Miguel Delibes - Diario de un cazador
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Se ha disuelto la Orquesta Municipal. Según Melecio había algunos con más pretensiones que Iturbi. Le pregunté que si el chelo, y me dijo que ése era uno. Luego me dijo que la fetén es que la idea no ha tenido el eco que se esperaba.
Esta tarde encontré a la Modes que se llevaba una botella de aceite. Tuve bronca con la madre. Para tanto como eso no me estoy yo reventando. Ya le dije que Serafín ingresa el doble que yo, pero ella me salió con que la Modes lo devuelve el lunes y que no me pusiera así. Me pongo como me pongo. Mi hermana es una fulana que siempre anda a la sopa y me giba que todos coman a costa de uno.
Acto académico en la Universidad. Uno de Letras soltó un rollo sobre el Tomismo. ¡Coplas! Hice por entenderle, pero a los diez minutos se me calentaron los sesos y salí al corredor a echar un pito. Estuve de cháchara con Cosme y Emilio. Los marrajos aún se las tenían tiesas cuando les dije que no es justo que ellos tengan carestía y nosotros no. Don Basilio me dijo a la salida que pasara por su casa a la tarde, que quería hablar conmigo. A las tres ya estaba allí. Me mandó sentar y me dijo que el de Francés y la de Alemán se casan para la primavera y que el de Francés había pensado en mí para que abriera las portezuelas de los coches de uniforme. Luego dijo que no ignoraba que tal cosa quedaba al margen de mis obligaciones, pero que lo meditase antes de decidirme y que en caso afirmativo me encargara sin más un uniforme. Por otro cualquiera lo hubiese hecho, pero si quiere uniformes el de Francés pudo hacerse marino en lugar de catedrático. Así es que le dije que nones. Él insistió que una boda entre catedráticos es una cosa rara y quiere rodearla de la mayor brillantez por el prestigio del Centro. Para no repetirle que no por las derechas le pregunté si tendría que llevar gorra y él respondió que a ver, y yo, entonces, le dije que no. El hombre no se daba por vencido y aún me dijo que volveríamos a hablar después de que yo reflexionase.
Estuve con don Basilio en la Dirección y me preguntó qué había decidido sobre el asunto. Le dije lealmente que lo sentía por él, pero que no; que me joroba lucirme.
El vaina de Crescencio me pidió esta mañana que le dé la hora en Dibujo. Le pregunté el porqué y todo lo que se le ocurrió decir es que tiene un chico en la clase. Le dije que qué tenía eso que ver y me contestó que al chaval le da lacha que su padre asome la jeta y diga: «¡La hora!» ¡No te giba! He comentado el caso con la madre. Ella dice que si un día tengo un hijo será bedel como yo. No le falta razón.
El tiempo sigue suave y esta noche al afeitarme me dejé el bigote. De aquí a septiembre, cuando se abra la veda, puede estar listo. Recuerdo que el Pepe decía, la otra vez que me lo dejé, que parecía tuerto del lado derecho. ¡Pobre Pepe!
Hoy me desayuné en la cama. La madre me subió el periódico y me entretuve con él hasta mediodía. Oí misa de una y a la salida me encontré a Melecio. Dice que uno de San Miguel le ha dicho que la manera de cazar patos en las salinas es de noche, a la espera. Por broma le pregunté que si a la luz de un farol y él se mosqueó y dijo que con la de la luna bastaba. Quedamos en ir el sábado. Me alegro porque así no tengo necesidad de dar explicaciones a Anita. Estuve con ella esta tarde en la Cerve y se me hace que pone cara.
