ciudad, tal vez al país entero? No tanto, Señor. Pero lo que sí es cierto y real, es que allí reina el mayor libertinaje que se pueda uno imaginar. No se sabe qué hacen, ni a qué hora duermen esas muchachas y mujeres de toda calaña. De noche la Casa de Recogidas y Huérfanas, un prostíbulo. De día, un cuartel. Han formado un batallón de todos colores, edades y condición. Blancas, pardas, negras e indias. Antes de romper el alba se van a los montes. Capaz que se dedican a ejercicios de combate. Durante todo el día hasta la caída de la noche se oyen tiros lejanos. He mandado vicheadores. Vuelven sin haber visto nada. Uno de ellos quedó fuertemente amarrado a un árbol con bejucos y un cartel injuriante en el pecho. El ysy-pó-macho con que lo ataron no se pudo cortar ni a machete y hubo que quemarlo para liberarlo. Se le practicó un largo interrogatorio en la Cámara de la Verdad. No pudo, no supo o no quiso informar nada, hasta que quedó sin aliento bajo los quinientos azotes. He ido personalmente esta mañana a registrar la Casa y la he encontrado vacía. Ningún rastro, Señor. Salvo la apariencia de estar deshabitada desde hace mucho tiempo. En tales circunstancias, me permito recabara Vuecencia las órdenes de lo que debo hacer. Con respecto a la Casa, por ahora nada, mi fiel ex fiel de fechos. Coge la pluma y escribe lo que voy a dictarte. Apriétala bien fuerte con toda la firmeza de que seas capaz. Quiero oírla gemir cuando rasgue el papel con mi última voluntad.

CONVOCATORIA

YO EL SUPREMO DICTADOR DE LA REPÚBLICA

Ordeno a todos los delegados, comandantes de guarniciones y efectivos de línea, jueces comisionados, administradores, mayordomos receptores fiscales, alcabaleros, alcaldes de los pueblos y villas, presentarse en la Casa de Gobierno para la reunión del cónclave anunciado en la Circular Perpetua.

La reunión tendrá comienzo a las 12 horas del domingo próximo a 20 días del mes de setiembre. La comparecencia es obligatoria y su omisión no podrá ser suplida ni justificada en ningún caso por extrema que sea la causa.

Ahora voy a dictarte la invitación especial que concierne a tu estimada persona:

YO EL SUPREMO DICTADOR PERPETUO ORDENO que a la presentación de este mandato por manos del propio interesado el jefe de Plaza proceda al arresto del fiel de fechos Policarpo Patiño bajo total y absoluta incomunicación.

Por hallarse incurso en un plan conspirativo de usurpación del Gobierno, el reo Policarpo Patiño sufrirá pena de horca como infame traidor a la Patria, y su cadáver será enterrado en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore su nombre.

Son responsables del cumplimiento de este Decreto Supremo juntamente con el jefe de Plaza los tres comandantes restantes. Cumplido, deberán rendir cuenta de inmediato y personalmente al suscripto, quedando asimismo los cuatro comandantes sujetos a las penas de subrepción, lenidad o complicidad en que pudieran incurrir por omisión o comisión.

