Miguel Delibes - Diario de un cazador
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Anita vino esta noche con las chorradas de siempre. Lo que faltaba para el duro. Dice que las Mimis dicen que la mujer al casarse debe tener anchas las caderas. Ella las tiene estrechas y la he encontrado como achucharrada. Las tipas estas me comen vivo. No lo puedo remediar.
Este mediodía me disculpé con el Pavo por no haberle subido a comer la liebre. Le dije que no había encontrado ocasión y que a ver los dos domingos que quedan. Yo iba con segundas, a ver si cantaba la gallina, pero el mandria ni chistó. La madre me dijo a la noche que no tiene una perra para hacer la plaza mañana. No me queda otro remedio que buscar algo para por las tardes.
Subimos Melecio y yo a lo del Marqués en las burras. El viento pegaba de cara y le dije a Melecio que era mejor así porque a la vuelta, con el aire de culo, ni tendríamos que dar pedales. De regreso nos daba de cara otra vez. Nos ha hecho la santísima. Todo para nada. Anda muy pelado lo del Marqués; se conoce que no lo cuida. Nos tiramos la mañana sin disparar la escopeta y a la hora de almorzar dijo Melecio que no daba un paso más. El cielo estaba limpio, pero el viento soplaba en forma entre los chopos. Nos sentamos en la hondonada del río y me puse de confidencias. Le dije a Melecio que estoy cabreado porque lo mío con la chica no va para atrás ni para delante. Le confesé lealmente que la chavalina esa me tiene tonto. Él se hacía de cruces y me preguntó si la había dicho algo. Le dije que tres veces, pero que ella se hace la sorda. Acabé por preguntarle cómo se las arregló él con la Amparo. Contestó que no recordaba a ciencia cierta, pero que hizo muchas pendejadas de esas que luego se avergüenza uno. A poco dijo que sí que recordaba que cada vez que veían una película de la Joan Bennet le decía: «Vales tú cincuenta veces lo que esa mujer», y que, naturalmente, era un decir, pero que a la Amparo le gustaba eso más que el comer con los dedos. No me convence mucho, pero cuando la cosa venga a cuento ensayaré. Regresamos con luz y aún llegué a tiempo de echar unos bailes con Anita en la Cerve.
Don Basilio me preguntó esta mañana por la calefacción. Contesté lealmente que suponía que ya sabría que he puesto el servicio en manos del señor Moro. El tío ladraba a la luna y dijo que acababa de sorprender a una de sus hijas subiéndose a casa una sera de carbón. Callé la boca por ver por dónde salía y él entonces me preguntó si era cierto que vivía en la higuera o era un tonto de conveniencia. ¡No te giba! Le solté una fresca y él se puso chulillo y dijo que me entregó la calefacción para que el día que dejara de interesarme se la devolviera a él y no al señor Moro. Para que callase la boca le di la razón y él entonces cambió de tono y me dijo que esperaba que no se volviera a repetir. Por lo visto ha encargado ahora el servicio al sereno de los Dominicos. Veremos lo que dura.
Al subir a comer me encontré a la mujer de Crescencio enzarzada con la Carmina por unas pinzas de la ropa. No me gusta meter el cuezo, pero iba quemado y dije lealmente que no me chocaba que la Carmina se pringase en unas pinzas cuando era capaz de pulir el carbón al Centro. Terció el señor Moro con la broma de la jerarquía y callé la boca para no verme liado en un expediente. El cagueta de Crescencio aún le dijo que dispensase. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
La peña parecía esta tarde un funeral. El domingo se cierra la temporada. Hasta agosto a descansar y a vivir del cuento. Dijo Zacarías que aún nos quedan los patos y el reclamo. El Pepe dijo, con razón, que los patos serán un consuelo para los de la Albufera. Zacarías se atocinó y dijo que de la parte de San Miguel del Pino hay unos bandos tremendos de azulones que bajan de día al río y de noche a las salinas y que no hacía falta irse a la Albufera para colgar media docena y que él, sin ir más lejos, había hecho ocho en una jornada y eran tan hermosos que tuvo que ir por una carretilla al pueblo porque no podía con ellos. Al cipote de él se le entornaba el ojo de la nube. Tochano se cabreó y le dijo, con razón, que no sé qué coños hacía entonces que no cerraba la frutería y se dedicaba a cazar patos en las salinas. Finalmente jugamos la partida, pero nadie puso fe. Al marchar, el Pepe dijo que el domingo piensa divertirse por toda la temporada. Le pregunté que dónde y me dijo que tiene una autorización para lo de Muro siempre que respeten las liebres. Les preguntó Melecio si de verdad no iban a tirarlas y los dos se pusieron a reír. ¡Mal día el domingo para las liebres de Muro!