Fui a primera hora al cementerio a llevarle unas flores al Pepe. Me topé allí con Melecio y Zacarías. De regreso dijo Zacarías que este año nos quedábamos sin la copa de anís que solía pagar el Pepe. Volvíamos todos murrios. Les recordé que el Pepe decía que San José era el único santo que merecía la pena, y Melecio se echó a reír y dijo que qué cara habría puesto al tropezarse arriba con los demás. Zacarías se puso a reír a lo bobo. En el café, Melecio volvió a recordar lo de la copa y Tochano voceó que al que volviera a mentar al Pepe, para bien o para mal, le estampaba la jarra en la cabeza. Luego pagó una botella. La bebimos sin chistar y, al acabar, Tochano pidió otra A lo bobo a lo bobo se nos hizo la una. De retirada nos topamos con Serafín en la barra. El patoso se me abrazó y dijo que se venía con nosotros y que pagaba un vaso donde Polo. Luego estuvimos en un banco de la Plaza cantando. Al final, mi cuñado se echó a llorar y dijo que se acordaba del chavea que se le murió. Tochano ladraba a la luna, le agarró por las solapas y le dijo que si volvía a mentar a un muerto le rompía la cara. Estaban los dos a cuál más mamado. Cogí a Serafín y me le llevé para casa. Mi hermana le aguardaba levantada. Al verme me puso a caer de un burro voceando que perdía a su marido por las tabernas mientras ella se mataba por dar a los chicos un pedazo de pan. Serafín se empeñaba en besarla y ella le largó un guantazo y le dijo que no fuera sobón. Mi hermana andará a la sopa, pero carácter no le falta.
Estuvo en casa la Modes de mañana y le contó a la madre lo de anoche. ¡Le ha faltado tiempo a la cuentera! Me dio lacha y le planté a la madre que el Pepe tuvo la culpa. Ella se hacía de cruces. Unas cosas nos llevaron a otras y acabó confesando que no tenía un real. Le dije que cómo si aún andamos a 20 y ella dijo que sí, que es cierto, pero que no sabe hacer milagros. Me giba lo que nadie sabe este mirar la peseta y que encima no alcance. No es vida, vamos. Ahora me doy cuenta de que con lo de la calefacción obré un poco a espetaperro. Las cosas hay que pensarlas. Decididamente he de buscarme algo para por las tardes.
Melecio y yo pasamos la noche al sereno en la salina de San Miguel. En el cielo había una luna como un plato. Desde la islilla de carrizos y espadañas, las ranas chillaban a la luna sin dejarlo. Estaba hermosa la noche. Un verdadero espectáculo. Antes, cenamos dos huevos con longaniza en la taberna del pueblo y el amigo de Melecio nos prestó una perra que no se asusta del agua. Entre Melecio y yo había la laguna y la luna ponía encima una raya de luz. Melecio me dijo que tuviera los ojos despiertos y yo miraba al cielo arrebujado en la manta, pero no veía nada. Llevábamos una hora larga cuando tiró Melecio y me asustó. Sentí un chapoteo y luego vi la cabeza de la Tula en el reflejo de la luna. Las ranas dejaron de alborotar. Melecio animaba a la perra. Al cuarto de hora tiró otras dos veces. Yo era todo ojos. El campo estaba como blanco y la luna tenía un cerco brillante. Disparé sobre una sombra a cascaporrillo y resultó un mochuelo. Al cabo sentí como el rumor de un viento que se arrimaba. Tiré la manta y me puse a mirar la luna sin pestañear. De pronto distinguí seis sombras al contraluz descolgándose sobre la salina. Primero disparó Melecio y yo seguidos los dos cañones. Allí quedó uno sobre el agua, chapoteando a la desesperada. La cabeza de la Tula hacía círculos alrededor y, a seguido, le echó el diente. Melecio iluminó al bicho con la linterna. Era un pato real, grandote como una avestruz. Había cobrado antes dos azulones machos hermosos y me preguntó por qué no tiraba más, que me habían pasado más de cien parros rozándome la jeta. Le dije lealmente que la luna me cegaba. Pasamos otras dos horas en silencio hasta la amanecida. El cielo blanqueaba por detrás de los tesos y la islilla de carrizos se empezó a animar. Volaron tres gallinetas y caí una. Luego se arrancó una cerceta y Melecio la derribó. El campo estaba hermoso con los trigos apuntados. En la coquina de la ribera había ya chiribitas y matacandiles tempranos. Una ganga vino a tirarse a la salina y viró al guiparnos. Volaba tan reposada que le vi a la perfección el collarón rojo y las timoneras picudas. En la salina, la gabusia se despegaba del cieno del fondo. Era un espectáculo y le dije a Melecio que atendiera. Sólo se sentían los silbidos de los alcaravanes al recogerse en los pinares. Así, como nosotros, debió de sentirse Dios al terminar de crear el mundo. Luego salió el sol, nos largamos al pueblo y oímos misa de siete. A las ocho tomamos el coche y a las nueve ya estaba roque. La madre me llamó a las cinco. Me arreglé y marché donde Anita. Estuvimos en la Cerve bailando como peonzas hasta las diez.
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