Alcánzame los papeles. Voy a firmarlos ahora mismo. Nueva tromba de agua, la última, se arranca de la palangana en el brusco movimiento. El condenado se ha cuadrado. Ha desaparecido. La persona catafalca del mulato se ha disuelto en el charco que inunda el piso y forma arroyuelos en las junturas. La vieja pestilencia ha aumentado súbitamente al doble de su tamaño y fetidez. Los chatos y enormes pies sin embargo están ahí. Talones juntos. Pulgares separados levantando sus córneas cabezas con temblorosos movimientos de súplica, de espanto. Únicamente los pies húmedos relucen en la penumbra. Inmensos. Bañados de sudor. Se han hinchado tanto, que el obeso fiel de fechos debe de haberse metido enteramente en ellos, queriendo hundirse más y más. Enterrarse. Pero las tablas del piso, más duras que el fierro, han producido un efecto contrario en el intento de fuga, de ausencia. La han hecho más presente aún en la tremenda hinchazón del monstruo humano convertido en dos pies que sudan. Dos pies que miran en el parpadeo de las uñas. Dos pies que imploran cuadrados militarmente. Dos pies que oscilan ya con el lento balanceo de los ahorcados. ¡Vamos, acércate! ¿O es que quieres morir dos veces? Alcánzame los papeles. El fiel de fechos asoma temerosamente de su escondrijo armado a doble calcañar. El enorme corpachón sale en puntillas de sus patas. Poco a poco. Miedo a miedo. Las bolsas calcáneas se van aflojando a medida que el corpachón recupera su tamaño, más también su duplicidad. El dúplice malandra, definitivamente partido en dos de arriba a abajo por el tajo de la pluma. Firmo. Firmado. Échales arenilla a los oficios. Pon el tuyo en un sobre. Lácralo. Señor, se acabó el lacre. No importa, va lacrado con la lacra de tu ex persona. Desnudo de golpe, se pone un decreto delante, el otro detrás. De lo íntimo de su pecho exhala un mortal suspiro. La diestra mano hecha un negro canuto de pluma da un gran golpe a la cara. ¿Pretende aún el infeliz sobornarme al final por la compasión? ¿Con una última gracia de volatinero de feria? Métese de golpe la mano-pluma en el gaznate atravesando la nuez de Adán, de modo que el fierro le sale por el colodrillo en el trasero de la cabeza, y en la punta de él aparece un niño cantando y haciendo endiabladas piruetas. Con voz de enano el ex Patiño me suplica: Excelentísimo Señor, acepto humildemente el justo castigo que Vuecencia ha querido imponerme, pues he venido cargando mi negra conciencia por un camino muy bellaco de muchos dolos y lodos, un camino blasfemado de la más negra ingratitud hacia su Excelentísima Persona. Pero más humildemente todavía me animo a rogar a Su Excelencia no prive a mi sepultura del más preciado signo de todo buen cristiano, la santísima Cruz. No me importa, Señor, ser sepultado en el potrero más pelado de extramuros. No me importa que la Cruz sea hecha del más vilísimo palo y aun de venenosa madera. No me importa, Señor, que la adornen de estola o con piedritas de colores al pie. ¡Ah, Señor, pero la Cruz, la Cruz!, gime el falsario agestándose de misterio. ¡Sin el socorro y protección de la Cruz, Piadosísimo Señor, los espíritus con los cuales tengo cuentas pendientes, vendrían a tomarse desquite y venganza contra mí! ¡A lo que más quiera, Señor, le ruego, le imploro!… Por lo que oigo, ya te consideras ahorcado y enterrado, y quieres hacer aquí mismo tu velatorio. ¡Señor, yo…! Tus suspiros me huelen a regüeldos. ¿Te consideras un buen cristiano? Señor, santulario no soy pero mi creencia en la Cruz no puedo asencillar. Ha sido siempre mi socorro, Señor, y tú has sido el bribón más redomado en cien años. ¿Qué puede significar entonces la cruz para ti? ¡De modo que Nequáquam! ¡Ni cruz ni marca! Te has equivocado al nacer y te equivocas al morir. No lucharé a puntapiés con mi ex acémila. La echaré como a un exsecretario. Anda a brujulear tu último retrete; a burro muerto la cebada al rabo. Vete ya y no te cuadres más porque oiré sonar el golpe de cuatro talones. Me ha entendido mal el animal. Se pone en cuatro patas, rebuzna un poco y se aleja chapoteando en el barro. ¡Ex Policarpo Patiño! Se detiene de golpe. ¡A su orden, Excelencia! ¡La lupa, acuérdate de la lupa! ¿Qué lupa, Señor? Pon la lupa al sol. ¡Ah sí, Excelencia! Se yergue el mulato bufando penosamente. ¡Vamos, apúrate! Abre el postigo. Coloca la lente en el arco que te he mandado poner ex profeso en el marco. Sí, Señor, lo coloco. Se entusiasma ajustando el cristal en la virola. Juego de niños. Expende Dictatorem nostrum Populo sibi comiso et exercitu suo! 1¿Cuántas arrobas de ceniza producirán mis flacos huesos? ¡Por lo menos cien, Excelencia! Exoriare aliquis nostris es ossibus ultor!, 2murmuro mientras veo caer sobre el lente rayos del sol cenital. A partir de la superficie biconvexa, forman un sólido lingote de oro fundente. Bien. Está bien. El universo continúa cooperando con sus preciosos dones, que me resultan muy módicos. Pon bajo ese lingote de fuego tu ex mesa con todo y las finadas ánimas atadas a sus patas. Amontona sobre ella en forma de pira una pila de papeles. Desplaza un poco la mesa. Haz que el haz del sol pegue en la cresta misma del haz papelario. Ahí, ahí. Cuando empiezan a brotar los primeros rizos de humo contra su cara, el ex fiel de fechos deja de sonreír. Me mira perrunamente, los ojos llenos de lágrimas. Dales cuerda a los siete relojes. Ninguno de ellos te dará ya a ti la hora. Pon el de repetición al alcance de mi mano con sus campanas redoblando. Recoge la palangana y vete. Si no hemos de vernos más en esta vida, adiós hasta la eternidad.

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