Hubo carta de Tino. ¡Hay que gibarse! Está más chocho que un abuelo primerizo. Dice que el chavea es espabilado y corta un pelo en el aire. La Veva dice que si no le ceden los dolores terminarán por operarla. Llevé a Anita a ver «El milagro del cuadro». Cuando vino al caso, me arrimé a ella y le dije que valía cincuenta veces lo que la Pier Angeli. Ella me salió con que cómo decía esas cosas, que la Pier Angeli era una pintura. Le dije lealmente que donde estuviera ella se escondiera la otra. Me partió el descanso. Cuando apagaron otra vez ya no hubo manera. A la salida me dijo Anita que las Mimis dicen que es una primada echarse novio antes de los veinticinco y casarse antes de los treinta. Yo no acertaba a decirle que mañana es el último día de bureo y no iría a buscarla y, al fin, me decidí. Me dijo entonces que si yo no salía el domingo, ella tampoco saldría el lunes. Le advertí que lo pensase, puesto que si no salía el lunes por un capricho, yo era lo bastante majo para no salir el martes. Se largó escalera arriba sin responderme. La chavala esta, no sé si a lo bobo o a mala fe, me está calentando la sangre y cualquier día me va a gibar de más y voy a hacer un disparate.
Lo de Jado está muy trotado. Metimos en el soto cuatro perdices tiñosas, bajamos dos y las otras cruzaron el río. A la tarde vimos un buitre en la punta de un chopo. Nos arrimamos y entonces nos dio en la nariz la carroña. Junto al río había una mula con las tripas fuera. Melecio dijo que aguantara, que a la vera de la carroña habíamos de levantar la rabona. Yo creí que era broma eso de que las liebres comen carroña, pero maneamos el jaral y en diez minutos de reloj quedamos dos hermosas. Ya en el tren le pregunté a Melecio si comería él la liebre esa. Él se echó a reír y dijo que puestos a hilar delgado es el hombre el único animal que se alimenta de cadáveres. También eso es cierto. Al cabo, le confesé a Melecio que había regañado con la Anita. Él lo echó a barato y dijo que peor era tenerse que despedir de las perdices hasta septiembre. Según cómo se mire, aunque ciertamente la veda para un cazador fetén es una penitencia.
BALANCE DE LA TEMPORADA
Día Lugar Tiros disparados Piezas
28 Septiembre Illera 10 2 perdices – 1 zorro
6 Octubre Buitrejo 1 3 perdices
10 Octubre Quintanilla 3 1 perdiz
9 Noviembre Jado 9 3 perdices (una se fue de ala)
23 Noviembre Muro 1 1 perdiz (se fue de ala)
7 Diciembre Pavo 21 3 conejos – 2 perdices
(un conejo se embocó
con las patas rotas)
8 Diciembre Miranda 2 1 chocha (sin tirarla)
21 Diciembre Diputación 5 2 perdices
23 Diciembre Villalba 11 2 liebres – 2 perdices
28 Diciembre Muro 6 1 liebre
11 Enero Ubierna 18 7 perdices
18 Enero La Sinoba 7 1 liebre (a medias) – 1 perdiz
25 Enero Baños 2 Me vine bolo
1 Febrero Marqués 1 Me vine bolo
8 Febrero Jado 6 2 perdices – 1 liebre
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Total… 103 26 perdices, 5 liebres, 3
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